Teoría Ómicron

Revista de ciencia ficción y fantasía

CRONISTAS ÓMICRON: Visiones en conjunto

Publicamos el relato “Visiones en conjunto” de Carlos Enrique Saldívar

Carlos Enrique Saldívar

Somos un conjunto de visiones, vivimos y existimos. Lo primero no es lo mismo que lo segundo, pues vivir es tener vida. Algunos seres no la tienen, pero existen. Nosotros sí la tenemos y existimos. Todo lo que vive existe, aunque algunos objetos inanimados, como la luz o el plasma, en teoría no viven pero existen. Somos una unidad, un todo, conjunto, nos apoyamos, amamos y adoramos. Cada uno de nosotros es su propio dios y el dios del otro, esto no lo vieron bien los humanos cuando nos descubrieron y estudiaron. Nos llaman los atisbos, no miento, eso es lo que somos, porque atisbamos alrededor nuestro siempre, buscando algo que pueda satisfacernos a plenitud. En realidad todo nos satisface, mas no es lo exterior sino la esencia que forma aquello que vislumbramos lo que nos da placer, por ejemplo el Sol; no es el Sol mismo el que nos brinda gozo, es la esencia que compone cada uno de los rayos de luz que irradia, aquellos átomos sobre los átomos, aquel espíritu en descomposición es lo que nos da vida, alimenta y enternece.

Es verdad, los hombres lo descubrieron hace tiempo cuando llegaron a nuestro mundo porque vivimos en una esfera, realmente no es un planeta, ni un planetoide, ni un satélite, ni un asteroide; vivimos sobre una gran masa de gas concentrado que crea muy poco calor y que cada vez se va enfriando más, supongo que con el tiempo mutaremos adoptando el frío de nuestro hábitat, aunque hasta que ello ocurra pasarán millones de años, hasta entonces podríamos encontrar otra gran esfera donde concentrarnos y flotar durante mucho, atraídos por su gravedad que, como la actual, influirá sobre nuestro gran don que es el de la visión.

Nosotros no comemos, no bebemos agua, pensamos poco y, cuando lo hacemos, es porque adoptamos la memoria de otros seres que vienen a visitarnos. Yo fui el primer elegido, cuando llegaron aquellos hombres pensativos que caminaban en dos pies. Me llevaron, me maltrataron un poco, aunque no soy rencoroso, querían saber y satisfice sus dudas, les di entendimiento, cada uno tiene sus dos ojos, eso es bueno, pero ambos órganos son imperfectos: no pueden ver más allá de sus narices o más allá del más allá.

Quizás te interese

Es cierto que la visión debería servir para mirar dentro de otros planos o dentro del alma del otro, el semejante es importante para uno, siempre y cuando podamos ver dentro de él, si confirmamos su amistad verdadera, su amor, porque si no sucediera esto, nos consideraríamos ciegos. En nuestra comunidad nos alimentamos de todo, del todo solo viéndolo, observamos el espacio coronado de estrellas y comemos de ellas, nos alimentamos de otros planetas por medio de nuestra aguda visión que puede alcanzar muchos mundos de ensueño: Centauro, Andrómeda, La vía Láctea, entre otros.

No exagero, cuando dejaron de estudiarme, pude contento regresar hacia los míos y compartir mis experiencias. No desdeñamos desde entonces a los hombres, es más, cuando alguno de ellos ve próxima la llegada de la muerte, se une a nosotros, se extirpa un órgano, el cual mantiene su memoria genética y de pronto ya está a nuestro lado comiendo de lo que ve, soñando, amando con la visión, creyendo en la visión, haciendo el amor con la visión y, por consiguiente, cuando siente un pequeño bulto al costado se puede decir que un atisbo se está reproduciendo gracias a la visión.

No somos criaturas fascinantes, nuestro propio aspecto lo demuestra. Sabemos lo que somos, cómo somos y hacia donde apuntan nuestras posibilidades: hacia arriba, mientras flotamos y rozamos el límite de la atmósfera del planeta. Este mundo tiene nuestra forma, lo hemos edificado así durante un par de siglos humanos, y aún somos un misterio para aquella raza, la más curiosa que nos haya visitado, pues nuestra forma se adapta más a ellos que a cualquier otra especie interplanetaria. Al menos a una parte de estos. Cuando llega un ser humano en su nave, programada para regresar sola una vez que éste pise nuestro suelo, nosotros le rodeamos y nos alimentamos de él, sabe lo que hacemos, sabe que no puede evitarlo, sabe que es algo bello, sabe que esta tuerto, y que de pronto al morir dejará caer su órgano envuelto en un pañuelo de seda. Ya pronto no queda nada de él, pero el órgano vivirá, el atisbo a nuestro lado permanecerá disfrutando una existencia que se denominará divina, llena de placer y de emoción por muchos cientos de años, pues vivimos un milenio, es cierto, todo un milenio y no somos fáciles de matar.

¿Qué somos?, una vez me pregunté y no hallé respuesta. Después de mí se llevaron a otros, algunos regresaron, otros no, y aceptamos nuestro destino con resignación, de todas maneras siempre cogemos la esencia de nuestro camarada muerto y formamos un nuevo atisbo con aquello que capturamos que haya pertenecido a su alma, de esta manera nunca morimos, permanecemos hasta que nuestro tiempo se termina y volvemos a nacer porque si no, no habría espacio para nosotros aquí, las cosas con justicia, es algo que aprendí, ya que fui el primero en interactuar con los hombres. Aprendí que a veces estar solo es tan bueno como estar con los amados atisbos, porque vivimos en conjunto, porque nuestras visiones confluyen de una manera extraordinaria, pero a veces siento necesidad de no compartir todo aquello que veo, ya que no todo es bueno, no todo es apacible.

El tiempo pasa y aquí vivimos, en nuestra esfera blanca de centro oscuro que a veces cambia de color, de acuerdo a su conformación química tan inestable. Visionamos mundos de colores que estallan en volcanes azules, rojos, amarillos, verdes, púrpuras, mi color favorito es el rosado y el de muchos, el celeste, algunos adoran el naranja, y la mayoría, en definitiva, el crema, ese es un color hermoso, algunos aprendieron a querer el color carne pero no es un color muy apreciado por la mayoría, y al color sangre nadie lo quiere, el negro es un color con el que soñamos y el marrón un color que abrazamos, mas, como dije, me gusta el rosado y me gustan las hembras humanas de todas las pieles, no color carne, labios y mejillas variadas, cada vez que puedo las miro, como dije, mi vista es bastante fina.

Puedo llegar a la Tierra, con mi visión puedo verlas a todas, una y otra vez sin detenerme. Aprecio a las mujeres en todo su esplendor. Amo disfrutarlas al amanecer. Al surgir la noche, logran encender en mí estas pasiones nuevas que no me causan ni temor ni angustia, sino una leve esperanza de mantenerme así como estoy y de no morir nunca, de crear la posibilidad de volver a nacer para ser de nuevo lo que ahora soy. Ese es mi secreto.

Lo admito, es un secreto del cual no quiero que los miembros de la unidad se enteren, porque es verdadero que somos una sola visión, somos un conjunto que forma una mirada hacia el inhóspito espacio. Sé que nunca podremos ver todo, porque, a pesar de que comemos de lo que vemos, con ello no eliminamos de inmediato las vidas de los que contemplamos. Lo hacemos poco a poco, pues es lo mejor. Sé que muchos pensarán como yo, mas nunca lo compartirán, por lo crudo quizá, por lo triste, por lo egoísta, estoy seguro de que muchos han comprendido la alucinante especie que somos, no todos es verdad, aunque si algún día llegaran a descubrirlo, los hombres nos privarán de nuestra vida, y después de nuestra existencia, borrarán nuestros vestigios, sin embargo, no creo que descubran mi secreto y quizá el secreto de muchos de los nuestros. Los humanos no son tan hábiles, no son tan imaginativos ni sagaces como para advertirlo. Empero, podrían hacerlo y ese día serán inmortales.

Porque es una realidad, comemos lo que vemos y así vivimos, y lo que visionamos es desgastado. Somos atisbos ni más ni menos, atisbos de luz eviterna. Podemos ver con nuestra espectacular mirada mundos enteros, estrellas como el Sol, como Higtalión o Amaya, y podemos contemplar además otros mundos que circundan por ahí. Podemos otear algo más, las luces, el plasma que nos hace vibrar y nos llena de un placer inusitado, inconmensurable, que nos cubre de alegría hasta el más infinitésimo átomo. Somos armonía sincera, y estoy convencido de que, aunque existe un límite en nuestra visión, más allá de aquel límite existirá una unidad como la nuestra, la cual penosamente no podemos ver, pues está fuera de nuestro alcance, pero cumplirá la misma misión que nuestra visión tiene. Las cosas deben ser justas, la concordia debe imperar en el espacio.

Yo me siento culpable pero a la vez feliz por ser uno de los porteadores de este mensaje que impulsa al balance cósmico, cuando día a día, instante a instante, y en mis breves momentos de sueño, observo a la niña de ondeados cabellos, o a la joven de afinado cuerpo, o a la dama de esbelta figura, o a los varones de ese mundo azul; me siento culpable porque sé que con lentitud algo les voy robando y su organismo responde como está diseñado para hacerlo, lento, sin avisar, y ellos no lo saben, lo atribuyen a la muerte, el fin de la vida como algo natural, sin embargo, no descubren que todo aquello que, de a pocos, tomamos de sus esencias vitales siempre viene aquí, al mundo que ellos han denominado Miríada.

Miríada, el mundo de los atisbos.

O de aquello que alguna vez fueron seres que vivieron en otros mundos.

Seres que contemplamos cada uno de nosotros según nuestras apetencias. Seres de los cuales nos alimentamos y que poco a poco formaron parte de nuestra unidad dentro de esta esfera que sólo vive para ver, gozar y absorber, y lo llaman muerte, es verdad que lo llaman muerte, pero yo lo llamo vida. Estoy vivo. Una vez fui un ser humano, pero poco a poco, día a día, un atisbo me veía y gracias a él crecí, envejecí y viajé a través de unos cuantos años luz y aquí me tienen, tranquilo, complacido, satisfecho, después de haber descargado el ligero pesar de mi corazón. Porque ni yo mismo lo sabía, cuando me descubrieron, lo comprendí. Ojalá algún día ustedes vengan aquí también y puedan entenderlo. Sé que así será. Lo desgastamos todo, ponemos fin a todo y eso es perfección en el universo y en la existencia. La eternidad es una ilusión, un deseo, abstracción, conjunción de ensoñaciones.

Somos un conjunto de visiones que vive y existe.

Vivimos para ver aquello que existe y para asimilar aquello que es.

Te estoy mirando ahora. Dime, ¿qué sientes? ¿Percibes mi degustadora presencia?

Aquel que nos viera descubriría para qué estamos hechos, pues nuestra estructura nos delata, y eso está bien. No debe haber duda. No ha de existir confusión. Somos justo esto.

Hay cierta armonía dentro de nuestra agraciada condición.

Nuestro hogar se halla totalmente cubierto de atisbos

…cuya forma física es igual a la de un ojo humano.

FOTO: Wikilmages en Pixabay

Carlos Enrique Saldívar

(Perú, Lima, 1982). Estudió Literatura en la Universidad Nacional Federico Villareal. Codirector de la revista virtual El Muqui. Administrador de la revista en línea Babelicus. Publicó el relato El otro engendro (2012). Publicó los libros de cuentos Historias de ciencia ficción (2008, 2018), Horizontes de fantasía (2010), El otro engendro y algunos cuentos oscuros (2019) y El viaje positrónico (en colaboración, 2022). Compiló: Nido de cuervos: cuentos peruanos de terror y suspenso (2011), Ciencia Ficción Peruana 2 (2016), Tenebra: muestra de cuentos peruanos de terror (2017, 2018, 2021, 2022), Muestra de literatura peruana (2018), Constelación: muestra de cuentos peruanos de ciencia ficción (2021) y Vislumbra: muestra de cuentos peruanos de fantasía (2021). Blogs: http://babelicus.blogspot.com/ y https://el-muqui.blogspot.com/