Teoría Ómicron

Revista de ciencia ficción y fantasía

CRONISTAS ÓMICRON: Calor al por mayor

majestic glacier tongue reaching seashore under gloomy misty sky

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Carlos Enrique Saldívar y Benjamín Román Abram describen la impactante crisis del cambio climático en Lima...

Desde hace un par de años, el cambio climático provocó una inmensa ola de calor en los meses de otoño e invierno en Perú, sobre todo en la costa y de manera específica en la templada Lima, la capital. De esta manera, los limeños que ya sufríamos para ir a trabajar, a estudiar o trasladarnos hacia cualquier destino por el tráfico que explotaba cada día —aupado por el mal diseño y mantenimiento de las vías, la falta de sistemas integrales de transporte como por el exceso de población—, ahora también teníamos ese agobiante calor y los sudores de los vecinos.

El sol parecía querer devorarnos y nos hacía transpirar de pies a cabeza, daban ganas de salir sin ropa a la calle y sin zapatos o sandalias (esto último no era útil para mis pies, que sudaban demasiado, aun en el frío: hiperhidrosis). Como dije, la temperatura era excesiva, lo que no menciono todavía es que los científicos peruanos idearon un modo de hacernos la vida más tolerable: el «sistema caparazón». Muchos no tomamos en serio la idea, además el precio de tal ingenio era muy alto. Empero, cuando en solo un día aparecieron las primeras diez víctimas en Perú, y en números apabullantes en el extranjero, muchos cambiamos de idea.

Incluso, pocas fechas después, vi algo terrible: nos trasladábamos en microbús desde mi distrito, San Juan de Miraflores, hacia San Borja y, de pronto, un hombre ardió en una llama azulada y quemó a quienes se encontraban cerca de él. Estos episodios comenzaron a darse de modo continuo; hombres, mujeres y niños se encendían en vida debido a los extraños poderes del astro rey. Aquellos fenómenos insólitos, las combustiones provocadas por el calor extremo nos inquietaron y decidimos retirar todos nuestros ahorros del banco para pagar el sistema de refrigerado que se instalaría en nuestras viviendas para mantenernos fríos, el cual partía de una especie de sombrilla de alta tecnología. Así vivimos tranquilos un tiempo. Mi familia y yo trabajábamos desde casa y teníamos mucho cuidado al salir, aunque también adquirimos otro sorprendente invento, lo digo así, porque además fue resultado del ingenio peruano, los «trajes gélidos».

Las cosas no fueron a mejor, en algún punto ambos inventos dejaron de ser tan efectivos. De repente, unos helicópteros empezaron a bañar las casas del barrio —eso incluía, desde luego, la nuestra— con una espuma ligerísima que enfriaba la atmósfera; eso sí, para mi tristeza, fue idea de los yanquis. Podíamos oírlos desde sus altavoces. Nos decían que era la solución, que estábamos salvados, que únicamente debíamos suscribirnos al nuevo plan de enfriamiento de hogares, y que nos apurásemos a contratar el servicio. Que el efecto de la espuma solo duraba siete días y que la muestra gratis era solo por lanzamiento, ¡vaya juego de palabras!

De más está decir que, en un escenario de millones de fallecidos en el mundo, reunimos todo lo que pudimos y alcanzamos la meta. Esa noche nos garantizaron la espuma por dos meses. Sé de algunos vecinos que se vieron en la necesidad de hipotecar aun sus cuerpos (los órganos valían mucho dinero) y sus vidas, pues los órganos eran útiles hasta los cincuenta años, es decir, si no pagaban a tiempo, los capturaban. Pronto los mataban y les quitaban el corazón, los riñones (como en cierta película, la cual no sé si mirar antes de fallecer, pues no tuvo críticas positivas). Se decía que incluso los cerebros eran útiles para experimentos y se planeaban trasplantes en un futuro cercano.

Un 20 % de los que no pudieron solventar el nuevo servicio fallecieron hechos carbones en sus viviendas, o lo que quedaba de estas. Incluso me enteré de una familia que murió abrazada, abrasada (la disonancia es adrede). Pero ¿qué habíamos de hacer?

Una buena noticia llegó desde Asia: en Corea del Sur se estaba construyendo un domo espacial, que funcionaría con un efectivo sistema de enfriamiento para detener los rayos solares, los cuales, en los últimos días, habían iniciado su acción devastadora de nuevo a paso acelerado. En breve, nada instalado en la tierra sería suficiente. No obstante, el país oriental compartió las bases tecnológicas para que cada nación ayudara para la construcción de la cúpula defensora.

En Perú, las autoridades (las compañías) nos indicaron con bastante formalidad (y nos convencieron) de que debíamos adelantar el pago de la cúpula para que eso fuera posible y lográramos salvarnos. No nos quedó más remedio que hipotecar y luego ceder nuestros domicilios y vivir como sus inquilinos. Corremos contra el tiempo.

El trabajo remoto, desde nuestras holopantallas, tablets, smartphones, computadoras, era imperioso, no podía dejar que la depresión me dominara y me uniera, arrastrando a mis hermanos y padres, a sumarnos a los setecientos cincuenta millones de muertos que hubo en el mundo en solo diecinueve meses.

Las cosas se suscitaban con rapidez, transcurrió otro mes y nos hallábamos confinados, pero llegó un paliativo: un superbloqueador solar que Rusia había tenido listo desde tiempo atrás, aunque por temas del juego político no se había comprado la crema en occidente.

Perú había hecho la lucha, había sido protagonista tecnológico por primera vez, gracias a que fuimos el país cero, y a que nuestros gobiernos tomaron buenas decisiones, huir y dejarnos en manos de las corporaciones. ¿Qué fue del presidente, de los ministros, de los congresistas? Un medio informativo alemán de gran confianza dijo que emigraron a Groenlandia y que solo aparentaban estar en Lima por la virtualidad.

Corremos y corremos, el trayecto parece hacerse largo, como el lomo de una serpiente marina, de esas de los cuentos clásicos de terror de William Hope Hogdson. El sistema de gas estadounidense y el ungüento ruso comienzan a desgastarse. La gente se quema de forma casi espontánea, y aún no explicada, dentro de sus domicilios después de que los rayos solares penetran por tal o cual abertura. La elaboración del domo va a demorar, pero lo lograremos. ¿Tendrían razón?

Los libros de la semana

En mi caso, no quise arriesgarme, he comprado el último gran invento peruano, qué orgullo, al menos algo estamos haciendo luego de siglos de solo mirar que otras naciones hicieran el trabajo. «Máquinas para el suicidio», este final se parece un poco más a los de Edgar Allan Poe.

Me introduzco en el pequeño ataúd de hielo. No quiero saber qué método de muerte eligieron mis familiares, sobre todo los cercanos. ¿Cuál fue o será el destino de mi hermanito? Si fuera mi decisión, lo introduciría aquí con agujas delgadas y sedantes para que no le doliese, de ahí pasará al sueño eterno.

Pero sí lo he pensado para mí, ahora solo quiero probarlo.

Hay algo que me sorprende mientras estoy dentro de esta gélida tumba, no dejo de pensar en cómo son las cosas, el marketing, porque en su catálogo hay modalidades, como La virgen de hierro de Bram Stoker, Multical de José B. Adolph o incluso ese abalorio revolucionario narrado por Mary Shelley para detallar la creación de su monstruo, aunque ahí, en esos modelos, e incluyo en el que ahora me encuentro, se acababa con la persona ¡mediante incineración! Claro, ¿quién iba a estar tan loco de morir así? No obstante, la empresa aseguraba que era solo la estética, que, por lo contrario, la sensación al fenecer era de un deleite impensado. Ah, qué agradable es: el fuego, que percibo como caricias, se introduce en mis entrañas. Ya no me sudan los pies, tantos años con esa maldita hiperhidrosis focal. Fue una buena inversión después de todo. ¿Quién dijo que el consumismo era amenazador?

Carlos Enrique Saldívar

Lima, Perú, 1982. Estudió Literatura en la UNFV. Es director de la revista impresa Argonautas y del fanzine físico El Horla; es miembro del comité editorial del fanzine virtual Agujero Negro, publicaciones dedicadas a la literatura fantástica. Es director de la revista Minúsculo al Cubo, dedicada a la ficción brevísima. Es administrador de la revista Babeblicus (literatura general). Publicó el relato El otro engendro (2012). Publicó los libros de cuentos Historias de ciencia ficción (2008, 2018), Horizontes de fantasía (2010) y El otro engendro y algunos cuentos oscuros (2019). Compiló las selecciones: Nido de cuervos: cuentos peruanos de terror y suspenso (2011), Ciencia Ficción Peruana 2(2016), Tenebra: muestra de cuentos peruanos de terror (2017, 2018) y Muestra de literatura peruana (2018).

Blog: http://fanzineelhorla.blogspot.com/&nbsp

Benjamín Román Abram

Lima, Perú, 1970. Sus cuentos y reseñas se han publicado en diarios y revistas nacionales e internacionales como El ComercioCorreo (Huancayo). En las revistas impresas HeterocósmicaFabuladorUmbralBuensalvaje, etc. En revistas en línea: Escritores por escritoresCosmocápsulamiNaturaAgujero NegroPlesiosaurioZona libre. Sus poemas se encuentran en webs del género (La Ira de Morfeo) o publicaciones virtuales (Alfa Eridiani). Sus cuentos se han recogido en las antologías nacionales Se Vende Marcianos y Manuscritos de R´LYEH. Es autor de los libros de relatos En Envase Pequeño y Bioficciones. Ha dictado talleres de ofimática bajo un esquema de su creación denominado tecnoliteratura orientado a escritores para corrección avanzada de sus textos. También cultiva la poesía. Como bloguero, publica regularmente cuentos y reseñas literarias de su autoría.

Blog: http://masqueimaginar.blogspot.com/

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