Teoría Ómicron

Revista de ciencia ficción y fantasía

REPORTE ÓMICRON: De Daosled y sus orígenes

Publicamos la reseña de "El último heredero" de Alexander Angamarca.

Alexander Angamarca

El Último Heredero está disponible, publicado y listo para que el mundo entero lo lea. Es, como tal, el primer tomo de la saga Daosled, una épica sobre la raza Daoslediana, que vive envuelta en conflictos y que, tras la aparición de un niño y un mercenario, se ve envuelta en un conflicto magistral. Es ciencia ficción, también un poco de política; es, en definitiva, una historia épica con un sello totalmente ecuatoriano.

LA INFANCIA

Diría que escribí esto con la idea de hacer una saga épica que contase la historia de los Daosledianos, su papel en el mundo y su travesía en la Tierra a través de sus propios fantasmas pasados, una historia bien construida y que diera un producto de calidad, pero sería una mentira.

El germen de la saga Daosled fue un juego infantil. Tal y como suena de trillado, los juegos de plastilina y legos de mi infancia transmutaron hasta conformar una saga completa y una historia que, cuando menos, resulta interesante. Era solamente un niño cuando empecé con aquellos juguetes, que tenían sus propias aventuras, amarguras y pasiones. Crecí inevitablemente, y entonces esos juguetes pasaron a guardarse en un cajón o a ser adornos en un anaquel o meras figuras que me causaban una nostalgia enorme al verlas.

Sin embargo, obstinados como son mis personajes, dejaron sus historias y conflictos impregnados en mí. Esas ideas, esos nombres, esas relaciones, nunca terminaron de irse, creciendo conmigo, hasta entremezclarse y formar algo nuevo, fuerte, pero muy disperso. Entonces escribí, lo recuerdo bien, la primera letra de la primera palabra en una frágil hoja de papel, que, como todo buen tesoro, se perdió. Aquel primer capítulo lo titulé como “Jeorg y Yaroit” y de ese modo nacieron el Daoslediano más fuerte y la Daoslediana más leal, aunque para ese entonces ni siquiera tenía claro que eran exactamente los daosledianos. Tenía catorce, quizá quince años de edad.

EL PROCESO

Aunque la semilla estaba sembrada, no fue fácil. Cambié rápidamente el papel físico por mi computadora, pero lo cierto es que no tenía ni la más mínima idea de cómo escribir una página, mucho menos un libro, y por supuesto no una saga. Pero seguí, con mis ideas, creando nombres, ciudades, un planeta distinto, una dimensión alterna. Inicialmente la historia era la aventura de un niño en un mundo fantástico, pronto me di cuenta del potencial de los demás personajes como para relegarlos a elementos de fondo. La pregunta de sí aquella historia valía la pena surgió por primera vez en mí, pero como todavía lo mantenía en un estado de “proyecto secreto”, seguí trabajando sin preguntárselo a nadie. Jeorg y Yaroit, aquel par de fascinantes daosledianos, crecieron de ser mentores para volverse protagonistas y seres tan complejos como los que más. Nació Efxil, que pasó de ser el peor de los villanos “malos malosos” a ser un individuo independiente y con personalidad, no malvado, solo con objetivos distintos a los de los protagonistas; se añadió su compañera, Dyhret, quién se envolvió en un aura escarlata y de un misterio que yo mismo no puedo descifrar del todo. Nació Ivan Eralet, nació Deynia Cebraerc, también Mytlen y Chrystiane. Nació el mundo dorado, el planeta Daosled.

EL DORADO DE DAOSLED

Había crecido: ahora tenía dieciséis años, no recuerdo exactamente, por lo que mi historia se volvió más compleja. Al buscar maneras “lógicas” para plantearla, encontré el concepto del multiverso y los mundos alternos, y así, oficialmente, nació la dimensión de Daosled, un universo donde en lugar de

cuatro fuerzas fundamentales hay cinco; la Daostierra, nuestro planeta de esa dimensión alterna y, lo más importante, Daosled como planeta y sus soberbios habitantes, los Daosledianos.

Todo se volvió más fácil desde entonces. Tenía una idea, algo valioso, algo que quería escribir. Quería retratar esa historia, esa magnífica historia en la que un puñado de sobrevivientes se refugiaba y desarrollaba en la Tierra, después de la destrucción de su planeta natal. Los conceptos se hicieron más complejos, los personajes más fuertes, más débiles, más épicos o despreciables, según fuera el caso. Daosled nació cuando era muy joven, y a medida que crecía, el mundo dorado se convirtió más que un escenario en un personaje más. Sin embargo, ya me lo planteé alguna vez y lo volvía a hacer: ¿aquella historia era lo suficientemente buena? ¿Aquella historia valía la pena? Aunque mi fuero interno me decía que no, seguí creyendo.

La historia estaba ya ahí, pero como dice Stephen King, escribir es como minar, vas encontrando carbón hasta que, un día de suerte, te topas con la veta de oro. Ciertamente, mi primera inspiración fue aquel escritor gringo, que, a pesar de ser de un mundo completamente distinto, podía sentir que escribía sus obras de manera auténtica, de una manera cercana y propia de un lugar y de su gente. En su caso, diré que está enamorado de Maine, el estado donde nació y cuando caí en cuenta de aquello, fue entonces cuando me di cuenta de que yo también estoy enamorado del lugar donde yo mismo nací, Quito, y por extensión, Ecuador.

LA IDENTIDAD ECUATORIANA

Ya no era un niño, por supuesto, y estaba casi en el pico de la adolescencia, quiero decir, tenía alrededor de diecisiete o dieciocho años, quizá más, quizá menos. Ya tenía una historia, al menos un borrador, personajes épicos, personajes conflictuados, generales humanos y un Ecuador alterno. No mentiré diciendo que desde un principio busqué imprimir la identidad tricolor en mis letras, aunque en honor a la verdad nunca pensé en plasmar mi historia con otro escenario que no fuera mi propia tierra, como si he visto que sucede en mucha escritura juvenil. ¿Por qué los Daosledianos tenían que vivir en New York, Washington, Londres, Ámsterdam o EEUU o Europa en general? No, resultaba absurdo. Desde siempre, los Daosledianos aterrizaron en el Ecuador, y a medida que construía la historia, me fui dando cuenta de lo importante que resultaba la Amazonía, Quito y sus calles coloniales y Loja, con sus pueblos ocultos en las montañas. Escribí sobre la gastronomía ecuatoriana, los paisajes, los escenarios, incluso nuestros modos característicos de hablar.

Para mí, en ese momento llegó el momento de involucrarme en el mundo editorial y fue la primera gran pared contra la que me estrellé. Las editoriales grandes no estaban interesadas en mí, mucho menos en una obra tan extensa como impráctica y que, para mi pesar, adolecía de muchos errores de escritura principiante. Las editoriales pequeñas podían publicarme, pero lo harían cobrándome cantidades de dinero que eran cifras en un papel, más que una posibilidad real. Mi obstinación sirvió solamente para subir mi libro a wattpad, aquella famosa plataforma, y ver como pasaba sin pena, ni gloria.

Por supuesto, las ganas de ser leído seguían allí. Experimenté con formas de publicarse, muchas y variadas, y los años transcurrieron mientras surgían otras obras y los daosledianos esperaban pacientemente en un cajón. Escribí La Maldición del Inca, que fue una experiencia interesante, después escribí DECADENCIA, una obra trascendental para mí mismo porque fue el primer texto que escribí con la certeza de que podía y debía escribir. Aquella obra reafirmó mi estilo, pulió mi voz narrativa y me dio una fuerza inaudita. La historia de aquel hombre sin nombre, que vive un apocalipsis cuando una lluvia antinatural cae sobre Quito y desata su caos interno, sirvió para decirme a mí mismo que escribir era lo que quería hacer.

Entonces estaba listo para volver a Daosled.

LA CONSOLIDACIÓN

Por supuesto, entre todos estos eventos, pasaron varios años. La cúspide de la adolescencia se convirtió en la adultez más joven e insensata. Después de La Maldición del Inca y de DECADENCIA, me sentía más seguro de mí mismo. Tenía algo bueno entre manos, y debía contarlo.

Edité mi obra, y por primera vez, vi el título de El Último Heredero con otros ojos. Había elegido aquel título hace mucho tiempo, pero siempre lo consideré como algo provisional, como lo que me tocó escoger a fuerzas, fuera de mi elección personal. Para entonces la historia ya estaba consolida, tras editarlo varias veces en el transcurso de los años, por lo que había una distribución de capítulos que narraban como los personajes odiaban, amaban, se ensañaban los unos con otros, luchaban, se aliaban y volvían a luchar. Jeorg Macpar y Yaroit Arcera ya eran quiénes son, también Efxil Darearc y Dyhret, así como los Cinco, Maerius, Zeqdas, Veyquer, Naem y Lasret. Estaban ya los humanos, Juan Barragán alias Chrystiane, Myriam, Jennifer, Ivan Eralet, Deynia Cebraerc. Estaba ya su mundo, una Tierra alterna, donde vivían los sobrevivientes del planeta dorado de Daosled, con sus costumbres y fiereza tan característica. Estaba listo su protagonista, un niño llamado José Pinta. Por ello cuando vi una oportunidad para publicar mi obra por medio de un concurso, no dudé en tomarla. Realicé una última edición, de emergencia, ya que la versión que envié al concurso, a pesar de su victoria, no me convencía del todo. Edité totalmente la primera parte de la obra, ya que era lo que más conservó su forma original, escrita cuando adolescente. Conservé la esencia, dándole una estructura nueva, genial, entendible. Aunque el proceso fue largo, gané. Reuní lo que tenía, trabajé contra reloj y di todo de mí por crear la versión definitiva de Daosled y los Daosledianos.

El Último Heredero, la obra que ahora el mundo puede leer, estaba lista.

En la última edición, la identidad ecuatoriana se plasmó sin miedo. No sentía vergüenza ya al decir que los Daosledianos vivían en Quito, aterrizaron en Chimborazo y se esparcieron por todo mi país, hasta llegar a la cueva de los Tayos, Loja, o la propia capital. Eran de otro mundo, por supuesto, pero comían guatita, seco de pollo y encebollado. Hablaban Daoslediano, pero tras treinta años en la Tierra también decían “mijin”, “chevere” o “huevada” y compraban sus víveres en el mercado de San Roque. Lo que alguna vez temí escribir, ahora lo hice con fervor, introduciendo mis ideas como una Gran Colombia unificada o un grupo de descendientes de los incas actuando en la política actual. He aquí la sinopsis de mi historia:

Hacía treinta años los Daosledianos sobrevivientes de la destrucción de su planeta, llegaron al Ecuador; debido a su posición desfavorable, se vieron obligados a establecer pactos políticos con grupos subversivos que buscan la reunificación de un imperio antiguo. En la actualidad, Jeorg Macpar, el que fuera el Daoslediano más fuerte, lucha con su propio pasado tormentoso mientras cría a sus hijos adoptivos, un papel paternal que nunca pidió y en el que siente que ha fracasado totalmente. Un día, de repente, desde el espacio llega Efxil Darearc, un mercenario hijo de un antiguo enemigo que le trae a Macpar los recuerdos de lo que fue y lo que perdió, y desde otro mundo llega José Pinta, un niño humano misterioso que parece representar un peligro latente. Mientras intenta cumplir su papel como líder, Jeorg se ve inexorablemente envuelto en una batalla que hace temblar los cimientos del Ecuador y transforma a los personajes y al mismo país en algo completamente distinto.

El Último Heredero tiene todo lo que buscaba, todo lo que quise contar, todo y quizá un poco más. Ahora más que nunca sé que los Daosledianos están listos para conocer al mundo entero, presentar su épica, narrar sus crónicas y mostrarse tal y como son. A pesar de que como escritor me gustaría editar mi obra para hacerla aun mejor, ahora sé que aquella pregunta que se formuló por vez primera cuando no era más que un adolescente intentando escribir algo coherente, por fin fue respondida.

Sí, vale la pena contar mi historia.
Vale la pena narrar la épica Daoslediana. BALEAR DAOSLED.

FOTO: Alexander Angamarca

Alexander Angamarca

Nací en Quito, hace veintidós años; llevo cinco escribiendo cuentos cortos y extensas obras de ciencia ficción. Mi madre me inició en la lectura, plantando la semilla que ahora crece en mis letras.

Ecuatoriano de nacimiento, escritor de corazón, mi meta es contribuir a la literatura Latinoamericana. Hago uso de las redes sociales como una herramienta moderna de difusión para alcanzar nuevos lectores, compartiendo frases de mis libros y el proceso de escritura. Me pueden encontrar como Alexander Angamarca en las plataformas más conocidas.

Mis obras hasta el momento son: El Último Heredero, Vestigios Metálicos, La Maldición del Inca y Decadencia. En todas y cada una de ellas buscó aportar a la cultura de mi patria y ensalzar los valores que como Latinoamericanos debemos de tener presentes.

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