Por Jorge Etcheverry
Ahora sería pertinente hacer un alcance sobre un tema bastante espinudo y muy contemporáneo que ha sido fuente de bastantes comentarios desfavorables sobre el ilustre autor providenciano (de Providence, Rhode Island, no de la calle Providencia en Santiago de Chile), asunto al que vamos a aproximarnos un poco lateralmente. Se trata de su posible racismo. Pero antes, debo decir, debido a mi conocimiento del texto (lo tengo entre mis manos), que el Necronomicón no es una superchería ni un invento, como los tristemente célebres Protocolos de los sabios de Sión, sino una realidad bastante desafortunada por cierto. El Necronomicón no es ni una ficción ni un libro truculento, como el uso que Lovecraft hace de él podría hacer suponer. Podemos adelantar que si se hubiera tratado de un libro ‘occidental’ mítico o relacionado con el ocultismo, como digamos la obra de Eliphas Levy o Paracelso o algún grimorio, esta obra hubiera recibido una atención más seria de parte del autor, por otra parte bastante versado en las ciencias ocultas y los antiguos mitos, como lo da a entender a través de las menciones en sus relatos de prácticamente todos los libros maestros del ocultismo, la alquimia, etc. Pero lo que pasa es que el Necronomicón, “del árabe loco Abdul Alzared”, no es un libro occidental, lo que hizo que, o bien nunca lo leyera, o lo leyera muy por encima, o bien se refiriera a él como fuente secundaria y exclusivamente dentro de la economía del ‘plot’ de sus narraciones. Y volviendo al asunto inicial, ya en El caso de Charles Dexter Ward, por ejemplo, el autor se refiere a “la miseria y el vicio políglota” de un barrio venido a menos y lleno de gente que ahora en América del Norte se denomina como “de origen étnico”. Él habla de “caras oscuras y olores innombrables”. En otras muchas partes de su obra se refiere a negros, mestizos, orientales y no europeos en general como conectados con sectas, razas primigenias de bastante malas inclinaciones, y monstruosidades sepultadas eones atrás y que esperan la oportunidad de abalanzarse sobre un mundo que a la postre es de ellos (Ctulhu y compañía).
Entonces en realidad y por haber sido escrito por un árabe, es decir un no blanco, Lovecraft nunca le dio importancia al Necronomicón más allá de un ingrediente o aditamento para las atmósferas y argumentos de su obra narrativa, donde suele citar a veces ese título entre otras obras mágicas, ocultistas o alquímicas históricas; “Hermes Trigemisto en la edición de Mesnard, la Turba Philosopharum, el Líber Investigationis de Geber; y la Llave de la Sabiduría de Artephous. Todos figuraban allí, junto con el Zohar cabalístico, el juego de Alberto Magno de Peter Jamm, el Ars Magna et Ultima de Raimundo Lullio en la edición de Zetzner, el Thesaurus Chemicus de Rogerio Bacon, Clavis Alchimiae de Fludd y el De Lapide Philosophico de Tritemio, cerrando la lista. Los autores judíos y árabes de la Edad Media estaban profusamente representados y Merritt se puso pálido cuando al sacar un hermoso volumen llamativamente titulado el Qanoon-é-Islam, pudo darse cuenta de que se trataba en realidad del prohibido Necronomicón del árabe loco Abdul Alhazred” (traducción mía de un párrafo de “El caso de Charles Dexter Ward”, que estoy estudiando últimamente y que parece encerrar algunos indicios de que Lovecraft barruntaba algo sobre las técnicas contemporáneas de clonaje y la investigación con células embrionarias).
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Hay quienes afirman, como Farragut, por ejemplo, que el autor da por descontada la existencia real de esta obra, al incluirla junto a esas otras fuentes históricas y reales del acerbo por así decir ocultista o hermético—otros prefieren el término pre o para científico— ( Weber, no el sociólogo, sino su nieto creo, propone el término ‘neo científico’, desde que se enteró de que Heisenberg y Einstein y mucho antes Linneo, habían estudiado con atención la obra de Paracelso).
Lo cierto es que el Necronomicón es un texto científico (de alguna manera) entre otras cosas, y bastante difícil de leer, al menos en parte, ya que está parcialmente cifrado, aunque no se trate de un código tan complejo como el del manuscrito Voynich, que ha desafiado por más de un siglo los intentos de los descifradores humanos y computacionales. El Necronomicón es en parte una cosmogonía (el texto de la columna izquierda en las páginas del manuscrito), con las figuras retóricas y apoyaturas rítmico—vocálicas aliterativas y onomatopéyicas típicas de los textos aprendidos de memoria, para ser declamados ante audiencias colectivas, lo que demuestra que alguna vez esa mitología o cosmogonía fue parte del acerbo cultural de una colectividad. Después viene el texto de la columna del centro, en código, y en la columna de la derecha viene algo que a falta de mejor nombre propondría denominar “álgebra del espíritu”, o “álgebra cultural”, lo que no es de extrañar por el papel de los árabes en el desarrollo de las matemáticas, el álgebra y la geometría. Para dar una idea, en el medio de una ecuación que se asemeja a un algoritmo, se llega a una fórmula que, en traducción (bastante) libre del inglés (que a su vez es traducción del árabe moderno que es la versión que manejó el pobre Yusuf Nehme y que vertió al inglés), sería la ‘Fórmula de Dios’:
D = R = M+M
Es decir Dios igual Religión igual Mediación Moral.
Que más o menos implicaría que la figura de Dios (cualquier dios) vehiculiza una religión (una religión x) que implica a la vez la existencia de una moral y la necesidad de una mediación para la operatividad de esa moral. Me explico. En términos cristianos o musulmanes, primero está la aceptación de Cristo o Mahoma por el creyente y luego vienen normas, decálogos, disciplinas y una moral. En general, esta moral no aparece inmediata o directamente en el por así decir ‘horizonte de expectativas’ del creyente—como podría estar por ejemplo para un Sócrates—, sino mediada por la aceptación previa del Dios. Así, el arbusto incombustible que es Dios le pasa a Moisés un decálogo, pero podría haber sido otra cosa, con otros principios. Lo que lo valida es no su valor ético de por sí, sino el hecho que Dios lo origina u ordena. De ahí se desprende el interesante problema, para el filósofo o el estudiante de la Naturaleza Humana, de si es posible que el Ser Humano pueda mayoritariamente adoptar una ética o moral, cualesquiera, que no esté mediada (prestigiada) por una divinidad o su versión laica.
La columna central de este texto, que es por así decir ‘narrativa’o cosmogónica, es la que obviamente leyeron Lovecraft y varios otros antes que él. Es la única inmediatamente accesible—mediando la traducción, claro—, siendo la que ni está en código ni tampoco constituye esa ‘álgebra del espíritu, o álgebra cultural’ que ejemplificábamos anteriormente. En esta columna central nos encontramos una cosmogonía que pareciera contradecir o separarse de los teoremas de la parte o columna de la derecha, y que es el germen de esa mitología que utiliza magistralmente H.P. Lovecraft y a la que luego tantos otros que han hecho su (desigual) aporte a los mitos de Cthulhu. Desde el texto breve (y a nuestro juicio vestigial) del autor de esta nota en el número 3 de la revista Mapalé de Canadá, titulada “El horror austral”, hasta las magníficas narraciones de August Derleth, que agregó a Ithaca, dios elemental del viento, al panteón de divinidades negativas de esta mitología originada en el Necronomicón. O la incomparable nouvelle de Colin Wilson El regreso de los Lloigor.
Pero aquí no estamos hablando de ciencia ficción. Nos interesa destacar que esta mitología aparece descrita en la columna narrativa del Necronomicón con la misma pretensión de ficción que uno pudiera atribuir por ejemplo a la Biblia o al Corán, es decir ninguna. Es claro que el autor o quienes escriben este texto—se puede suponer que el nombre Abdul Alzahred en realidad enmascara a diversos autores, letrados o escribas, metafísicos o teólogos y geómetras o matemáticos —creen a pies juntillas en esa cosmogonía, que podemos calificar como gnóstica, con la misma intensidad de quienes redactaron esos otros libros sagrados por así decir de ‘corriente principal.’ Fe de la que obviamente Lovecraft carecía, lo que le hizo fácil recurrir a dichos contenidos con el exclusivo propósito de generar ficción. Algo análogo, pero sin embargo muy diferente, a lo que hizo Wagner con las mitologías germánicas que en algún momento constituyeran materia de explicación cósmica para algunos pueblos, o al trato artístico y literario de los temas de las antiguas religiones grecorromanas por los autores renacentistas.
Esta cosmología del Necronomicón es esencialmente la que básicamente ha expuesto Lovercarft: en el origen de los tiempos y en el centro del cosmos existen dos fuerzas opuestas, una que se pudiera llamar positiva y otra negativa, lo que no es ninguna novedad y que tiene parecida expresión por ejemplo en el zoroastrismo. No así en la antigua religión bíblica, ya que el demonio cristiano es más bien una ocurrencia de orgullo o vanidad, de pecado en un universo que inicialmente es totalmente bueno, positivo, lo que le vale a Satán el destierro e inicia su conflicto con el Creador Todopoderoso por el dominio de este mundo. Lo mismo pasa con Adán, que es corrompido luego por la serpiente (Satán). O mejor dicho a través de la tentación de Eva, — lo que inicia, justifica y fundamenta que en las tres religiones así llamadas del libro, porque se basan en la Biblia, la judía, la musulmana y la cristiana, la mujer sea un género subordinado—. Entonces, en estas religiones lo positivo de alguna manera se corrompe y da origen así a ese ámbito negativo que se le opone y que termina por ser parte aleatoria de todo lo que existe, incluyendo a la naturaleza humana, que ya no está dispuesta totalmente al bien y siempre será proclive al pecado. De ahí vienen esas divisiones del ser humano tan caras al pensamiento occidental cristiano, esas dicotomías entre cuerpo, materia, caducidad, perecibilidad, vs. alma o espíritu, eternidad. De ahí también vendría la capacidad dicotómica del hombre de decidir entre su parte espiritual y su parte animal corporal, material, etc.
Pero luego de esta digresión, volvamos a esta mitología que nos preocupa, y que por su antigüedad sería la primera. Aquí, se da por el contrario una división inicial entre dos tipos o grupos de entidades, unas positivas y otras negativas, de ahí un maniqueísmo inicial del universo, de todo lo que existe, que previamente a ninguna corrupción ya contiene elementos que el lenguaje popular califica como ‘malos’. Las entidades positivas, —luego de una batalla entre el bien y el mal cósmicos, o sus equivalentes, algo así como un ‘Conflicto de los Siglos’adventista—, desterraron a los vencidos, entre otros lugares, al planeta Tierra. Es interesante señalar que en esta cosmogonía, los seres humanos—o quizás la vida toda en el planeta, es un subproducto, o bien no intencional o bien premeditado, de la actividad de esas entidades. En el segundo caso, nos encontramos con que los seres humanos habrían sido creados en una pavorosa versión de esa doctrina tan de moda en estos tiempos y que se llama ‘Diseño/designio inteligente’ (Intelligent Design). Entonces, el ser humano habría sido diseñado como alimento o fuerza de trabajo por esas divinidades negativas elementales, desterradas o exiladas a este planeta y que distraídas o embotadas por milenios, de alguna manera se descuidaron, dejando que sus producciones poblaran la tierra y elaboraran una cultura. Pero que ya estarían empezando a agitarse en sueños, próximas a despertar y a reconquistar su territorio.
Foto: Imagen de sspiehs3 en Pixabay
José Etcheverry
Chileno, en Canadá desde 1975. Poeta, prosista y crítico, Cronipoemas, su sexto libro de poemas, apareció en 2010. Su novela De chácharas y largavistas y su antología de narradores chilenos en Canadá, Northern Cronopios, son de 1993. Tiene prosa, poesía y crítica en Chile, Canadá, México, Cuba, Estados Unidos y otros países. Su Chilean Poets: A New Anthology fue publicada en 2011, en Estados Unidos. Aparece recientemente en antologías como Antología de poesía chilena I. La generación de los 60 de Teresa Calderón, Lila Calderón y Tomás Harris, 2012; Alquimia de la tierra, de Santiago Aguaded Landero y otros, España, 2013 y en Elogio del Bar, bares y poetas de Chile, Gonzalo Contreras, Chile,2014. Su colección de cuentos Apocalipsis con Amazonas, es de 2015. Su último libro de poemas, Clorodiaxepóxido fue publicado este año por Montecristo/Cartonero, en Chile. Es embajador en Canadá de Poetas del Mundo. Su último libro es la novela de ciencia ficción “los herederos” .Su libro de cuentos fantásticos y de ciencia ficción “Apocalipsis con amazonas”, fue publicado en 2014.
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1 thought on “OTRO MUNDO ÓMICRON: Breve introducción a la lectura del Necronomicón, en la versión inglesa de Yusuf Nehme.”
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