Por Diego Maenza
Las novelas que mayor peso tienen en el conjunto de la obra de José Saramago son a mi parecer El evangelio según Jesucristo y Ensayo sobre la ceguera. En la primera, el portugués nos plantea una reflexión singular acerca de la vida de Jesús de Nazareth, y con una visión crítica lo obliga a transitar por los parajes de Galilea y Jerusalén, lo acerca a la prostituta María de Magdala en cuyos sudores encuentra de cierto modo un asidero y un templo de expiación, lo hace caminar a paso lento por las riberas del Jordán y le enseña a pescar en sus aguas como lo hiciera el Jesús bíblico. Y lo más importante es que lo sume en el fango profundo de la culpa y las pasiones. El mérito de Saramago consiste en convertir en humano al Dios. Jesús no es el mártir que en nombre de la divinidad aboga por la salvación de los hombres, sino el animal pensante que, pese a entregarse en sacrificio al capricho divino, cuestiona el orden que se le asigna, lo indaga y lo circunda con una meditación de tintes por demás humanos.
La segunda obra aludida, Ensayo sobre la ceguera, nos conecta a la contemporaneidad, un mundo que se rige por una escala de valores supeditada al egoísmo de la especie; y el autor lo hace por medio de una fabulación de connotaciones filosóficas. Una epidemia de ceguera blanca obnubila la razón de los hombres y los ata a sus pasiones e instintos. El trasfondo de la novela nos demuestra que el ser humano, empujado hacia sus límites, puede volcar hacia las más bajas debilidades, la sinrazón y la muerte. La ceguera funciona como metáfora pero también como catapulta para impulsar la ficción. Sin este vuelo fantástico la fábula se reduciría a una simple anécdota de manual. En ese trastocar de la realidad reside el talento para ficcionar historias fuera de lo común que apela a una estética profusa en fantasía.
Reconocer ese rasgo distintivo en el estilo del autor nos capacitará para abordar con mayor plenitud el conjunto de su obra, que no se anquilosa en un realismo forzado y timorato ni peca de la aburrición al uso de los escritores modernos, sino que aúpa la imaginación como arma y escudo; de esta manera la escritura de Saramago diverge de las propuestas estéticas del realismo contemporáneo y nutre la ficción con una fértil dosis de imaginación, retomando la vieja rama cervantina de extrapolar la fantasía haciendo que parezca real.
Más apegadas al realismo tradicional, las novelas subsiguientes indagan en temáticas un tanto conexas al hueso de lo concreto, siempre imantadas de un halo irónico, elegante y reflexivo y sin abandonar lo complejo.
En Todos los nombres ya se presiente la ofuscación kafkiana de convertir una atmósfera opresiva en un drama tragicómico. Un hombre solitario y anacrónico emprende una búsqueda desesperada por un amor imposible. Don José, así es bautizado llanamente nuestro héroe, es un oscuro funcionario del Registro Civil de un país innombrado (escenarios típicos en la mayoría de obras del portugués). Don José se enamora de una mujer que descubre en una carpeta (que más que realidad es un fantasma) a quien rastrea con desesperación.
La cavernaes una novela que especula sobre el carácter virtual que le hemos otorgado al mundo y retoma de manera original el mito platónico. El personaje es un moderno centro comercial que deshecha los procesos manuales y artesanales y que es a la vez motivo narrativo y símbolo.
En El hombre duplicadoel novelista escarba en los preceptos ontológicos que nos definen como personas a través de una alegoría que utiliza la mitología del Doppelgänger y los dobles. Tertuliano Máximo Afonso (es el elocuente nombre del protagonista) escapa al reconocimiento de su propia identidad en un juego de espejos sin fin.
Quizá Ensayo sobre la lucidezsea la muestra más explícita de que la verdadera literatura evade el truco fácil y engañoso de las consignas. Es una de las novelas de Saramago que se estrella con mayor fuerza contra la realidad. En época de elecciones, todo un país decide votar en blanco. No obstante el elemento político, la habilidad narrativa del escritor no abandona la estética en la búsqueda de cómodos eslóganes, y se burla de sus detractores (quienes denuestan el trabajado de Saramago al alegar que peca de parcialidad) e inaugura una vena más política, neutra, sin devenir en panfleto (procedimiento que desembocará en la inconclusa y póstuma novela Alabardas).
Y por último, para tratar una historia cargada de mayor expectación realista, tenemos un relato histórico e hipnótico, El viaje del elefante, que nos traslada a la Europa del siglo XVI y nos pone al cuidado del elefante Salomón.
Caso aparte merece Las intermitencias de la muerte, novela fantástica por donde se mire. Un día, repentinamente, la muerte, símbolo de tragedia de vastas generaciones, cuelga su guadaña y decide dejar de trabajar. Este hecho, que podría significar motivo de júbilo por acceder a la vida eterna, o incluso irrelevante para el lector desprevenido, acarreará secuelas trágicas y devastadoras. Si bien es cierto que ahora el hombre posee el don de la inmortalidad, no significa que su cuerpo lo resista; pues sí, posee la vida perpetua, no la eterna juventud. El cuerpo se deteriora y con el transcurso de los lustros los humanos se convertirán en despojos vegetales cada vez más obsoletos. Serán una incomodidad para la sociedad y sus familias. Por otro lado los agonizantes lo serán por siempre. Las personas accidentadas, y que incluso han quedado literalmente partidas en dos, seguirán expirando por la eternidad. Las consecuencias a nivel social son radicales. Las mafias despiertan cuando descubren que del otro lado de la frontera la gente muere con normalidad (aquel terreno no es jurisdicción de nuestro personaje muerte en cuestión), los políticos pactan con las mafias para descongestionar el sistema sanitario pues empiezan a colapsar hospitales y clínicas, al mismo ritmo que la capacidad humana de atender a los ahora eternos moribundos, tanto en lo público como en lo privado.
Finalmente, la historia adquiere un carácter mucho más humano en el momento en que la muerte, personaje que permea en sus vacaciones por los predios de los hombres, se enamora de un violonchelista.
De la misma forma que en El evangelio según JesucristoSaramago aborda los libros bíblicos del Nuevo Testamento, en Caín, nouvelle escrita en sus últimos años de vida, el escritor permuta las historias de las páginas del Pentateuco para enfocar su visión en la vida del proscrito hijo de Adán.
Estéticamente Caín no es una novela perfecta, a diferencia de El evangelio…y eso se nota con una lectura atenta y en el contexto de todo el trabajo narrativo del autor. Por el estilo discursivo de Saramago, cuyas frases extensas y adosadas de disquisiciones dominan la narración, resulta un poco forzoso hacerla encajar en el andamiaje estructural y segmentario de una novela corta. El mismo problema de estilo lo hallamos en sus cuentos. Para Borges, como afirman algunos, hubiese sido insostenible haber perpetrado una novela de largo aliento debido a su estilo aforístico. Para Saramago, resulta difícil mantener una ilación permanente en obras cortas sin que no se note su tono artificial, salvo la excepción de El cuento de la isla desconocida, que por lo demás es un relato largo.
De esta manera Caín se perfila como una novela que busca dominio en el campo del estilo y también en el del contenido, aunque prevaleciendo levemente éste último aspecto sobre el primero, sin romper la maestría escritural del autor ni ir en detrimento de esta. Pero si algo debemos alabar en Caíntécnicamente es la ejecución en la forma, llevada con paciencia e inteligencia hacia un final concluyente y por lo tanto sorpresivo.
La trama no es complicada, pero muy original. Caín, al haber asesinado a su hermano, es condenado a errar por diversos espacios y épocas. En su travesía se encuentra con personajes icónicos de la mitología judeocristiana. Pero con quien batalla en permanente debate es con Dios. El objetivo supremo del desterrado es vencerlo. Un ser sufrido como pocos comprende sin ningún tipo de esfuerzo que un Dios que obliga que lo amen es una divinidad caprichosa, es un Dios que no merece la vida. De esta forma Caín empieza a emprender su jugada maestra. Para asesinar a Dios, Caín decide matar a los hombres. Saramago desemboca en una cavilación básica: sin seres humanos no hay dioses. Y a acabar con la humanidad (con Dios) se dedica Caín dentro del arca de Noé, uno de los lugares al que lo conduce su errancia a través de los tiempos y los espacios.
Como aquellos escritores innovadores y heterodoxos que en sus últimos años de vida dosificaron su escritura con mejores cuotas de invención al abandonar la rigidez del pasado (tanto formal como estilística y temáticamente) Saramago postula una literatura de imaginación depurada de los lugares comunes y hace valedera la consigna que expresaba cada vez que podía: Cuanto más viejo más libre, y cuanto más libre más radical. Quizá todos, lectores y escritores, deberíamos tomar nota de su ejemplo.
Fotos: Editorial Alfaguara / El Economista.com.mx
Diego Maenza
Escritor ecuatoriano. Nace en 1987. Ha publicado el libro de relatos Teoría de la inspiración, que incorpora ribetes distópicos (primer volumen de la denominada Trilogía del arte) y el poemario Bestiario americano, libro que condensa mitos urbanos y leyendas de todo el continente. Es autor de Caricreaturas donde hibrida cuento y poesía, y de la novela Estructura de la plegaria que aborda temas sensibles como la pederastia y el aborto. Durante 2017 dirigió la revista digital de literatura latinoamericana Libro de arena.
Web oficial: www.diegomaenza.com
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