Daniel Mocencahua Mora
Las alarmas estaban como locas emitiendo sonidos desagradables y las luces parpadeando. En menos de dos minutos los compañeros se despertarán, y se darán cuenta del cambio de trayectoria.
Lo pensé un segundo, pero reafirmé con un ¡por mi Perita! y oprimí el botón. El proyectil salió a una velocidad moderada, de 3 m metros por segundo. Según mis cálculos tardaría un par de días en ser atrapado por la gravedad de la luna, y antes del tercero impactaría en su superficie. La nave seguirá su rumbo sin problema.
Volteó hacia sus compañeros, enfrentándolos.
―¿Que ocurre? ―pregunta la capitana.
―Un desajuste en la trayectoria, uno punto dos grados. Corrigiendo. ― la expresión de Lotz, la piloto, era de asombro.
―¿Por qué? ¿Chocamos con algo? No lo sentí.
―Listo, había pasado el tiempo necesario para que no hubiera forma de detener el proyectil.
―Capitana, la esclusa de desperdicios se abrió, a parecer con una explosión moderada, expulsando un poco de aire y posiblemente materia ―asustado, pero todavía con sueño, el ingeniero revisaba las pantallas.
―Pero eso sería suficiente para cambiar la trayectoria. No, de hecho, el registro muestra que el cambio se hizo un minuto antes de la corrección ―la voz ansiosa de la piloto dejaba ver que era una novata, aunque se estaba portando a la altura.
Todos voltearon a verme. Era el único despierto cuando ocurrió, era el sospechoso lógico.
―¿Por qué lo hiciste Emiliano? ―me pregunta la capitana mirándome a los ojos preocupada.
―Capitana Sawyer, entre los desechos resalta un objeto cilíndrico.
―¿Qué has hecho Ramos? ¡Alerta de terrorismo! ¡Alerten a la estación Tycho!
―¡Esperen! ―grité y detuvieron por un momento la actividad frenética que la capitana había iniciado ―no es necesario.
―¡Habla! ¿por qué no es necesario? ― la capitana me interrogó nuevamente con esa mirada de angustia.
De manera solemne comencé:
Déjenme contarles mi historia.
Hace poco vi a mi madre, Teresa, para acompañarla en el funeral de la abuela, doña Perita (en dulce), aquella matrona que conocieron en su restaurant, y que nos agasajó con las chalupas y el mezcal.
Cuando todos se habían retirado de la casa, después de llorar un rato largo, le hice una promesa.
Mi madre me recordó que Doña Esperanza (Perita en dulce) había nacido en un pueblito lejos de la Angelópolis, donde era feliz, hasta que un día tuvo que escapar de los tratantes de blancas que andaban buscando señoritas de buen ver. Doña perita se vistió como muchacho y se fue con mi bisabuelo, montada en un tren hacia el norte. La historia de esa travesía es demasiado larga para esta ocasión, pero se las contaré luego, lo prometo.
Hoy basta con decir que no fue fácil, pero llegó a ese lugar donde pondría su fonda y sería feliz. Hasta el día en que los hombres de negro llegaron, buscando aquella facción de terroristas que querían soltar al gato marciano en el centro de la ciudad, destruyendo casi por completo el local.
Mi madre no había nacido, pero la abuela le contó ese momento y la rabia que le daba, por lo que le prometió en su lecho de muerte que cumpliría su último deseo. Solo que tuvo que hacerlo mediante una videollamada, ya que mi abuela agonizaba en el hospital de migrantes donde había ido como voluntaria a cuidar a los enfermos de la séptima ola, contagiándose ella misma.
Mucho de lo que hizo mi madre en su vida serviría, sin proponérselo, para hacer realidad ese deseo. Mi vida misma fue encauzada en ese sentido y mis capacidades fueron aprovechadas para lograrlo.
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Ahora yo estaba en el momento y en el lugar preciso para conseguirlo.
Como les dije, mi abuela murió infectada por la séptima ola, por lo que no hubo un cuerpo que sepultar, solo cenizas en un recipiente sellado.
Pueden confirmar que el objeto tardará un par de días en llegar a la luna, y si no me falla el cálculo, sin dañar a nadie. Un cilindro de 3300 centímetros cúbicos con 3kilogramos de masa.
No lancé un misil compañeros, son los restos de mi abuelita cuya última voluntad era que su cuerpo no abonara esa tierra tan ingrata…
Poco más de 72 horas después:
―Capitana, el objeto ha caído en la luna, en la parte oscura, en el cráter Erro
Salté de gusto, aunque no mucho por las esposas atadas a un asa de seguridad. ¡Lo había logrado!… el último deseo de mi querida abue. No importa lo que me pase ahora.
Además se había generado un cráter de unas decenas de metros. Cuando la regolita se asiente sabré el tamaño exacto.
Lo logré y no me arrepiento: ahora mi abuelita descansa lejos de esa tierra que la hizo sufrir, en el cráter de uno de mis héroes de infancia, viendo a las estrellas como siempre lo deseó.
FOTO: HANSUAN FABREGAS en Pixabay
Daniel Mocencahua Mora

Daniel Mocencahua Mora (México, 1967). Matemático por vocación, escritor por emoción. Autor de Peque – Manual para adoptar un robot (2020, CONCYTEP). Participa en la antología Su majestad el taco árabe (2017) con “Un poblano en el espacio”, y su relato “Una pequeña mordida” se publicó en la antología En busca de la cemita perdida (2020). Participó con varias microficciones en el libro Realidades de bolsillo (2021) de editorial BUAP. En la revista digital Diafanís (2018) aparece su cuento “El gato marciano”. En noviembre de 2022 se ha publicado la versión al totonaco del libro Peque – Manual para adoptar un robot.
Desde hace años ha escrito cuentos “para el niño que tenemos dentro” donde rescata personajes de nuestra infancia como Chanoc, Kalimán o el Santo, resaltando los elementos de nuestra cultura latinoamericana que los hacen tan entrañables. Se publican como audiocuentos el día de reyes en RadioBUAP.
Activo principalmente en Facebook como daniel.mocencahua el Dr. Robot.
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