Por Daniel Alejandro Cardona
¿Cuál es el comienzo? ¿Cuándo termina? ¿Cómo fue la experiencia? Es como un escalofrío, una sensación primigenia que recorre el cuerpo, creada para el estremecimiento de la imaginación… ella se encarga del resto. Después de la ira (2018), publicada por Alfaguara, una novela de Cristian Romero, escritor colombiano que vive en Medellín, es una nueva pieza de colección en la ciencia ficción colombiana, género en el que nombres como el de Cristian empiezan a brillar. Se trata de una novela corta, construida por fragmentos, en los que se va narrando, con un juego de tiempos entre el pasado y el futuro, la historia de un pueblo que parece estar entrando en el progreso: la modernización y la ciencia agrícola están llegando con el nombre de Semina, una empresa que produce y distribuye semillas y abonos transgénicos. Sin embargo, ¿qué tipo de progreso intenta adueñarse de todo y de todos? El que parece haberse instalado en América Latina. Alrededor de Semina se empiezan a tejer historias, casi al azar, que se van uniendo sin que se note, Cristian ha sabido manejar una escritura que nos va adentrando en San Isidro y su calorosa historia sin darnos cuenta. Las historias giran alrededor de Samuel, en medio de sangre y dolor,peleas de gallos y langostas, amores y odios, cantos sacros y tonadas olvidadas, para ir cerrándose en un círculo, hasta llegar al centro de Semina, de San Isidro, de la vida.
Cuando Lovecraft escribiera, en la primera mitad del siglo XX, “[l]a emoción más antigua y más fuerte de la humanidad es el miedo, y el miedo más antiguo y más fuerte es el miedo a lo desconocido”, en su célebre ensayo “El horror sobrenatural en la literatura”, quizás se estaba refiriendo a historias como esta, a langostas extrañas, de origen desconocido y con usos que se salen de lo esperado. La historia de Samuel, de Liliana, de Alicia, de Magdalena, de Marcos, de todos, de tantos, de ninguno. Es posible que sea nuestra historia, que los nombres, al azar, quieran representar posibilidades cercanas a nosotros, que lo que ya nos aplasta no pueda ocurrir, porque se ha acabado el tiempo, en el supuesto futuro, conjugación “natural” de la ciencia ficción. Pero, ¿y si este es el futuro? ¿Y si la novela de Cristian nos intenta hacer caer en la cuenta de que el futuro son los fragmentos del presente? Ahora la ciencia ficción es el nuevo realismo: sin magia, sin partidos políticos, sin totalidades. Nos enfrentamos con una novela que puede ser una crónica ubicada en cualquier pueblo de América Latina: los sucesos, los personajes, la incursión de multinacionales que intentan, por medio de la violencia,adueñarse de las tierras y las personas… así se perfila en esta novela una narración resista, hasta que el impacto de la tecnología nos sorprende de nuevo: Semina tiene su tecnología, conocida en el mundo que habitamos; pero una nueva tecnología aparece como una posibilidad para las personas, para los que viven de la tierra, un riesgo y una posibilidad, que también viene con la ciencia: las langostas.

Los tiempos de la novela son el presente y el pasado, y es así porque no es una novedad, porque dejamos que el horror se colara por nuestras vidas y se hiciera cargo. Intercalados los tiempos verbales, pareciera que intentan mostrarnos cómo los huevos de langosta van haciendo eclosión en nuestras vidas, cómo rompieron el cascarón, cómo se adueñaron de todo, cómo están arrasando nuestras realidades. Una narración pausaba, que nos va llevando lenta, contundente y desafiante, en un baile que va a hacia atrás y hacia adelante, pero que no nos advierte cuál es el ritmo que bailamos, ¿cómo saber cuál paso sigue? Y, sin embargo, ¿cómo parar? No es posible, estamos engarzados en la plaga, que nos lleva en su zumbido durante toda la novela, sin parar, aleteo constante de temporalidades, de sueños, de voces, de sensaciones, de calor intenso. Ir avanzando en la novela no nos dará la certeza de avanzar en la historia, porque no sabemos, aún, dónde o cómo hallaremos la entrada final, si en el pasado o en el presente. Así, cada fragmento nos va dando pistas, nos lleva y nos trae para poder ir trazando un mapa, una historia.
Los capítulos son fragmentos de conversaciones, de sueños, de alucinaciones, son repeticiones, ¿qué seguridad tenemos de que ya pasamos por un fragmento?, ¿o de que no tendremos que volver a hacerlo? ¿Para qué? Repetir no parece un elemento aislado, así como las piezas incompletas que son los capítulos no están escritas al azar. Es un complejo rompecabezas que va encajando por partes, que se superponen, porque no es posible tener una historia compacta, una narración cerrada, libre de poros; son voces distintas que intentan reconstruirse en un mar de sonidos,
“[e]n esas caminatas, a cada paso que daba, conjuraba su historia, esta historia, de muchas maneras distintas, como si así pudiera reescribirla o como si así pudiera sanarla. Se imaginaba cómo habían sido esos fragmentos en donde ella no había estado presente, les insertaba ligeras variaciones, trataba de encontrar el punto exacto en donde se hubiera podido vislumbrar una tragedia, ese en el que el destino se había empezado a torcer.” (Romero, 2018, pp. 117-118)
Así parece ser esta historia: fragmentos que se reescriben, que van caminando, hacia atrás y hacia adelante, tratando de encontrarse, de encontrar un camino, que imaginan los espacios y los llenan mientras la marcha sigue, mientras la plaga continúa detrás.
Después de la ira quizás solo quede un maizal devastado, la ira se lo llevará todo, o casi todo. Dejará fragmentosincompletos, con los que tendremos que recomponer las posibilidades, para así poder soñar, con la certeza de este presente, otro futuro, que tal vez no sea posible y solo sea necesario, porque el miedo que zumba en sus páginas, elemental, animal, desconocido, nos sumerge, nos transforma, porque la imaginación es modificada por sus fuerzas.
Foto: Romero, Cristian (2018). Después de la ira. Bogotá: Alfaguara.
Daniel Alejandro Cardona Henao
Colombiano. Historiador y Magíster en Literatura. Centra su trabajo en el cruce entre la historia y la literatura, así como en la literatura de ciencia ficción. Se ha desempeñado como bibliotecario, promotor de lectura, docente universitario y en cargos administrativos en el sector de las bibliotecas públicas en Medellín y Bogotá. Reside en Bello, un municipio al norte de Medellín, en Colombia.
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