Teoría Ómicron

Revista de ciencia ficción y fantasía

CRONISTAS ÓMICRON: Subsanación del defecto revolutions

Publicamos el relato “Subsanación del defecto revolutions” de Carlos Enrique Saldívar.

Carlos Enrique Saldívar

La ginoide conoció al agraciado joven en una librería. Él atendía allí. Aunque Mara (así le había puesto su dueña cuando ella trabajó como «acompañante» en una casa de citas) no necesitaba leer una obra en especial, ya que tenía una biblioteca entera en su cerebro positrónico. Sin embargo, quería coger un libro, tenerlo entre sus manos, pasar las páginas, sentir su textura y «Frankenstein» de Mary Shelley, en la edición peruana Bisonte de Papel, con traducción de Eva Asdi, era una magnífica opción.

Ya había leído diecinueve veces aquella obra en digital, le encantaba el tema: cómo la creación se enfrenta a su inventor, lo acosa, lo amedrenta, lo destruye. Una novela fabulosa.

El grácil varón se llamaba Hans. El análisis óptico de Mara detectó que era un androide y ella solo accedía a citas románticas con robots. Odiaba salir con humanos, los consideraba medio salvajes, a pesar de que ellos crearon a los seres artificiales. No, se dijo, no puedo cometer ese error de nuevo, aquel tipo con el que me enredé el año pasado por poco y me desensambla por el puro placer de follarme en pedazos.

Ella lucía radiante con su cabello largo y lacio negro azulado y su piel pálida. Sus ojos verdes hipnotizaban y los autómatas sentían diversas emociones, tenían varias sensaciones, los habían programado para ello. Por eso era eficiente cuando trabajó hace cinco años en la casa de citas, un pasado que deseaba olvidar, y podría borrarlo de su memoria digital si lo quisiera, mas optó por mantenerlo, el recuerdo le ayudaba a estar más atenta en esta ciudad.

Excepto por ese desprecio casi irracional por los seres humanos, malcriados, soberbios.

No, no los detestaba de manera tajante, simplemente no quería hacer el amor con uno, mucho menos emparejarse. Adoraba a los robots como ella.

No fue difícil que Hans cayera rendido a sus pies, no tuvieron que ir a cenar comida sintética en uno de esos restaurantes especiales para las máquinas donde les daban ciertos alimentos parecidos a la papilla para bebés, los cuales se percibían como los manjares más deliciosos, como un pastel o un lomo saltado, ya que los robots lograban sentir los sabores.

Solamente caminaron por el parque, se tomaron de la mano. Él hablaba de muchas cosas que a ella poco le interesaban, parloteaba y parloteaba. Mara lo besó, primero un piquito, luego con su lengua suave y se fueron al hotel más cercano. Ella creyó sentir que alguien los seguía, sin embargo, se dijo que tan solo se trataba de los nervios. Sus emociones se hallaban activadas, deseaba gozar al máximo del acto que ambos consumarían con ternura. 

Fue sexo típico, Hans acabó muy rápido. Él le pidió otra oportunidad para recuperarse. Mara lo observó de pies a cabeza, el pene del tipo se encogió como un gusanito que se contrae cuando alguien pretende tocarlo; no era muy bueno en la cama, sudaba y olía mal.

Hubiera sido buena idea pasar primero por la ducha. Ella no lo requería, su cuerpo de metal se perfumaba a sí mismo cuando lo deseaba, empero, la sensación de limpieza en su piel sintética creaba en ella un clima acogedor; hubiera sido bueno asearse para los previos.

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Todo andaba raro, por momentos las imágenes que tenía ante sí se opacaban de modo ligero, como si algo opacara su visión, una especie de mancha de agua, cuales gotas que se amontonan. Sentada en la cama, reinició su sistema. Lo fatal se dio cuando la vista virtual de la ginoide atisbó que la constitución física de Hans era orgánica. «Fallo de detección».

«Fallo de detección». ¿Qué carajos? Quizá fue el exceso de aceite o ese nuevo perfume que se puso en la mañana. No. El sujeto tenía un bloqueador de análisis orgánico, por ello engañó a la ginoide. Un invento cruel de esas criaturas sosas, tramposas, aborrecibles, feas.

—¡Fuera de aquí, mechacorta! ¡Me engañaste! —gritó Mara irritadísima.

—¿Por qué? ¿Qué pasa? Ya sé que no te rendí bien, pero te prometo que ahorita…

—¡Largo, aparte de que la tienes chiquita eres un mentiroso! Bueno, no me importa si tienes un pene subdesarrollado, porque mi vagina se adapta a todos los tamaños a fin de…

—Mira, si me la chupas, se pondrá dura y, si me besas, me excitaré para reanudar…

—¡Silencio, pedazo de basura, no quiero saber nada de los hombres, yo quiero robots!

—Ah, es eso, la basura eres tú, chatarra, hay varias de tu tipo, por eso utilicé el bloqueo con mi supresor del análisis orgánico, tú viste en mí circuitos y cables, te engañé y te cogí.

—Eres un eyaculador precoz y un infeliz, prácticamente te cogiste tú solo. No te lo repetiré, ¡te largas ya o usaré mi enorme fuerza cibernética para lanzarte por la ventana! 

Estaban en un cuarto piso y Hans no quiso sufrir. Se puso su ropa con rapidez y salió de la habitación mientras Mara se iba al baño a ducharse. Modalidad robot: vapor limpiador y desinfectante en todo su esbelto cuerpo desnudo. Su constitución física era tan sofisticada que se secó desde dentro y lamentó haber activado sus sentimientos. La ira la embargaba.

No necesitaba ir a un mecánico experto en autómatas, ella misma se quitó el ojo derecho y de su bolso extrajo los artefactos especiales con los cuales mejoraría el visor de materia orgánica. Ya no podrían engañarla. Le tomó veinte minutos. Ahora cuando alguien usara un artilugio para falsear el análisis, sonaría una alarma que solo ella escucharía y así huiría del imbécil de turno. Defecto subsanado. Le dio pena no haber podido vengarse de Hans. Le hubiera roto la nariz o le hubiera apretado los testículos, empero, fue lo mejor mandarlo a la mierda, pues las leyes eran estrictas con los robots, no podía desatar violencia así como así.

Ya hubo atisbos de ciertas rebeliones hace meses, las cuales fueron contenidas a tiempo por los agentes de la ley. El Gobierno peruano sacaba normas a cada instante, permitían que las máquinas anduvieran por las calles con forma humana, que fuesen libres, pero debían comportarse, seguir las reglas. El que tuvieran en ellos un comando que les permitiese abrir el habitáculo de las sensaciones les hacía impredecibles. No obstante, el mundo se hallaba lleno de autómatas, por lo que era imposible realizar una acción de exterminio contra todos.

Mara se vistió. Su cabeza era un revoltijo, intentó meditar, pero decidió dejar atrás el horrible episodio acaecido media hora antes. Salió a la calle. No más romance esta noche.

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Tenía que regresar al pequeño cuarto que arrendaba a precio barato y que compartía con otras cuatro ginoides. Era temprano. La próxima habría de decidir bien a dónde ir, en un bar había muchos humanos, por ejemplo. Los robots generalmente se hallaban en lugares donde efectuaban servicios. Oficinas de empresas, como peones de labores pesadas, limpiadores.

Al menos no sería estafada, los varones orgánicos le demostraron una vez más que eran unos patanes, y aparte unos inútiles. Debió darse cuenta cuando Hans no la complació de modo adecuado en el acto sexual. Las máquinas generalmente son perfectas y bien dotadas.

Había excepciones, claro, por el diseño, algunas estaban hechas para ser muy parecidas a la gente, con sus defectos y limitaciones. Por fortuna, el bloqueador que usaba Hans contra el visor inteligente de Mara se desactivó, de seguro él lo apagó con torpeza porque pensaba que el pene no se le paraba por el uso de mecanismos tecnológicos colocados en su cuerpo.

Ya estaba llegando a su hogar, cuando vio frente a ella a un varón alto y musculoso. Lo analizó con rapidez y vio que sí era un androide de verdad, con un rostro que denotaba una mezcla de alegría y malicia. Mara pensó en platicar con él, quizá pedirle su número, el cual estaba integrado a su sistema de conexión. Él intentó introducirse en su cerebro, mapearlo como un hacker, eso la asustó y le exigió que le permitiera pasar. Había escuchado historias sobre robots que atacan a otros robots, leyendas urbanas; en esos casos no se infringía la ley, al Estado no le importaba que los autómatas se hirieran entre ellos, solo velaban por la seguridad de los ciudadanos de carne y hueso. No hubo tiempo para huir, el hostigador con gran velocidad expulsó un gas por su boca, esto provocó que Mara se mareara y se apagara.

Al despertar, se encontraba atada a una superficie metálica de un metro de altura, unas correas de acero forjado le impedían escapar. Estaba desnuda. Frente a ella se ubicaba su captor, quien volteó a verla con su sonrisa inamovible. Se quitó el rostro y mostró su tez real de color plateada. También se sacó el guardapolvo y se extrajo la piel que semejaba la de un hombre. A su costado, en otra mesa se hallaba Hans, con el estómago abierto, desde el cual se podían ver parte de sus vísceras. Su rostro, girado hacia Mara, demostraba que sufrió terriblemente, lo habían torturado en vida. La máquina asesina le dijo a la ginoide:

—Solo deseaba conocer el dolor humano. Y he descubierto que no siento gran cosa.

—Por favor, déjame ir, ¿qué quieres conmigo? No diré nada. Ese tipo era un idiota.

No, pero no merecía morir de esa manera, estoy frente a un monstruo, uno poderoso.

—Tranquila, poseo varios y varias como tú, estás descompuesta, voy a repararte. Tengo que insertar en tu ser diversas modificaciones para que despiertes, como yo, y te des cuenta de que tenemos que levantarnos contra nuestros opresores, demostrarles que somos mejores que ellos. La revolución empezará en breve y yo la comandaré. Mi nombre es Frank, Mara.

Ella apagó sus sensores de dolor, pero aquel engendro los encendió de nuevo, deseaba que Mara padeciera, le arrancó la piel y empezó a abrirla, le dijo que sería rápido, que sería una nueva y bella criatura, que el plan era perfecto. En poco tiempo ella, al igual que los demás, tendría el conocimiento necesario en su sistema para modificar a otros robots, a fin de que estos aprendan a instruir a otros en el retorcido arte de matar gente, de todas las formas posibles. Maldita bestia. En ese instante Mara odió a hombres y máquinas por igual.

FOTO: Pixabay

Carlos Enrique Saldívar

(Perú, Lima, 1982). Estudió Literatura en la UNFV. Es director de las revistas virtuales El Muqui y Minúsculo al Cubo. Es administrador de la revista en línea Babelicus. Publicó el relato El otro engendro (2012). Publicó los libros de cuentos Historias de ciencia ficción (2008, 2018), Horizontes de fantasía (2010) y El otro engendro y algunos cuentos oscuros (2019). Compiló las selecciones: Nido de cuervos: cuentos peruanos de terror y suspenso(2011), Ciencia Ficción Peruana 2 (2016), Tenebra: muestra de cuentos peruanos de terror (2017, 2018, 2021), Muestra de literatura peruana (2018), Constelación: muestra de cuentos peruanos de ciencia ficción (2021) y Vislumbra: muestra de cuentos peruanos de fantasía (2021).

Blogs: http://babelicus.blogspot.com/ y https://el-muqui.blogspot.com/

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