María C. Pérez
Los robots del Nuevo Orden se habían encargado de retirar los restos de edificios destruidos en los bombardeos, en un intento de hacernos sentir mejor, de realzar nuestro ánimo. Cederles el control del gobierno global, fue la última decisión de los dirigentes humanos, la única buena que recuerdo. En muchos de los solares de la ciudad, se alzaron reconstrucciones o nuevos edificios, pero aquí, en las afueras, aún queda mucho por hacer.
El solar a la derecha de mi casa había estado yermo desde que alcanzo a recordar, ni las hierbas silvestres lo habían encontrado atractivo, hasta ayer. «Cada vez construyen más rápido», me dije.
El nuevo inmueble era un local comercial, pintado de un verde aséptico y con un rotulo simple, solo el nombre con una tipografía poco llamativa, la franquicia Libera-Té había llegado fuera de la gran urbe. No pude aguantarme la curiosidad y entré. La decoración era más bien inexistente. Paredes de basto hormigón desnudo, pero al fondo, una bonita máquina de vending estilo vintage y color Coca-Cola me esperaba. Los únicos otros objetos de la sala eran el foco superior y un sumidero metálico en el centro del piso. Los interiores no eran su fuerte. El lado práctico y funcional prevalecía al estético, aunque había que reconocer que estaban esforzando con los complementos. La máquina, contaba con varios botones en el lateral, pero solo una opción de bebida. Libera-Té.
Esperé, por si la máquina de vending escondía una I.A avanzada que me detectase y me sirviera el producto tras escanear mi dispositivo de energía económico, cobrándose la cuota de mercado estipulada, lo habitual en cualquier comercio. Al ver que no se ponía en funcionamiento, me vino a la mente el spot publicitario: Un chico, tímido y titubeante echaba una moneda metálica por la ranura de la máquina. La primera vez que lo vi, no entendí el gesto, pero en la fábrica todos comentaban el spot y la supervisora explicó antes de la economía energética había dinero físico. El spot mostraba que, gracias a este pago, se activaba un mecanismo de engranajes anticuado y preparaba en su interior lo que parecía ser una reconfortante infusión caliente, una tetera gigante básicamente, la novedad erradicaba en que este té acababa con el peor de tus miedos.
El Nuevo Orden había dado un paso más en su proteccionismo. La franquicia había causado furor y extendido rápidamente. Era indoloro y permanente, sin efectos secundarios. No se trataba de borrar un recuerdo, lo cual se había probado que causaba más problemas que soluciones. Se trataba de acorazar un recuerdo contra un sentimiento concreto, el miedo. Solo tenías que pensar en tu miedo con fuerza, focalizar en las partes más crudas de tu recuerdo, mientras ingerías la bebida. El tímido y titubeante muchacho del spot, acababa renovado y liberado y mucho más feliz tras ingerir el té. Cada uno tiene sus miedos particulares, pero yo al igual que millones de humanos, quería borrar aquellos espantosos recuerdos de las guerras antes que los robots nos salvaran de la cobardía y la bestialidad donde habíamos acabado.
Llamó mi atención la cesta de monedas metálicas que colgaba del lateral de la máquina de vending. Estaba decidida. Eché una moneda por la ranura. El mecanismo se activó y cogió un vaso ecológico. Lo trasladó a la apertura expendedora de la máquina y allí pude ver como el humeante té caía a la vez que una cantidad predefinida de azúcar. Al terminar, el vaso se soltó y quedó apoyado unos milímetros más abajo, en la bandeja de salida, impregnando la sala de un delicioso olor oriental. Al acercarlo a mis labios observé como se retorcían en su interior unos minúsculos organismos anélidos. Nadando en el té, sin flagelos para impulsarse. Simplemente contraían y estiraban sus anillos.
«Vacusanos». Reconocí los medicinales nano robots que nos suministraba el Nuevo Orden en las campañas de prevención, esto me hizo confiar en el final del spot. Con aprensión y asco, di el primer sorbo. Una gran buchada de té que ardía y me reconfortaba al descender por mi esófago. Tardó solo unos segundos en hacer efecto. Me concentraba en mis recuerdos acerca de la guerra, busqué el más crudo en mi interior, fronteras cerradas a miles de refugiados, abandonados a morir frente a unas puertas cerradas, mientras veían acercarse la onda expansiva, yo trabajaba en esa puerta. Las náuseas me invadían y nada tenían que ver con la ingesta de los vacusanos, venían de mi interior, intentaban trepar por mis entrañas, pero no habían cogido el suficiente impulso. El mareo me hizo caer. El rostro acabo cercano al sumidero. Mi saliva se volvió pastosa. Ahí vino el segundo intento. Esta vez los fluidos llegaron a mi boca. Agrios y calientes los expulsé al funcional y bien situado sumidero. Me incorporé, me sentía relajada. Me sentía tranquila. Como cuando vomitas tras una indigestión que te aprisiona por dentro. Ahora me invadía una sensación de paz. Intenté buscar los recuerdos de la gran guerra, estaban ahí, los refugiados, la puerta, pero mi fobia había desaparecido. No me sudaban las manos, ni sentía escalofríos y no se me alteraba la respiración al revivir esos momentos.
—Gracias—dije al sumidero impoluto, que ya no mostraba resto alguno.
Entonces no sabía dónde había ido mi miedo, dónde conducía ese sumidero. Nadie lo sabía, no importaba.
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En el edificio de la CPH (Central para la Protección de la Humanidad) el robot jefe de la investigación, Daneel, clasificó como prioritaria la muestra y programó la etiqueta digital: Miedo: nº 3.426.756 Origen: Franquicia Libera-Té nº 39. Tipo: Traumas de guerra. «Devuélvase el miedo a esta unidad tras ser experimentado y analizado en simulación. Presenten el protocolo de prevención y protección a este departamento».
— ¿Aún necesitamos más? Llevamos meses sin miedos nuevos, solo son variantes del mismo tipo —dijo el ayudante a su superior.
—Todos los miedos son diferentes y tienen matices especiales — respondió apresurado intentando disimular—. Debemos seguir almacenando y clasificando, nuestra misión es proteger a la humanidad de todo lo que les daña, incluso de ellos mismos. El miedo es un mecanismo de defensa. Si logramos entender y controlar totalmente dicho sentimiento podremos cumplir correctamente nuestra investigación y llevarla a fines prácticos.
En ese momento los vacusanos de su interior reaccionaban al peligro de que su ayudante descubriera el verdadero estado de la investigación. Provocando en él una sensación de inseguridad, una sensación similar al vértigo, de temor, provocando miedo.
Daneel tenía claro el objetivo del Nuevo Orden. Neutralizar las causas de la cobardía y la bestialidad humana, es decir los miedos, daría lugar en ellos un incremento de las mejores cualidades de la raza, la ambición, imaginación y el factor principal de la lucha por la supervivencia. Lo que lo llevó a diseñar los vacusanos de Libera-Té.
Daneel activó su micrófono implantado y se dirigió a todos los que habían acudido al acto:
—«Antes de que comenzara la última guerra, todo el mundo sabía que un hombre podía llevar en un bolso suficiente cantidad de energía como para destruir media ciudad», esta es la premisa bajo la cual comenzamos el gobierno global del que nos sentimos tan orgullosos. La premisa sobre la que hemos construido nuestro proyecto. El Nuevo Orden ha acabado con la sucesión de políticos incompetentes y la eliminación de países acabó con los conflictos entre los mismos.
Los aplausos se ahogaron por el gesto del locutor pidiendo calma al público.
—El capitalismo, bien llevado, estructurado por dirigentes cualificados, es la medicina que la Tierra necesitaba. Desde la antigüedad, sabemos la diferencia entre un animal y un humano. El humano es un animal usando tecnología. Hoy por hoy el 99% de las actividades humanas requieren de tecnología, alta tecnología, hoy podríamos decir los humanos son 90 % robots. Gracias a Libera-Té podríamos decir que esa barrera se ha acortado, son 95 % robots. Pero ¿y nosotros? ¿En qué porcentaje somos humanos? Qué necesitamos para mejorar la coexistencia y que nuestro proyecto, no nos lleve a la separación de clases y a una nueva fractura social. Porque no nos engañemos, el éxito futuro, depende de que consigamos mantener esta unidad, esta equidad y el confort aceptable necesario para disfrutar la libertad individual de todos y cada uno de nosotros humanos y robots.
Esta vez los aplausos no pudieron ser retenidos. El presidente y creador de la franquicia Libera-Té, así como los miembros del Nuevo Orden invitados al acto dieron por zanjada la introducción. Bajaron del improvisado atril. Descorrieron la cortina que tapaba el rotulo del nuevo local comercial. Quisieron ser fieles a la imagen de marca. El local pintado de un verde aséptico y con un rotulo simple, solo el nombre con una tipografía poco llamativa dejó al público en silencio.
La decoración en su interior era más bien inexistente. Paredes de basto hormigón desnudo, pero al fondo, una bonita máquina de vending estilo vintage al fondo de color Coca-Cola. Los únicos otros objetos de la sala eran el foco superior y un sumidero metálico en el centro del piso. Los interiores nunca fueron su fuerte. El lado práctico y funcional prevalecía al estético. La cesta de monedas metálicas que colgaba del lateral de la máquina de vending esperaba a su primer cliente.
Fuera, en las pantallas instaladas para el evento, se retransmitía un spot publicitario donde un robot decidido tomaba una moneda y la echaba por la ranura de la máquina de vending. La franquicia Humaniza-Té había abierto su primera sede en la gran urbe.
FOTO: Pixbay

María C. Pérez, nacida en Granada en 1982, vive en Barcelona desde 2003. Lectora adicta de misterio, CiFi y fantasía. Viajera por naturaleza, toda excusa es buena para una aventura. Jugadora de juegos de mesa, colaboradora de la Editorial GdM Games en la creación de narrativa, trasfondo y worldbuilding para juegos de mesa. Alumna de la escuela de escritura del Ateneu de Barcelona, pasión que compagina con su trabajo como financiera. Publicaciones: Cuento 100 Yenes – Revista Circulo de Lovecraft nº 10
1 thought on “CRONSITAS ÓMICRON: Libera-Té”
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