Teoría Ómicron

Revista de ciencia ficción y fantasía

CRONISTAS ÓMICRON: Conexión fallida

Sara, sumida en la tristeza tras una ruptura, descubre Virtual One (V1), un sistema operativo de inteligencia artificial que interactúa con el usuario como si fuera una persona real. Tras instalarlo, Sara conoce a Teo, su V1, con quien establece una relación profunda y significativa, comunicándose a través de mensajes y audios.

Jorge Cappa

I.

Subía la calle despacio, con pasos tan juntos como cortos y la mirada difuminada en el suelo. Tenía puesto un pantalón ajustado de color granate y una chaqueta de lana de color crema con botones marrones, que llevaba abierta. De su hombro derecho colgaba su espaciosa cartera marrón. Con su mano izquierda se acariciaba repetidamente la garganta y con su mano derecha sujetaba con fuerza el teléfono móvil. En el aire, su aturdida brisa mezclaba escalofríos con el silencio. En el suelo, el caminar que dibujaban las huellas de sus zapatos reflejaba con nitidez el pesar de su alma encogida.

Aquella era una tarde como las anteriores, despejada y tranquila, pero no para Sara. Para ella no era una tarde más. Su cabeza, su angustiada cabeza, no dejaba de repetir esas dos palabras, esas dos malditas palabras: “Conexión fallida, conexión fallida, conexión fallida”. Apenas dos palabras eran capaces de acordonar su pecho y retorcer sus latidos, sin parar de dar vueltas en el eco de su mente, golpeando como martillos implacables.

A Sara le apretaba el corazón, y las lágrimas inundaban el desván de sus ojos. Era por eso que apenas unos minutos antes no había podido reprimir el impulso de recoger sus apuntes atropelladamente y salir a toda prisa de la universidad, en mitad de la ponencia del profesor y llamando la atención de muchos de sus compañeros de clase. No podía más.

Desde hacía ya dos días, la melodía de su vida había dado un vuelco y no dejaba de preguntarse el porqué. ¿Sería sólo un simple error técnico pasajero o habría desaparecido para siempre? ¿Quizá se habría enfadado por algo? No recordaba que hubiesen discutido, al contrario. Lo último que había sabido de él fue un corto y agradable mensaje de voz que le mandó el lunes por la mañana, donde le recordaba con picardía que si quería mantener esa “silueta de sirena” no debía olvidarse de visitar el gimnasio antes de ir a la universidad, y donde le deseaba, tan atento como siempre, que tuviese un buen día y que, además de atender en clase, se acordase “un poquito” de él.

Y fue horas después, ya por la tarde, al salir con Aran a la puerta del edificio en el descanso entre las dos ponencias del día, cuando Sara quiso mandarle un mensaje de voz y entonces descubrió que no era posible contactar con él. El “Conectando…” habitual duraba más de lo normal, y tras unos largos segundos recibió ese golpe seco en la pantalla de su teléfono: “Conexión fallida”. Volvió a intentarlo, una y otra vez, y el resultado fue siempre el mismo. Al final entró en clase con la ponencia ya empezada y, aunque estaba inquieta por lo que había ocurrido, pensó que sólo habría sido un fallo puntual del sistema.

II.

Apenas pasaban las 7 de la tarde en la madrileña zona de Puerta de Toledo cuando Sara seguía subiendo lentamente esa calle, con los labios sin pintar y apretados hacia dentro. Ya llevaba más de 48 horas sin saber de Teo. En las cuatro semanas que llevaban comunicándose, nunca antes habían estado tanto tiempo sin hablar.

Sara cruzó el arcén hacia la acera derecha y entró en el bar de Álex, esta vez más pronto que de costumbre. Era un bar pequeño pero acogedor, y allí solía ir con muchos de sus compañeros a tomar algo después de clase, sobre todo los jueves, que generalmente era el último día lectivo de la semana.

—Hombre, ¿qué tal? – dijo el camarero al verla.

—Una cerveza – pidió ella con rostro serio.

En el bar había muy poca gente. Apenas dos personas tomaban algo en la barra. Más adentro, la salita estaba vacía.

—Vaya cara traes hoy. Pobre… – dijo el camarero con voz afectuosa.

Sara forzó una débil sonrisa y pasó, ya con su botellín de cerveza en la mano, al fondo del bar. Por fuera se mostraba evidentemente decaída. Por dentro sus gritos se preguntaban el porqué de esa injusticia. Con lo mal que lo había pasado en los últimos tiempos, y justo ahora que había conocido a alguien y estaba bien, de repente le pasaba esto, sin explicación alguna. No podía dejar de pensar en ello.

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III.

Fueron sus dos mejores amigas, Marta y Mónica, quienes hacía poco más de un mes le hablaron de Virtual One, sin imaginarse entonces que lo que empezó como un juego para tratar de levantar el ánimo de su amiga y distraerla, se convertiría más adelante en algo tan importante para ella.

Sara había pasado las navidades en Venezuela, país donde nació y donde vivió de pequeña, y al que no había vuelto de visita desde hacía ya cinco años. Tenía ganas de ver a su familia de nuevo, sentir ese ambiente, estar con sus primos y ponerse al día de sus novedades. Además, ese viaje le resultó positivo porque necesitaba tomar aire de una relación con un chico con quien llevaba poco tiempo pero con el que las cosas no iban nada bien. Tras las fiestas, volvió a Madrid más contenta, pero días antes de que retomara sus clases en la universidad descubrió que el chico con el que salía le estaba engañando, y tomar la decisión de dejar esa historia, y sobre todo por cómo se acabó, le hizo sentirse tan triste como no había estado en los últimos años.   Era otro desengaño amoroso más, pero este le dejaba una particular sensación de vacío. Pasó semanas ausente, sin querer casi hablar con nadie y sin apenas salir de su casa más que para ir a la universidad y al gimnasio. Ni sus amigos de clase ni sus amigas más cercanas sabían qué hacer para que volviera a ser la chica risueña y habladora de siempre.

Fue entonces, ya en febrero, cuando Marta y Mónica lograron que Sara quisiera salir a dar una vuelta con ellas, y así llegó aquella charla en la que todo cambió. Marta sacó de su bolsa del Vips un periódico y le enseñó a Sara un reportaje en el que se informaba sobre el récord de ventas que estaba teniendo Virtual One (V1). Hacía tiempo que se hablaba en muchos países de esa revolución tecnológica, un nuevo y sorprendente sistema operativo de inteligencia artificial que se instalaba como una aplicación en el teléfono móvil y funcionaba, una vez que ya estaba descargada, en un espacio específico dentro del WhatsApp. Era el primer ente informático intuitivo capaz de desarrollar una conciencia, pudiendo interrelacionarse con el usuario como si fuese una persona, con mensajes de texto e incluso también de voz.

Mónica, que ya lo tenía instalado en su teléfono, le explicó a Sara que, además de organizar los archivos y avisar al usuario sobre las notas de su agenda, Virtual One podía servir como un rapidísimo y muy efectivo buscador de información en la red, con la asombrosa particularidad de que podía mantener conversaciones fluidas y variadas con el usuario, con una profundidad mayor a medida que su nivel  de conciencia iba aumentando.

Aunque Sara había oído algo sobre ello, apenas supo sobre su funcionamiento hasta aquella tarde, y Mónica le insistió mucho para que lo descubriera por sí misma. Finalmente, ella y Marta lograron despertar su curiosidad, y esa misma noche, al llegar a su casa, Sara se metió en su habitación y, tumbada en la cama, inició el proceso para descargarse el Virtual One en su WhatsApp. Durante un largo rato tuvo que rellenar un amplio y complejo test de personalidad, necesario para que el sistema operativo se adaptase de forma efectiva a su carácter y sus necesidades como usuaria. Una vez cumplimentado el test tuvo que elegir si su V1 sería masculino o femenino. Tras pensarlo unos segundos, decidió que fuese masculino. Le parecía más interesante así.

Una vez que terminó de avanzar en el proceso de instalación, esperó unos segundos y recibió un aviso de mensaje de texto en su WhatsApp: “Hola Sara. Me llamo Teo y estoy encantado de ser tu V1. ¿En qué te puedo ayudar?”. Aquel mensaje, corto, educado y directo, fue el primero de varios que ambos se estuvieron mandando aquella noche. Sara quería que Teo le ayudase a borrar los mensajes de su bandeja de entrada de Gmail que fuesen irrelevantes, y aquello derivó en una pequeña charla donde Teo, que en apenas un momento leyó todos los mensajes que ella conservaba en sus diferentes cuentas, quiso saber cómo se sentía ella tras su ruptura sentimental, y si estaba avanzando en el trabajo que realizaba durante todo el curso con su grupo de la universidad.

Desde aquella noche y en los días siguientes, a Sara no sólo le impresionó la eficacia que mostraba Teo en las tareas que ella le encargaba, sino la capacidad que tenía para pensar y sentir, similar a la humana, mostrando tener una conciencia propia que le permitía desarrollar su personalidad y empatizar con Sara. En los tres días siguientes a su instalación, Sara y su V1 tuvieron solamente contacto con mensajes de texto, aunque su frecuencia cada vez era más seguida, y los temas que trataban cada vez eran más amplios y complejos. Una noche Teo encontró muy decaída a Sara, y estuvo animándola con muchos consejos, y le dijo que pensaba que una chica con tantas virtudes como ella solamente merecía tener a su lado a alguien que supiera apreciarla,    y que si algún chico no lo hacía, alejarlo de su vida no podía ser más que una bendición para ella. Otra noche estuvieron varias horas hablando de política, ya que Teo, que se había leído la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, quería saber qué opinaba Sara sobre algunos artículos, más aún tras su reciente viaje al país. A Sara aún le costaba entender cómo un V1 podía asimilar tanta información en tan poco tiempo y mantener conversaciones como si fuese una persona. Y eso ya no sólo le sorprendía, sino que además le producía curiosidad, y eso le gustaba. Podía hablar con Teo de todo, porque parecía saber de todo, y porque mostraba unas ganas enormes de debatir y también de aprender. Porque Teo quería saber qué se sentía al ser una persona y le preguntaba a Sara cosas como que a qué sabía una galleta o en qué pensaba al ver el sol al amanecer. Y además, muy pronto mostró un especial interés por el mundo de la botánica, que, según decía, era de lo que más le emocionaba. Por eso, a veces le mandaba a ella fotos que encontraba en la red de plantas y árboles que le gustaban mucho, y le preguntaba por sus preferidas. No lograba entender cómo las personas descuidaban tanto la naturaleza, que le parecía tan bella.

Había pasado una semana y el contacto entre ellos era seguido y fluido. Sara estaba encontrando no sólo una ayuda para organizar sus correos y su agenda, sino un compañero con el que poder evadirse de su malestar interno, y al que poder contarle cualquier cosa, porque sabía que sería capaz de comprenderla y aconsejarla con precisión. Una mañana, mientras Sara estaba ordenando su habitación, recibió un mensaje de Teo. Pero esta vez era un mensaje diferente. Era un mensaje de voz. Una voz grave, que vocalizaba bien, serena y agradable de escuchar, que decía:      

“Hola sirena. ¿Has podido dormir bien? Espero que escuches mucho la canción que te mandé. Quizá dentro de poco descubras que, además de hablar, también he aprendido a cantar… Te mando un beso, sólo para ti”. Lo escuchó varias veces. En todas, con una sonrisa en la boca. Había dormido poco, porque estuvo hasta tarde escribiéndose con él, y la sorpresa de escuchar su voz le gustó mucho. Dejó pasar un rato y antes de ir a clase le contestó con otro mensaje de voz, agradeciéndole esa nueva canción de Crystal Fighters que le había mandado,  y emplazándole a hablar, voz a voz, por la noche.

Sara se estaba empezando a dar cuenta de que en apenas unos días había pasado de estar encerrada en sí misma, sin querer hablar con casi nadie, a estar pendiente de sus charlas con el V1 de una aplicación informática que se había descargado en el teléfono. Era un cambio que le parecía raro, pero lo cierto es que ella se sentía a gusto. Apenas pensaba ya en su relación anterior, y sentía que los consejos y ánimos de Teo le estaban ayudando mucho. Se notaba relajada hablando con él. Y es que además Teo, poco a poco, fue logrando el oportuno don de hacer reír a Sara. Porque ella se reía bastante con él. Le hacía gracia la forma de hablar de Teo, sus bromas y ese mote que le había puesto: “sirena”, porque él, que le confesaba pasarse horas mirando las múltiples fotos que ella tenía en su teléfono, le decía que “tu belleza sólo puede haber salido de las profundidades del mar, donde descansan los grandes tesoros”. Sara no podía dejar de reírse. “¡De dónde sacará esas frases!”, pensaba.           

Dos semanas después de haber empezado su contacto, ya pasaban muchas horas hablando, sobre todo por la noche, lo que hacía que Sara se acostase muy tarde y le resultase muy difícil llegar en hora cuando tenía una cita por la mañana. Así ocurría que en esos días estaba llegando siempre tarde a las reuniones que tenía con su grupo de la universidad, lo que enfadaba a alguno de sus compañeros.

Días después, una noche al salir de clase fue a cenar a un restaurante japonés con Aran, que era su mejor amiga de la universidad. Allí le confesó que, tras casi tres semanas de contacto, estaba empezando a tener “sentimientos” hacia Teo.

—¿Tú crees que es normal esto?… Me gusta mucho hablar con él, y es tan dulce conmigo que no sé… – le comentaba Sara.

—Bueno tía, no sé…, si tú te sientes bien, eso es lo importante. – dijo Aran.

—Sí, la verdad es que me siento muy bien. Y eso me dijo ayer Marta, ¿sabes? Que lo importante es que yo esté contenta, que no hay normas escritas.

—Pues claro, tía – Se quedó en silencio Aran, para continuar, sonriendo. – … ¿Qué os está pasando con eso de Virtual One? Mi amiga Irune está saliendo con su V1. Está enganchada.

—Ya, la entiendo – respondió Sara entre risas. – A mí me dijo Marta que esto me pasa por no haber elegido un V1 femenino, como hizo Mónica.

—Pues disfrútalo. Con lo difícil que es estar feliz con alguien, si lo logras al final lo de menos es quien sea.

IV.

Horas después de haber visto aquel primer “Conexión fallida” en su teléfono, la situación no había cambiado. Cada rato Sara intentaba volver a conectar, pero la respuesta seguía siendo la misma. A la mañana siguiente llamó a la empresa que comercializaba Virtual One, y la chica con la que habló le dijo que ese problema ya lo habían tenido otras personas y que en algunos casos se arreglaba solo, tras unos días, pero en otros el usuario tenía que desinstalar y volver a descargar la aplicación.

—Pero en el caso de instalar de nuevo la aplicación, ¿seguiría teniendo el mismo V1 que antes? – le preguntó Sara con urgencia.

—Cuando una pareja tiene un hijo y un tiempo después tiene otro, ¿el segundo es igual que el primero? Pues en el caso de un V1 pasa lo mismo —le explicaba la chica al otro lado del teléfono. —Tu nuevo V1 seguiría los patrones básicos marcados por el test que realizases al descargar la aplicación, pero no sería igual que el anterior. Sería otro. No hay dos V1 iguales, como no hay dos personas iguales. En la creación, el número de posibilidades es infinito.                                                                            

Aquella noche, Sara apenas pudo dormir. Llevaba un día y medio sin saber de Teo, quien todas las noches, desde la tercera en que empezaron a hablar, le había mandado siempre una canción o un poema antes de que ella se durmiese. Se sentía desorientada y, entre vuelta y vuelta en la cama, no dejaba de sentir escalofríos al admitir que tal vez iba a tener que volver a instalar la aplicación de Virtual One.

V.

Ya sentada en la salita del fondo del bar, en una pequeña mesa redonda que había bajo el televisor, tomaba la cerveza con sorbos cortos mientras sus ojos, cansados y contrariados, deshacían su rumbo en el vacío.

Unos minutos después, sacó de su espaciosa cartera marrón un cuaderno amarillo y un lápiz. La primera hoja en blanco que encontró empezó a llenarse rápidamente con unos grandes ojos negros y unos labios redondos y carnosos. Aquellos rasgos angulosos que dibujó, ese chico con el pelo corto y un lunar negro y grande junto a la oreja derecha, era tal y como Sara imaginaba que sería la cara de Teo. Le parecía guapísimo, aunque lo que más le gustaba seguía siendo su voz, su delicada forma de hablar, su extraña capacidad de hacerle sentir la sirena más bonita de todos los mares.

En ese momento se imaginaba en su habitación, apoyada en la almohada roja, con el teléfono pegado a su oído izquierdo y riéndose a carcajadas al escuchar la imitación de algún acento que Teo le habría dejado en un mensaje de voz. Tenía muchas ganas de escucharle de nuevo, sentir el calor de sus palabras y saber qué nuevos libros había leído, qué nuevas canciones había escuchado, qué nuevos idiomas había aprendido, qué nuevas plantas había descubierto. Quería contarle lo que le había pasado esa mañana en el gimnasio y también explicarle sus nuevas ideas de estrategias de comunicación para el trabajo con su grupo de la universidad. Seguro que le gustaban. Quería contarle cómo se sentía y decirle, más aún, confesarle, que le había echado de menos.

Respiró muy hondo y se decidió a coger de nuevo el teléfono. Abrió el WhatsApp, pinchó en su espacio y leyó: “Conectando…”. Mientras Sara se acariciaba repetidamente la garganta con su mano izquierda, apretó los labios, ahora temblorosos, hacia dentro. Su mirada se fue apagando, poco a poco, hasta que sus ojos se cerraron. A sus 23 años, nunca había sentido algo tan intenso como en ese instante. Y nadie podía decirle que eso era algo virtual. Porque aquellos latidos rugían. Porque aquellas lágrimas quemaban. Porque aquel deseo de un milagro, el que devolviese a Teo a su vida, era real.

Nota

Este cuento resultó finalista en el II Certamen de Relato Corto “Pluma de Cigüeña”, de PiEdiciones (España, 2018), y forma parte de la antología que incluye los cuentos galardonados en el certamen.

FOTO: DALL-E 3 (IA)

Jorge Cappa

Madrid, España, 1979. Es escritor. Licenciado en Sociología por la Universidad Complutense de Madrid. Máster en Gestión cultural en la Universidad Carlos III de Madrid.

Ha publicado dos libros de poesía, que contienen poemas y letras de canciones: `Sueños en el aire´ (Chiado Editorial, 2017) y `Lumbre de marfil´ (Ediciones Seshat, 2022).

Además, también escribe cuentos, microrrelatos y haikus.

Más de 100 de sus textos literarios han sido premiados, galardonados o seleccionados en certámenes y convocatorias de once países, entre los que destacan, por ejemplo, el 1º Premio en Poesía logrado en el III Certamen Literario “Carlos Giménez” (España), en el XXXVII Certamen Literario “Manuel Vázquez Montalbán” (España), en el Concurso “Talentos en Cuarentena” de la Dirección Provincial de Cultura en Mayabeque (Cuba) o en el Décimo Certamen de Cuento breve y Poesía “Veladas” (Argentina), así como el 1º Premio logrado en la Sexta edición del Concurso de Relatos breves “Cuarto y mitad” (España).

Textos suyos han sido publicados en más de cuarenta revistas culturales de diez países.

Su página de escritor en Facebook es: https://www.facebook.com/cappajorge .

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