Teoría Ómicron

Revista de ciencia ficción y fantasía

CRONISTAS ÓMICRON: El último nivel

Publicamos el relato "El último nivel" de I.A. Galdames.

I.A.Galdames

Cientos de niños estaban sentados sobre el césped gastado, alrededor del obelisco. Todos tenían puestas sus cascos de realidad virtual, sin que les importara la suave llovizna o el olor a pescado de la caleta.

Aunque debía llegar a la plataforma antes del anochecer, me gustaba caminar junto a los jugadores de los niveles más bajos. No quería enfrentar la noche en medio del océano.

Me conectaría y sería el primero en la historia en completar el juego. Entonces mi nombre estaría en las noticias y tal vez mi padre se sentiría orgulloso por primera vez, y volvería a mi.

Un pequeño lloraba. Me acerqué a él. No tuve que preguntar para que su padre me explicara. Algunos padres sienten la necesidad de excusarse.

– No logra pasar el nivel. No entiende que es solo un tonto juego.

– ¿Puedo ayudar?

– NO, gracias. Se nos hace tarde.

Toqué el hombro del niño dos veces. Él reconoció la señal de los jugadores y movió su cabeza hacia mí, aunque no pudiera verme debido al caso de realidad virtual.

– Hola, amigo. ¿Necesitas ayuda? Conozco algo del juego. Soy Deimon32.

Se quitó el caso rápidamente. Abrió la boca. Mi miró con suspicacia.

– ¿En qué nivel puedes derrotar a la primera hidra?

– Debes viajar a Myloi, en Grecia. Luego tienes que conectarte a la primera terminal virtual de Lerna. Aunque solo acepta token de nivel veintiuno hacia arriba, si sigues el camino de héroe. Aunque no te recomiendo que lo tomes si no piensas terminar los doce trabajos.

Dejó el caso en el suelo y me dio un fuerte abrazo.

– ¡Sí eres tú! Yo siempre comento los videos en tu canal. Papá mira, es Deimon. ¡Es Deimon! En casa tengo una camiseta con el logo de tu canal.

– ¿Tú también juegas? ¿Un adolescente cómo tú no es un poco grande para esto?

– Puede ser. ¿Pero no fue la generación de sus abuelos quienes crearon los streamings?

– Por eso mismo lo digo. Las retro modas son para los infantes.

– No, papá. Hay gente de tu edad que juega. Pero solo un jugador es mejor que Deimon. ¿Vas a ganarle?

– Eso espero.

Por reflejo toqué mi mochila, para asegurarme de tener mi casco y la terminal.

-¿Es verdad que eres un hacker? Mis amigos dicen que nadie llega tan lejos sin serlo.

– Es imposible alterar el código fuente. Por eso debes conectarte a terminales físicas alrededor del mundo. Hay un hacker que tiene un nombre similar. Se llama MasterDeimon y es muy peligroso.

– ¿Viniste a cruzar el último nivel?

– ¿Me prometes guardar el secreto?

Asintió fuertemente.

-¿Promesa de meñique?

– Pro-me-sa. Pro-me-sa. ¡Promesa de meñique!

Corrió a mi alrededor, sin darme la mano para sellar el pacto.

– Hijo. Cierra la promesa.

– Oh si. La promesa. Cierto.

Hicimos un trato de caballeros. Me arrodillé para quedar a su altura.

– Vine a terminar el último nivel. Tengo que ir a mitad del mar. Pero no le digas nada a nadie. Solo desde mañana pueden saberlo, pero no deben.

Sabía que un pequeño no podría guardar el secreto, pero con eso dejó de llorar. Adempas era poco probable que le creyeran y aunque lo hicieran, ya habría ganado el juego para cuando alguien atara los cabos.

– ¿Necesitas ayuda?

– Si.

– Pero acá hay muchos otros jugadores. ¿Por qué no le pides ayuda a otros jugadores?

– Papá dice que debo arreglármelas solo.

Miró al suelo.

– Tiene que forjar carácter. En la vida nadie lo va a ayudar.

Apreté mis puños y respiré hondo. Miré a los cientos de niños, todos conectados. Algunos jugaban solos, otros se tomaban las manos en círculos, mientras planeaban estrategias.

– ¿Sabías tú que el creador de Viaticum estuvo a punto de borrar todo el juego?

– ¿En serio?

– Si. De hecho borró el proyecto. Había trabajado un año y no lograba resolver problemas de programación. Su esposa borró por accidente unas fotos y cuando quiso sacarlas de la papelera de reciclaje del computador, vio todo el archivo.

-¿Y ella lo restauró?

– Exacto. Cuán él le explicó el problema, ella le hizo muchísimas, muchísimas preguntas

– ¿Cien preguntas?

– Si, cien preguntas.

Se levantó del suelo y tomó el rostro de su padre con ambas manos, para que lo mirara directamente.

– Papá, le hizo cien preguntas. Eso es más que ochenta-sesenta.

– Se parece a ti.

– Entre más preguntas hacía su esposa, más claro se le hacía al creador cuáles eran los problemas. Cuando terminaron de conversar, pudo resolver uno de sus problemas.

– Ah y así terminó el juego.

– No. Y esto es lo más importante de la historia. Aunque su esposa lo ayudó con tantas preguntas, fue la última de ellas la que hizo que lanzara el juego más popular en la historia.

-¿Qué le preguntó? – El padre estaba muy interesado.

-¿Cuál es la primera línea del juego?

– MMM. Ya sé. Si, ya sé. La vi en tu video. Ösea si, también lo jugué. ¿Por qué no pides ayuda?

– ¿Por qué no pides ayuda?

– OH. Ya entiendo. Por qué no pides ayuda. Ayuda ayuda. Papá. Por qué no pides ayuda. Es lo que mamá dice cuando vamos en viajes de carretera.

– El creador pidió ayuda y programadores de todo el mundo, sin pedir nada a cambio, lo ayudaron. Diez años más tarde y sigue siendo el juego más jugado en todo el mundo, incluso cuando tienes que viajar para conectarte.

– Que interesante, pero ya debemos irnos. Su mamá nos espera para cenar.

– Pero ese es el punto. Toda nuestra civilización occidental, desde los griegos hasta los romanos, el renacimiento y la revolución industrial se sostienen en la ayuda mutua y en compartir el conocimiento.

Aquel hombre me miró fijamente. Comenzaba a entender.

– No está mal pedir ayuda cuando lo necesitas. Si los humanos no lo hicieramos, jamás habríamos dejado nuestras cuevas. Por eso tenemos lenguaje. Para ayudarnos.

-¿Entonces me ayudas?

Me pasó su casco de realidad virtual.

– Ayudar no es hacer las cosas por ti. ¿En qué nivel estás?

Me mostró su mano derecha.

– SI estás en el nivel cinco, tienes que buscar una hoz de diamante y con eso le cortas ya sabes qué a tu padre.

El niño soltó una carcajada y su padre me miró sorprendido.

– Vamos. Termina el nivel y vamos a casa.

Continué caminando por el muelle hasta llegar a la playa. El cielo estaba completamente nublado y ya se hacía de noche.

Caminé descalzo sobre la arena, evitando tocar el agua de mar.

Ya entrada la noche, llegué a una caleta de pescadores.

Un anciano dormía dentro de un pequeño bote pesquero. Olía a ron, a sudor y a pescado.

Tocí para que notara mi presencia, pero no fue suficiente. Le di una pequeña patada a la madera y con esto despertó, asustado.

– Hola. Vengo por una lancha.

– Váyase a casa, joven.

– ¿Es usted quién la vende? Se suponía que alguien me esperaba.

– SI, soy yo. Pero no me moleste. Es de noche y habrá tormenta.

– Teníamos un trato.

– No le venderé mi mejor lancha a un niño para que se drogue durante una tormenta. No, señor. La armada tendrá que salir a buscarlo y todos me culparán.

 – En qué use o no use la lancha no es su problema. No me drogaré y nadie tendrá que buscarme.

– ¿Entonces para qué quiere salir con tanta urgencia? ¿Eres un fugitivo o algo así?

– Voy a la plataforma petrolera abandonada.

Se sentó bruscamente. Me miró de pies a cabeza.

– Acá no hay ninguna plataforma. Vaya con sus padres.

Ese fue un golpe bajo. Bajó del bote y me dio la espalda. Caminó hacia el muelle.

– Tengo dinero. Duplciaré la oferta si deja de tratarme cómo a un idiota.

Saqué el dinero de mi mochila.

– Es todo lo que tengo. Por favor. Teníamos un trato.

Aceptó.

Subimos al bote y me llevó hasta la lancha, mar adentro.

Le entregué el dinero y me subí a ella.

Comenzó a llover.

Las olas subían y bajaban, inquietas. La lluvia golpeó mi rostro.

Conduje en completa obscuridad por un par de horas, hasta que pude ver la estructura en el radar.

Cuando estuve muy cerca, lancé una bengala. Sólo entonces vi la gigantesca estructura con la que casi choqué.

Até la lancha a una plataforma en su base y subí por las escaleras oxidadas.

El viento se hizo más fuerte.

Encendí una linterna, mientras deambulaba por la plataforma abandonada.

Llegué al salón principal. En el suelo había un esqueleto. Algunos cangrejos devoraban los restos.

Casi caí de espaldas debido al susto.

Me acerqué con cuidado. Con la linterna y con mi pie saqué a los crustáceos. En su mano tenía una nota.

“Es imposible matar al ogro. Perdí mi tiempo y mi honor.”

No me costó adivinar quién era. Solo había un jugador antes que yo que había logrado pasar al último nivel.

Todos asumimos que había abandonado el juego. En algunos foros los usuarios teorizaban su muerte. Yo la confirmaba.

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Tres años antes, conocí a Arturo en grecia. Escuché que alguien gritaba groserías en mi idioma. La única forma de ganarle a Cerbero era esperar varios meses para poder iniciarnos en los misterios Eleusinianos.

Unimos todo nuestro dinero y vivimos juntos por nueve meses. Comíamos y respirábamos el juego.

Eventualmente fuimos los primeros en derrotar al perro de tres cabezas.

Después de eso, mis auspiciadores me obligaron a seguir con mi canal en solitario. Ninguna marca quería verse asociada con un streamer que necesitara ayuda para terminar el juego.

Tomé todas las ganancias que teníamos juntos y lo abandoné, sin dejarle ni siquiera para comer.

Intenté seguir jugando, pero al poco tiempo lo abandoné. No podía con tanta culpa.

Dejé de jugar por dos años completos, hasta que me decidí a abrir un canal de tutoriales y datos raros, apuntando a niños pequeños.

Mayormente reunía accidentes de jugadores o videos chistosos. No ganaba mucho, pero al menos podía pagar la comida y la renta.

Hace seis meses me envió una pista. Seguí la pista y me trajo hasta acá.

La tormenta empeoró. Sentía la lluvia del exterior, golpeando el metal cada vez más fuerte.

Tapé su cadáver con mi chaqueta amarilla.

Me coloqué el caso de realidad virtual, los audífonos anti ruido y me conecté a la terminal.

Galopaba sobre un caballo blanco en un atardecer, a través de un campo de girasoles.

Mi avatar era un mago guerrero de gran nivel.

Saqué el mapa. En medio de un bosque había un troll.

En el juego también era de noche. Caminé con cuidado por el denso bosque mágico. El cielo era de color púrpura onírico y las hadas brillaban.

La gigantesca criatura apareció de la nada, asustandonos. Caí del caballo.

Usé un hechizo y le prendí fuego a mi espada. La bestia me rugió.

Noté que tenía una flecha en su costado. Recordé la nota. Tal vez la bestia no se podía matar porque no se debía.

Usé un conjuro de salud.

La noche se hizo de día y el troll me dio un fuerte abrazo. Automáticamente gané dos trofeos. El primero por pasar el primer encuentro del último nivel y el segundo por ser el primer jugador en conseguirlo.

La siguiente misión consistiría en vengarnos de los cazadores.

Pensé que aquellos campesinos estaban tan asustados de él, como él de mi.

Presioné el botón para rechazar la misión. Automáticamente subí de nivel, gané muchos puntos de experiencia y otro trofeo.

La tormenta llegó a su punto máximo. Se había convertido en un huracán, el sexto en los primeros tres meses del año.

Puse el juego en pausa y me quité el viso y los audífonos.

Por la ventana vi un resplandor y luego escuché la explosión. Toda la plataforma se sacudió.

No se me hizo difícil adivinar qué había sucedido. El ir y venir de las olas hicieron que la lancha chocara y explotara.

Toda la estructura se desestabilizó.

Ya no tenía cómo volver a casa. Podía buscar algún bote salvavidas, pero me quedaba una última misión.

Además, no tenía una casa adónde volver.

Por muchos años me había engañado pensando que ami pdre le importaría verme ganar un tonto juego. Nos había dejado y nada lo haría cambiar de opinión.

Terminaría el juego. Incluso si lograba escapar, el huracán no me dejaría volver a la costa.

Mi destino se había sellado en el momento en que dejé la playa.

Volví al juego.

Comenzó un mini juego dónde tenía que recoger bayas junto al troll. Una barra de amistad apareció en vez de una barra de salud.

No tenía que quitarle la vida, debía aprender a ser su amigo.

La plataforma se sacudió. Sentí que algo gigante se desprendía y caía al mar. Continué jugando.

Cuando completé el nivel de amistad, el troll me ofreció su vida. Podía cortar su cabeza y llevarla al pueblo. Ganaría oro que podría cobrar en el mundo real, la mano de la princesa para convertirme en rey y terminaría con el último nivel del juego que me había obsesionado por los últimos diez años.

El mismo juego que salió el día que mi padre se fugó con su secretaria.

El mismo juego que no me dejó ver cómo mi madre caía en el alcohol y se suicidaba en una tina.

Era bastante obvia la elección. Ahí radicaba la belleza del juego, en su simplicidad. No habían dobles lecturas ni análisis demasiado profundos.

El nivel final del juego solo trataba sobre hacer lo correcto.

Decliné la oferta.

Gané el juego.

La vieja estructura se desmoronó.

Antes de caer al mar y morir atrapado, logré por primera vez en mi vida hacer lo correcto y tener un amigo.

FOTO: Imagen de Pexels en Pixabay

I.A.Galdames

Escritor chileno de ciencia ficción y desarrollador web nacido en 1987. Ha publicado cuentos en la antología Neon Dreams and Nightmares y varios relatos, además de ilustraciones, en la revista Espejo Humeante. También ha publicado en la revista Anapoyesis y en la revista Axioma.

http://ignaciogaldames.com

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