Ronny Barrios
Flog sólo había conocido la luz. Durante los doce ciclos en los que su ser se había manifestado, con las cuatro metamorfosis propias de su especie, la luz y el calor fueron una constante, haciéndo florecer los amplios campos cultivados, iluminando el incansable afán de su casta por recolectar alimentos en los cóncavos graneros de tierra, mientras eran arrullados por el rumor de la vendimia y la disciplina de la casta que procesaba la cosecha y la transformaba en alimentos que perduraran mucho tiempo almacenados, además del incansable ir y venir de comerciantes de otros lares -incluso de otras especies-, para intercambiar productos.
El aprendizaje fue arduo: la nueva generación, nacida con la luz, debía absorber todos los conocimientos de su especie para la supervivencia, antes de la finalización del periodo de luz; esto implicaba largas jornadas, en las que Flog y sus contemporáneos debían prestar mucha atención, practicar sin descanso y confiar en su comunidad, mientras los mayores cantaban las penurias del tiempo oscuro.
Pero también había disfrutado de la compañía de los suyos, reído en las prácticas de lucha, cantado junto a los cosechadores, se había fatigado junto a los constructores en la hechura de los graneros, y la reedificación de los caminos y las defensas. Y por supuesto, había conocido la alegría de cambiar cada cierto tiempo, alcanzando cada vez más la etapa adulta.
Cuando llegó el último día de luz de acuerdo al calendario de su especie, los campos estaban segados, los graneros sellados, los caminos vacíos y los guerreros preparados.
Flog se unió al canto de su comunidad con toda los colores que fue capaz de generar.
Y esperó lo que su pueblo tanto temía.
Si la especie de Flog hubiese tenido tiempo para la astronomía, habrían sabido que habitaban un planeta errante, cuya libre trayectoria por el espacio lo llevaba cada cierto tiempo a las cercanías de una estrella no muy grande que, debido a la distancia, no podía atrapar al planeta con su gravedad, haciéndolo rotar en torno suyo, para dejarlo escapar de nuevo en un viaje circular. Toda la vida en el planeta estaba organizada en torno a este baile sideral, tanto las especies que florecían con los períodos de luz y calor, como las que medraban en el frío y la oscuridad.
Y los Fing eran los peores de estos últimos.
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Una vez el último rayo de luz se extinguía, los Fing emergían de sus profundas madrigueras, donde habían estado hibernando y procedían a arrasar los alrededores, en busca de alimentos para sus crías. En cuanto pasaba el tiempo de crianza, los Fing olvidaban esta belicosidad, y se dedicaban a limpiar los campos, desbrozando las tierras que Flog y sus iguales cultivarian otra vez para sus descendientes, alimentándose de la materia muerta, procesando los gases tóxicos, destruyendo hongos y esporas y manteniendo a raya los depredadores que podrían destruir a la especie de Flog, que hibernaba durante la oscuridad.
Y aunque Flog había aprendido todo esto, en ese momento no le importaba, pues en este ciclo, los Fing eran su enemigo.
Atrincherados junto a los mayores, Flog y la nueva generación vieron a los Fing emerger de sus madrigueras en filas cerradas y atacar sin piedad, con la irracionalidad del hambre y la violencia del instinto de supervivencia. Los vió avanzar, los soldados de gruesos miembros cercenando y matando, los cosechadores recogiendo los despojos y llevándolos apresuradamente a sus madrigueras donde, después de la batalla, los machos fecundarian a las hembras en medio de un festín y la siguiente camada estaría asegurada.
Blandiendo unas filosas espigas vegetales, Flog lanzaba punzadas y mandobles desde la barricada donde protegía los graneros asignados. Los Fing eran más corpulentos, pero la especie de Flog compensaba con mayor agilidad y un par de extremidades extras, que tajeaban y punzaban sin descanso, mientras los cosechadores enemigos cargaban a los caídos de ambos bandos hacia las madrigueras.
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La lucha era incesante en los que hasta hacía poco habían sido campos de labranza, y ahora se extendían en eriales pisoteados, punteados por la sangre de los contendientes. Flog vió con dolor como una barricada cayó y los despojos de sus semejantes llevados en una fila frenética, entre zumbidos de batalla y cánticos de aliento, vió como el granero ahora sin defensa fue arrasado y reducido a escombros. Dió con la firme determinación de que el poblado y el granero que defendía no correrían con igual suerte y, zumbando con ferocidad, quebró en pedazos sangrantes al atacante más cercano.
Sin embargo, una cosa eran los juegos y las cabriolas del entrenamiento, y otra muy distinta la batalla, violenta y dolorosa, sucia y maloliente. Otros poblados habían caído, la filas Fing empezaban a disminuir.
Hasta que, sin previo aviso, en los campos pisoteados sólo quedaron los cosechadores Fing, recogiendo los últimos pedazos y pronto también ellos se retiraron.
Flog y los suyos elevaron un cántico de alivio y agotamiento y, ya lacerados por el frío, empezaron a retirarse a los poblados, ahora entonando un cántico de despedida, un adagio por los mayores caídos o los que sucumbirían a la estación fría y a quienes nunca más volverían a ver, un salmo cálido y diciente porque, una vez finalizada la batalla, emergía la esperanza de que en cuánto el calor retornara al mundo, una nueva generación de su especie florecería.
FOTO: Imagen de 8926 en Pixabay
Ronny Barrios
Cartagena De Indias, Colombia (1979). Desde pequeño me ha interesado la ciencia ficción y la fantasía, primero a través del cine, en películas como Star Wars, El Planeta de los Simios, Terminator o Mad Max, pero también Leyenda, Willow, Conan y El Señor de las Bestias, además de series televisivas tanto animadas como en imagen real. Ya en la adolescencia pude acceder a los clásicos de Julio Verne, a las ficciones pulp de las novelas de bolsillo españolas, y más tarde a la ciencia ficción más elaborada, al terror cósmico y a la fantasía más elaborada. Entre mis muchos intentos de crear mi propio mundo de fantasía y ficción, me he decantado más por el relato corto, ya que me permite condensar más las ideas trabajar en un estilo más preciso en el que cada frase debe ser sopesada y estar en armonía con el conjunto.
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