Teoría Ómicron

Revista de ciencia ficción y fantasía

CRONISTAS ÓMICRON: La jornada de las almas

Publicamos el relato "La jornada de las almas" de RS Martínez.

RS. Martínez

Desde su balcón, Francisco Laínez observaba amargamente el inicio de la jornada de las Almas. A su espalda todo el departamento permanecía en la penumbra inútilmente combatida por las velas que adornaban el tabernáculo-guía que por primera vez y a raíz del fatal accidente de su hermano Gustavo hacía unos meses, había erigido con el propósito de recibir su visita durante aquella mágica noche.

—Ha quedado muy bien —se dijo mientras miraba distraído su obra y exhalaba el humo del cigarro que había salido a fumar. Contempló durante unos segundos el tabernáculo-guía, en cuyo nivel superior posaba la mejor foto que había encontrado de su hermano. A la distancia y debido a la mala iluminación, cualquiera habría confundido a Francisco con Gustavo en esa imagen. Se reclinó sobre el barandal para ver a los miles de personas que participan del inicio de la jornada y le dio una calada a su cigarro suspirando para expulsar el humo.

Dos semanas después de comenzado el otoño en el hemisferio norte y al anochecer, miles de personas salían cada año a las calles de Ciudad Equis armados con velas y, en silencio, marchaban desde su casa con dirección al Cementerio Ciudadano; el camposanto de mayor antigüedad y tradición de toda Ciudad Equis y por lo tanto, la Tierra.

Devotos de una tradición que no perdía popularidad con el paso de los años, los participantes disfrutaban cada paso del camino y sus mudas sonrisas eran la única evidencia, pues siendo firmes creyentes del folclor, evitaban hablar hasta la llegada a su destino, ya que el mito indica que si el sepulcral silencio era roto durante la trayectoria, quien lo rompa se convertirá al año siguiente en el visitante y no el visitado.

La silenciosa caminata, comúnmente llamada la procesión de las velas, daba por inaugurada la jornada de las Almas, una de las fechas más significativas para la sociedad existente*. Acorde al mito, cuyos orígenes se habían mezclado y diluido durante el paso de los siglos entre las diversas cosmogonías que coexistieron en la zona geográfica en la que ahora se erige Ciudad Equis, durante aquella noche la conexión entre el mundo terrenal y espiritual es óptima, permitiendo que las almas de los queridos difuntos vuelvan de manera temporal a Ciudad Equis con el propósito de visitar a sus parientes vivos.

Durante el festival, y siendo una iniciativa ciudadana casi en su totalidad, la participación tanto de vivos como de muertos era significativamente mayor que cualquier otro programa oficial que interactuaba de forma directa con el plano espiritual. Consciente de que la intervención gubernamental sólo minaría el espíritu ciudadano, el acalde de Ciudad Equis colaboraba de una manera tan sutil y al mismo tiempo tan burda como sólo un político podría hacerlo: desactivando el sistema de alumbrado durante aquellas horas con el propósito de potenciar el hipnótico efecto del mar de velas surcando la noche, y también el menos estético fin de reducir el consumo de energía.

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Al ponerse el sol y en un simbólico acto de inauguración que era transmitido por el canal oficial y que no era sintonizado por nadie fuera de la nómina del gobierno, el alcalde, tras recitar unas palabras activaba una providente palanca dando por iniciado el festival como si su presencia en aquella tarima y el ejercicio de una fuerza mecánica sobre aquel fulcro fuese la causa raíz de lo que estaba por venir.

La otra acción realizada por el ayuntamiento de Ciudad Equis era declarar aquella fecha como un asueto oficial, porque de todas maneras la gente se tomaba el día preparando su participación de aquella fiesta.

Por su parte, el inframundo y el paraíso trabajaban a un ritmo frenético desde meses antes para aprobar en tiempo y forma la inmensa cantidad de permisos para visitar el plano terrenal de sus respectivos habitantes.

Sin un comité organizador que coordinara el esfuerzo colectivo, los involucrados colaboraban armoniosamente con el único fin capaz de unir los esfuerzos de la sociedad civil, el Más Allá, y aunque fuese mínimamente, el gobierno: la borrachera.

Porque de eso se trata el festival de las almas y ningún antropólogo podría disentir por mucho que intentase refutar la aseveración anterior citando algún oscuro texto; aquella noche era una colosal fiesta en la que durante algunas horas toda la creación se juntaba para disfrutar y compartir.

A pesar de haber sido separados de las más inimaginables formas, muchas de ellas súbitas y horribles, vivos y muertos tenían una vez al año la oportunidad de verse a los ojos e incluso, si el hechizo de materialización era conjurado correctamente, abrazarse de nuevo.
Por supuesto, el objetivo también era definir de una vez por todas si la humanidad era más resistente a la ingesta de alcohol durante la vida o si, por el contrario, detrás del velo de la muerte se hallaba el secreto para una tolerancia sobrenatural a las bebidas alcohólicas.
 
Así, la guerra vínica en la que seres terrenales y ánimas se enfrentaba mano a mano durante sesenta y seis minutos en los que debían ininterrumpidamente hacer su mejor esfuerzo por vaciar la mayor cantidad de botellas de vino era el evento estelar de la jornada.

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Quien llevase a casa el trofeo también se llevaría el honor y la gloria eternas, al menos hasta el año siguiente.

Pero para eso todavía faltaba un rato y mientras, el caudal de gente que caminaba en silencio por las calles de Ciudad Equis comenzaba a desbordarse para fastidio de Francisco Laínez.

Francisco Laínez detestaba aquella noche tan especial para la ciudad. Primero porque la caminata, en un universo donde era posible viajar a velocidades súper lumínicas hacia otros planetas y conectar todos los planos de la realidad a través del Sistema de Transporte Multidimensional, le resultaba una acción viciosa y perjudicial. Segundo, porque pensaba exactamente lo mismo del consumo de alcohol. Tercero porque la magia y su utilización, a pesar de que había reducido el gasto oficial en billones de pesos, le parecían de mal gusto; siempre había preferido confiar en las matemáticas, ciencia con la que ahora se ganaba la vida. Cuarto, porque cada año el festival escapaba de las garras del Estado, que intentaba infructuosamente reclamar para sí el crédito de un evento social de suma trascendencia. A Francisco, quien era un burócrata de medio pelo en la Oficina de Tesoros y Tributos, el continuo fracaso oficial le irritaba. Finalmente, porque si mientras estaban vivos nunca había tenido una relación cercana con su familia, mucho menos ahora que habían fallecido. Toda su vida había sentido una gris indiferencia hacia todos ellos con excepción de su hermano quien ahora y a pesar de estar muerto lo observaba sonriente junto a su tabernáculo-guía.

Aun participando de una iniciativa civil parcialmente en contra de su voluntad y haciendo uso de la magia y el alcohol, Francisco no se sintió tan mal consigo mismo. En su papel de funcionario público tenía una misión que cumplir y estaba a medio camino de conseguirlo.

—¡Funcionó! —gritó emocionado al tiempo que lanzaba su cigarro aún encendido por el balcón. Aplaudió torpemente a modo de válvula de escape para la adrenalina que recorría su torrente sanguíneo y entró rápidamente al departamento. Abajo, en la calle, el mar de gente y fuego parecía no tener fin.

—¡Gustavo! ¿De verdad eres tú? No eres un demonio disfrazado, ¿verdad? He visto en las noticias que normalmente los demonios embaucadores utilizan estas fechas para cometer sus fraudes y extorsiones —inquirió Francisco, desconfiado.

El fantasma de su hermano no contestó.

Los catedráticos de la Facultad de Ciencias Arcanas de la Universidad Autónoma de Ciudad Equis explican que, así como para los vivos la única forma de dominar una habilidad es a través de la práctica, lo mismo sucede con los muertos, hecho que no debería ser sorprendente para nadie ya que los muertos a pesar de su nueva y etérea naturaleza, siguen siendo personas.

Siendo esta la primera jornada de la que Gustavo participaba en calidad de ánima, su aparición en el plano terrenal le provocó una desorientación con la que aún lidiaba.

Francisco, preparado para recibir a su hermano, conocía esta información. Aun así dudaba. Caminó al otro extremo del estudio, hasta el librero del que extrajo un grimorio en el que había señalado más de una página. Lo abrió rápidamente en la sección marcada por el separador magenta. Estaba listo. Había memorizado el código de colores creado por él mismo y había ensayado y cronometrado cada acción pertinente. Eufórico porque su tabernáculo-guía parecía haber funcionado correctamente, pero nervioso por las dudas que albergaba, comenzó a conjurar el hechizo de expulsión de demonios que había ensayado para la ocasión.

Aquel antiguo conjuro en chanocquiano** le resultó indiferente al alma de Gustavo Laínez. A pesar de que las propiedades inherentemente mágicas de las palabras pronunciadas por su hermano alteraban de manera objetiva la realidad adyacente, por ejemplo, generando ráfagas de viento en un cuarto sin ventilación o haciendo titilar la instalación eléctrica que se encontraba apagada, el hechizo fue en términos generales un despropósito. Lo cual, claro, fue considerado por Francisco como un gran éxito. Siendo el fin específico del hechizo la revelación y expulsión de cualquier demonio embaucador que se encontrase en las cercanías del conjurador, los efectos fueron nulos sobre el alma que compartía la habitación con Francisco. Eso significaba que Gustavo Laínez era él. Cuando las ventiscas y las irregularidades eléctricas se hubieron calmado, Gustavo por fin superó su malestar inicial, siendo capaz de hablar.

—Flaco, ¿cómo te trata la vida? —dijo extendiendo sus brazos en un intento por abrazar a su hermano vivo, —Has perdido algo de peso. Te he extrañado, carnal.

—Bienvenido, Gustavo —respondió solemnemente Francisco, —Has sido convocado a este plano por mí, Francisco Laínez, tu hermano, y este tabernáculo-guía ha sido erigido en tu honor para que durante esta noche disfrutes de los alimentos y bebidas que en vida fueron tus favoritos. Tienes la hospitalidad de los vivos hasta el amanecer.

El tono mecánico usado por Francisco obedecía al inmenso esfuerzo realizado durante los días anteriores preparando todo para la llegada de su hermano, incluida la memorización de aquellas palabras. La buena memoria nunca fue propia de Francisco, por lo que aquella vital parte del ritual le costó trabajo. Además, conocer la importancia de ese paso lo ponía tenso y hacía que Francisco quisiera superar esa etapa de la noche lo antes posible.

Los mismos catedráticos previamente citados también describen en sus textos que para que funcione, un tabernáculo-guía debe incluir la comida y la bebida favorita del difunto al que se desea convocar, velas que guiasen su camino, una imagen del homenajeado y sobre todo pétalos de la flor de las ánimas, una especie de flor mágica endémica de Ciudad Equis

Además, explican los maestros arcanos, por sí sólo el tabernáculo-guía es insuficiente para mantener a las almas durante toda la noche en la Tierra. Sin las palabras de bienvenida; un hechizo que más que un acto mágico parece una anodina acción burocrática, la correcta invocación de un querido difunto se vuelve insostenible. Si las palabras son mal pronunciadas, el ánima en cuestión vuelve irremediablemente al reino espiritual hasta el año siguiente.

Terminando las palabras de bienvenida y visiblemente contrariado por todo lo que había tenido que hacer durante los últimos días sólo para tener a su hermano de vuelta durante unas horas, extendió el brazo en dirección del tabernáculo-guía e inclinó la cabeza como una última señal de invitación. En el departamento de Francisco Laínez como en el resto de Ciudad Equis, la jornada de las almas comenzó verdaderamente.

Ver el alma de su hermano devorando los manjares dispuestos para él en su tabernáculo-guía era un espectáculo curioso. Sentado cómodamente en el sillón de su estudio, Francisco observaba de reojo cómo Gustavo, siendo incapaz de tocarla, extraía la esencia de la comida y la bebida que tenía frente a él para hacerla suya. Una vez que Gustavo terminaba con un platillo, la comida seguía ahí, completamente despojada de todas sus propiedades. No tenía sabor, aroma ni color y yacía inerte, casi como si hubiesen dejado de ser materia. Aquellos restos serían dispuestos por el departamento de sanidad de Ciudad Equis, marcando otra de las breves pero necesarias intervenciones por parte del gobierno en la jornada

Mientras Gustavo comía, Francisco hojeaba distraídamente el grimorio en el que había señalado más de un hechizo, esperando. Los movimientos del alma de Gustavo, a pesar de ser suaves e incorpóreos hacían titilar las luces del estudio y agitaban las flamas de las velas. Además, la temperatura de la habitación había descendido significativamente desde la aparición de Gustavo, incomodando a su hermano. Del respaldo de una de las sillas tomó un chaleco y se lo puso sin despegar la vista de él.

Mucho más cómodo, volvió a ocupar su lugar pensando amargamente en su misión y en la causa que estaba a punto de defender. Y es que a pesar de ser un día festivo y como parte fundamental de la Oficina de Tesoros y Tributos, Francisco Laínez no podía dejar a un lado su compromiso con las sanas finanzas públicas. Detestaba enormemente que los malagradecidos contribuyentes dedicasen tantas horas al año en un festival que no era organizado por el gobierno y que además, no generaba ningún flujo hacia las arcas del Estado. Muy al contrario, recordaba Francisco aún sentado en el sillón mientras su hermano seguía extrayendo la esencia de los manjares dispuestos para él, el festival representaba un innecesario e incremental gasto que no rendía ningún resultado positivo en material fiscal o en la reputación de la administración en turno.
Desde su particular trinchera, Francisco sabía que podía contribuir a revertir la situación. Siguió esperando.

Cuando finalmente Gustavo terminó de comer se sentó junto a su hermano. Desde niños, a pesar de que no habían sido particularmente efusivos o cariñosos, esa había sido su costumbre.

—¡Qué manjar! Gracias hermano, —expresó agradecido Gustavo —Y esa botella que heredaste con la cava del abuelo, una maravilla de verdad.

Junto a su hermano, el alma de Gustavo ahora descansaba. Había comido, bebido y se había divertido almacenando los sabores para todo el año. Qué necio, ahora venían a pedirle cuentas.
Francisco, sin responder el agradecimiento de Gustavo, se levantó con el grimorio en una mano. Con un ágil movimiento que había practicado durante días, removió la alfombra que adornaba el centro del salón, revelando un sigilo trampa. Gustavo se incorporó, asustado.

—¿Qué haces, hermano? —preguntó. De su voz se había esfumado cualquier signo de relajación.

Las palabras en chanocquiano leídas directamente del grimorio por Francisco volvían a inundar la habitación, haciendo brillar el sigilo trampa con un destello verde pálido.
La débil luz del sigilo sumada a la de las velas mostraban el siniestro e impaciente semblante de Francisco y la desesperada mueca del alma de Gustavo, atrapada irremediablemente por la magia que su hermano, al menos hasta ese momento, tanto despreciaba.

Cuando terminó el conjuro, Francisco cerró de golpe el grimorio, dejándolo caer descuidadamente. Dio un paso hacia Gustavo que ahora permanecía inmóvil, rabioso.

—¡Malnacido! —gritó Gustavo desde su trampa con la cotidianeidad de los insultos entre hermanos, —¿Por qué me haces esto? ¿Qué te he hecho? ¿Acaso de te debo algo?

Francisco fue incapaz de contener una sonrisa burlona.

—No sólo me debes dinero a mí, hermano. Le debes dinero a todos, ¿creías que la muerte te iba a salvar? Gustavo Laínez, —comenzó a recitar de memoria con el mismo tono mecánico con el que había pronunciado las palabras de bienvenida —En nombre del gobierno de Ciudad Equis y en vista de las irregularidades detectadas en sus declaraciones de los últimos treinta y seis meses, la Oficina de Tesoros y Tributos a la que represento, en cumplimiento con el artículo seiscientos sesenta y seis de la Ley del Impuesto para personas no corpóreas, se ve en la necesidad de mantenerlo en el plano terrenal hasta que cubra, como buen ciudadano, con sus obligaciones fiscales.

El desgarrador grito de Gustavo Laínez apagó de una vez por todas la luz de las velas.

NOTA

*Gentilicio oficial de Ciudad Equis: La X se pronuncia como el dígrafo QU, es decir, con el sonido de la consonante oclusiva velar sorda (K).

**Lengua oculta en la que está escrita la mayoría de los grimorios y textos arcanos. Descubierta por el ocultista medieval, pescador y aventurero, Chanoc el de la Bahía de la Luna Menguante.

FOTO: Webandi en Pixabay

RS. Martínez

Escritor mexicano de Ciencia Ficción y Fantasía. Publicó su antología Ahora tenemos vino y otros cuentos (Acento Editores 2020) y está trabajando en su primera novela.


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