
Por Jorge Alberto Collao
El aspecto más triste de la vida en este preciso momento es que la ciencia reúne el conocimiento más rápido de lo que la sociedad reúne la sabiduría.
Isaac Asimov
Siempre me ha parecido muy interesante la discusión respecto de que la llamada Literatura de Ciencia Ficción debiese llamarse así o no. Y no es porque me abandere por una u otra postura, o porque crea que una definición a rajatabla nos vaya a aportar algo verdaderamente importante. Lo que me interesa es ese ejercicio de reflexión. Porque llamarla literatura de género puede llevarnos más bien a confundirnos. Algunos autores o editores en realidad pretenden llamarla para efectos del simple discurso –que es una opción más bien operativa que teórica- como literaturas al margen, o ciencia especulativa, o más bien referirse a ellas como subgénero, para lograr mayor identidad frente a la literatura de genero afincada en los feminismos. Pero también es bastante interesante reparar en el hecho de que la ciencia como tal, en vez de mediatizarse, ha tendido a todo lo contrario.
Cuando se habla de las edades de oro de la ciencia ficción creo que se trata más bien del descubrimiento de la ciencia como un corpus misterioso, pero corpus al fin. Y eso desplegó el segundo gran componente que es lo que la une finalmente a la literatura universal, o que la vehicula hacia ese camino: la ficción. Entonces, en la dilución de esa edad de oro o en la dilución del interés del público o en su conversión –si se quiere- a literatura de nicho, tiene que ver con el proceso de apropiación de ese corpus de la ciencia por parte del gran público neófito. Porque entender la ciencia –no ser científico- hoy, es un rito de iniciados. Un ejemplo interesante son los libros Ciencia Pop y Ciencia Pop 2, del destacado Científico e Investigador Gabriel León, a quien conocí y pude cruzar algunas breves impresiones en su visita a la UCN en Coquimbo. La sensación que nos queda, es la pasmosa evidencia de que la gente común y silvestre es capaz de creer cualquier cosa a partir de quien lo avale, sin tener el menor espíritu crítico frente a cualquier discurso, servicio, o producto, a disposición en el mercado. ¿Qué tiene que ver esto con la Ciencia Ficción? Tiene que ver porque si bien los autores hacemos ficción, la mayoría de las veces pareciera que no llegamos a entender la carga que la ciencia tiene como valor agregado a nuestro discurso estético. Obvio que esto no es una obligación para nadie y la libertad será siempre absoluta en cuanto a ficción se refiere, pero, ¿qué tanto nos acercamos, por ejemplo, a las seudociencias? Parece pretencioso sin duda plantear esta especie de disyuntiva respecto de una literatura que es en realidad completamente marginal, en un universo que a la vez es también cada vez más marginal: la literatura y los libros. Pero es un reto interesante.
Ya nos han dicho que la ciencia ficción hispanohablante es la hermanita pequeña respecto de la enorme industria y los monstruos anglosajones, y que apenas nos da para fantasías tecnológicas o ciencia ficción blanda.
Y quizá ocurra porque en realidad debiéramos preguntarnos si en realidad tenemos ciencia. Y con ello me refiero a desarrollo científico, puesto que papers vuelan y revolotean en todas nuestras universidades como una especie de castigo divino, pero empinándonos apenas con un 0.35% de inversión en investigación científica, en circunstancias que en el resto del mundo llega a ser hasta diez veces ese monto.
¿Influye esto en nuestras literaturas? Yo diría que profundamente. Y esto puede notarse en que las búsquedas de público abarcan un sinnúmero de subgéneros -los “punk”- fundamentalmente, y esquivan toda posibilidad de abordar la ciencia ficción dura, o la especulación científica, desde un punto de vista epistemológico, más allá de las llamadas ciencias exactas. Quizá solo sea un tema de mercado. Pero me inclino a pensar que es un asunto mucho más complejo, más bien un tema de reflexión del presente frente a la angustia del futuro que nos aguarda.
Ahora sabemos que desde el punto de vista de la formación, al menos de la generación en Chile, de los ochentas en adelante, caló muy profundo la caída de los límites de género –en el sentido en que hablamos de la ciencia ficción- lo cual permite mucho menos prejuicio al momento de aceptar retos de batallas perdidas. Me he topado con jóvenes escritores absolutamente empoderados de su vocación –casi al punto del martirio- que asumen tales retos con una vitalidad y un optimismo que asombra. Pero al mismo tiempo que expresan ese riguroso empoderamiento, les pasa lo mismo que a nosotros que comenzamos a escribir “hacia afuera” en los ochentas: una especie de ´desprecio por la tradición literaria chilena más allá de la anécdota histórica, cosa interesante si examinamos el fenómeno Baradit, un autor de Ciencia Ficción que triunfa como divulgador de lo menos conocido de nuestra propia historia. Porque la ciencia es también eso –es una forma de relación con nuestra propia realidad- y es en ese sentido que me atrevo a postular que para escribir ciencia ficción no necesariamente debes ser científico –qué duda cabe- sino que al menos se debe tener conciencia de la gravitación profunda de esta y desde allí -cualquiera sea nuestra versión de ese hecho- abordar estas literaturas a partir de esa singularidad. Y para mí, es esa singularidad, la que hará la diferencia no solo con cualquier otro género, sino con cualquier otra literatura, y la que puede ponernos en el mapa de la literatura universal. De otro modo, seguiremos detrás del mercado mejorando nuestra performance simplemente como rito fandom de la fantasía seudotecnológica, que me parece la opción más light, aunque con sus propias dificultades.
Porque, ¿qué somos realmente como escritores? ¿Podemos ya pararnos sobre ese discurso de que es lícito hacer literatura sin más ambición que la entretención, y sostener ese discurso frente al comic, o al cine? Para mí, la literatura plantea una reflexión permanente no solo sobre los temas que trata, sino sobre sí misma, muchísimo más que el cómic o el cine –en donde ese espacio lo llena en cierta medida la técnica- por lo tanto, el mayor grado de libertad creativa en los marcos de la imaginación viene, hasta ahora, de la literatura. ¿Entonces, no estamos auto marginándonos de nuestros propios potenciales?
Cuándo Galileo Galilei nos dijo alguna vez que “En cuestiones de ciencia, la autoridad de miles no vale más que el humilde razonamiento de un único individuo” ¿no nos hace hoy co-responsables a los autores que profitamos el mito de la ciencia?
Foto: Pixabay

Jorge Alberto Collao
La Serena, Chile, 1965. Estudia Licenciatura en Educación en Física y Química en la Universidad de La Serena donde participa por tres años consecutivos en Taller de Literatura. Funda revistas, participa en lecturas colectivas, organiza la primera exposición en los 80 del Movimiento Mundial Arte Correo. Gana concursos como el Primer Lugar en Poesía del Festival de Todas las Artes Víctor Jara, el Concurso de Poesía y Cuento en ambas categorías, organizado por la comisión de Derechos Humanos, el concurso de poesía organizado por la SECh. El de la Corporación Santo Tomás y el de La Dirección Marítima por dos veces. El Fondo de la Cultura y El libro a través de la Editorial Mosquito, lo publica en su colección de poesía. Ha publicado “Aunque tal vez solo seamos los dioses de las hormigas” en 2014 (Novela corta de ciencia ficción especulativa) y “¿Podremos reírnos en el silencio del cosmos?” en 2017, conjunto de relatos de variada índole, ambos por Editorial Puerto de Escape. Además, junto a un colectivo de ilustradores, dio origen en 2018 a la colección AKUN de plaquett con historias ilustradas de Acción, Fantasía, y Terror.
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