Teoría Ómicron

Revista de ciencia ficción y fantasía

CRONISTAS ÓMICRON: Trampantojo

Publicamos el relato "Trampantojo" de Yolanda Fernández Benito.

Yolanda Fernández Benito

Mientras frotaba las suelas de sus botas contra el felpudo, pidió a Asly que activase el modo hogar. Había descubierto que, si realizaba alguna actividad mecánica, como marcar en el panel de control digital los diez números que la permitían acceder a su apartamento, apenas notaba la presión cerebral y lograba evitar la sensación de mareo.

Al introducir la última cifra, la puerta se abrió franqueándole la entrada a su pequeña pero coqueta morada. El agradable olor a lavanda que le recordaba a los veranos de su infancia en casa de su abuela, inundó sus fosas nasales e hizo que olvidase las tensiones de un duro día lidiando con todo tipo de indeseables que intentaban evitar los férreos controles de la aduana para pasar mercancías más o menos ilegales. Sin necesidad de que se lo ordenase, Asly programó una playlist acorde a sus gustos y moduló la intensidad de la luz, suficiente para no tropezar con los muebles, pero sin deslumbrar.

Con un leve gesto agradeció a Asly la elección y se encaminó hacia la zona del dormitorio. La ventaja de vivir sola era que no le hacían falta tabiques que le delimitasen el espacio y podía disfrutar de su bonito y diáfano loft. Sin miramientos se dejó caer encima del confortable colchón y se sintió arropada por el mullido edredón que cubría sobradamente la cama. Estaba tan cansada que no le hubiese importado echar una cabezadita, pero no quería alterar sus biorritmos y arriesgarse a pasar toda la noche en blanco.

Después de unos segundos más de remoloneo, se levantó descansada y dispuesta a prepararse una deliciosa cena. Vestida con un colorido pijama se encaminó hacia la sección que ocupaba la pequeña y funcional cocina. La encimera de mármol de Calacatta que incluía un fregadero tipo granero con grifo de cobre y una placa de inducción ocupaba toda la pared decorada con un bonito azulejo blanco tipo metro con la lechada en negro, que resaltaba a la perfección con los armarios bajos negro mate. En la parte superior, se había decantado por unas ligeras estanterías de madera natural adornadas con la vajilla y sus plantas preferidas que alegraban y realzaban la campana de latón que le daba al conjunto un toque industrial.

De la nevera camuflada en uno de los armarios inferiores sacó una bandeja que introdujo en el horno. Mientras se calentaba el elaborado rissoto a la trufa se sirvió una copa de vino, esta vez se decantó por un gran reserva. Minutos más tarde, disfrutaba de aquella delicia sentada en el cómodo taburete de la isla de mármol que separaba la cocina del salón.

Una vez saciada, se encaminó hacia el sofá de cuero para tomar el postre que todavía permanecía en una de las bolsas que usaban en el departamento de aduanas para guardar la mercancía decomisada. Cómodamente sentada, disfrutando de la envolvente música, abrió la bolsa que contenía su alijo particular. Una caja de bombones belgas era un precio más que justo por hacer la vista gorda con aquel sospechoso paquete que había llamado la atención de los perros. Mientras abría la caja, después de unos segundos de duda, decidió que era el momento de pedirle a Asly que desactivase el modo hogar.

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Con impaciencia completó el protocolo de doble confirmación implementado para evitar que el trampantojo que cubría la realidad se desactivase por error. Aunque era consciente de la desazón que la invadiría, no estaba dispuesta a dejar que el programa hogar enmascarase el sabor de aquellos bombones, necesitaba sentir de verdad lo único real que iba a pasar por su boca en mucho tiempo.  

Liberada de la realidad aumentada inmersiva con la que los pobres engañaban a sus sentidos para disfrutar de los lujos que nunca estarían a su alcance, los lujosos muebles se transformaron en estanterías de conglomerado descascarillado, los delicados aromas de su infancia se diluyeron entre los hedores a tuberías viejas y humedad y el confortable sofá se llenó de bultos que hacían que estar sentado en él fuese una auténtica tortura. En tan solo un segundo vio el cuchitril que llamaba hogar tal y como era en realidad, una buhardilla infecta cuyo alquiler pagaba a duras penas. 

La mueca de asco que había aflorado en su cara al ver los restos de la pasta alimenticia que había engullido con tanto deleite y los del agua coloreada que su asistente neuronal había hecho pasar por un delicado néctar, se transformó en una sonrisa de deleite al introducir en su boca el primer trozo del delicado chocolate.

FOTO: Imagen de ImaArtist en Pixabay

Yolanda Fernández Benito

Nací en Valladolid (España) en 1970. Ciudad en la que sigo anclada y trabajando como empleada de banca para pagar la hipoteca. Disfruto observando el anodino mundo que me rodea buscando caras, imágenes y sonidos que me sirvan de inspiración para crear realidades paralelas. Me gusta experimentar con distintos géneros, personajes y extensiones, pero reconozco que siempre acaban teniendo un toque siniestro y oscuro. Varios de mis relatos han sido seleccionados para formar parte de antologías o premiados en concursos. Entre ellos La terraza finalista del I premio Yunque literario modalidad terror,  Aquellos ojos muertos ganador del Místico Literario (Algeciras Fantástika 2.021), Diez minutos de cortesía en la antología Hijos del Karma (Altavoz Cultural 2.021), Días de matanza en la Antología Apocalipsis (Revista Tártarus 2.020), El ERE ganador del I Concurso de relatos de 50YFN (Club de escritores 2.020) y La Ruta de la Plata en la Antología KALPA V, Relatos de Naves Nodriza en Castilla y León (ACLFCFT 2.020). También he publicado en revistas como Pulporama, Literentropía, Droids & Druids, Exocerebros, Sangría, Mordedor, Entre Lusco y Fusco, Interesantes relatos, Relatos increíbles, Revista Weird Review, Teoría Ómicrom o Tentacle Pulp. También podéis encontrarme en el blog Cylcon (ACLFCFT).

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