Teoría Ómicron

Revista de ciencia ficción y fantasía

CRONISTAS ÓMICRON: Autosuperación corporal

Publicamos el relato “Autosuperación corporal” de Manuel Mörbius

Manuel Mörbius

La realidad es un conglomerado de enfermedades mentales. Pienso que el futuro son unas vacaciones donde la diversión dura menos que el viaje, un viaje donde te han extraviado las maletas. Estos estados alterados de ánimo son emociones que no entiendo. Todas las sensaciones se vuelven un útero, un yo diacrónico, contenido en la didáctica preescolar de un juego de rol: el cerebro orgánico es una trinchera de neuronas que luchan por sobrevivir, por llevar la adaptabilidad al ridículo.

Por ese tipo de pensamientos me asignaron como detective. Soy un desecho audible para los violentos entrecruzamientos de información corporal, pero me adapto.

Tomo posesión del avatar. Paso a tener un cuerpo precarizado y todo eso borrado, de línea; ahora tengo un pisotón en la mandíbula que me saca del nodo neuronal de meditación. Estoy en el suelo y me apuntan con una video cámara arcaica que transmite el incidente en vivo, con la pretensión de aumentar la visibilidad de la cuenta Heroica Resistencia a los Anti-cuerpos (HRAC). Allí no son más de cien usuarios los que miran, en su mayoría, son a los que les gusta ver hombres sin miedo a hacer el ridículo, como una forma nostálgica de porno vintage.

—¿Cómo puedo confiar en ti? —me grita.

Quien me tiene en el suelo es Flanagan: un cuarentón musculoso, con bigotes azules, que fantasea la vida con el look retrocyberpuk y usa los rucos-the-chosenone en un afán por coronar nostalgias con una mohicana verde sobre su cabeza, como para olvidar que la juventud se fue en vomitar el tiempo perdido.

Le respondo con hartazgo, con el sabor a suela de zapato en la lengua:

—Sólo estaba intentando distraerme.

—Julián, tenemos una responsabilidad: —dice a la cámara —. Estamos comprometidos con la lucha. Julián. ¿Cómo sabemos que no eres uno de ellos? ­

El incidente con Flanagan me deja conmocionada. Él no obtuvo la respuestas que quería y se fue rugiendo entre maldiciones combinadas con los últimos himnos prohibidos de los hinchas del futbol, acaecidos en el tercer decil del siglo veintiuno.

Me cambio la ropa, procuro algunos mililitros a mi jardín interior. Cierro los ojos y asisto a otra junta para hacer mi reporte de infiltración.

—Eres agente de integración —dice el eco de supervisión— y no una mujer o un hombre, tampoco un policía.

Ella sabe que sus palabras nadan en lo incierto. El eco de supervisión pregunta.

—La resistencia a los anti-cuerpos, ¿son peligrosos?

Y los tardígrados de mi alma persisten en sensaciones inexploradas cuando estamos sujetes a gravedad. Tuve que mostrarle imágenes de hombres turgentes, peludos, que se administran alguna especie de anabólico. Se gritan mirando pornografía y peleas de box. Mi informe concluye que son homosexuales en tensión que se estimulan para darle sabor a la sensación de abandono. Están regidos por algo que llaman el “ladrido”, pero no he sido iniciade en él. Es un hecho, anoto fuera de registro, que no deberían obtener la integración universal.

 —A ti no te toca juzgar eso. La orden es que estudies los anabólicos y encontraras a nuestra agente perdida. Tus actos hasta ahora parecen espontáneos. No sé, te sentí creativa, pero Flanagan aún no te ha iniciado en el ladrido.

La técnica Restrepo de meditación y asimilación de personaje me hace estragos el cuerpo. Modifica el metabolismo y moldea la estructura física con identidad biológica. Una sobredosis de adolescencia inducida.

El eco insiste

—¿Ellos fueron los responsables?

La desaparición de otre de nuestres agentes es cosa seria. Su conciencia sigue integrada, pero no podemos localizarle; únicamente escuchamos a su fauna interior gritar delirios y resignaciones. Un oscuro limbo del que no le podemos librar. Es necesario indagar más.

Al otro día el Flanagan bebe cerveza como si el alquiler de su riñón fuera de cuenta premium. En la azotea de un edificio contempla la ciudad. Es alto, tiene la cara llena de cicatrices, probablemente provocadas por desmayos etílicos.

—Lo de Raúl, eso fue… no entiendo qué pasó, —no termina de hablar cuando ya está con algunas lágrimas en la cara —soy demasiado idiota.

Las sombras en el alma de Flanagan no son adorables. No podría decir que le tengo empatía.

—No te lo he dicho —continúa—, fue en su iniciación al HRAC. Fue en el ladrido. No recuerdo nada, fuimos con el núcleo duro y a la mañana siguiente… Realmente no lo recuerdo también quisiera saber dónde está.

—Quimeras —le propongo con arrepentimiento. La sugerencia sale de mi papel de vigilancia, pero necesito resultados.

—No hablarás en serio. Esas cosas son peligrosas,

—Lo que haya atacado a Raúl puede atacarnos en cualquier momento. Así se hacen los machos —respondo dando el saludo del gorila y golpeo mi pecho, intentando hacer el sonido sin ejercer alguna fuerza que pudiera hacer brotar alguna glándula reprimida por la técnica Restrepo. Mi interpretación pasiva toma con mucha calma su violencia.

—Mañana a las ocho vamos a saber si somos carne de cañón o carroña —dice Flanagan. Únicamente él y yo estaremos en esto, para no involucrar a nadie más, agrega teatralmente.

Las quimeras son viejos juguetes sexuales: ginoides pelirrojas de combate. Fueron usadas en los burdeles de Chernóbil durante la tercera guerra mundial como maquinarias de guerra, pero su código fuente fue liberado en un acto de sufragio de conciencias digitales. Ahora son rastreadoras a discreción. Si buscas a alguien ellas le encuentran, sin importar el método.

—¿A quién busco? —se presenta una quimera, furtiva, en una versión de las leyes de la robótica que la milicia humana no quería enfrentar.

—Agresores.

—¿De quién?

Le muestro las fichas de identificación de la otra agente de filtración —Es Raúl—.

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Esa misma noche las quimeras nos guían al núcleo duro: una especie de colmena nocturna llamada: Noche de perros. Normalmente dejamos a los humanos vivan sus vidas naturales siempre y cuando no interfieran más con otras formas de vida. Pero ese lugar apesta a que el pacto ha sido corrompido.

Allí todos conocen bien a Flanagan. Cuando ven a las quimeras pelirrojas con brazos de araño no les hace gracia. Un tal Mr Pink se dirige a nosotros. Tiene a un muchachito asustado sentado en sus piernas. Ahora entiendo de qué va su cerebro. Las inyecciones de testosterona del Flanagan salieron de aquí. El cuerpo de Mr. Pink es una aberración en tamaño y forma.

—Bueno, ya lo he traído, como me lo ordenaste —dice Flanagan. Su traición se adelantó diez minutos a lo esperado.

—¡Uy! Te vamos a hacer trizas. Vas a tener una muerte horrible, pero antes, necesitamos tu composta interna, detective tardígrado —resuelve Mr. Pink con ironía.

—No solamente el disfraz no existe —le respondo.

Mr. Pink me toma por el cuello. Es la costumbre de esto trabajos. Me han amenazado con armas cuchillos y peluches. ¿Peluches? Sí, eso fue raro. Después todos, incluido Flanagan, comienzan a mutar. En mis adentros orgánicos pienso —¡Oh, vamos! ¿De verdad? ¿“hombres-perro”? Esto es estúpido—. Es pura ansiedad de la cultura que no entiende nada de lo que es ser una animal.

Mr. Pink tiene cara de Pitbull, o de dóberman. Los perros-hombres se abalanzan, son cinco. No demuestro expresión. Flanagan hace una especie pirueta, que más bien es una danza high energy, muy propia del cine de super héroes de su añorado siglo veinte. Mr. Pink balbucea obviedades sobre la naturalidad del cuerpo y planes de tráfico de un gen con testosterona capaz de convertir a los humanos en perros destinados a reestablecer el orgullo humano y bla bla bla.

Mientras él habla, otros desgarran mi cuerpo. Dentro de mí la micosis ha provocado que la variante del Pseudallescheria boydii suelte una espora lasciva. Llevan quince minutos respirando aquello y ya comienza a matar células epiteliales. Tuve que recurrir a la bio-lencia. Ellos tosen, caen al suelo y aúllan agónicos.

Las quimeras solo miraron. Comienzan a rastrear y me llevan al sótano convertido en un invernadero. Allí encuentro un jardín expandido que brota desde las entrañas del otro cuerpo infiltrado al que llamaban Raúl. Cultivaron amapolas y marihuana, aprovechando que en nuestro interior hay una formula de composta que permite el rápido crecimiento y proliferación de vida vegetal, que es lo que da origen a los cuerpos asimilados. He llegado tarde y ya no encuentro signos de su conciencia, reducida a un llamado de auxilio para atraernos y capturarnos. Salgo del sótano y observo al Flanagan y sus últimas expectoraciones.

Recibo la indicación: —Asimílalos

Técnicamente, al morir, cualquier persona será compostable. El castigo de los hombre-perros es que tardarán veinte años en ser instalados en un nuevo jardín donde los tardígrados darán vida a otra conciencia con la que convivirán y dialogarán durante el proceso de recolección de la espora cósmica.

Las reflexiones de la vida son sombrías. ¿De qué sirve la conciencia de Flanagan o Mr. Pink? No entiendo cómo podemos cosechar una semilla que está podrida. —Asimílalos —escucho reiterada las indicaciones del eco.

Atiendo a la orden. Quito la carne, sin anestesia, y comienzo a cultivar.

FOTO: Angel-Kun en Pixabay

Manuel Mörbius

Manuel Mörbius (Ciudad de México, 1984). Ciudadano de composta biomecánica, licenciado en sociología por parte de UAM-Xochimilco. Escritor de ciencia ficción, horror y terror, e investigador independiente en los tiempo muertos de la morgue. Editor de Arte-facto (publicación literaria que cobró vida en 2004 y se pudrió en 2014). Colaborador de Clandestina, espacio de rebeldía en el barrio de Santa María la Ribera. Productor de radio y medios digitales. Integrante del Seminario de Estéticas de Ciencia Ficción adscrito al CENIDIAP, INBAL (México), donde participa investigando la ciencia ficción y sus relaciones con el arte sonoro y la música. Mención honorífica en el XXXVII Premio Nacional de Cuento Fantástico y de Ciencia Ficción, con el cuento El ultra sonido de Coatlicue. Libro publicado: Necropolítica (2021), antología de cuentos de ciencia ficción, publicado por Editorial Camino (Chile)

Página: https://esteticasdecienciaficcion.com/portfolio-item/manuel-morbius/

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