
Por Francisco José Segovia Ramos
Sobre la obra cumbre del escritor polaco Stanislav Lem, Solaris, hay que empezar por aclarar que no es una novela de lectura fácil y requiere de cierto grado de compromiso del lector que se acerque a ella, que deberá dejar a un lado la opción de un entretenimiento difuso para sumergirse en un conglomerado de ideas y conceptos que van mucho más allá de la mera ciencia ficción.
Esto, por supuesto, repercute en cualquier adaptación que quiera hacerse de esta filosófica obra a un formato tan distinto como es el cine. En este sentido, Solarisha sido llevada a la televisión en formato serie, y a la gran pantalla, en una película casi olvidada y en dos grandes producciones, separadas entre sí treinta años, por dos países antagónicos en lo político y también, en muchas ocasiones, en lo cultural y su concepto de cultura: la Unión Soviética (ahora, Rusia), y Estados Unidos de América.
La novela de Stanislav Lem nos narra una historia situada en un futuro más o menos próximo, en el que la Tierra ha colonizado parte del universo y se ha encontrado con un planeta, Solaris, enigmático y lleno de sorpresas, del que se han esbozado multitud de teorías a través de una disciplina nueva, la solarística, sin que ninguna de ellas haya dado con la clave del extraño comportamiento de un mundo, eso sí, que muchos consideran un ente vivo.

Porque eso es en esencia Solaris, un mundo vivo en su totalidad, un enorme organismo cuyos mares vienen a ser una suerte de plasma sensorial e inteligente, capaz de comunicarse, bien que con dificultad y en circunstancias nada favorecedoras para los humanos que, desde la base espacial que orbita a poca altura sobre ese mar, lo observan y estudian.
Porque el hombre no ha ido al espacio para buscar otras inteligencias, llegan a decir los protagonistas de la novela, sino a encontrarse consigo mismo, o con un modelo perfecto de sí mismo. Una paradoja que, no obstante, no lo parece tanto a poco que se entienda el mensaje final de lo que Stanislav Lem pretende dar: el espacio no es sino un lugar donde el hombre puedesentirse perdido si no se aferra a su propio pasado, a sus sentimientos, a su esencia como ser humano partícipe de lo que le rodea.
La novela, pues, parte de un viaje del psicólogo Kelvin a la base que orbita sobre Solaris, para averiguar qué sucede con sus tres únicos tripulantes, cuyos mensajes han provocado preocupación e incertidumbre en la Tierra.
Allí descubrirá que uno de ellos se ha suicidado poco antes de su llegada, y que los otros dos se mantienen distantes, encerrados en sus habitaciones o divagando sobre lo que les está acontediendo. Solo después de un tiempo, Kelvin podrá aclarar y aclararse qué sucede en realidad, por qué sus “alucinaciones” no lo son tanto, y qué tiene que ver Solarios con lo que les está pasando.
Una esposa perdida, unos sueños sin realizar, y la parábola del amor en los tiempos del desasosiego se mezclan con las teorías solaristas, las formas de intentar contactar con una inteligencia muy diferente a la humana, y las relaciones humanas, tanto de trabajo como amorosas, que pueden llevar a sus protagonistas a una crisis de valores y de sentimientos. Es sintomático que haya diferentes formas de comportamiento ante lo absurdo de verse visitados por seres imposibles, personas muertas o deseos inconfesables: uno de los investigadores, Gibarian, se suicida; otro, Snaut, pierde la cabeza y se comporta alocadamente y el tercero, Sartorius, se refugia en su habitación, incapaz de asumir lo que sucede y para ocultar aquello que el planeta ha creado para él. Kris Kelvin, el protagonista, en cambio, tras un primer trágico encuentro con su amor perdido, Harey, termina por aceptarla cuando regresa, y esa historia de amor perdido y recuperado centra gran parte de Solaris hasta el extraño y abierto final, dignísimo y siempre recordado por aquellos que hayan tenido la oportunidad de disfrutar con la obra del escritor polaco.

Al contrario que la novela de Stanislav Lem, que ha sido editada en multitud de formatos e idiomas, el cine ha sido parco en adaptarla, quizá por esa dificultad de contar una historia plagada de filosofía, religión, ciencia pura y teorías sobre los contactos con otras inteligencias. No es plato de fácil digestión en un mundo visual acostumbrado a lo fácil, los grandes efectos espaciales, las espectaculares batallas entre naves espaciales o la aparición de extraterrestres de aspecto sorprendente, cuando no irracional o repulsivo.
Sin embargo, las que se han llevado al cine no han defraudado, bien que unas han logrado captar el espíritu de la novela y de lo que en ella se manifiesta que otras, más comerciales y actualizadas.

Nos centraremos en las dos más importantes y conocidas, obviando la versión televisiva y la que hizo el cineasta soviético Nikolái Nirenbur en 1968, curiosamente el mismo año que Stanley Kubrick dirigió y dio a conocer al mundo su magistral 2001, Una Odisea Espacial, que ya analizaremos en otra ocasión. Hablamos pues, de las películas de Tarkovsky de 1972, y de Steven Soderbergh, de 2002.
Dado que ambas se ciñen con bastante acierto a la trama original, sería redundante hacer un resumen de cada una de ellas pues nos vamos a encontrar la misma historia con algunas variantes más o menos interesantes. Así que nos centraremos en las diferencias —que las hay, y muy evidentes— entre ambas.
Habría que iniciar este estudio por considerar que la película de Tarkovsky bebe de la tradición cinematográfica soviética y rusa, con referentes claros a Sergei Einsenstein, el autor de, entre otras, Octubrey El Acorazado Potemkin: planos largos sostenidos, diálogos escuetos y contundentes, planos cortos y medios de rostros o actitudes y una importancia manifiesta de los personajes sobre su entorno. En cambio, la de Soderbergh es un claro producto de la industria de Hollywood, más plagada de efectos especiales (aunque sin abusar de ellos), y con unos espacios escénicos más recargados y cercanos al concepto de nave espacial que los que utiliza su contrapropuesta soviética.

En el aspecto técnico, en resumen, aparte de la distancia de tres decenios que las separan, el filme de Tarkovsky requiere menos de espectaculares puestas en escena y, en las ocasiones donde se necesitan, el director soviético las elude con habilidad utilizando planos alternados entre el observador y la víctima del cambio o el suceso, como sucede con las resurrecciones de su novia, Harey. La otra gran ocasión donde se manifiestan es en los treinta segundos sin gravedad, donde los objetos de una habitación “vuelan” libres de trabas, pero con ligereza y armonía, acompañados por la adaptación musical de Eduard Artemev, el músico que da forma a la banda sonora de la película.

La Solarisde Soderbergh, en cambio, se ayuda y apuesta en varias ocasiones por los efectos especiales. También es cierto que no abusa de ellos. La película no los requiere, salvo en el caso de la famosa resurrección de Rheya (nombre de la mujer de Kelvin en esta película), y algunas cuestiones menores, amén de los decorados que, como ya se ha indicado, crean esa atmósfera creíble de encontrarnos en la base espacial Prometheus.
Por otro lado, también hay que hablar de los actores y actrices que participan en ambos filmes. Resulta curioso el parecido —guardando las distancias— entre el actor estadounidense George Clooney y su homólogo ruso, Donatas Banionis. No solo en lo físico (ambos cuarentones, pelo canoso, aspecto robusto y semblante de circunstancias), sino en la propia interpretación. Podrían haberse intercambiado los papeles en sus respectivas películas y épocas sin que se notase un ápice tal cambio. Es de suponer que en esto, como en otros detalles del filme estadounidense, Soderbergh tuvo en mente la película original de Tarkovsky.
La interpretación del resto de actores en ambos filmes puede calificarse de correcta, aunque un tanto histriónica la de Jeremy Davies en el papel de Snow (nombre que sustituye al de Snaut en la película estadounidense). Las actuaciones de las actrices que hacen de Harey (la rusa Natalya Bondarchuk), y la británica Natascha McElhone, que protagoniza a Rheya) son magistrales, y ambas calcan a la perfección a ese personaje creado por el planeta y que evoluciona desde una actitud pasiva, casi de manual de androide programado, hasta la de una persona que siente y vive como un ser humano real.
Después de haber hablado de manera somera de los aspectos técnicos e interpretativos de las dos películas referenciadas, se hace necesaria e imprescindible una valoración sobre las diferencias entre ambas en cuanto a conceptos y desarrollo de la idea, o ideas plasmadas por Stanislav Lem en su obra.
De esta forma, hay que empezar por aclarar que el comienzo de la películade Tarkovsky nada tiene que ver con la novela, pero sirve al director para poner en antecedentes a la audiencia sobre lo que es Solaris, la solarística y lo que ha acontecido antes del viaje de Kris a la base espacial. Así logra no sobrecargar la historia que se va a desarrollar después con pausas para aclarar lo que acontece en el planeta, tal y como sucede en la novela de Stanislav Lem. Ya se ha dicho en otros artículos anteriores a este que los lenguajes literarios y cinematográficos son diferentes y, por tanto, requieren de artificios diferentes para adaptarlos al formato. Soderbergh obvia ese preludio aclaratorio y, hay que decirlo, casi cualquier otra aclaración sobre lo que es Solaris, salvo algunos detalles que va desbrozando en la trama y que no aclaran tampoco mucho. Desde ese principio tan distinto, y hasta el final, la trama de las dos películas es muy similar, con matices de nombres, situaciones y diálogos que no vienen al caso pero que no afectan a la estructura de la narración. Es al final cuando ambos directores difieren casi por completo entre sí, aunque comparten la idea de alejarse el epílogo de Stanislav Lem.

Porque sí, en efecto, tanto Tarkovsky como Soderbergh abandonan el angustioso y desesperado final de la novela del escritor polaco, donde un expectante Kris Kelvin aguarda en la estación orbital el regreso casi imposible de su amada Harey. El director soviético va más allá, y coloca al protagonista en alguna islita perdida en el océano de Solaris, donde se reencontrará con su pasado, con su padre, con su isba en mitad de un paraíso que, visto desde una cámara que se aleja hacia lo alto, no es más que un pequeño terreno circundado por el misterioso planeta que lo ha acogido. En la película norteamericana, Soderbergh sitúa a su protagonista en una estación espacial que, perdida su trayectoria, cae con rapidez hacia su destrucción en Solaris… para acabar con un último plano donde George Clooney cocina en su apartamento de la Tierra y se da un corte en el dedo que cicatriza al momento, lo que viene a decir que ahora es una creación más del planeta, igual a la del original, con sus mismos sentimientos y recuerdos.
Para terminar con este somero análisis de las dos películas más conocidas realizadas sobre Solaris, hay que incidir que, mientras la de Tarkovsky se centra más en la psicología, las relaciones humanas y la filosofía y el modo de entender el mundo y la vida, la de Soderbergh hace más hincapié en el encuentro entre un hombre y una mujer, un marido y su esposa, convirtiendo la película en un drama de resonancias casi shakespiriana. En definitiva, mientras Solarisde Tarkovsky puede considerarse con razón una obra maestra, a la altura de grandes del género como 2001, Una Odisea Espacialde Kubrick, o Silent Runnin, de Douglas Trumbull, la versión estadounidense protagonizada por Clooney, sin llegar a ser una obra cumbre del género, puede equipararse a películas como Interestelar de Christopher Nolan.
Fotos: Editorial Impedimenta/ Editorial Minotauro / Mosfilm / Lightstorm Entertainment

Francisco Segovia Ramos
Granada, España, 1962. Ha ganado, entre otros: el IV Certamen de Relato del Festival Internacional de Cine Fantástico y de Terror La Mano, de Alcobendas, Madrid; el I Certamen de Novela Corta de lectura Fácil; el IV Certamen Internacional de novela de ciencia ficción “Alternis Mundi”; el XXVII Premio de Prosa de Moriles; el II Certamen de Cuentos “Primero de Mayo”, Argentina; y el I Premio de Novela corta de lectura fácil. Obras: “El hombre tras el monstruo” (2017), “La Promesa” (2015), “Los Náufragos del Aurora” (2015), “Viajero de todos los mundos”, (2014), “Los sueños muertos”, (2013), “Lo que cuentan las sombras”, (2010); “El Aniversario” (2007). Partícipe en numerosas antologías de poesía y relato con otros autores. Otras actividades: Colaborador en revistas y periódicos digitales. Participa habitualmente en la Semana Gótica de Madrid. Miembro de la Asociación española de Fantasía, ciencia ficción y terror, AEFCFT.
En su bitácora literaria personal puede seguirse su trayectoria: http://franciscojsegoviaramos.blogspot.com.es/
2 thoughts on “HISTÓMICRON: Solaris: El más puro Stanislav Lem en versiones soviética y estadounidense”
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