Teoría Ómicron

Revista de ciencia ficción y fantasía

CRONISTAS ÓMICRON: Presente, pasado y futuro

Publicamos el relato "Presente, pasado y futuro" de José Baroja.

José Baroja

El pasado arcilla que el presente labra a su antojo. Interminablemente.
Jorge Luis Borges

El 4 de agosto de 2018, Jorge Casares, tras terminar su jornada laboral de ocho horas, ya fuera de las dependencias de su trabajo, se encontraría inesperadamente charlando con un niño, de no más de diez años, quien, aparentemente, lo había estado esperando desde mucho más temprano. Al menos eso supongo o quiero suponer, puesto que el pequeño, apenas lo vio aparecer en su horizonte, corrió para colocarse frente a él y entregarle, con esa falta de tacto propia de su edad, un importantísimo mensaje.

—Tengo que decirte algo.

—Hola niño, ¿qué me quieres preguntar? —respondió Jorge sorprendido.

—No vengo a preguntarte nada, vengo a decirte algo —reafirmó molesto el chamaco como quien ha sido ofendido gravemente—. Solo vengo a decirte que espero no llegar a ser usted, porque parece un viejo amargado que no siguió jugando nunca más, no quiero ser nunca usted. —Remató violentamente.

Jorge, enojado ante tal respuesta, rápido quiso poner las cosas en su lugar, después de todo, él era el adulto dentro de esa extraña e inesperada conversación.

—A los mayores no se les habla así. ¿Dónde está tu mamá o tu papá? ¿Cómo te llamas? —preguntó con un tono intencionalmente autoritario.

—Jorge Adolfo Casares Acevedo —pronunció el pequeño con seguridad.

Tras decir esas cuatro palabras, Jorgito, ágil como cualquier chamaco, corrió hacia la otra vereda, donde un anciano de aire familiar y de más o menos unos ochenta años, lo esperaba con una enigmática sonrisa de oreja a oreja. Jorge Casares, quien también se apellidaba Acevedo y se llamaba Adolfo, no alcanzó siquiera a reaccionar antes de que ambos desaparecieran de su vista.

—¿Coincidencia? —pensaría horas más tarde—. Eso debe ser, de seguro hay más de un Jorge Adolfo Casares Acevedo en este mundo, obvio, qué más podría ser, incluso en Chile deben haber al menos dos —concluyó desconfiado de su propio razonamiento.

No obstante, el 4 de septiembre de 2018, es decir, treinta y un días después del encuentro, Jorge, dándole la razón al nene renunciaría con una enigmática sonrisa de oreja a oreja.

El 26 de marzo de 2035, Jorge Adolfo Casares Acevedo, ya olvidado de aquella circunstancia de hace diecisiete años, como cualquier ser humano suele hacerlo, sería nuevamente sorprendido por lo inexplicable. Jorge viajaba rumbo a Talca, en el primer tren bala de Sudamérica, cuando un anciano, al que Casares le calcularía más o menos unos ochenta años, se sentó sorpresivamente junto a él, casi llegando a la estación de Victoria.

—¿Está desocupado este lugar, joven? —preguntó el viejo antes de ocupar el lugar.

Jorge, absolutamente embobado por un transporte que hace diez años parecía sacado de alguna serie de ciencia ficción, ante la pregunta, solo atinaría a mover mecánicamente su cabeza en busca de un gesto afirmativo, sin prestarle mayor atención al hombre que, sin pensarlo, ahora ocupaba el asiento de al lado. Esto no evitó que el anciano apenas se sentó, comenzara a hablarle como si lo conociera de toda la vida. Tal vez fuera así.

—Mi nombre es Jorge Adolfo Casares Acevedo, mucho gusto, ya sé que también eres Jorge Casares, he sido un hombre muy feliz hasta donde tengo memoria, lamentaría que no lo fueras también, por eso solo vengo a decirle que no llegue a Talca, mejor bájese en la siguiente estación y, por favor, compre un boleto de regreso —afirmó.

Antes de que Jorge Casares alcanzara a procesar ese breve monólogo sobre lo que debía hacer o no, el viejo ya se había levantado. «Extraño» es la palabra que mejor define lo que siguió. Jorge se puso de pie lo más rápido que pudo pensando exclusivamente en preguntarle a qué se refería. Por ello, ya fuera de su asiento, lo buscó con la mirada a través del pasillo, lo hizo, meticulosamente, en ambas direcciones, pero fue infructuoso. El viejo se había esfumado.

—¿Era un viejo? ¿Fue tan rápido que salió del vagón en un dos por tres? —pensó.

Cuando se dio cuenta de que no había forma de encontrarlo o de resolver el enigma, Jorge regresó resignado a su asiento. Sorpresa, sobre este reposaba un pequeño libro de cuentos titulado El Aleph, firmado por el que arbitrariamente asumió como escritor favorito de aquel misterioso hombre, pues también era el suyo. Curioso por el hallazgo, lo tomó entre sus manos, lo revisó exhaustivamente sin abrirlo y lo devolvió unos minutos más sobre el asiento hasta que, al fin, después de mucho pensarlo, decidió hojearlo, con el único objetivo de encontrar alguna pista acerca de ese misterioso hombre. Dentro, solo descubriría una inexplicable nota dirigida a él: «Por favor, no olvides regresarlo a la Biblioteca Nacional el 14 de enero de 2062». Jorge, asustado ante la revelación, decidió no pensar mucho en el asunto y regresar a Valdivia, tal como le había aconsejado. En la terminal Los Ríos, se encontraría con un inolvidable beso y con un abrazo tan lleno de amor que simplemente marcaría el resto de su vida. Esa noche, luego de examinar el libro que ahora descansaba sobre su velador, Jorge soñó con el niño de hace diecisiete años.

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El 2067, en alguna fecha estimada entre mayo y junio de ese año, cinco después de la gran hecatombe que acabara con gran parte de la humanidad, Jorge Adolfo Casares Acevedo se encontraba listo para despedirse de todo en uno de los muchos refugios que la ONU, o lo que quedaba de esta, había dispuesto alrededor del mundo, después de que el aire de la superficie se hiciera prácticamente irrespirable. Para ser sinceros, fue un milagro que Jorge llegara hasta los ochenta años después de los grandes desastres climatológicos que se sucedieron uno tras otro por causa humana, pero ahí estaba, listo para la eutanasia, pues sus órganos comenzaban a fallar y solo algunos cables conectados a su columna lo mantenían con vida. El proceso era simple: Jorge, una vez recostado, entraría en una especie de sueño lúcido que, poco a poco, comenzaría a separarlo de la «realidad» hasta que, finalmente, su consciencia se apagara por completo.

—¿Está claro?

—Lo está, procedamos —respondió con una enigmática sonrisa de oreja a oreja.

Cuando la médica a cargo, una tal Luisa O’ Campo, le dijo que apoyara su cabeza e imaginara dónde quería estar, Jorge Casares solo tuvo tiempo para pensar en dos opciones, al mismo tiempo que abrazaba firme el libro de Jorge Luis Borges que nunca devolvió a la Biblioteca Nacional. Jorge pensó en regresar al 2018 y luego realizar una visita al 2035, con el fin único de asegurarse de que un Jorge Adolfo Casares Acevedo mucho más joven volviera a tomar una y otra vez las mismas decisiones.

FOTO: Imagen de Victoria_Regen en Pixabay

José Baroja

Nació en Valdivia, Chile en 1983. Egresado de la Pontificia Universidad Católica de Chile, posee los grados de Licenciado y Magíster en Letras. Es cofundador de Audacia Editorial®, en México, y de la Revista Literaria Sudras y Parias®, cofundada en Lebu, Chile. Entre sus últimas obras destacan El curioso caso de la sombra que murió como un recuerdo (Barcelona, 2018), Cuentos Reunidos-Antología Breve (Mendoza, 2019), El lado oscuro de la sombra y otros ladridos (Lima, 2020), No fue un catorce de febrero y otros cuentos (Barcelona, 2020) y Sueño en Guadalajara y otros cuentos (Barcelona, 2021). Hoy reside en Guadalajara, México. Web: https://escritorjosebaroja.com.mx

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