Teoría Ómicron

Revista de ciencia ficción y fantasía

OTRO MUNDO ÓMICRON: Pasado, presente y futuro de La metamorfosis

MIguel Ángel Di Giovanni nos comparte su texto sobre la metamorfosis de Kafka

Por Miguel Ángel Di Giovanni

No recuerdo si leí La metamorfosis obligado por el profe de literatura en tercer o cuarto año del industrial, o quizás supe de ese cuento en un reportaje a alguno de los músicos que por aquella época seguía devocionalmente en las revistas de rock. La cosa es que rondaría mis quince o dieciséis años. Fue amor a primera vista.

No puedo decir por qué, pero siempre le creí a Kafka, siempre. Eso, en parte ha marcado mi vida. Un tipo puede despertar de un sueño tranquilo convertido en un enorme insecto.

Después de La metamorfosis solía despertarme, y jugar sin abrir los ojos, a tantearme el cuerpo en busca de alas, o caparazón, o patas.
Es que Kafka te asusta sin sangre, sin vampiros, sin zombis. Está más allá de esas obviedades.

Leer a uno de los escritores más influyentes de la literatura universal, es ir de su mano por una expedición a la verdad, y es eso lo que estremece: La verdad, la doble moral, el egoísmo.

Por eso cada vez que tenemos que hacer un trámite, aparece el Kafka terrorífico. Cada vez que del otro lado de un mostrador un empleado, creyendo tener sobre sus espaldas el destino de un imperio, te sonríe y te dice: vuelva mañana. Y vos, lejos de saltar sobre él para apretarle el cuello hasta que se ponga morado, te vas, y volvés mañana, y pasado, y pasado…
Kafka vive cada vez que un igual a vos, valiéndose de una infinitésima cuota de poder, y solo por eso te dice: No.

Franz Kafka supo transmitirnos que a la vuelta de la esquina está ese imbécil que cree que somos bichos que debemos rendirnos de rodillas frente a él.

Con los años, y las relecturas, han ido apareciendo las otras interpretaciones. ¿Y si el carácter de su familia lo hizo tan despreciable como un bicho? ¿Y si Gregor Samsa, a modo de protesta se transfiguró? ¿Y si siempre fueron una familia de bichos? ¿Y si los que se transformaron en humanos que descartan a uno de los suyos a la hora de achicar gastos, fueron todos menos él? Cada relectura puede aportarte un nuevo interrogante.

De grande supe que Kafka nunca quiso que la tapa del libro tuviera por ilustración, un bicho; eso lo quería dejar decididamente para la cabeza del lector. Yo me inclino a pensar que en esa decisión hay un mensaje. Porque hoy, Gregor Samsa puede ser cualquier hijo de vecino que un día no puede producir más. Un día no se levanta más de la cama, sino para robar algo a la pasada y conseguir otra dosis. Hoy Gregor puede ser esa abuela “depositada” en un geriátrico. Sí, Kafka, nos lo está advirtiendo desde hace más de cien años.

Perdí la cuenta de cuantas veces leí La metamorfosis, pero conservo siempre la misma sensación de mi juventud: Lisa y llanamente un tipo se despierta convertido en un insecto.

El cuento increíblemente no envejece, se va construyendo a sí mismo con el tiempo, o más bien, se va adaptando a los tiempos que corren, y hasta diría que cobra más vigencia. Quisiera pensar que es así, por mérito de Kafka, más que por pertenecer a una sociedad que, a la luz de los acontecimientos, no ha avanzado nada. Pero la última opción parece imponerse.
Tengo la ilusión de algún día aprenderme La metamorfosis de memoria.
Mientras tanto, los invito a una aproximación de mi parte al mundo Kafka.


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Inés y Gregor

Inés se fue a la cama tarde. Repasar la modesta cocina de la cabaña, la haría calmarse después de la discusión. Pasó al cuarto tratando de no hacer ruido, y se metió en la cama. Gregor ya estaba dormido. Le dio la espalda y lo intuyó frío, más frío.

¿Qué Karma estaría pagando —se preguntaba Inés—, si es que eso existe? Gregor tenía tantos motivos para odiar su vida, que ella se sentía culpable por tratarlo como a una persona normal.

Sin embargo, fue precisamente ese trato lo que dio a la vida de Gregor una esperanza, cuando aquella madrugada se desvaneció, y todo el mundo lo creyó un bicho muerto. Todos, menos Inés.

La familia de Gregor había mutado, su entorno se había vuelto hostil. El padre, la madre y la hermana se habían transformado en seres crueles e insensibles como insectos.

Inés lo conoció a través de Grete, la hermana de Gregor. Ellas compartían algunas tardes practicando violín.

Para Inés, su Gregor siempre fue así, o casi siempre. Apenas unas miradas como saludos durante la activa vida de viajes de él, antes de la metamorfosis. Y cuando no viajaba, él pasaba más tiempo descansando en su cuarto, que haciendo sociales con la amiga de la hermana.

De todas formas, algo más allá de lo físico los había atravesado, y cuando la familia partió dejando lo que creían un bicho muerto, Inés se apiadó de él.
De a poco, Gregor se fue recuperando. Inés decidió que era mejor para ellos alejarse de la gente. Una noche partieron hacia las afueras de la ciudad. Allí, apartados, ocuparon una cabaña abandonada en el bosque.

Si bien al principio no fue fácil, se fueron amoldando el uno al otro. Después de un tiempo, Gregor logró, gracias a la ayuda de Inés, dejar de usar un rudimentario sistema de golpes para comunicarse, y cambió aquellos gruñidos y sonidos monstruosos, por algunas palabras simples, aunque siempre con un chillido de fondo.

Como Inés fue educada en una escuela de monjas, era habitual que le leyera La Biblia. Él solía repetir, dentro de sus posibilidades, la última palabra del párrafo que Inés acababa de leer.

Los años pasaron, y los días de felicidad se fueron alejando.
Inés, que tenía que ocuparse de todo, envejecía rápido, y él seguía siempre igual. ¿La sobreviviría como sobrevivió a su familia? Sabían que de no mediar algún cruce con cazadores en el bosque, sí, Gregor sobreviviría a Inés, como a todo lo humano.

Vivir a escondidas de la gente se le hacía muy pesado a Inés. Y para los ojos de los campesinos de la zona, era la vieja solitaria del bosque.
Y otra vez la pregunta que ya no les causaba gracia como cuando ella era joven: ¿Era un humano con cuerpo de insecto o un insecto con intelecto humano?

Estaba amaneciendo cuando por fin Inés se durmió. Nunca escuchó a Gregor levantarse y salir. Gregor se perdió temprano en las profundidades del bosque.

Cuando Inés se despertó, vio un montoncito de flores silvestres sobre la pequeña mesa junto a la cama. Sonrió, y adivinó la silueta de Gregor entrando en la habitación.

Volvieron a hablar sobre la idea de Gregor para que Inés regresara a la ciudad. A ella nada la haría cambiar de opinión: Mejorar la calidad de sus últimos días alejada de su Gregor, no estaba en su cabeza. Esta vez, Inés no tuvo fuerzas de discutir, y no hizo falta. Gregor no la contradijo. Ya era demasiado tarde, no había dudas que se estaba muriendo.

Durante la agonía de Inés, él se las ingenió para traer agua del arroyito con la ayuda de una soga y un balde. Fueron varios viajes ya que era más lo que perdía por el camino, que el agua que llegaba a la casa. También recolectaba algunos frutos y hongos.

Pero aún así, la alimentación de Inés era insuficiente. Su delicado estado de salud empeoró, y finalmente murió.

Las flores que los últimos días Gregor había llevado a la cabaña, y que alegraban a su amada, se fueron pudriendo al igual que los frutos que había recolectado. El mismo cuerpo de su querida Inés se descomponía.

Gregor pasó varios días al lado de la cama, sin moverse, sin comer. Quizás soñó con las lecturas que Inés le hacía de La Biblia, quizás ese ambiente putrefacto le fue más propicio a su condición de bicho. Finalmente hubo una íntima comunión con los restos de su amada. ¿Fue su intelecto humano, o el instinto animal el que predominó? Como sea, cuando Gregor cruzó por última vez la puerta para internarse en el bosque, no quedaban huellas de Inés en la cabaña.

Foto: Imagen de Robert Balog en Pixabay

Miguel Ángel Di Giovanni

Nació el 14 de octubre de 1957 en Colegiales. A pesar de su formación técnica, las letras y la música terminaron por imponerse en su vida. Escribe desde la adolescencia y en los últimos años ha participado de distintos talleres, los más destacados con Marcelo di Marco, Sol Pavéz (dramaturgia) y María Meira (guión). Tiene publicado un libro de narrativa infantil, Un mar de mieditos, editorial Peces de Ciudad 2017 (2018 segunda edición). Y publicó más de una docena de cuentos para adultos en revistas literarias digitales (Cronopio de Méjico, Almiar de España, Letralia de Venezuela, Axxón, El Narratorio, Sello de Tinta,  Extrañas Noches y Kundra de Argentina).


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