Teoría Ómicron

Revista de ciencia ficción y fantasía

CRONISTAS ÓMICRON: Las leyes de los astros

Publicamos el relato “Ls leyes de los astros” de J. Eduardo R. Gutiérrez.

J. Eduardo R. Gutiérrez

El saludo del embajador de los elens resultó muy familiar para la Dra. Citlalli Torres. Además, ese atuendo, como si lo hubiera robado de alguna película hollywoodense de ciencia ficción de muy bajo presupuesto, sentía que lo había visto antes…

En ese instante, ella tocó el collar que su abuela le regaló el día de su graduación y ante sus ojos se presentó aquella mujer que siempre vestía con ropa de lentejuelas multicolores, jamás ropa oscura, y que usaba pañoletas sobre la cabeza —años después Citlalli supo que lo hizo para ocultar los estragos del cáncer—. Esta fantasmagoría se esfumó cuando se percató que tanto el Dr. Claudio Sierra, el director de la misión, como el coronel Isaac Herschel no sabían qué más hacer, era la tercera vez que realizaban el saludo y el embajador parecía estar algo impaciente. Entonces, ella, dudando mucho, caminó entre sus colegas para llegar al frente. Se colocó entre el doctor y el coronel y con mayor inseguridad, porque todas las personas la veían con gran desconcierto, realizó el saludo y agregó las siguientes palabras:

—Reciban paz, pero sobre todo, mucho, mucho amor.

Tanto Sierra como Herschel pensaron que todo se iría al traste por tal disparate, mientras sus colegas comenzaron a susurrar; sin embargo, el elen se mostró muy complacido al comprobar que estos seres eran los que había estado buscando, al fin habló usando la voz robótica de su traductor:

—Muy bien, en doce horas de su mundo mi nave descenderá cerca de la colina para que podamos hablar frente a frente y esperamos que ella esté presente— dijo mientras señalaba a la Dra. Citlalli—. Reciban paz, pero sobre todo, mucho, mucho amor.

Al concluir la comunicación, Sierra y Herschel la miraron, el coronel dijo con voz muy firme: —Bueno, vayan a descansar y prepárense para el enc’uentro de mañana—. Antes de que la Dra. Torres se retirara le habló—. La quiero ver en mi oficina en una hora para hablar sobre esta situación, también a usted Dr. Claudio.

Quizás te interese.

Como siempre el tacto de Herschel fue tan sutil como el impacto de una bomba nuclear.

—Está bien, coronel, allí nos veremos.

La doctora salió y mientras andaba por los pasillos del Centro de Contacto con Vida Alienígena, su mente caminó y caminó hasta hallarse de nuevo ante la imagen de la mujer que le enseñó a amar los astros…

—Abu Tela, ¿quién es ese señor?

—Ese señor es Walter Mercado, es de mi tierra y también se dedicaba a lo mismo que yo —miraba las estrellas para saber el fuuuutuuuuro—. Al decir esto se colocó las manos en las sienes como si estuviera observando el porvenir.

—Ja, ja, ja… No mi estrellita, los astrólogos no vemos el futuro, quién diga eso es un fraude — Estela se tomó unos segundos para hallar las palabras más adecuadas para explicarle—. Mira, la astrología es una ciencia, eso significa que transmite un conocimiento. Bueno, ahora se le llama pseudociencia, una forma de decir que mentimos; pero hace muchísimos años, incluso antes de que naciera mi abuela…

—Ay, abu, eso sí que es muchisísimo.

—No interrumpas, mi estrellita.

—Perdón.

—Está bien… ¿En qué me quedé? Ah, sí, hace muchísimos años los pueblos primitivos miraron hacia los cielos y vieron que la oscuridad era acompañada por miles de luces y ese fue el primer libro que leyeron, de allí sacaron historias que después serían sus mitos. De tanto verlas descubrieron que les podían ayudar a saber cuándo era bueno sembrar y cuando no. Así surgieron los primeros calendarios para medir los meses y los años —hizo una pausa para contemplar la cara de su mini oyente—. Entonces, se dieron cuenta que los astros les enseñaban cómo dirigir sus vidas, así que algunas personas pensaron que también les podrían dar consejos para responder preguntas muy importantes: ¿quiénes eran? Y ¿hacia dónde debían ir? Eso es justo lo que hace la astrología: aconsejar a la gente sobre qué puede hacer para mejorar su día.

—Uuuuuh, ¡qué bonito, abu! Quiero hacer eso, mirar siempre las estrellas.

—Ay, mi corazoncito, eso es una bella paradoja.

—¿Por qué es una pa… para… pa…ra… qué es eso?

—Je, je, je. Es una contradicción. Deseo significa lejos de las estrellas, no porque no las puedas tocar con tus manitas, es porque el deseo provoca que alguien deje de mirar las estrellas y sólo vea eso que quiere con todas sus fuerzas, pero tu deseo es mirar siempre las estrellas, lo cual es una bella paradoja.

—También quiero tocarlas.

—Ay, mi estrellita fugaz, las personas que nos dedicamos a la astrología no hacemos eso —al ver su carita triste se levantó del sillón y caminó hacia el librero, después de unos minutos regresó con un libro grande y colorido en la mano—. Aunque sí lo pueden hacer las que se dedican a la astronomía. Toma esto, leelo para que sepas más sobre los astros.

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Regresó al presente como si su mente hubiera caído por un agujero de gusano cuando Herschel le permitió entrar a su oficina.

—Dra. Citlalli, tomé asiento — y antes de lograr sentarse al lado del Dr. Claudio, el hombre la bombardeó con una pregunta—. ¿Cómo supo que esa era la respuesta?

Ella miró al hombre alto, fornido y de cara hosca, todo un soldado de la vieja escuela; de esos que en las películas primero matan al alienígena para robarle sus conocimientos y después firman la paz.

—Esto sonará muy extraño, coronel Herschel, a pesar de eso es la verdad —tomó un poco de aire para estar segura de lo que estaba a punto de decir—: ese saludo lo hacía un astrólogo muy famoso que mi abuela admiraba mucho—. Miró como el desconcierto se apoderaba del rostro de ambos.

—¿Qué demonios quiere decir con eso?—la interrogó Sierra.

—El elen realizó un saludo idéntico al de este astrólogo, miren.

Citlalli proyectó un holograma donde se veía a un hombre con un extraño peinado y ropa similar a la del embajador, quien realizó el mismo gesto con las mismas palabras. Tanto el soldado como el científico se quedaron mirando con un gran asombro.

—¡¿Me quiere decir que una raza de otro mundo viajó millones de años luz para que les digamos su horóscopo?! —soltó el soldado, mientras se llevaba su mano derecha a los ojos—. ¡Eso es absurdo!

—Si esto resulta cierto… ¡Sería una ofensa para toda la raza humana! Y nuestro proyecto y carreras se irían a la basura —dijo el Dr. Claudio mientras dejaba caer su cara sobre el escritorio.

—Bueno, eso explicaría por qué el mensaje recibido en el SETI de Arecibo decía que reuniéramos a las personas que supieran más sobre las leyes de los astros…

—Y tontamente aquí estamos las mejores mentes de la astronomía. ¡Cuándo ellos querían a gente charlatana y supersticiosa! —la doctora tocó de nuevo el collar de su abuela y sintió un poco de enojo ante ese comentario, mientras él levantaba la cara para agregar algo más—. ¡Qué ingenuidad y arrogancia de nuestra parte! Creímos que una civilización que recorre el cosmos como si navegara por un lago, solicitaba de nuestros conocimientos astronómicos.

—Bueno, no sabemos exactamente aún qué es lo que quieren —dijo la doctora Torres, quien ya comenzaba a impacientarse por los pucheros.

—No importa —respondió Herschel con gran velocidad—. Le prohíbo decir algo a sus demás colegas —la señaló con uno de sus dedos como si estuviera a punto de salir una bala de allí—. ¿Me ha entendido?

—Sí, coronel —respondió lacónica.

—En cuanto a usted, doctor, le ordeno que se calme para que empecemos a planear algo — Sierra trató de recuperar la compostura y el coronel la miró de nuevo—. Retírese doctora Citlalli.

Ella no podía dormir a causa de las preguntas que rondaban su cabeza como un cinturón de asteroides y entre los espacios vio que el rostro de su abuela se formaba de nuevo:

—Debes ir, ese hombre, queramos o no, también es tu abuelo.

—Pero no me gusta ir. Cuando estoy con él nunca me lleva a mi club de astronomía, dice que eres una charlatana y además…

Ya no tuvo valor para seguir.

—¿Además qué mi estrella fugaz? —preguntó su abu Estela al ver como se ruborizaba el rostro.

—Dice que no debo comportarme así —respondió conteniendo lo más que pudo las lágrimas.

—¿Así? ¿Así cómo?

—Así como soy— su llanto salió como lágrimas de San Lorenzo —dice que vivo con una gran confusión y si sigo así me llevará a un lugar especial para que me curen.

—¡Qué te curen! Agh, ese hombre, aún no sé cómo pudo tener un hijo tan noble como lo fue tu padre. Ahora escúchame bien, nadie debe decirte quién eres o cómo debes ser.

—¿Ni las estrellas? —dijo mientras se secaba las lágrimas.

—Ni ellas —estrechó su cuerpo—. Ellas son mapa y brújula para conocernos y saber a dónde queremos ir, no determinan quiénes somos o seremos; son nuestras decisiones las que nos determinan. Así que yo decido que no irás más con ese hombre.

—¿En serio, abuela?

—Es en serio.

—Gracias.

—De nada, mi dulce… —su abuela se sonrojó al ver que no recordaba el nombre que debía decir—. ¿Cuál es ese nombre que quieres usar?

—Recuerda que significa estrella en nahuatl.

—Ah, sí, mi dulce Citlalli.

Su alarma la despertó de nuevo en el presente, se alistó para salir al encuentro tan esperado.

—Bueno, ya que nos hemos reunido —Sierra miró a Herschel y este le hizo la señal—. Debo informarles que gracias a la labor del coronel Herschel hemos descubierto que los aliens solamente quieren secuestrarnos —guardó silencio para oír cómo comenzaron los murmullos—. Así que nadie subirá a la lanzadera, salvo el coronel y las fuerzas especiales.

—Esto es ridículo, ¿cuáles son sus pruebas?—dijo una voz.

—Confíen en mí, es lógico que esos seres solamente quieren el mal para nuestro mundo —dijo Herschel—, además yo soy el encargado de velar por su bien.

—¡Deje de mentir! —gritó la doctora Torres y sus colegas giraron hacia donde estaba, mientras el coronel y Sierra intercambiaban miradas de preocupación—. Los elens no son un peligro, no muestran señales de hostilidad; sólo quieren un intercambio de conocimientos…

—Nuestra colega claramente ha sido manipulada por esos seres, por eso supo cómo responder.

—Ayer en la oficina se puso a decir que los astros le dijeron que estos seres eran pacíficos.

—Coronel, soy una doctora en astrofísica, desde niña quise ser astrónoma y eso fue gracias a mi abuela Estela, quien me compartió su amor por los cuerpos celestes —sus colegas la miraban, aún sin comprender qué pasaba—. Sí, ella fue una astróloga —en ese momento tocó su collar y dirigió su mirada al doctor Sierra— y no me avergüenza decirlo, aunque desde nuestra profesión la hayan llamado charlatana o pseudocientífica— apretó con fuerza el signo de libra que llevaba en su collar para controlarse y tomar valor para continuar—. Y no me avergüenzo, porque la astronomía surgió de la astrología y ambas, al final, sólo son mapa y brújula para saber de dónde venimos y a dónde queremos llegar, porque siguen el principio más humano: conocer, algo que claramente ustedes han olvidado.

Tanto el coronel, como el doctor Claudio se sentían incómodos ante la osadía de esta mujer. Herschel consideró sacar su pistola para dispararle, sería fácil justificar este acto una vez que derribara la nave y obtuviera la tecnología de esos seres. Sus pensamientos fueron interrumpidos por la robótica voz del embajador:

—Ella tiene razón, coronel Isaac Herschel, no venimos como una amenaza —en ese momento ante ellos se materializó el vehículo de los elens—. Pensé que sólo en mi mundo las fuerzas armadas eran torpes, pero veo que en todos lados es igual —agregó mientras descendía y abría las compuertas—. Ahora suban, para que intercambiemos el conocimiento sobre las estrellas más de cerca.

—No se muevan, si suben a ese transporte alienígena se les acusará de alta traición contra la raza humana.

No sabían qué hacer, hasta que la doctora Citlalli comenzó a caminar y dijo:

—No permitamos que nuestra oportunidad para ampliar el conocimiento sea limitada por el miedo y la ignorancia. Es momento de aprender más sobre las estrellas.

Sus colegas comenzaron a caminar detrás de ella, menos el doctor Claudio Sierra, quien no sabía qué hacer.

—¡Les dije que no se movieran! —pero no lo escucharon, así que hizo la señal para disparar—. He dicho que alto o abriré fuego contra ustedes y ese ente.

—Herschel, si disparan sus misiles primitivos rebotaron hacia ustedes —dijo el embajador mientras de la nave salía una luz que generó un campo de fuerza.

En ese momento Isaac Herschel y Claudio Sierra se sintieron humillados, no sólo por la tecnología superior a ellos, sino también por la lluvia de meteóricas palabras de la doctora Citlalli, cada palabra los había señalado como lo que eran: hombres incapaces de contemplar las estrellas. Ahora tendrían que renunciar, tarde o temprano sus superiores sabrían de este incidente diplomático.

Una vez en la nave, comenzaron a hablar con el embajador de los elens, su nombre era Derasi: un ente alto como 1.90, de piel blanca como una estrella enana, sus ojos eran azules como Gamma Orionis; a pesar de parecer un humano, les explicó que eso era un sintetoide, para hablar a través de él, ya que su forma real aún no sería tan agradable a la visión terrícola, además de que no podía respirar oxígeno. Eso no impedía que portara un traje extravagante: verde nebulosa, según comentó.

—Comprendo bien, terrícolas, en mi mundo sabemos que es imposible que los planetas o estrellas puedan afectar la vida de los seres sintientes orgánicos, no obstante, estamos siempre muy interesados en aprender las formas espirituales de conectar con el universo que han desarrollado otras civilizaciones—. Hizo una pausa para ver los rostros de esta especie—. Su concepto de astrología nos ha fascinado, gracias a las transmisiones que captamos de este ser humano llamado Walter Mercado. Mi misión diplomática consiste en ofrecerles el conocimiento que requieran, salvo el bélico, además de concederles protección interestelar, a cambio de que nos expliquen más sobre las leyes de los astros.

—Eso significa, ¿qué podremos viajar por las estrellas?—preguntó una de las astrónomas—. Claro, les ayudaremos con eso y más. ¿Cuándo empezamos?

—Ahora mismo—dijo la doctora Citlalli—. Comenzaré por contarle sobre mi abuela.

FOTO: Rosiette-Stock en Pixabay

J. Eduardo R. Gutiérrez

fotografía de Ivory

México, 04 de julio de 1989, publiqué las plaquetas Lágrimas en la nieve y Necronomicon para leer de camino a Marte, en 2018. He sido integrante del Seminario Estéticas de Ciencia Ficción del Cenidiap, INBA. Escribo para la revista MilMesetas la columna Zoón fantastikón. Impartí los talleres de Poesía cienciaficcional (junio-agosto 2021) e Historia de la ciencia ficción (noviembre 2021- enero 2020).

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