Teoría Ómicron

Revista de ciencia ficción y fantasía

CRONISTAS ÓMICRON: Museo del espacio

Desde Argentina, Daniel Verón nos manda su relato «Museo del espacio»

Por Daniel Verón

En el Supercúmulo de Orión, a una distancia aún mayor de dónde provenían, el almirante Norstad se encontró con algunas cosas muy extrañas. En un sector periférico, los científicos se encontraron con una extraña región de mundos que aparecían y desaparecían a la vista humana, igual que un cielo estrellado que de a ratos fuera cubierto por un manto de nubes, y de a ratos, no.

– ¿Cómo podríamos definirlo, mi estimado Merkosian? – preguntó el almirante.

– Bien, le diré, señor. Como no es posible ver lo que no existe, técnicamente estos mundos sí existen, por más que de a ratos desaparezcan de nuestra vista.

– Pero, ¿y nuestros instrumentos?

– Para nuestros sensores están allí, sin ninguna duda, aunque, evidentemente, no pertenecen a esta región, almirante.

Así era, en efecto. El doctor Muir los llamó “planetofanías” que, literalmente, significa “aparición de planetas” o planetas aparecidos”. Desde luego que, si no pertenecían a aquel Supercúmulo, ¿de dónde provenían? Merkosian y sus colaboradores dedujeron, en principio, que aquellos mundos eran visibles porque el espacio original tenía similitudes con el espacio que cruzaban ahora. De acuerdo con esto, esta región era algo así como una ventana a través de la cual se podía ver otras regiones del Cosmos. Risueñamente, Muir lo definió como “el patio de atrás” del espacio. Sin embargo, esta vez fue el almirante quien los contradijo. Para él algo así era imposible. El gran problema era demostrar tanto una teoría como otra. Siguiendo la propuesta de Norstad, en principio la nave se acercó a uno de estos mundos y luego a otros, realizando numerosas observaciones.

Aquellos mundos a veces eran visibles por sólo unos segundos, en ciertos casos, o bien por unos minutos en otros casos. Extrañamente, esto parecía depender más bien del volumen de cada uno de ellos. A partir de aquí, Norstad comenzó a tener la seguridad de que tenía algo importante en sus manos. Los planetas conservaban su posición relativa, es decir, que si ellos no se movían de cierto punto, luego de un tiempo, era el mismo planeta el que volvían a ver, y así sucesivamente. Ahora bien; no obstante ello, cuando cada uno reaparecía, el tiempo transcurrido ya no era el mismo. Dicho de otro modo, los PA (planetas aparecidos) poseían su propio patrón de tiempo. Por ejemplo, podía suceder que un mismo planeta apareciera 40’ después, pero que en su superficie hubiesen pasado nada menos que 100 años o más aún.


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El almirante estuvo largo tiempo reunido con sus científicos. Estos tenían una posición tomada en ciertos aspectos, sobre los fenómenos que estaban viendo, pero Norstad insistía en que allí había algo más, como guiado, más bien, por un presentimiento.

– ¿Qué es lo que espera encontrar, almirante? – preguntó finalmente Merkosian luego de un largo debate.

– Entiéndalo. No lo contradigo a usted. Lo que temo es que tenemos un modo de pensar muy estructurado que no nos deja ver otras cosas. Sólo les pido que sigan investigando. Mientras tanto, seguiremos observando los “mundos del doctor Muir”.

Así lo hicieron. Sólo después de mucho tiempo, Merkosian debió reconocer que su primera impresión había sido falsa. Los planetas no aparecían por tener una “empatía” con esta región del Cosmos, sino una “empatía” temporal. No era el espacio, sino el tiempo el factor que tenían en común. Una vez más, los científicos se reunieron con Norstad dándole la razón de que aquello no era lo que inicialmente les había parecido.

– ¿Y qué es lo que posee el tiempo como dimensión, en este supercúmulo, que atrae a esos mundos? – interroga Norstad.

Sin embargo, Merkosian no tenía una respuesta para esto. El único camino posible parecía ser un estudio sistemático de los planetas, algo que venían realizando desde un principio. En base a esto, unos días más tarde hubo nuevamente una reunión general en donde, esta vez, fue el doctor Muir quien tomó la palabra. Tras algunas consideraciones preliminares explicó:

– Hay algo que está claro. Contínuamente estamos viendo “parpadeos” de Tiempo con la aparición y desaparición de los PA. Y cada vez que uno de estos aparece, el tiempo transcurrido en la superficie es mucho mayor del que ha pasado para nosotros. Según lo que hemos visto, en ellos, la flecha del tiempo ha ido siempre hacia adelante, es decir, que vemos “pantallazos del futuro” en cada uno de ellos, por decirlo así. Por ahora parece imposible saber cómo surgieron, pero sí nos estamos informando de cómo llegarán a ser en el futuro.

  – Doctor – replicó Merkosian –, la empatía temporal sólo puede explicarse satisfactoriamente si admitimos que esos mundos pertenecen a este Supercúmulo. De acuerdo a esta concepción, es algo así como si algún ser o cierta clase de raza los hubiese lanzado hacia el futuro. De ahí esa relación con este Tiempo.

Sin embargo, todos convinieron que esto era explicar un misterio con otro misterio, ya que no había pruebas de la existencia de tales hipotéticos autores.

Las investigaciones continuaron y así, los federales pudieron avanzar en cuanto qué era lo que veían. Por ejemplo, comprobaron que los PA eran miles, aunque ocupaban una posición más o menos definida en aquel Supercúmulo. Contrariamente a lo esperado, muchos carecían por completo de vida, así que en cada ciclo simplemente se observaban algunos cambios geofísicos o meteorológicos. Pero había otros que sí poseían vida, no animal, sino exclusivamente inteligente, dando más bien la impresión de que habían sido colonizados por razas MH que no eran originarias de los mismos.

Otro hecho bastante curioso es que el patrón tiempo no era el mismo en todos. En efecto; si cada vez que un planeta aparecía, en él había transcurrido 100 años, en otros, en cambio, transcurrían 500, 1.000 o más años todavía. Una investigación minuciosa con instrumentos, desde la superficie misma de algunos, demostró que tampoco tenían la misma antigüedad. Por cierto, algunos de estos hechos sólo contribuyeron a desorientarles más todavía.

Las razas MH que ocupaban algunos PA eran básicamente eso: razas humanas altamente civilizadas con una gran tecnología, aunque, en general, no tenían la costumbre de erigir grandes urbes sino que, más bien, ocupaban grandes espacios naturales limitándose a unas pocas edificaciones. Incluso, en cada mundo, apenas había unos cuantos miles de individuos. Para el doctor Muir, estas razas estaban todas emparentadas entre sí y que, sabiendo el enorme espacio libre de que disponían en aquella miríada de mundos, evitaban la superpoblación expandiéndose continuamente. Incluso advirtieron que ciertos mundos que, al principio, estaban despoblados, tras cierto tiempo aparecían poblados por las “razas zoefaníacas”, según las designó el científico Kers. (Entiéndase “vidas que aparecen”). 

Quien dedicó mucho tiempo al estudio biológico de aquellos individuos fue la Dra. Meyral. Descreída al principio de la tesis de Muir sobre el parentesco de las razas, terminó demostrando que, efectivamente, se trataba de una sola y gran raza esparcida por miles de mundos. Esto pareció aún más extraño cuando Regger, el experto en cosmología, estableció que los PA no pertenecían a una misma región del Universo, sino a varias. No provenían de alguna galaxia o supercúmulo en particular, sino de varios. Esto planteó entonces un nuevo enigma que Norstad expuso claramente en la siguiente reunión.

– ¿Quiénes son entonces esa gran raza que, en algún lugar, en algún momento del futuro, dominará gran parte del Cosmos?

– No lo sabemos, almirante – respondió Merkosian – pero es positivo el hecho de que se trate de seres pertenecientes al mismo modelo humano que nosotros.

– Bien, pero eso tampoco es una garantía de nada – replicó el almirante –. La federación ya ha conocido a otros seres  como nosotros que, sin embargo, han buscado destruirnos.

 – Sin embargo – terció Meyral – yo también diría que están emparentados con nosotros, almirante.

Tales palabras causaron una gran impresión en todos los presentes en la sala de debates. Tal vez, a la mayoría se les cruzó por la mente el mismo pensamiento: ¿Y si eran los mismos federales en algún punto del próximo futuro?

– Señor Regger – habló Muir en voz baja –, cuando hablamos de que los PA pertenecen al futuro, ¿de cuánto tiempo estamos hablando?

– Es difícil precisarlo – dijo el cosmólogo – pero yo me arriesgaría a suponer que los PA más cercanos a nosotros en el tiempo datan de unos 2 ó 3 M.A. en el futuro, una cifra insignificante a nivel cósmico.

– Bien – dijo Norstad –, ¿algunos de ustedes sugiere que, efectivamente, se trata de seres de MH pertenecientes al futuro? ¿Algo así como si nos viéramos por anticipado cómo vamos a ser dentro de algunos M.A.?

Ninguno se atrevió a responder afirmativamente. El almirante se puso en pie y exclamó:

– Pues bien. Les diré lo que vamos a hacer. Quiero que exploremos algún planeta para saber concretamente, si esto es verdad o no. En nuestro tiempo lineal nadie más ha llegado hasta aquí, de modo que necesitamos saber si la Federación alguna vez se establecerá aquí o no.

Cada uno de los tripulantes dejó la habitación partiendo hacia sus respectivos puestos.

Tras algunas observaciones, la nave Milagro se colocó en órbita de uno de los PA más importantes, al que llamaron Yojoy. Todo fue preparado y el almirante se teleportó a la superficie junto con Merkosian, Muir y Regger. Sin embargo, lo que sucedió a continuación fue totalmente inesperado.

Si bien habían elegido un lugar abierto para descender así, en principio, no los veía nadie más, se sintieron desorientados por un raro fenómeno. En efecto. Antes sus ojos no solamente había una llanura propia de Yojoy, y arriba un cielo intensamente iluminado por un sol anaranjado, sino que en otras direcciones veían escenas que no pertenecían a ese lugar, como extraídas de otros lugares. Seres extraños, en una sucesión que los desorientó por completo.

Pese a su sólida formación, los exploradores sintieron que estaban frente a algo totalmente desconocido. Cada uno chequeó sus respectivos instrumentos tratando de obtener datos sobre aquello que los rodeaba. De pronto, Regger exclamó:

– ¡El tiempo! ¡Es el tiempo que está acelerado! ¡Todo sucede aproximadamente a 10 T sobre nuestra velocidad!

Así era. El tiempo estaba acelerado y esto explicaba mejor, por qué pasaba todo lo que se veía. La aparición y desaparición de mundos en el firmamento y de otros fenómenos cercanos se debía a que, en unos pocos segundos del tiempo de los federales, pasaban varios días en los PA.

Pero no hubo posibilidades para pensar mucho más. De pronto, muy cerca suyo, los exploradores vieron a un grupo de seres humanos que pasaban cerca de ellos. Su aspecto era semejante al del HS, pero en la cara y la cabeza tenían algunos detalles claramente diferentes; por ejemplo: un mentón alargado, cabeza ovalada, nariz pequeña, ojos completamente oscuros, etc. El almirante Norstad levantó una mano en señal de saludo, pero ellos lo ignoraron por completo. Más bien parecía que no lo habían visto.

El grupo de federales caminó unos pasos dirigiéndose hacia los habitantes de Yojoy, pero rápidamente se vio que esto era inútil.

– Almirante – dijo Merkosian –, ellos no nos ven. Estamos en una frecuencia que les resulta invisible a sus sentidos. 

Norstad sabía que tenía razón. Todos los instrumentos parecían confirmarlo. Finalmente, luego de unos momentos, el almirante exclamó desalentado:

– Pero, ¿qué clase de lugar es éste? A nuestros sentidos el tiempo avanza rápido porque en realidad nosotros nos movemos rápidos; nos encontramos con seres como nosotros y no nos ven; a lo lejos aparecen y desaparecen  formaciones estelares continuamente. 

– Siento decírselo, almirante – habló Muir – pero los yojoyanos o como quiera que se llamen, efectivamente están emparentados genéticamente con nosotros. No sabría decirle si son nuestros descendientes, pero sí algo así como primos.

– ¿Y eso qué significa para nosotros? – inquirió Norstad.

– Significa algo que muchos suponen desde hace tiempo. Que no hay un HS exclusivo, que se ha mantenido de principio a fin del Universo. Sino que hay un HS dos, tres, cuatro y vaya a saber cuántos más. En algún momento, en los millones de mundos visitados por el HS, un grupo de colonos ya no volvió a tener contacto con el resto y emprendió una serie de exploraciones cósmicas por su cuenta. Bien, hoy aquí, millones de años después, los hemos vuelto a encontrar. Quizá le parezcan diferentes, almirante, pero créame que en sus genes hay algo del hombre terrestre que salió a la conquista del Cosmos.

Norstad y los demás permanecieron en silencio unos momentos, observando a los yojoyanos  alejarse hacia cierta edificación. Hasta que Regger habló:

– Quiero decirle, almirante, que lo demás es mucho más fácil de explicar.

– Pues bien, adelante – murmuró Norstad.

– En millones y millones de años hacia el futuro sucede algo en donde casi todos los cosmólogos estamos de acuerdo: la velocidad se reduce. Por supuesto que para notarlo hay que venir de otro Tiempo, como nosotros. Ellos, en cambio, ven las cosas, aproximadamente, a la misma velocidad que las vemos nosotros en nuestro Cosmos.

Finalmente, quien habló fue Merkosian, detallando qué es lo que estaban comprobando sus instrumentos:

– Almirante, ni Yojoy ni los demás PA pertenecen a este nivel cósmico. Más bien le diría que estos seres han construido un cosmos propio, con mundos extraídos de diferentes lugares y épocas. Normalmente, aquí no debía haber nada, no al menos de estas características. Los yojoyanos, en cambio, han construido un cosmos semejante al nuestro, tal vez como un recuerdo…

– ¿Recuerdo de qué? – inquirió Norstad.

– Quizá de lo que fue y ya no es. Aunque suene extraño, señor, le diría que el concepto puede ser el de preservar el viejo cosmos en algo así como un Museo del Espacio, un lugar adonde seguramente hay mucho para ver.

– Yo le entiendo, Merkosian, no se preocupe. Todo lo que vemos parece darle la razón. Y queda claro que si este es alguna clase de museo cósmico, nosotros somos sus visitantes.

– Así es, señor.

– Pues bien, vamos a recorrerlo entonces, ¿qué le parece?

Sin decir palabra, el grupo se puso en marcha. 

Foto: Imagen de Parker_West en Pixabay

Daniel Verón

 Argentino. Tengo 62 años, recibido en filosofía en la uba, soy profesor de teología, doy charlas sobre ciencia ficción y expongo mi libro que es una novela de casi 300 págs. de ciencia ficción. Lo expongo en ferias del libro por todo el país.


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