Daniel Verón
El anciano se llamaba Axsten y con él había otras dos personas que no parecían en absoluto eridanos. Luego de los primeros saludos mi anfitrión se avino a presentarlos y dijo simplemente:
-El señor Dan-El Varonn y su hermano Landor.
-¿Dan-El Varonn? –repetí extrañado– Es curioso, me suena ese nombre.
-Es posible que le suene –admitió él con una sonrisa– Dígame, ¿qué le sugiere la “Sociedad Zarathustra”?
-¿Qué me sugiere? Es el principal organismo en el cual se dio impulso a la exploración espacial. Para nosotros, los astronautas de hoy, constituye una de las tradiciones más sagradas. Pero, aguarde un momento. Ahora que lo dice… Dan-El Varonn, ¿no se llamaba así uno de sus fundadores?
-Así es. Yo soy.
Al oír esto quedé estupefacto y lo observé fijamente.
-¿Cómo? Eso es imposible, señor. Nuestro insigne antecesor vivió hace más de trescientos años y usted en cambio…
-Todas las cosas tienen su explicación, almirante. –interrumpió Axsten– El señor Varonn y su hermano Landor se encuentran en Walhalla desde hace un tiempo. Tanto ellos como nosotros sabíamos que usted vendría pronto y lo estábamos esperando.
-Pero no se preocupe, almirante –aseguró el primero de los aludidos– No pienso interferir en absoluto con su tarea. Muy pronto me iré de aquí.
-Todas estas palabras las cruzamos en tanto nos dirigíamos a un habitáculo de recepción próximo al punto de aterrizaje. A mi lado marchaba Menec que parecía igualmente sorprendido por esta situación. Poco después, los cinco nos congregábamos en torno a una especie de mesa cilíndrica y entonces comprendí que había llegado el momento de hablar claramente.
-Señores, mi visita es de carácter oficial. Como ustedes saben, nosotros, los hombres que hemos elegido las estrellas para vivir, creamos una institución llamada Federación de Planetas Unidos. Es objetivo prioritario de esta Federación el de unir a todos los pueblos de la Galaxia con los lazos de la cultura. Desde luego esta tarea es enorme y el hombre por sí solo no puede llevarla a cabo. Es por eso que decidimos visitarlos a ustedes primero, que son nuestros más próximos vecinos estelares, para invitarlos a sumarse a nosotros en un plan de cooperación mutua. Sepan, pues, que tienen abiertas las puertas de la Federación para todo lo que gusten.
-Almirante Miqhvaar, agradezco sus conceptos –respondió el anciano Axsten– Lamentablemente no me es posible hablarle en representación de mis hermanos de raza, pues como usted sabrá, entre nosotros no existen organismos o corporaciones de ninguna especie, pero no me cabe ninguna duda de que habrá muchos interesados en aceptar su gentil invitación. Es justamente por ese motivo que se encuentran estos señores aquí.
-Pero, ¿es verdad? –repliqué– ¿Es usted realmente el insigne Dan-El Varonn?
-Así es, mi amigo. Naturalmente se preguntará usted cómo es que aún estoy vivo luego de tantos años, pero la respuesta es muy sencilla. Yo soy un ser humano, pero no he nacido en la Tierra, sino en un planeta llamado Crespo. Este mundo no existe actualmente sino que recién en el futuro llegará a formarse. Yo soy, por lo tanto, un viajero del tiempo y por lo tanto tengo dominio sobre él, de ahí que no represente los años que realmente tengo. Como todos ustedes, provengo de una civilización sumamente adelantada que cuenta con un millón de años de historia escrita. Y al igual que ustedes, nosotros también hemos sentido curiosidad en explorar otros mundos y conocer otras formas de vida. Ahora bien; una vez descubierto el secreto del viaje en el tiempo se enviaron exploradores a distintas épocas del pasado. Yo fui uno de esos exploradores y mi destino fue la Tierra. Por treinta años ese fue mi hogar y durante ese tiempo mi principal misión fue la de difundir ciertas ideas que luego hizo suyas la “Sociedad Zarathustra”. Eso fue todo. Nosotros, desde un principio, sabíamos que un día ustedes llegarían aquí pero era preciso ayudarlos un poco, por eso creamos la “Sociedad”. Es resto usted ya lo conoce.
-Caramba, es increíble –confesé– o sea que durante cientos de años ustedes han planeados metódicamente lo que iba a ser nuestro propio progreso.
-Así es.
-¿Y qué piensa hacer ahora?
-Brindarle todo nuestro apoyo. Ciertamente la empresa que usted se ha fijado es muy ardua, pero creemos que con nuestra tecnología las cosas le serán más fáciles. Ha de saber usted, almirante Miqhvaar, que así como ustedes mantienen puestos en cada mundo, nosotros mantenemos una delegación en cada época de la Galaxia. Según nuestros científicos, la Vía Láctea posee una gran extensión en el tiempo y a los efectos de su control, se la ha dividido en siete grandes edades. Pues bien, esta es una de ellas.
-Sería innecesario añadir algo más a las palabras de Dan-El Varonn. Allí estaban, él y sus hermanos carnales de Crespo. En realidad no eran conquistadores, ni diplomáticos, ni verdaderos científicos, sino gente preocupada por el destino de la Galaxia.
-La Galaxia –murmuré– ¿Y qué es la Galaxia?
-Almirante –me respondió Lorena, una de las mujeres de Crespo– La Galaxia es un conjunto de fuerzas en permanente cambio; es un remolino de 1.000 millones de soles con un número diez veces mayor de planetas. Y, créame, la vida humana es apenas una mota de polvo en todo ese río de estrellas. De todas formas hay algo que debe comprender: el ser humano es uno de las muy pocas especies capaces de poner su sello en ese río.
-No se lo negaré pero, ¿cómo es posible saberlo?
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-Esa es la cuestión básica, mi amigo: –replicó Varonn– saber, conocer por anticipado si lo que uno está por hacer tendrá éxito o no. He ahí la llave de todo. Imagine lo que habría pasado en la Tierra si Napoleón hubiese sabido en qué forma iba a ser derrotado en Waterloo. Pues habría cambiado de inmediato su táctica y hubiese resultado el vencedor. Aplique el mismo ejemplo a Hitler, a Kennedy, a las Naciones Unidas o a cualquier individuo particular. ¡Cuánto esfuerzo inútil, cuantos riesgos innecesarios, cuánto tiempo perdido! Pero si ellos hubiesen sabido lo que iba a pasar…, todo habría sido distinto. Bien, ese es nuestro caso. De antemano sabemos todo lo que va a pasar y, por lo tanto, nunca fallamos.
-¿Quiere decir que esto, el ayer o lo que haremos mañana están escritos de antemano, que el destino es irreversible?
-No, escrito no. –respondió Lorena– Nadie los escribe. Pero hay tendencias y basta con conocer esas tendencias para evitarlas o para acogerse a ellas. Eso es todo.
-¿Y cuál es el motivo de que ustedes nos ayuden a nosotros?
-El motivo es simple. Nosotros sabemos que ustedes están destinados a ocupar un importante papel en la historia de la Galaxia. Usted mismo ha visto que en muy poco tiempo todas sus empresas han tenido éxito. Hasta sueña con crear una Federación a nivel galáctico. Pero yo le digo que sin nosotros eso le será imposible. Hay pronósticos de guerra, epidemias y catástrofes que sólo con nuestra tecnología usted será capaz de evitar. No le imponemos nada, simplemente le brindamos nuestro apoyo.
-De acuerdo, entiendo todo lo que usted dice, pero, ¿por qué? ¿por qué nos ayudan? ¿Son ustedes tan bondadosos o hay algo más?
-Algún día, almirante, dentro de diez siglos, los hombres de la Tierra llegarán a Crespo y formarán una nueva civilización. En Crespo no habría surgido la vida sin ustedes. Y nosotros somos sus lejanos descendientes. Distanciados por miles de años, sí, pero con el mismo origen.
Efectivamente así era y por un momento me embargó la emoción al comprender que aquellas tres simpáticas personas eran, quizá, mis propios descendientes.
La conversación se llevó a cabo en un recinto especialmente preparado por los eridanos. Allí estaban presentes el insigne Varonn, sus hermanos Lorena y Landor, el anciano Axsten y otro eridano llamado Dehuc, Menec y yo. El resultado de la reunión, como se ve, tuvo un desenlace insospechado para mí, hasta hacía pocas horas. Yo, que había ido simplemente a proponer a los eridanos un plan de cooperación mutua, me encontraba ahora con la ayuda inesperada de una civilización mucho más desarrollada todavía. El motivo no es difícil de entender, lo que había sucedido era lo siguiente: Varonn y los suyos sabían que yo estaba por llegar de un momento a otro al mundo de los eridanos y me estaban esperando. Pero he aquí que los eridanos no eran, tal vez, los más indicados para ayudarnos. No es que la suya sea una civilización en decadencia, sino que en estas fechas estaban atravesando una etapa muy particular de su cultura. Al parecer, la adquisición de su nueva capacidad mental, los había vuelto más bien introvertidos y desinteresados por el mundo externo, y de ahí también el limitado interés que tenían en nosotros. De todas formas, al concluir la reunión se acordó en que al menos un grupo de cincuenta científicos eridanos pasaría a trabajar con nosotros, para lo cual se les destinó una base de autoabastecimiento en el planeta Helios, de Tau Ballena. Aquel, pues, habría de ser la primera ciudadela permanente de ellos en el seno de la Federación.
En cuanto a los hombres de Crespo, el plan propuesto por Varonn iba mucho más allá de mis sueños.
De acuerdo a este plan se resolvió lo siguiente. Lorena, la hermana mayor de Varonn, cumpliría las funciones de embajadora de Crespo en la Federación. No sólo eso, porque también pondría a nuestra disposición un sinnúmero de objetos de nuestro interés, desde una cosmopantalla (con la situación actual de la Galaxia en todos sus mundos) hasta una flotilla de astronaves crespenses. Ciertamente había allí artilugios de una tecnología insospechada para nosotros y sobre los cuales habría mucho que aprender. Sin embargo, la elección de tales objetos obedecía a un interesante razonamiento. Lo que sucede es que en nuestra cultura aún existe vacíos o baches entre la investigación pura y el confort individual. Pues bien; los hombres de Crespo habían comprendido esto y sus presentes estaban destinados a llenar ese vacío cultural. No era el suyo un regalo fortuito, porque realmente habría pasado mucho tiempo hasta que nosotros inventáramos tales cosas, bien por falta de medios o por creerlos innecesarios. Luego abundaré en su descripción, pero creo haberme explicado lo suficiente.
Como queda dicho, Lorena permaneció entre nosotros e instaló su cámara de recepción a bordo del Estrella Azul, adonde se trasladó poco después. En cuanto a Varonn mismo, este se marchó algunos días más tarde, pues lo esperaban otras ocupaciones en algún lugar del tiempo y del espacio. A cambio de él, quedaría en la Federación su hermano Landor. Este era un hombre de apariencia juvenil pero con una dura formación militar a cuestas. Según supimos después, el comandante Landor había visitado miles de mundos a lo largo de la Galaxia, sumando así una formidable experiencia que ahora ponía a nuestro servicio. Justamente él fue quien me sugirió emprender nuevas expediciones hasta un radio de treinta años-luz del Sol, vasto sector en el que había un sinfín de planetas de gran interés. Confieso que esto era algo nuevo para nosotros. Según los astrónomos, más allá de Tau Ballena y Epsilon Eridano no hay prácticamente sistemas planetarios que nos sea de utilidad y, tanto es así, que ni siquiera yo tenía previsto emprender nuevos viajes por un largo tiempo.
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Sin embargo, la Galaxia está llena de vida, así me lo reveló Landor. Incluso ahora, en que la Vía Láctea es todavía bastante joven, existen más de un millón de civilizaciones semejantes a la nuestra. Eso sin contar un número aún mayor de razas subhumanas o inhumanas. En realidad, de acuerdo a Landor, no hay prácticamente sol que no alumbre sobre un enjambre de criaturas. Así, pues, se iniciaron los preparativos para emprender estas nuevas expediciones. Se seleccionaron candidatos y se los adiestró especialmente para las cosas que venían luego. El hombre de Crespo pondría a nuestra disposición su flota, pero, según él, antes era preciso que los tripulantes se familiarizasen con su control y, por lo tanto, se procedió a dictarles una especie de cursillo de electro física según los adelantos de Crespo. El ingeniero Nelinsky fue el primero en informarse al respecto y luego él mismo les enseñó a sus dirigidos. Según me confesó luego, las astronaves de Crespo (sin ser mayores que las nuestras) estaban adelantadas, cuando menos, mil años en relación a nuestra tecnología.
En fin; el caso es que Lorena y Landor se integraron rápidamente a nuestra sociedad y cautivaron con sus modales a todos por igual. Si antes he dicho que los eridanos eran más bien fríos y reservados, los crespenses, por el contrario, eran mucho más emprendedores y emocionales. Pese a que en todos sus actos eran seres guiados por la lógica y la razón, su idiosincrasia era tan exuberante como la nuestra, y en ese sentido era fácil reconocerlos como descendientes del hombre terrestre. Tanto una como otro eran de un atractivo personal muy notable y que, a menudo, se realzaba con el uso de llamativas vestimentas.
Ahora bien; antes de seguir adelante con otros detalles, debo decir algo más. Lorena y Landor no eran los únicos enviados de Crespo a esta zona del espacio. En un radio como de 100 años-luz había una docena de agentes más, en algunos casos ya instalados en ciertas plantas de importancia estratégica. Y junto a ellos – así me lo reveló Varonn antes de irse – había otros seres, de distintas épocas y de distintos lugares que, como ellos, conocían el secreto del viaje en el tiempo. Entre esos personajes había, incluso, algunos de origen terrestre que, junto con Varonn, habían fundado la “Sociedad Zarathustra” trescientos años atrás.
Esto significa que para la época de mi encuentro con los de Crespo, existía ya en la Galaxia toda una infraestructura orientada a formar un organismo de carácter multiplanetario. Tal parecía que los acontecimientos sólo esperaban de mi propia intervención para concretarse en ese organismo.
Creo que ahora sólo me falta conocer a los otros que, como yo, soñaron alguna vez con esta Federación.
FOTO:
Daniel Verón
Argentino. Tengo 62 años, recibido en filosofía en la uba, soy profesor de teología, doy charlas sobre ciencia ficción y expongo mi libro que es una novela de casi 300 págs. de ciencia ficción. Lo expongo en ferias del libro por todo el país.
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