Antonio Mora Vélez
El poeta norteamericano Walt Whitman (1819-1892), quien pretendió según uno de sus prologuistas “construir un puente entre el mundo de la Materia y el de los espacios infinitos del Alma” y cuyos poemas son –en opinión de otro de sus analistas– “la inocencia y la magnificencia de un mundo nuevo” (1), es también el divulgador en su tiempo de una corriente cosmológica que hoy es aceptada por la mayoría de los hombres de ciencia del mundo. Pero que en su época debió ser rechazada por la mayoría de los científicos de su país y por la casi totalidad de sus coterráneos.
Para situarnos en el tema conviene recordar que desde los primeros tiempos de la reflexión filosófica ha habido partidarios de las tesis dialécticas que estiman infinitos al tiempo, al espacio y al universo, y quienes han negado incluso el movimiento con el argumento del “ser inmutable” que no puede, si se transforma, convertirse en el no-ser, que no existe. Para Heráclito de Éfeso, todo cambia, todo se transforma, el mundo está en permanente movimiento. Demócrito sostuvo que solo existen los átomos y el vacío y que a ellos solo se puede llegar por el pensamiento. Para los llamados eleatas, con Parménides a la cabeza, “el movimiento es impensable: al estar todo lleno del Ente un desplazamiento de algunas de sus partes es también inconcebible”. Y si nada existe por fuera de este Ente increado, único e inmutable “el mundo de la experiencia sensible, que se halla en tajante oposición a esta Ontología, solo puede ofrecernos un conjunto de imágenes engañosas” (2). Siglos después el materialismo dialectico afirmaría que todo está en permanente movimiento y que la materia es infinita en el tiempo y en el espacio y que de igual manera el conocimiento es infinito. Enfrentado a pensamientos posteriores como el de Husserl, para quienes “no podemos estar seguros de la existencia de enunciados necesarios y universalmente válidos”, vale decir, de la relación existente entre la conciencia y el mundo (3).
Whitman en su poesía se muestra partidario de la concepción del filósofo de Éfeso, para él “Todo se expande y avanza, nada se destruye”, y lo explica porque cree que “…la Naturaleza sin frenos con su energía original” vale decir “la materia y la multiplicación…” avanza “desde las tinieblas” con sus “iguales opuestos”. Aludiendo a la ley de unidad y lucha de contrarios de la Dialéctica que posiblemente conoció en su versión hegeliana, ley que explica el desarrollo de todos los seres.
Para Whitman el espacio y el tiempo son ilimitados e infinitos y están sustancialmente ligados a la materia en movimiento. “Mira tan lejos como puedas, hay espacio ilimitado más allá” … “Cuenta tantas horas como puedas, hay tiempo ilimitado antes y después”. “Espacio y tiempo, ahora comprendo que es cierto lo que intuí” afirma en otro verso, para concluir: “conozco la amplitud del tiempo”, explicable para quien afirma suponer la existencia de “…millones de soles más” y de “…un millón de universos”, como lo dice en sus versos del poema Canto a mí mismo. Y lo reafirma en estos otros versos: “Hemos consumido hasta la fecha trillones de inviernos”. Ciclo de existencia y vida que considera infinitos, como lo cuenta en estos versos del poema De noche, en la playa: “Los vastos soles inmortales y las eternas lunas meditabundas volverán a brillar”. En este universo y en los muchos otros, ningún cuerpo es eterno pero el conjunto de la materia que los forma, sí. Siempre habrá astros que mueren y otros que nacen de esa misma materia indestructible, en este universo y en los muchos otros que seguramente existen. Whitman lo supo y lo dijo.
Para Whitman la vida no es un fenómeno exclusivo de La Tierra. En su poema ya citado, afirma: “Avanzando veloz por el espacio, avanzando por el cielo y entre los astros…Visito los huertos de los planetas y echo una mirada a los frutos y veo trillones de frutos maduros y trillones verdes”. Poema que, tal vez, me puso a pensar en la misión de Vernon en mi cuento Glitza, de viajar al planeta óptimo de Alfa Centauro en busca de los vegetales que La Tierra ya necesitaba para sostener a su población. Y que la ciencia de nuestros días está confirmando en cada huella que descubren sus artefactos en Marte.
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Conocedor de la existencia de la teoría del torbellino formador de los planetas, de Laplace, sostuvo que “la nebulosa se cohesionó en un orbe”. Es decir, en un mundo, en un cuerpo estelar. Y como para que no quedara duda de sus lecturas e inclinaciones filosóficas, afirma: “Cuando abarquemos esos orbes, y tengamos el placer y el saber de cuanto en ellos hay, ¿Nos sentiremos colmados y satisfechos? No, si alcanzamos esas alturas es para sobrepasarlas y seguir más allá”. Declarándose partidario de la concepción de la infinitud del conocimiento, lógica consecuencia de la infinitud del tiempo y del espacio.
Como dije al principio, Whitman debió conocer las opiniones contrarias a este pensamiento suyo de sus poemas, nada extraño en una sociedad cuya mayoría de habitantes niega la teoría de la evolución del hombre y creen hoy en pleno siglo XXI que el hombre tuvo su origen en la pareja divina de las diferentes Biblias; a ellos les dedicó estas palabras de su poema Cuando escuché al docto Astrónomo, poema en el que narra lo aburrido que se sintió en la conferencia del citado científico. Dicen así: “…me escabullí de mi asiento…y me fui a caminar solo…mirando de rato en rato y en silencio perfecto a las estrellas”, un rato de contemplación más beneficioso para el espíritu que la cháchara científico-religiosa del astrónomo conferencista. Y que me hizo pensar en el momento inicial del filme basado en la novela de Carl Sagan: Contacto; y en el que la personaje –la astrónoma Eleanor Arroway– les dice a los niños que la acompañan en la noche de contemplación de las estrellas: ¡Si en esas inmensidades del cosmos no hay otros seres como nosotros, qué desperdicio de espacio!
No obstante que muchos de sus analistas sostienen que su poesía tiene raíces en sus muchas lecturas de los libros clásicos de la filosofía hindú (Los Vedas…) lo que él confirma en su poema titulado Tránsito hacia la India (“Elucidemos los asiáticos mitos, las primitivas fábulas”, dice), no hay duda de que su pensamiento es más realista que idealista –es posible que se haya enterado, leyendo los Vedas, de la existencia del empirismo Charvaka, escuela que es considerada precursora del materialismo (4)– pero sin llegar al extremo de negar la existencia del espíritu. “Sé que el espíritu de Dios es mi propio hermano” dice en su poema clásico. Y en él se autodefine: “Divino soy por dentro y por fuera”, repitiendo a Spinoza. Y en otros versos sostiene: “Soy un pináculo de cosas logradas y encierro en mí las cosas que serán”, concepción antropocéntrica que nos recuerda a Protágoras (“El hombre es la medida de todas las cosas”) y que alude a la identidad que hay entre la constitución de nuestro cuerpo y la del mundo. “Cada átomo mío también te pertenece a ti”, afirma. “Por mí fluyen sin cesar todas las cosas del universo”. Como si dijéramos hoy con la astrofísica: Estamos hecho del material que nos han suministrado las estrellas. Pensamientos todos que me confirman en la tesis de sostener que, para los escritores de cara al futuro, todos los aportes de las diferentes corrientes científicas, filosóficas y religiosas son válidos al momento de poetizar, sin que el texto que resulte implique un compromiso con ellas diferente del núcleo humanista que contienen.
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Whitman fue un poeta que utilizó elementos del pensamiento científico de su tiempo, en esa dirección mencionada del humanismo. Por eso debió sentir desconfianza por las opiniones de muchos científicos de su país y de su tiempo que iban en la dirección contraria a sus deseos de poeta. Y aunque valoraba “la ciencia positiva”, nunca creyó que el futuro pudiera ser propiciado por esa ciencia, sino por la ética y la poesía y así lo declama en la parte final del numeral 5 de su poema Tránsito hacia la India. “Vendrá al fin el poeta digno de ese nombre…” y les cantará la verdad a los científicos y entonces “el secreto será revelado…La Tierra entera será justificada por completo…y la Naturaleza y el Hombre ya no estarán disgregados. El auténtico hijo de Dios, el poeta, los fusionará en forma absoluta”. Anticipándose a las concepciones modernas de los ecologistas, a la lucha que hoy el hombre libra en defensa de la Naturaleza de la depredación a que la somete el capitalismo irracional de las grandes potencias. Y a las palabras del premio Nobel de física Freeman Dyson: “A la larga, tal y como lo dijeran Haldane y Einstein, el progreso ético es la única cura para el daño que produce el progreso científico” (5)
Whitman, como lo ha dicho León Felipe –uno de sus mejores prologuistas– es el poeta de cayado y de mochila; del amor, de la fe y de la rebeldía, hijo de la tierra más que de la sangre, el poeta místico y heroico que vino a derribar murallones, a destruir cercas y vallados, a abrir las puertas de la torre en un mundo en el que estamos todos, acostumbrándonos –como él nos pidió– al resplandor de la Luz. (6)
NOTA
Obras citadas:
- Walt Whitman, Cuerpo, Pueblo, Espíritu. Prólogo de Leandro Wolfson, Longseller, Argentina, 2001.
- Historia de la filosofía griega, Wilhelm Capelle, Editorial Gredos, Madrid, 1981.
- El gran asombro… Jeanne Hersch, Acantilado, Barcelona, 2010.
- Historia de la Filosofía, Tomo I, M.A. Dynnik, Grijalbo, México, 1968.
- Mundos del futuro, Freeman Dyson, Grijalbo-Mondadori, Barcelona, 1998.
- Walt Whitman, Canto a mí mismo, Prólogo de León Felipe, Áncora Editores, Bogotá, 1994.
FOTO: Wikipedia
Antonio Mora Vélez
Colombia, 1942.Abogado, docente y directivo universitario, poeta, cuentista, novelista, ensayista y gestor cultural. Nació en Barranquilla el 14 de julio de 1942. Es considerado uno de los precursores y un clásico de la ciencia-ficción colombiana, el escritor colombiano del género que más libros de CF ha publicado y que más veces ha sido incluido en antologías internacionales. Ha publicado diez libros de cuentos, cuatro novelas, tres poemarios y dos libros de ensayos. Sus cuentos y poemas figuran en varias antologías nacionales y extranjeras, entre las cuales destacamos: Joyas de la Ciencia Ficción (La Habana, 1989), Antología latinoamericana de Ciencia Ficción (Paris, 2008), Ficción y Realidad (Stuttgart, Alemania, 2015) y Tricentenario (Buenos Aires, Argentina, 2012). Ha obtenido varios premios y distinciones. Su cuento Yusti ganó el concurso internacional de cuento de Cf auspiciado por la Unión Hispanoamericana de Escritores (Lima, 2013). Su poema Los jinetes del recuerdo ganó el concurso internacional de poesía fantástica auspiciado por la revista española Minatura (2015). En agosto de 2014 el Parlamento Nacional de escritores le hizo entrega del Libro de Oro de las Letras colombianas como un reconocimiento a su obra literaria. Reside en la ciudad de Montería, Colombia.
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