Teoría Ómicron

Revista de ciencia ficción y fantasía

CRONISTAS ÓMICRON: Un día más en el paraíso

Publicamos el relato “Un día más en el paraíso” de Henry Bäx

Henry Bäx

Estoy tratando de dejar este mundo, se dice que la Luna es un buen sitio para ir, otros, que Marte está bien colonizado y que, mucha gente ha hecho fortuna; que sus calles están pavimentadas de oro y platino. La verdad es que no me importa el lugar hacia donde vaya, sólo sé que la Tierra dejó de ser el paraíso que antes fue. Ahora este pobre planeta está de mal en peor, hay tanta contaminación que su atmósfera está rodeada de ese humo pestilente y gris que no deja pasar el brillo del sol. Sus ríos, lagunas y el propio mar no es más que un gigantesco basurero donde flotan los desperdicios que producimos. Y para colmo, el clima está enloquecido, no me extrañaría que uno de estos días llueva fuego. Nos hemos vuelto una sociedad de antropófagos, parecemos ratas que salen de cualquier rincón y nos abalanzamos hacia un mendrugo de pan o saltamos sobre una mísera moneda.

Ya no recuerdo con exactitud las bellas calles llenas de lujos que imperaba en la sociedad. Sus magníficas localidades repletas de esplendor y de tecnología. Y qué decir de sus gentes, esas que recorrían sus avenidas en sus transportes de lujo, exudando riqueza y soberbia. Ahora, los más ricos ha migrado, se han ido a otros mundos a poblarlos, se han llevado sus lujos, riquezas, su poder, su orgullo y arrogancia a otros sitios. Han fundado ciudades con grandes construcciones con el pomposo nombre de “nueva”; sí, ahora existe en la luna la “Nueva América”, o en Marte, la ampulosa ciudad “Nueva Europa”. Sus ciudades pueden ser recientes y majestuosas, pero la sociedad, su sociedad, no es nueva, es la misma que ha existido siempre; con sus vicios, su vanidad, su corrupción y violencia. Lo más que seguro que pronto pase lo que aquí sucedió y sigue sucediendo en esta gigantesca capital. Los ricos y poderosos empezaron a apuntar sus armas y matar al más desfavorecido, decían. Acabar con los que traían enfermedades, con la sobrepoblación, con los que migraban en busca de oportunidades de otras ciudades satélites; acabar con ese rostro feo que es la miseria y pobreza. Sí, en eso se convirtió esta urbe, en una cruel lucha por sobrevivir un día más en el paraíso.

¿Paraíso?, pero, ¿qué es el paraíso? Sí, ese término se aplica perfectamente a la ciudad que fue la capital de este mundo y que tenía ese pomposo sobrenombre. Aquella urbe que tenía fama de ser una población celestial, por sus grandes construcciones y tecnología, por ser, desde que fue fundada, la sociedad que acogía a todo tipo de ciudadano. La verdadera ciudad universal en donde todas las gentes del planeta fueran acogidos. Una verdadera Babel, donde confluían hombres de todas las razas, creencias religiosas, posturas políticas y de todas las lenguas conocidas. Pero, al igual que la antiquísima Babel, también cayó en confusión, pero no de Dios, sino, de su excesivo poder político y burocrático. Al igual que aquella monumental torre, la gigantesca metrópoli también se fue cayendo a pedazos, como si fuera una entidad viva contagiada de lepra y que, lentamente se fue pudriendo desde sus entrañas hasta llegar a la más recóndita zona con su putrefacción y pestilente corrupción. Quizás albergar a doscientos millones de habitantes nunca fue fácil para sus miles de alcaldes y ediles que la regían, pero ese fue su reto durante doscientos años, hasta que el sistema colapsó; pero, ¿quién colapsó a quién?, ¿sus ciudadanos o su propia administración? Eso ya no importa, porque ahora toda la grandiosa capital: Esplendia es ya sólo una sombra de lo que en su día fue. Ahora, los que aún sobreviven en sus lujosos suburbios han salido a matar a quienes ellos los consideren intrusos o malvivientes. Esa es su consigna antes de salir de este derruido planeta que está a punto de decrecer.

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Pero me pregunto sí, una vez que abandone la Tierra, ¿pueda conseguir una manera digna de sustento?; a lo mejor logre emprender con algo novedoso en las calles de la Nueva América en la Luna, se dice que allá no ha llegado aún mano de obra barata, no sería mala idea ir hasta sus nuevas construcciones y prestar mis servicios como un fabricante espacial; acaso, ser útil como empleado agrario. Tal vez, sembrar y cosechar manzanas o brócolis lunares sea una mejor opción para mí. Ardo en deseos de caminar por las avenidas de la Luna, en hacerles saber que no he llegado a robar sus lujosas mansiones, ni sus apreciadas joyas, tampoco deseo que se imaginen que me interesa asaltar las bóvedas de sus bancos, y sustraerme el dinero que ellos saquearon antes de abandonar Splendia. Sólo quiero la oportunidad de trabajar y, por qué no, llegar a ser tan rico como uno de sus codiciosos ciudadanos.

Pero si me falla mi plan, tampoco pierdo la fe de llegar a Nueva Europa en Marte. Ardo en deseos de conocer su gigantesco domo de grueso vidrio que la mantiene viva, y recorrer sus luminosas avenidas, sus rojizos amaneceres, sus fríos valles llenos de encanto y soledad, sus noches embriagadas de melancolías por su pasado misterioso. Sé que allá hay gente que logró convivir con su espantoso y árido clima, que lo domó y que logró fundar su maravillosa ciudad. Debo admitir que el hombre tiene un valor incuestionable, que no se deja vencer por las adversidades, que, a pesar de su innato instinto de autodestrucción e infinita codicia, es indomable ante las dificultades; que no se deja doblegar fácilmente. Ya lo hizo en la antigüedad cuando colonizó América y sus colonias. Lástima que, una vez que logra sus objetivos, se deja conducir por su maligna naturaleza. Y eso se ha llevado de la Tierra; pero me pregunto, ¿si el hombre se ha ido para allá con su fe, sus creencias, sus dioses?, a lo mejor es más cómodo crear nuevas deidades que no les cuestionen ni juzguen su moral, su ética, su alma ni sus actos bochornosos. Quizás idolatrarán a Jano, el dios de dos caras, la una que ve al pasado, y su otra faz, al futuro. Marte es un hervidero de gente que desea a toda costa exprimirle hasta su última gota de riqueza; no en vano, el planeta rojo es la capital de la minería. Pronto se volverá en un gigantesco agujero donde ni la luz del sol llegue. Sé que tendré la misma oportunidad que todos; llegar y con mi pico clavar sus entrañas hasta verle verter, oro, platino, hierro, paladio y sangre.

Si en la tierra había una ciudad que era el paraíso, cuán difícil será fundar aquí un nuevo paraíso. Nueva Europa llena todos esos requisitos. Está en otro mundo, hay riquezas por doquier, sus avenidas son lujosas y amplias, su gente no deja de ser orgullosa y soberbia por vivir aquí; de hecho, ellos dicen que los hombres que habitan la tierra son subhumanos. Seres que han perdido la fe y que, al no tener la oportunidad de poblar la nueva ciudad, son gente que no merecen ser llamados humanos porque son pobres y míseros. Desde luego que yo no calzo con esa descripción, porque llegaré a como dé lugar; seré uno más de ellos; vestiré su pomposa moda, conduciré sus vehículos de tracción magnética, su oro y paladio me adornarán mis dedos y el cuello. Sólo es cuestión de llegar y vivir esa nueva utopía que el hombre ha creado. Ser un habitante de las estrellas y ganarme el respeto de los demás por mi estilo de vida y de lujos innecesarios.

Sólo es cuestión de días para cumplir mi caro anhelo; hasta ahora, he sorteado con cierta facilidad las balas que, los últimos ricos, han disparado contra gente empobrecida y miserable como yo en este moribundo paraíso. Sí, es verdad que, para cumplir mi propósito he tenido que denunciar a mis pares, pero, ¿tiene eso alguna importancia?, los nuevos ricos que ahora habitan otros mundos hicieron lo mismo, robaron dinero a los más incautos por medio de su corrupción, tuvieron que mentir, engañar, estafar y matar para escalar socialmente. ¿Acaso el sistema hizo algo al respecto?, no, ahora son respetados por su riqueza y poder, son gente venerable que habla de honradez y de moral. Es el paradigma a seguir para las nuevas generaciones. Su lema es: “nuevos mundos, nuevas reglas”. Pronto llegaré a esos sitios y, de ser necesario, impondré mis reglas.

Pero antes de abandonar este podrido orbe, hay tiempo aún para la melancolía. Recuerdo que antes de esta catástrofe, salía a caminar por las calles de esta gigantesca ciudad, y miraba hacia el cielo negro y veía las estrellas brillar como inocentes lucecillas que inspiraban poesía y amor, oscuridad lejana de un universo vasto y misterioso, que cual vientre materno, alberga mundos y estrellas a punto de parir. Estallidos de luz que ansiaba esperanza en la humanidad. Y no había cosa más mágica que oler a preticor, aroma primigenio que sustentó al hombre feral que vivía en cuevas. A veces, subía a una lejana colina y observaba desde abajo, la cintura cósmica de la vía láctea, esa que nos recuerda que somos polvo estelar, que somos partículas ignotas y que formamos parte del gran río de la Creación; agua de un océano de espacio y tiempo sin fin. Linfa que Heráclito dijo que no se cruza dos veces por el mismo lecho acuoso. Sangre que se funde con el arco voltaico azul de la Tierra y el firmamento, y nos recuerda que, cuando la tragedia llega, nos llega a todos, porque los hombres somos, todos y uno, uno y todos. Me gustaría saber si existe todavía alguna lejana esperanza para el hombre que habita este mundo que cada vez es menos mundo, y cada vez es más inhumano.

Pero, ¿a quién trato de engañar?, si sé que todo lo que he planeado es imposible, sólo una falsa ilusión. Es verdad que he cometido cosas nefastas para cumplir con mi propósito. No tengo excusa, no la busco, pero en este mundo que de a poco se está cayendo a pedazos, la excusa es sobrevivir a como dé lugar. Pertenezco a millones de gente que está pauperizada por el sistema que nos rige, no en vano, los ricos se han atrincherado en sus lujosos barrios y, desde sus mansiones, apuntan sus armas para matar a la pobreza y miseria. Ellos creen que matándonos acabaran con el problema; el problema no está en la pobreza y la miseria, sino, en sus causas. Pero, los poderosos no cuestionan aquello, ellos han tenido la magnífica idea de partir y fundar nuevas ciudades en otros mundos. Allá no hay rostro que les recuerde que fueron los causantes de esto. Vivir con los ojos cerrados ante la realidad y disfrutar de sus riquezas es también una forma de evadir la verdad y su responsabilidad. No creo que pase mucho tiempo antes que se autodestruyan, que su dinero y sus excesivos lujos y su aberrante tecnología no es la felicidad que ellos creen. Ya se darán cuenta que el mundo que abandonaron fue su único y verdadero hogar.

Mientras tanto, la gente que trata de sobrevivir en este mundo agónico, en donde sus mares son cada vez más verdes, su aire más envenenado, la tierra es cada vez más yerma y estéril, es de momento, nuestro hogar. Cada día es diferente al otro, por que tratar de no ser asesinado por un rico desquiciado es toda una aventura.

Tratar de supervivir un día más en el paraíso, es la consigna.

FOTO: Zirlyzizu en Pixabay

Henry Bäx

Ecuador, 1966. Tiene 30 obras publicadas desde el 2007 hasta el 2019 entre las que se destacan: El pergamino perdido, El psíquico, El libro circular; artificios de un asesino, La muerte visita el seminario, Sin aliento y otros relatos de ultratumba, Antiguas mitologías de los siloitas,El doctor pesadilla y otros relatos inquietantes, La cruz de fuego, relatos de misterio y mas espectros, El inventor de sueños: relatos de ciencia ficción, Episodios futuristas, Adan y otros relatos menores, El tren de los fantasmas y la montaña encantada, Hojas de marzo (poemario).