Teoría Ómicron

Revista de ciencia ficción y fantasía

CRONISTAS ÓMICRON: Rojo dos

Publicamos el relato "Rojo dos" de Francisco Segovia Ramos.

Francisco Segovia Ramos

Sede de la Academia de Ciencia de Moscú, 26 de septiembre de 2032

Tras la conferencia sobre el Sputnik 1, de la que se conmemoraba el 75 aniversario, y que se desarrollaba dentro de los actos del Año Astrofísico Internacional, Alexei Koroliov, astrofísico y presidente de la Academia de Ciencias de Moscú, se apartó del estrado y guardó sus documentos. En ese momento se le acercó uno de los asistentes a su charla.

            —Profesor, permítame felicitarle —el hombre tendría unos cuarenta años, casi la edad de Alexei. Por su acento se deducía que era extranjero.

            —Gracias… señor… —respondió.

            —Carlos Marco, del periódico español La Gaceta —se presentó el desconocido.

            —Encantado. Espero haber sido ameno —dijo educadamente.

            —Por supuesto, doctor. Y estoy impaciente, al igual que el resto de invitados, por conocer esas noticias que usted acaba de anunciar.

            —Será pronto, amigo, apenas en media hora. Por ahora no le puedo dar más detalles —aseveró Alexei, mientras recogía su maletín y se encaminaba a la salida.

            El español acompañó al ruso hasta la puerta de la sala de conferencias. Allí, Alexei, lo escrutó, y le preguntó:

            —Aparte de sus parabienes ¿necesita saber algo más que no pueda esperar un poco más?

            Su tono no admitía negativa alguna. Carlos, confuso al principio, esbozó una abierta sonrisa y asintió con la cabeza:

            —Me leyó la mente, doctor. Bien, la carrera espacial finalizó hace tiempo, y se encuentra en un punto muerto tras el desastre de la MIR hace varios años. Pero hay habladurías, teorías de la conspiración, si quiere llamarlas así, que afirman que su país trabaja en un ambicioso proyecto.

            —Y usted supone que yo lo conozco…

            —Es el presidente de la Academia, y es muy cercano al primer ministro de la Federación Euroasiática.

            —Sin lugar a dudas, Vladimir Vlásov es un buen amigo, aparte de su cargo político. Pero eso no significa que yo lo sepa todo…

            —¿Me permite invitarle a un café?

            Alexei sopesó la idea durante unos segundos. Miró la hora en su reloj y después, intrigado por el atrevimiento del periodista, dio su visto bueno.

            —En la planta baja del edificio hay un restaurante y una zona privada muy acogedora. Pero no le garantizo nada salvo un estupendo café ruso y un par de vasos de vodka. Allí podremos hacer hora hasta que se hagan pública la información de la que les hablé hace poco.

            Sin más, los dos hombres tomaron un ascensor.

            Diez minutos después estaban sentados junto a una mesa, en una apartada esquina del restaurante y frente a una enorme pantalla de televisión. Carlos Marco jugueteaba con su taza de café, mientras Alexei Koroliov limpiaba sus gafas con un paño oscuro.

            —¿Y bien? —espetó el ruso a su contertulio.

            El español recogió el testigo lanzado por el doctor y, sin perder la sonrisa, le interpeló:

            —Ustedes han iniciado de nuevo la carrera espacial. Aunque sean rumores, el río suena cuando agua lleva, como dice un dicho español.

            Alexei movió la cabeza, divertido.

            —No hay que hacer mucho caso de los rumores —respondió—. De todas formas, Carlos, es público que nunca hemos dejado de investigar, y que somos pioneros en muchos apartados de la astrofísica.

            —Tiene toda la razón. Se sabe que están estudiando un viaje tripulado a la Luna, incluso a Venus. También que van a reiniciar la exploración de las lunas marcianas Phobos y Deimos, con satélites similares a los de los años sesenta del programa Marnisk del siglo pasado. Supongo que de eso nos van a informar apenas en veinte minutos.

            —Tenga paciencia, que queda poco. 

            —Pero ¿qué hay más, aparte de esas previsibles noticias? ¿Existe el proyecto “Rojo Dos”? —espetó el reportero —. Sospecho que de ese tema no nos dirán nada.

            —No hay tal proyecto —respondió de inmediato y tajantemente Alexei.

            —La NASA y la ESA afirman que trabajan en él.

            —Mire —el tono de voz del ruso era ahora más seco, como si quisiera dejar claro quién llevaba el control de situación —. Desde la crisis de Ucrania, a mediados del 2014, y posteriormente la del mar Ártico, que estuvieron a punto de llevarnos a una guerra nuclear, las relaciones entre nuestros dos bloques no han sido las mismas.

            —Le entiendo. De hecho, a partir de entonces Europa sufrió una crisis energética que la ha llevado a depender casi en exclusiva de los Estados Unidos.

            —Y también arrastró a los norteamericanos a una recesión de la que todavía no han salido.

            —De ahí nuestro estancamiento en la carrera espacial…

            —¿Lo ve, amigo? —Alexei estaba ahora de mejor humor, ahora que había dejado las cosas claras —. Nos siguen temiendo, como antaño, y sospechan lo peor.

            —Debo reconocer que no se equivoca, profesor. Sin embargo, me permito insistirle en la pregunta —hizo una pausa —. Admita, al menos, que existe ese proyecto “Rojo Dos”. De todas formas —volvió a pausar su intervención— soy consciente de que todo el edificio está radiado para evitar grabaciones y transmisiones no permitidas, con lo que si yo llevase algún aparato encima no me serviría de nada…

            —Pero tendrían mi confesión, Carlos. Usted y quienes sean los que le hayan enviado a sonsacarme —respondió Alexei.

            —Usted no es tonto, doctor —el español se supo descubierto, y no podía negar que el ruso era mucho más inteligente de lo que aparentaba tras su gafillas redondas y ridículas.

            —No presumo de serlo —respondió de buen humor, mientras miraba de nuevo su reloj de pulsera.

            —“Rojo Dos” no es una conjetura estúpida —Carlos volvía a insistir en la cuestión que le había traído hasta allí. No tenía nada que ocultar y aún creía poder sacar algo en claro para el periódico de toda su charla con el ruso —. No es bueno el oscurantismo en cuestiones científicas.

            —Tanto Alla Masevich, como el resto de delegados científicos soviéticos en España y el resto del mundo, ignoraban aquel 5 de octubre de 1957 que se había puesto en órbita el Sputnik —expuso Alexei –. Aquel artilugio, de apenas ochenta kilos de peso y cincuenta y seis centímetros de diámetro, con dos ridículos transmisores de radio, y que se había lanzado desde nuestra antigua base de Baikonur, era poca cosa, si se le compara con lo que vino después, pero su éxito significó el despegue de la URSS hacia el espacio… Cuantas menos personas conocieran su existencia más sorprendente sería su anuncio a los medios internacionales. Mi bisabuelo, Serguei Koroliov, fue el responsable de ese éxito, y de que nos adelantáramos al proyecto Vanguard estadounidense…

            —Y lo consiguieron…

            Alexei Koroliov miró de nuevo su reloj. Luego dirigió su vista a la pantalla de televisión tridimensional del salón comedor. En ese momento emitían noticias internacionales.

            —Sus compañeros de prensa, y los investigadores, ya están sentados delante del televisor. Se acerca la hora – dijo Alexei tras tomar su segundo vodka de la mañana.

            —Llevamos conversando un cuarto de hora y sigue esquivándome la pregunta…

            —Y usted peca de impertinente por momentos, amigo. Aunque es normal en su profesión. De todas formas, quedan pocos segundos para la hora, y  le puedo decir que no iba desencaminado después de todo. ¡Preste atención a la pantalla!

            —¿Confiesa que existe ese proyecto?

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            Alexei Koroliov no respondió. Se limitó a contemplar la televisión y sonrió. Era la hora. En ese instante, conectaron con las instalaciones del Cosmódromo de Vostochni, en Siberia. La imagen del primer ministro de la Federación ocupó la pantalla, y este se dirigió al país y, vía satélite, al resto del mundo:

            “Ciudadanos de la Federación Euroasiática, y del resto del mundo. El pasado día 2 de agosto, un cohete Angara de la serie IV partió de aquí, Vostochni, cargando una nave tripulada por tres hombres y una mujer. Su destino —hizo una pausa estudiada para crear más expectación— era… el planeta Marte. La misión, conocida como “Rojo Dos”, pretende iniciar la colonización de nuestro planeta hermano.

            —¡Entonces era cierto! —exclamó Carlos Marco.

            El primer ministro habló unos segundos más y, después, dio paso a imágenes en directo de la sala de control del cosmódromo.

            —Más que eso, querido colega —murmuró Alexei al oído de un cada vez más estupefacto periodista español —. “Rojo Dos” no es un proyecto… sino una realidad, por eso pude negárselo con rotundidad, porque la pregunta estaba mal planteada y me aproveché de ello. Ahora no serán meros “bips” lo que escuche la humanidad, como cuando el Sputnik… ¿Ve como guardar un secreto es de vital importancia? Lamento haberle confundido…

Carlos Marco no pudo responder, porque lo que vio a continuación, lo que todo el mundo contempló a través de las cadenas de televisión planetarias, era para quedar enmudecido, aunque las imágenes llegaran desde Marte con más de catorce minutos de retraso:

            Una cosmonauta, Valeria Ivanova (su nombre aparecía rotulado en la parte inferior de la pantalla) descendía por las escalerillas de una cápsula espacial posada en tierra: una tierra de color rojo, y árida como ninguna otra. Cuando iba a dar el último salto, dijo una frase que iba a quedar marcada en la historia de la humanidad:

            —Este no es un simple paso de nadie… sino el camino a seguir para todos.

            Y, a continuación, plantó la bandera roja de la Federación Euroasiática sobre las también rojizas arenas de Marte.

NOTA

Publicado en el libro 2099-C, VV.AA., de Ediciones Irreverentes, año 2016

FOTO: Imagen de RENE RAUSCHENBERGER en Pixabay

Francisco Segovia Ramos

Granada, España, 1962. Ha ganado, entre otros: el IV Certamen de Relato del Festival Internacional de Cine Fantástico y de Terror La Mano, de Alcobendas, Madrid; el I Certamen de Novela Corta de lectura Fácil; el IV Certamen Internacional de novela de ciencia ficción “Alternis Mundi”; el XXVII Premio de Prosa de Moriles; el II Certamen de Cuentos “Primero de Mayo”, Argentina; y el I Premio de Novela corta de lectura fácil.

Obras: “El enigma del Moldava” (2022). “El desaparecedor” (2021), “El hombre tras el monstruo” (2017), “La Promesa” (2015), “Los Náufragos del Aurora” (2015), “Viajero de todos los mundos”, (2014), “Los sueños muertos”, (2013), “Lo que cuentan las sombras”, (2010); “El Aniversario” (2007). Partícipe en numerosas antologías de poesía y relato con otros autores.

Otras actividades: Colaborador en revistas y periódicos digitales. Participa habitualmente en la Semana Gótica de Madrid. En su bitácora literaria personal puede seguirse su trayectoria: http://franciscojsegoviaramos.blogspot.com.es/

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