Teoría Ómicron

Revista de ciencia ficción y fantasía

CRONISTAS ÓMICRON: La tumba del alma

Daniel Figueroa Arias narra la historia de la supervivencia de una inteligencia humana en el ciberespacio tras un cataclismo. La consciencia, atrapada en un banco de memoria debido a un error durante un apagón y descubierta después de 50 años, se ve forzada a existir en aislamiento total, sin cuerpo físico, siguiendo los llamados Protocolos Fantasmas. Atrapada en un abismo insustancial, la consciencia sólo puede existir, convirtiéndose en un fantasma en una tumba cibernética.

Daniel Figueroa Arias

Su trabajo no era difícil. A su alrededor se desplegaba una esfera, una de cientos que operaban en el Arco de Inteligencia Híbrida. En aquella, en específico, se creaban programas autosuficientes llamados demones. Para describirla con imágenes, se verían cientos de hélices rodeándola, sobre las cuales los programas eran ensamblados y cobraban una consciencia primigenia, infantil. Toda una camada se ensamblaba al mismo tiempo sobre una misma cinta. Entonces, la cinta serpenteaba hacia arriba, llevándolos a otra esfera para su adiestramiento o para ser adquiridos por algún usuario que los entrenaría y configuraría a su gusto. Se trataba de un paisaje de luz y colores danzantes, cada uno en su secuencia predeterminada.

            A pesar de la complejidad a su alrededor, en efecto, no era un trabajo difícil. Era una directora de orquesta a la cual sus músicos no le prestaban la menor atención, perfectamente capaces de entrar y salir a un compás omnisciente en sus mentes artificiales.

            Pero le gustaba seguir el juego. Eso sí, si algo salía mal, ella tendría que dar la cara. Por supuesto, después de ciclos y ciclos de producción –traducidos en meses del tiempo físico–, sabía reconocer las secuencias y señales precedentes a alguna falla o problema de calidad y corregirlas.

            Los ciclos de producción se seguían en una hermosa secuencia de hélices que ascendían, con sus ramos de demones recién creados, para ser seguidas por otras donde nuevos programas comenzaban a crearse. Y su mente se iba en esos ciclos sin fin, ajena al hambre o el cansancio, en una contemplación de un éxtasis de belleza… hasta que una alarma le recordó su tiempo de ocio mental.

            Dejó todo en automático. Se aseguró de que no había ninguna señal de riesgos y se dispuso a trasladarse a otra esfera. Su consciencia se movió con suavidad por los arcos hacia su propia esfera privada. Tal vez debería salir del sistema por completo, pensó, pararme en mis propias piernas, estirar los brazos.

            Pero se sentía tan bien en su propio espacio; una basta tranquilidad, donde mar y cielo se tocaban y repetían por ciclos ociosos. Su paz contrastaba con el frenesí de la esfera de ensamblaje. Ella solo se dejaba flotar, plácida, entre el cielo y el mar.

            Solo esperando a la alarma que la arrojaría de nuevo al trabajo.

            La luz era como de un suave amanecer desde un horizonte lejano. No había cabida a la sombra en ese sueño electrónico, las nubes arriba y debajo de ella se bañaban con luz dorada que, si bien quería, podía trastocar a cualquier paleta de colores que deseara y sintiera que la reconfortase mejor.

            Las nubes y todo a su alrededor se tiñeron de rojo. Pero no el carmesí de un atardecer veraniego, sino un rojo sólido, fuerte, que la sacó de su ensoñación.

            Se trataba de una alerta del exterior.

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            Su consciencia se vio arrojada al mundo físico. Sus ojos le ardieron por la luz de su apartamento. Sintió las agujas intravenosas saliendo de sus brazos, mientras los acoples en la base de su cabeza se separaban, sacándola de las esferas cibernéticas.

            Al enderezarse en su diván, sintió cada una de sus articulaciones protestando. Se sentía aturdida por el bombardeo repentino de sus sentidos. Cuando sus ojos por fin se acostumbraron, recorrieron el pequeño apartamento de cuatro por tres metros donde vivía.             Todo luciría normal, a no ser por la luz roja que bañaba todo el interior.

            ¿Luces de emergencia?, se preguntó.

            Después de probar el vínculo con algunos de sus demones asistentes, comprobó que no había energía. Era un apagón. Eso le hizo sentir un escalofrío. Un apagón en una ciudad cibernética como San Pedro II rayaba en el nivel de los cuentos de terror para asustar a los niños.

            Se puso de pie y caminó a la estrecha ventana del apartamento. Sus piernas también protestaron por tener que sentir el peso de su escuálido cuerpo. No había espejos en el lugar. La verdad era que poco le importaba su apariencia, solo quería regresar cuanto antes a los arcos.

            Los edificios eran moles oscuras contra el cielo que comenzaba tímidamente a clarear. Las calles estaban oscuras también. Por lo visto, había sido un apagón general. El sistema la sacó de los arcos justo antes de quedar atrapada.

            Regresó a su diván y se acostó de nuevo. Cerró los ojos, el tiempo real se le hacía tan lento. Pasó una eternidad hasta que sintió a las agujas ingresar en sus venas con la alimentación intravenosa y el enlace se acomodaba de nuevo en su cabeza.

            En un parpadeo, ingresó de nuevo en la esfera.

            Pero todo era diferente. Las bandas estaban detenidas, apagadas y con sus programas embrionarios a medio procesar, desvaneciéndose en la nada. Llamó a la pizarra principal, solo para quedar horrorizada ante el mensaje que dominaba todos los menús: Cierre total del proceso.

            Estaban desconectando todo y ella había caído justo en medio del proceso de cierre.

            Tenía que salir. Se proyectó fuera de la esfera…

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            Primero fue la nada. No estaba en su cuerpo, estaba segura de eso. Tampoco en ninguna esfera del Arco. No había nada sobre la cual volcar su ser, con quién interactuar. Solo era una consciencia “enrollada” sobre sí.

            Lo siguiente fue una luz. Fuerte, compacta, no irradiaba rayos en ninguna dirección.

            La luz se volcó sobre ella y descubrió que se trataba de un demon. Le habló, sentía que le hablaba con su voz, mientras el demon se limitaba a dirigir la respuesta directamente a su mente.

            —¿Qué pasó? ¿Dónde estoy?

            Esta es una unidad de producción cibernética fuera de funcionamiento.

            —No me digas, qué programa más brillante. Dime, ¿cuál es tu nombre?

            Pregunta no válida.

            ¿Un demon asistente sin un nombre para interactuar? No era común toparse con un modelo tan primitivo.

            —Bueno, al menos viniste por mí.

            Error. Mi misión es cartografiar la información de estos bancos de datos recién rescatados. No tengo directriz de extraer ningún programa.

            —Oye, más respeto; estás hablando con una persona.

            Lo siento. Técnicamente, usted ya no es humana. Es solo una inteligencia cibernética.

            —¿De qué hablas? Claro que soy una persona, un ser humano.

            Lamento decirle que no. De hecho, es una copia de una consciencia humana, respaldada en un banco de memoria sobreviviente a un evento de destrucción masiva, junto con otra información varia. Cuando empezamos a purgar la información, caímos en cuenta de su existencia. Según nuestras definiciones, usted no es una persona para fines prácticos o legales, después de la copia.

            Aunque encontraba absurdo este argumento, la ansiedad se cerró a su alrededor. Deseaba aire, respirar con sus raquíticos pulmones, sentir sus enclenques piernas de nuevo, y aún una inteligencia tan simple como parecía ser aquel demon tenía que incorporar los protocolos de emergencia para ayudarla, a menos de que estuviera fallando.

            —Llévame afuera, sigue el algoritmo para enlazamiento cognitivo. ¿Dónde está mi cuerpo?

            Me temo que no será posible. El algoritmo que menciona no está disponible. Por otro lado, el paradero de sus restos es incierto; han pasado cincuenta años y las probabilidades de que exista son nulas.

            Sintió todas las señales psicosomáticas de un ataque de pánico.

            —¡¿Cómo?! ¿Qué pasó? ¿Dónde estuve este tiempo?

            En los bancos de respaldo, junto con todas las unidades de producción cibernética. Al cerrarse por emergencia, el sistema no la diferenció del resto del flujo de datos de la cadena de producción cuando la desconectaron y no comprobaron que había salido antes de apagar el sistema.

            —¡Fue un error! ¡Por el apagón de electricidad! Seguro no sabían que aún estaba adentro.

            Por suerte la respaldaron con cuidado. Para usted.

            —Qué considerados, ¿eh?

            Debo continuar con el catálogo de la información.

            —¿Hay donde pueda ser transferida?

            Me temo que no es una opción.

            Nunca lo fue, ni ahora ni nunca, se dijo a sí misma; la transferencia intercorpórea era prohibida desde hacía cincuenta años y debía de seguir siendo prohibida ahora.

            —Bueno, pues te pido una cosa más: desconecta los servidores donde está asentada mi consciencia y notifica a las autoridades, ellas sabrán qué hacer. No quiero seguir conectada hasta que vengan por mí.

            Me temo que es imposible. Usted se encuentra desperdigada por varios servidores de recuperación; la desconexión implicaría la pérdida de información valiosa.

            —Notifica a las autoridades de San Pedro II. ¿Conoces el Código del Arco siquiera?

            Un momento, por favor.

            La luz se quedó muda. Ella no podía alejar su mente de esa luz, por ahora su única ancla a un mundo más allá.

            Disculpe por la demora. Correcto, el Código del Arco era el compendio de leyes y reglamentos que regían el uso de los arcos híbridos durante la hegemonía de San Pedro II. Pero esto es San Pedro III; el código al que hace referencia dejó de estar vigente. Por desgracia, la jurisprudencia que usted menciona está derogada.

            —¡¿San Pedro III?! ¡¿De qué hablas?! La Alianza del Atlántico aún existe, ¿verdad?

            San Pedro II fue destruida durante un ataque orbital. San Pedro III se construyó cuarenta y cinco años después sobre los restos de su predecesora, auspiciada por el Gobierno Unificado. La Alianza del Atlántico, así como el Pacto del Pacífico, desaparecieron hace cincuenta años.

            Ella se quedó en blanco, incapaz de procesar la idea de que llevaba más de medio siglo congelada en un banco de memoria, que por azar había sobrevivido a una devastación repentina, que su mundo era solo datos en un texto de historia.

            —Pe-pero, ¿qué pasó?

            Solo sé lo indicado: un ataque orbital fulminante erradicó el sesenta por ciento de la ciudad. Más detalles no están a mi disposición.

            —¡Carajo! ¿Qué clase de demon inútil es este? Entonces, haz una purga. Púrgame del sistema.

            No, no.

            La repetición le dio por un instante la apariencia de una consciencia real.

            Eso sería matar. Una mente artificial no puede matar a una consciencia humana bajo ningún pretexto.

            —¡¿Qué?! ¿Qué puedes hacer, entonces?

            Su voz se quebró, ausente de lágrimas.

            Otra vez, silencio. La luz parecía deliberar.

            El Supremo Magisterio ha promovido la Ley de Control de las Inteligencias Cibernéticas y la Hibridación, según la cual, uno: usted no puede ser considerada una persona en todo su derecho; sin embargo, en tanto es una inteligencia cibernética de origen humano, está en un rango inmediatamente superior a una inteligencia artificial. Lo cual nos lleva a dos: no puedo ejecutar ninguna acción en contra de su existencia. Un momento, por favor.

            Otra maldita pausa. ¿Cuánto tiempo representaría en el mundo físico? ¿Estaría el demon dando alerta a alguien al otro lado?

            Respuesta recibida. El Consejo Majestad ha establecido los Protocolos Fantasmas para esta situación. No podrá desconectarse y no puede quedar expuesta al exterior. Los bancos de memoria residentes serán aislados de todo sistema exterior. Usted mantendrá su existencia, pero en aislamiento total, hasta un nuevo protocolo.

            —Espera, ¿eso es todo? ¿Qué me queda entonces?

            Existir.

            —¿Eso es todo lo que haré?

            Existir. A usted solo le queda existir.

            Y así como había aparecido, la luz se apagó, dejando su consciencia inconexa a cualquier otra cosa, envuelta en un abismo insustancial donde necesitaba gritar, pero no tenía pulmones, garganta ni boca. No podía patear o rasguñar la tapa de su tumba, ya que sus delgadas extremidades se habían desintegrado años atrás. No podía siquiera estremecerse de pánico, sin un cuerpo que reaccionara a su voluntad.

Solo era un fantasma atrapado en una tumba cibernética, olvidado por todos, aislado de todos.

FOTO: Imagen de Gerd Altmann en Pixabay

Daniel Figueroa Arias

Nació el 22 de mayo de 1981, en San José, Costa Rica. Participó en los talleres literarios “Chico Zúñiga” y “Miércoles de poesía”. Ganador Tercer Lugar Premio De Abreu 2021, con el relato “La Caída de San Pedro II”. Publicaciones.

  • Novela, Fantasma en los sueños, bajo el sello editorial de Clubdelibros, Costa Rica.
  • Sueños de Babel, antología completa, bajo el sello de Austrobórea Editores, colección Nuevo Terror en Latinoamérica, Chile.
  • Novela Corta, Náufrago en un millón de voces, bajo el sello editorial de Ask-Books, Costa Rica.
  • “La Noche Hambrienta” y el “El Extraño” en la revista Ominous Tales de Austrobórea Editores, de Chile
  • Cuento “El Último Recuerdo” en la revista Sci-Fdi de la Universidad Complutense de Madrid.
  • Cuento “Bestias de Arena” en la revista Espejo Humeante, edición 9.5.
  • El cuento corto “Inmortalidad S.A.”, en la Antología de Conspiradores, por Marciano Ediciones, en Santiago de Chile.
  • Cuento “La Necrópolis de San Pedro”, en la revista Chile del Terror #4 Muertos Vivientes.
  • Cuento “El Trono de la Osamenta”, en la antología Rollos de Vuelo, de la Editorial de la Universidad Estatal a Distancia (EUNED), Costa Rica.

Instagram: @danielf_escritor

Facebook: facebook.com/AcaboDeLeer81

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