Teoría Ómicron

Revista de ciencia ficción y fantasía

CRONISTAS ÓMICRON: Esas luces que parpadean

Publicamos el relato “Las luces parpadean” de José A García

José A. García

Cuando las luces volvieron a parpadear dejó la estilográfica apoyada en el escritorio y esperó sin mirar directamente hacia la lámpara que colgaba sobre él, quería asegurarse de si el problema se repetiría como en las oportunidades anteriores o no. Miró las paredes del cubículo-oficina enchapadas en láminas de madera plástica sin reconocerlas. Intentó pensar en dónde se encontraba, no recordaba cómo había llegado hasta allí. No recordaba nada de ese día ni del anterior. Se esforzó un poco más y no recordó siquiera qué era lo que hacía. Miró la estilográfica, miró el plano que tomaba forma con líneas rectas y finas en la hoja de papel de arroz sin reconocer su propio trazo. Tampoco entendía las notas escritas en los bordes del plano, no reconocía las letras, mucho menos las palabras.

Una única cosa tenía lugar en su cabeza: si trabajaba mientras la luz parpadeaba le daría migraña, otra vez. Ese “otra vez” lo sorprendía más que el resto, porque ese “otra vez” hablaba de un tiempo anterior, de una experiencia, de algo que ya había sido vivido. Tenía que evitar ese dolor, eso era lo único que sabía, el resto era vacío.

Las luces volvieron a parpadear demorándose un poco más en volver a encenderse.

En silencio se levantó, su cabeza asomó por sobre las separaciones entre cubículos-oficinas que no tendrían más de un metro y medio de altura. La suya no era la única cabeza erguida, la única expresión de sorpresa, ni la única necesidad de comprensión. Varias de esas cabezas comenzaron a moverse saliendo de sus cubículos-oficinas avanzando hacia un extremo del salón como si supieran hacia dónde ir y lo que debían hacer allí. Quiso seguirlas para saber qué era lo que había allí y si fuera lo que eso fuera explicaba el parpadeo de las luces.

En el instante en que comenzó a moverse notó que debía enfrentar dos dificultades a las que no atendiera antes. Una fina cadena unía mediante grilletes sus tobillos, por lo que apenas podía dar pasos tan pequeños que parecían saltos; la cadena se unía en el extremo opuesto a una de las patas del escritorio. Al mirar la cadena y mirar su cuerpo se percató de que estaba desnudo, cosa que sabía de antemano y aunque que no significaba nada, era un detalle más que atender si quería salir del cubículo-oficina. Tenía que saber por qué se le retenía, por qué estaba atado, por qué lo tenían desnudo y por qué no recordaba nada más allá del dolor de cabeza anterior, ni tan siquiera su nombre.

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La segunda de las dificultades era que, mirara donde mirara, el cubículo-oficina no tenía aberturas. No digamos una ventana, porque las paredes reales se encontraban bastante lejos y a través de ellas se adivinaba la noche; aunque tal vez estaban cerradas, a la distancia daba lo mismo. El cubículo-oficina no tenía salida. Las separaciones de madera plástica del suyo se unían con las del siguiente y las separaciones de este con las del que se encontraba un poco más allá, y así en todas las direcciones que podía mirar, formando un gran panal de cubículos rectangulares ocupados por un escritorio similar, una silla igualmente incómoda y un cuerpo desnudo como el suyo inclinándose sobre hojas de papel de arroz.

En un gesto de desesperación extendió sus brazos, desplegó las alas e intentó volar olvidándose de la cadena que de un tirón lo regresó al suelo. Golpeó con fuerza en parte contra la tapa del escritorio y en parte contra la silla en un revoltijo de plumas, brazos y piernas. Resentido por el golpe apenas logró volver a sentarse. Al hacerlo miró el plano que tenía frente a sus ojos y notó algo que no estaba bien, tomó la estilográfica y corrigió uno de los cálculos anotados a un costado, luego redibujó una de las líneas concentrándose tanto en su tarea que olvidó todo lo demás. Sus alas se replegaron regresando a su posición de reposo pudo acomodarse un poco mejor en la silla.

Continuó como si no hubiera sucedido nada, como si nunca sucediera nada. Continuó hasta que las luces volvieron a parpadear.

FOTO: StockSnap en Pixabay

José A García

Buenos Aires, Argentina (1983), escritor, guionista de historietas, blogger, fotógrafo ocasional, procrastinador profesional, profesor de historia. Participa en diferentes publicaciones independientes de Argentina, Costa Rica, Cuba, Ecuador, España, México, Venezuela, entre otros países, con cuentos, artículos e historietas realizadas con diferentes dibujantes.

Publicó el libro de cuentos Fábulas del cuaderno verde (2014) con Textosintrusos. Y los libros de historietas: Cómo armar tu primer CV (2012) y La sombra de Franco Salvatierra (2013) con la Editorial Noviembre.
Cree fervientemente que el conocimiento se demuestra haciendo y no acumulando diplomas, premios y menciones que simulan condecoraciones o títulos de nobleza.

Página web personal: http://www.proyectoazucar.com.ar

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