Teoría Ómicron

Revista de ciencia ficción y fantasía

CRONISTAS ÓMICRON: Todos los males

Publicamos el relato "Todos los males" de Adriana Letechipía.

Adriana Letechipía

Soltó la servilleta de papel que tenía entre las manos. Los músculos de su espalda se relajaron por primera vez en mucho tiempo. Las lágrimas las reemplazó por una sonrisa de ignorancia y curiosidad genuinas. El sol se despidió llevándose los últimos rayos.

—¿Sabes quién soy yo? —fueron las palabras de su marido.

—Por supuesto, Fred. Eres mi esposo, ¿quién si no? —Lucía le miró frunciendo el ceño, casi divertida.

—Perfecto. ¡Suéltalo!

Magnus, el perro de Fred, un tipo de casi dos metros de alto dejó de apuntarme con el arma y me soltó

—¡Que se largue! —dijo y otros dos sujetos abrieron la puerta de la estancia.

—¿Usted no quiere olvidar? —pregunté incrédulo mientras bajaba las manos.

—¡Que te largues!

—Nos vemos luego —dijo el idiota de Magnus

Me arrojó el abrigo y salí a la calle. Un último vistazo al interior de aquella casa me mostró el abrazo que Lucía le dio a su esposo. Él sumía la cara entre sus cabellos, casi llorando.

 Me dirigí hacia la tienda de siempre, para comprar una botella de Jack Daniel´s, lo tomaría camino al apartamento. Es para callar el barullo de mi trabajo. Este ritual me lo dejó la prostituta que atendí hace varios años. Maldito dolor de cabeza, aprieto mi tabique nasal y siento como corren mis propias lágrimas entre los dedos, otro efecto secundario.

En el barrio se encendieron una a una las luminarias creando un arco albino en la oscuridad. Es la difracción de la luz en la neblina, recordé las palabras con el timbre de voz de aquel físico que asistí. La humedad en mis ojos duplica la luz lechosa.

Cada recuerdo es como una farola también, cuando es evocado se ilumina en la noche de la mente de mis clientes, yo soy quien roba la luz de las memorias. La luz de Luis ya no se encenderá en la mente de su madre, nunca más.

Luis brilla como las ondas de un mar calmo que reflejan el sol.

Nació el quince de diciembre de 2027. Pesó 3800 gramos. Midió cuarenta y dos centímetros. Apgar 6/10. Fue un parto difícil, venía volteado. El médico realizó una cesárea, Lucía sintió dolor a pesar de la anestesia, pero aguantó por miedo a perder al pequeño. Una vez afuera cortaron el cordón y lo llevaron a una sala aparte para darle atención mientras cosían a Lucía para evitar que se desangrara.

Lo conoció días después. Las enfermeras lo llevaron vestido con un mameluco color verde, tenía una capucha de rana. Lucía lo desnudó por completo, contó los deditos de cada mano, de cada pie, y lo sostuvo contra su pecho piel con piel. Los gritos del recién nacido no cesaban, la madre de cuarenta años metió el pezón en la boquita de su niño, las lágrimas de ambos rodaron por sus mejillas. Su hermana vio toda la escena y se quedó a su lado hasta que les dieron el alta. Fred estuvo de viaje por negocios.

El cumpleaños número seis fue en casa. Inflaron globos azules, como burbujas, y decoraron con ellos toda la estancia. Su tía le regaló su primer par de aletas. Hubo pizza y pastel de chocolate. Luis vomitó por comer demasiado. Sus amigos se despidieron entre vítores. Lucía y su hermana limpiaron el lugar. Luis se fue a la cama temprano. Fred estaba con su amante en Las Vegas.

La luz se intensifica en amarillo, es un sol que abrasa con su existencia.

Durante las vacaciones de verano, a sus catorce años, Lucía le contrató clases de buceo. Él y sus compañeros viajaron en el yate familiar. Vieron peces de colores en un mar calmo. Los alimentaron y encontraron un anillo ensartado en la rama de un coral. El profesor la cortó y se la dio a Luis. En ese momento supo a qué se dedicaría el resto de sus días. Perforó el hallazgo y lo colocó en una cinta de cuero que llevaría en el cuello. Fred se quedó en la ciudad atendiendo la empresa.

Quince años después Luis formó un equipo de expertos y se fueron a bucear a las cuevas del Agujero Azul de Dahab, en el Mar Rojo. Se prepararon durante cinco años. Querían cruzar el famoso Arch, un arco de treinta metros de longitud, el cual lleva a mar abierto a más de cincuenta metros de profundidad.

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Luis fue el segundo en entrar, bucearon por varios minutos.

Se internaron de acuerdo con el plan, pero la extraña orientación del terreno provocó su caída a un punto sin retorno, a más de ochenta metros. La situación lo llevó al pánico, alucinación y por último pérdida de la conciencia, sufrió narcosis por nitrógeno debido a la alta presión. Los compañeros recuperaron su cuerpo tras dos intentos. La madre recibió la noticia en el hospital, mientras visitaba a su hermana con cáncer terminal. Fred estaba con la prostituta, en la despedida de soltero de su sobrino.

Ambos padres acudieron juntos a identificar el cuerpo de su hijo, estaba irreconocible. Lucía, sin embargo, reconoció el tatuaje en el brazo derecho, 6/10. Se lo hizo a los veintidós años, cuando su madre le contó cómo lo trajo al mundo.

Luis se vuelve una masa de luz rojiza, fría, lejana, como un sol que agoniza. Yo terminé con ese sol, en la memoria de su madre.

Lucía lloró toda la tarde y cada día después de su muerte. La depresión la llevó al borde del suicidio. Fred no puede lidiar con el dolor, buscó de nuevo al Velador, a mí. Esta vez me bastó una sesión de tres horas y media. Ya no me sorprende la facilidad con la cual puedo arrancar la reminiscencia de una vida, de un amor, de una tragedia, en tan poco tiempo.

Lucía no recordará nunca a su hijo. Se preguntará en silencio, una y otra vez, de dónde salió la cicatriz de su abdomen, las estrías del vientre y la flacidez de sus pechos, memoria corporal de su maternidad, a pesar de las manos expertas del médico plástico.

Fred vivirá con el recuerdo de la muerte de su hijo, creyendo que con ello quedan borrados los años de ausencia, las traiciones y el abandono.

Yo beberé alcohol para poder vivir en oscuridad, ciego ante los cientos de soles que me queman, que he robado. Soles que deslumbran y me impiden ver mis propios recuerdos.

6/10. El rostro de Luis aparece mientras parpadeo. El dolor de la cesárea cruza mi vientre. Abro la botella de wiski y bebo con verdadera sed. Los soles se alejan y toman el lugar de cada farola de la calle. Debo apresurarme antes de cometer suicidio.

FOTO: Imagen de Tú Anh en Pixabay

Adriana Letechipía

Adriana Letechipía nació el 18 de mayo de 1984 en la Ciudad de México. Es Maestra en Ciencias en Biomedicina y Biotecnología Molecular del Instituto Politécnico Nacional.

Miembro de la ALCiFF (desde 2022), es la presidenta de La Tertulia de Ciencia Ficción de la Ciudad de México (2017-actualidad), con quien promueve reuniones, podcast, cursos, charlas y la escritura del género a través del taller gratuito y permanente Gran Colisionador de Textos Especulativos (2019-actualidad).

Es autora de: El ciclo de vida de un mango (Revista Espejo Humeante, 2021), Guerras fórmicas (Revista Anapoyesis: Literatura, Arte y Cultura, 2022) y Los herederos (Revista Espejo Humeante, 2023). Ha participado en las antologías Mujeres en la minificción mexicana y la Antología en pequeño formato de habla hispana de la Editorial EOS-Villa.

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