Daniel SanMateo
If we take eternity to mean not infinite temporal duration but timelessness,
then eternal life belongs to those who live in the present.
Ludwing Wittgenstein
Vio el espectacular de reojo. Iba a más de cien en la autopista. Alcanzó a leer algo sobre vida eterna.
*
Al otro día, desaceleró el Porsche por donde había visto el anuncio. El automóvil que venía detrás se molestó y cambió de carril para rebasarlo. Le pitó el claxon en signo de molestia, pitó también al tiempo de hacerle una seña con el dedo. Esas cosas nunca cambiaban.
Finalmente vio el anuncio espectacular: ¿Quiere usted la vida eterna?
Centelló un número que memorizó. Se comunicaría al llegar a casa
*
—Vida eterna, ¿en qué podemos servirle? —dijo la voz cristalina del otro lado.
—Estoy interesado.
Sonó el pitido del buzón. Era un folleto electrónico con los planes que ofertaban
*
La vitrificación criogénica era un procedimiento simple. Meterse en una cámara cilíndrica y quedarse dormido. Entrar en animación suspendida hasta ser despertado cien años después, cuando la medicina hubiera descubierto la solución contra la muerte.
Vivir eternamente, los doctores del futuro lejano lo harían posible.
*
Un mes después, con sus asuntos en orden, el banco, la casa, y despedirse de sus amigos que nomás no lograron entender la razón de ese adiós, firmó el contrato con la Corporación Vida Eterna y fue congelado.
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Le habían dicho que no sentiría dolor alguno, que sus sueños por los siguientes cien años serían placenteros. Se despertaría en un mundo curado de todos los males. No más hambre, no más pobreza, no más violencia, no más enfermedad ni muerte.
La gente del futuro sería bella y sana, joven por siempre, de sonrisas y chapas rosadas. El paraíso en la Tierra.
*
Soñaba el centésimo sueño cuando un golpe seco retumbó en su cámara criogénica.
La puerta se abrió y el cambio de temperatura lo despertó. Regresó a la conciencia con la luz lastimándole los ojos. Su cuerpo entumecido se descongelaba de su féretro gélido. Su visión, tras entrecerrar los ojos, acostumbrándose lentamente al nuevo brillo.
Apenas segundos antes soñaba con un paisaje frondoso, totalmente florido, ahora la luz cegadora le quemaba la retina.
Recordó que tenía cuerpo. Intentó mover un brazo y sintió una pesadez de años. Logró sujetarse del borde y por fin dio un paso fuera de la cápsula.
Su pie desnudo se plantó sobre un suelo tapizado de astillas, de fragmentos blancos como cascaron de huevo.
Recogió uno. Parecía hueso.
Miró alrededor y pudo ver cientos de fragmentos esparcidos por el suelo. Por entre los fragmentos pequeños, otros mayores, formas de cráneos, orbes blancos con oquedades de diversos tamaños.
—Miren —dijo una voz—, aquí llega el nuevo.
Giró la cabeza hacia la voz. Una figura sombría se delineo en su vista.
—Hola, ¿éstas ahí, amigo? ¿Qué tal despertar?
Su mente hizo un esfuerzo para producir una frase. Sus cuerdas vocales, en desuso de años, vibraron con un canto diáfano casi imperceptible.
Se esforzó más:
—¿Qué sucede, ustedes son los doctores?
—Preguntas, preguntas, por qué siempre despiertan con tantas preguntas —dijo la voz.
—¿En qué año estamos?
—A eso me refiero, siempre tantas preguntas.
—¿Quiénes son ustedes?
—Te responderé lo básico, amigo, estamos en el futuro, sí, el futuro por el que pagaste, ¿los doctores?, los doctores hace tiempo que se fueron.
—¿Qué?
Su mente no lograba procesar lo que escuchaba, la voz parecía mofarse. Dónde estaba, qué estaba sucediendo. Sintió un mareo y su cuerpo casi desfallece. Se sostuvo de la cápsula, sentía una pesadez generalizada, un dolor extraño que le nacía desde su interior.
—¿Cuál era tu otra pregunta? Ah, sí, quiénes somos. Nosotros, amigo, somos los sobrevivientes.
—¿Qué?
—Los sobrevivientes, escuchaste bien, amigo —dijo la voz—. Verás, todo se fue a la mierda. El calentamiento global, la guerra nuclear, los polos derritiéndose, las epidemias que acabaron con millones. Se puso feo, muy feo.
—¿Cuándo?
—Ya tiene tiempo, amigo. Fuiste afortunado porque no te tocó, estabas como cubito de hielo.
Su mente se opacó. Qué estaba escuchando, quiénes eran esas voces, ¿los sobrevivientes?
—O quizá los afortunados somos nosotros.
El hombre de la voz rio. Otra silueta apreció en el cuadro. Rio también. El individuo de la voz sacó un cuchillo.
—¿Qué haces?
—¿Qué crees que hago, amigo?
—Por favor no lo hagas, no entiendo esto, qué quieres —gritó.
—Sobrevivir —dijo con sequedad.
—Alguien debe impedir esto, es atroz, ¿qué está pasando? No entiendo.
—¿Qué no entiendes, amigo?
—Pero no entiendo, este es el futuro, todo está bien.
—Te diré otra cosa para que veas que todo está en orden. En el futuro, el futuro prometido que soñaste por cien años en tu noche hibernal, la única ley que hay es que los sobrevivientes deben sobrevivir. Es la ley, amigo, es fácil de entender.
—Pero…
—Bienvenido a la verdadera vida eterna —el hombre del cuchillo avanzó en su dirección.
FOTO: PIXABAY
Daniel SanMateo
México, 1984. Autor de Luciérnagas en el desierto (Bambú, 2012), Los Ángeles es una escena del crimen (IMC, 2012), Nunca más serás tan joven como ahora (GYRE, 2016). Antologado en Antología Virtual de la Minificción Mexicana, Vamos al circo Ficción hispanoamericana (BUAP, 2016), Cortocircuito Fusiones en la Minificción (BUAP, 2017), Todo es nuevo bajo la luna (Anacreónticos, 2016), Edrielle (Concierto de solistas, 2015). He publicado narrativa y poesía en revistas como: Opción, Molino de Letras, Penumbria entre otras. Edito el blog sobre poética: https://poiesisdesanmateo.blogspot.com/
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Todo está bien, claro que depende desde el punto de vista.
Interesante relato.
Saludos,
J.