Teoría Ómicron

Revista de ciencia ficción y fantasía

CRONISTAS ÓMICRON: La ilusión de Julieta

Arturo, un genio desinteresado por la educación formal y forzado por las regulaciones tripartitas a asistir a la universidad, cae en una depresión profunda al descubrir que su ídolo musical, Cute Eagle, es una falsificación digital. Sin embargo, la devastación se transforma en heroísmo cuando Arturo expone al mundo el engaño, a pesar de las graves consecuencias personales y legales. A través de su tristeza, reaprende a conectar con las emociones humanas y a reconocer la compañía en quienes realmente la buscan.

Luis Enrique Cuéllar

Arturo asiste a la universidad porque no tiene opción. El Sistema Tripartita prohíbe laborar sin título ni certificaciones. Es habitual verlo en el fondo del salón, con sus audífonos puestos y su gorra de Cute Eagle. Ningún maestro se atreve a decirle nada. Saben que si le interrogan, no sólo contestará correctamente, sino que les preguntará algo que ellos no sabrán responder. Cuando no «está en clase» se puede hallar a este chico de quince años en el patio, sentado bajo su árbol predilecto o en la holoteca.

A pesar del prestigio que Arturo puede representar para la institución, no es una situación fácil para la administración o los docentes. Aun así, realizan una excepción que tampoco es de sorprender; su madre es Julieta Almendro, la gran científica chilena. La ganadora del premio Ted 2095, que revolucionó el mundo con el desarrollo de las intuiciones y personalidades artificiales.

Desde que estaba embarazada comprendió que el Sistema Tripartita exigiría, bajo la ley de la Sucesión Incremental, que su hijo superara sus logros. Ella nunca dudó en «mejorar» a Arturo desde pequeño. Lo convirtió en un genio. No obstante, no lo facultó lo suficiente en algo básico: la inteligencia emocional.

Lo que ella no comprendió es que la inteligencia extrema tiene un precio: la soledad. ¿Cómo podría saberlo? A diferencia de Arturo ella no es ningún prodigio actualizado. Ella estudió, trabajó y se sacrificó durante años. Nada le fue regalado; excepto su gran descubrimiento. Cuando conectó por error una inteligencia artificial a una computadora cuántica, la suerte le obsequió, al igual que a Sir Alexander Fleming en el siglo XX, la oportunidad de su vida.

Por eso este adolescente, que puede dejar en ridículo a cualquier profesor, se comporta como todos los de su edad: organiza partidos de Explorador Z en holo-línea, sale a «echar vistazos» los sábados y escucha sin cesar a Cute Eagle, su cantante favorito. Arturo puede asistir a cualquier evento sin restricción, acceder a todo banco de datos y, sin embargo, prefiere escuchar a la estrella del momento todo el tiempo. Se siente identificado con él. Letras como: «Desde la cima todo lo veo, pero nadie lo entiende / No necesito nada excepto espacio / Y alguien que esté de mi vuelo» alivian su soledad. La idea de que otro ser humano pueda sentir lo mismo que él lo tranquiliza. Incluso le da esperanzas que él no termina de encaminar.

Julieta jamás supuso que su verdadero reto sería comprender a su hijo. Ninguna terapia familiar funciona. «¿Por qué no te interesa tu futuro?», le ha preguntado tantas veces, no recuerda cuántas. La respuesta nunca varía: «Porque tú ya me lo implantaste». Luego Arturo señala su propia cabeza, un gesto despectivo que siempre enfurece a su madre, como también la irrita su obsesión con Cute Eagle. Lo irónico es que la música de su archienemigo le da una clave importante cuando escucha un domingo por la mañana: «Aquí no hay nadie / hay gente, pero no hay nadie / yo por eso estoy en lo mío». La suerte le otorga una revelación crucial más a Julieta. «Compañía, Arturo necesita compañía», piensa.

La gran científica aborda la investigación de su vida: adolescentes con un estilo de vida, gustos y nivel socioeconómico similares a los de Arturo; sin olvidar el mismo nivel de inteligencia… o lo más cercano posible. Veinte millones de adolescentes registrados y sólo un chico parece cumplir los requisitos: Andrew Grey, el joven británico hijo de Sarah Grey, la afamada productora de cine. Un joven con un gusto por la música tan intenso como el de Arturo.

Ser alguien de renombre tiene sus ventajas. Cualquier pretexto sirve para conocer a otras personas importantes; el LXI aniversario del reconocimiento de los derechos de los androides, en el Museo Byerley, es uno perfecto. Julieta lleva a un renuente Arturo. Le presenta a Sarah Grey y a su hijo en la muy conveniente sala de androides compositores.

En cuestión de meses Arturo y Andrew entablan una relación amistosa a base de holo-llamadas donde hablan de música por horas. Lo curioso es que sus gustos no podrían ser más diferentes. Lo que en realidad les agrada es el reto de discutir, ver quién defiende mejor sus preferencias. El chileno aboga por Cute Eagle y el egobeat en general, mientras que el británico se inclina por la música de antaño como Harry Styles, Gustavo Cerati o St. Vincent.

De hecho, Andrew tiene un argumento que siempre irrita y despierta la curiosidad de Arturo al mismo tiempo: las similitudes entre artistas del pasado y su ídolo.

—¡En serio, Arturo! Cute Eagle se parece a Robbie Williams y canta como Drake.

El chileno decide averiguar más (como si no supiera suficiente ya) sobre Cute Eagle y demostrarle a su amigo que su ídolo no es un mero imitador. Usa sus múltiples habilidades para adentrarse en los registros de la compañía que lo representa. Le toma tiempo llegar al fondo del asunto. A diferencia del pasado, ahora es ilegal conocer la verdadera identidad de personas con seudónimo registrado. Arturo espera encontrar el nombre real del cantante, sus orígenes, sus influencias. Pero lo que descubre es la verdad. Cute Eagle no es humano, ni siquiera un androide, es una farsa. Cute Eagle es cien por ciento digital.

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Andrew está preocupado por Arturo. Ya no contesta a sus llamadas, no se conecta a jugar Explorador Z, no ha publicado nada en el grupo de fans de Cute Eagle en semanas y no puede contactarse con él. Hace lo que ningún adolescente gusta de realizar desde el inicio de la humanidad, involucrar a su madre.

Sarah habla con Julieta. La madre de Arturo no esperaba esta llamada tan alarmante. Su hijo se encuentra frente a ella, mirando documentales sobre el siglo XX. La manía nueva de Arturo de pasarse horas indagando en el pasado le resultaba extraña, pero no preocupante. Sin embargo, a la luz de la conversación con Sarah, se sienta junto a su hijo. «No digas nada. No lo presiones. La terapeuta dijo que debo esperar a que hable», piensa. Su paciencia da frutos. Arturo, con una voz distante, dice:

—En el pasado hasta los fraudes eran así… como más reales que ahora.

Julieta suspira y contesta:

—Bueno, hoy en día es casi imposible cometer fraudes. La gente que se entretiene con historias de ese tipo…

—Me refiero a que antes todo lo hacía gente de verdad, bueno y malo. Incluso con los androides después. Estos eran reales, así de metal, metal —la interrumpe Arturo.

Julieta ve a su hijo soltar algunas lágrimas, bajar la mirada y apretar los puños. Le acaricia la cabeza, tentada a decirle palabras dulces, pero se apega a su plan de permitirle hablar.

—¡Cute Eagle es falso, mamá! ¡Es un estúpido archivo de personalidad!

—¿Cómo lo sabes?

—… ¿Salió en las noticias?

Julieta siente un vértigo pequeño recorrer su espalda. Se voltea a la ventana esperando que la luz del sol la serene y dice:

—No sabía de esa noticia —mira a su hijo directo a los ojos—. ¿Dónde dices que se publicó?

—Es una exclusiva del… del… —Arturo desvía la mirada y después de un silencio inútil admite— Lo averigüé por ahí.

Julieta se levanta de repente, se lleva la mano a la frente y exclama:

—¡Demonios, Arturo! ¡Eso es peligroso! ¡Te pueden encarcelar!

—No me descubrieron…, ¡pero yo sí a ellos! —El joven añade con voz alta e indignada—: ¡Me engañaron, mamá! ¡Me engañaron a mí y a todo el mundo! ¡La única persona que creía capaz de entenderme no es más que unos y ceros!… Mi…

Arturo rompe al fin en verdadero llanto. Su madre se inclina frente a él. Lo abraza. Jamás creyó que Cute Eagle representara tanto para él. Verlo en ese estado la enfada. Piensa en demandar a la compañía que creó a Cute Eagle. Al final de cuentas, hacer pasar un archivo de personalidad como alguien real es un delito grave. Pero desenmascararlos significa exponer a su hijo. Ella reflexiona: «Mis logros ya son parte de todos los programas de estudio y no puedo hacer que mi hijo sea feliz. Le he dado todo, ¡todo! ¿Cómo es posible que Arturo se haya sentido más comprendido por un patético archivo de personalidad que por mí, ¡su madre!?». Julieta busca las palabras perfectas para consolar a su hijo. Luego se rinde y por primera vez en muchos años se permite decir las cosas sin analizarlas.

—¿Sabes, hijo? Nunca entendí por qué te gustaba el… Bueno… lo que fuera Cute Eagle. Me enfurecía tanto que prefirieras escucharlo a prepararte para el futuro que casi me alegro de que sea falso… ¡Quiero decir! No me alegra verte sufrir, pero pienso que con tantas cosas que existen en el mundo, ¡que sí son reales!, es mejor que lo dejes atrás… No sé. ¿Por qué no hablas con Andrew? El sí es un humano y se preocupa por ti, como se supone que lo hagan los amigos sinceros.

Arturo se separa un poco de su madre. La mira como si le hubiera dicho que regresarían los automóviles a gasolina. Se seca las lágrimas y dice:

—Andrew siempre critica a Cute Eagle y así. Si le digo se burlará de mí para siempre.

—Yo tengo un argumento a favor de ese chico. Al perder el contacto contigo se preocupó al grado de hablar con su madre para notificarme de tu «ausencia».

Arturo suelta una carcajada ante esa última palabra. Su madre ríe también: «¿De cuántos momentos como este me he perdido? ¿Además no tengo un poco la culpa yo? Al final de cuentas los archivos de personalidad existen gracias a la tecnología que yo desarrollé… Aunque de todos modos lo tengo que castigar por romper la ley», concluye.

***

—Ya que tanto te gusta demostrar tus habilidades, ahora serás alumno monitor y darás apoyo a tus compañeros, además te inscribí en actividades extracurriculares sobre seguridad en la holo-red e historia musical. ¡Por cierto! También serás voluntario en la Fundación 11 de febrero —fue la sentencia de Julieta.

Arturo no es feliz con eso, pero cumple a cabalidad. Lo que sí lo alegra es que Andrew lo comprendió mejor de lo que supuso. Su amigo no se burló de él y también se enfadó por la farsa de Cute Eagle.

—¡Es patético! Supuse que tomaba mucho del estilo de otros. Pero, ¡vaya! Que fuera así, como la copia, copia… —dice Andrew en una holo-llamada.

—¡Ya sé! Y da igual. No puedo hacer nada. Denunciarlos sería meterme, así, en líos.

—A veces me sacas del hilo.

—¿Yo?

—¡Sí, tú! Tienes todas esas actualizaciones que te dio tu madre, eres un genio que sólo va a la universidad porque el Sistema se lo exige, entraste en los archivos más resguardados de mundo sin ser descubierto y tú, así de, no puedo hacer nada. ¿En serio?

Arturo guarda silencio. En vez de contestar sonríe. Andrew no le vio ese gesto en holo-llamadas anteriores. No obstante entiende, entiende muy bien.

—¿Qué planeas, Arturo?

El mundo queda sorprendido cuando Cute Eagle anuncia la salida de una serie de canciones tributo a artistas de siglos pasados. Él siempre fanfarroneó de ser original en sus obras, de «no deberle nada a nadie». Eso no fue nada. El escándalo viene cuando tras lanzar una canción titulada Caos en el cerebro, su mayor éxito, Cute Eagle revela que es un archivo de personalidad. El «artista» envía a toda agencia noticiosa y autoridad existente las pruebas, y luego se auto-borra.

Los ejecutivos de la empresa promotora tratan, sin suerte, de huir. Cientos de miles de jóvenes salen a las calles a protestar; un suceso nunca visto en décadas. Los congresos de distintos países se reúnen en estado de emergencia. Chica de barrio, una rapera española, y varios cantantes más anuncian su retiro de los escenarios.

Julieta ve las noticias. Su preocupación es propia y ajena. Activistas de varios países la acusan de ser en parte responsable. La razón es simple; la tecnología que ella creó fue la utilizada en Cute Eagle. También argumentan que ella no podría entender el problema, que ella no se vio afectada por el fraude. «¡Si tan sólo supieran!», piensa.

Como conferencista invitada en un congreso internacional decide abordar el tema. La mitad de la audiencia la abuchea y grita consignas en cuanto la ve. En su discurso dice:

—La necesidad de las personas por buscar un sentido de pertenencia nunca ha cambiado. Anhelamos una pista, aunque sea mínima, de que no estamos solos y de que hacemos lo correcto. Por eso tendemos a seguir a quienes admiramos. Incluso si no conocemos a ese alguien, que nos resulta tan elevado, vivimos una conexión profunda con esa persona. Nos consideramos validados, incluso entendidos.

»Cuando ese vínculo se rompe por un engaño nos sentimos traicionados. Es natural. Quizá yo nunca tuve ese nexo con Cute Eagle, ni con ninguno de los artistas que han resultado ser archivos de personalidad en los últimos meses. Pero soy humana y puedo entender el dolor y la frustración de sus seguidores.

»Mientras desarrollaba las intuiciones y personalidades artificiales no esperaba esto. Mi meta era hacer más llevadera la relación entre humanos, androides e inteligencias artificiales. Sé que no puedo ser acusada de fraude. No cometí ninguno. Pero también sé que toda tecnología puede ser usada para el mal. Que tarde o temprano o sucede. Fui ingenua al no verlo antes.

»Es por eso que, junto con la Fundación 11 de febrero, estamos trabajando en soluciones posibles al abuso de los archivos de personalidad. La responsabilidad social comienza con la responsabilidad propia y yo no rehuiré de la mía.

El discurso de Julieta transforma los abucheos en murmullos y discusiones. Unos se alegran de su actitud, otros se niegan a buscar otro chivo expiatorio. Sus palabras también sorprenden a quienes las oyen en holo-línea, incluyendo a un joven chileno que ahora ve a su madre, y a sí mismo, con otros ojos.

***

Arturo está bajo arresto domiciliario. Nadie esperaba su confesión. Su madre pagó los mejores abogados. Los creadores de Cute Eagle trataron de usar su caso a su favor, lo único que lograron fue dispararse en el pie. La universidad lo «suspendió hasta llegar a una resolución». Andrew no deja de insistirle a su madre que realice un documental sobre su amigo; Sarah lo considera seriamente. Mucha gente opina que el joven chileno arruinó su futuro mientras que el resto del mundo lo ve con admiración. Arturo no dice nada al respecto. Se limita a cumplir su condena mientras tararea una canción que dice: «Yo no era más que un caos en el cerebro / yo no entendía lo que quería / pero ahora lo sabía, lo sabía / la ilusión de Julieta ya no me dolía».

FOTO: Imagen de Brigitte Werner en Pixabay

Luis Enrique Cuéllar

Luis Enrique Cuéllar (Xalapa, México, 1977). Escribe cuentos de ficción especulativa. Ha sido publicado en las revistas Penumbria (No. 55), Papeles de la Mancuspia (No. 106), Iguales revista. (Vol.2, No. 1), entre otras.

Su cuento Número treinta aparece en la primera Antología de terror de Editorial Lebrí.

Blog: luis-enrique-cuellar.blogspot.com

Twitter: @LuisEnriqueCul4

Instagram: cuellar_escritor

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