Henry Bäx
El sonar marcial de unas botas pasaba apresuradas. Unos ojos llenos de miedo veían al pelotón que apurados se dirigían hasta un gran descampado. Desde el interior de aquella casa toda la familia, compuesta por cinco miembros, aguardaba con un tenso nerviosismo. Todos llevaban unas máscaras antigases. Asustado, uno de ellos se apresuró en tratar de sacársela, pero la madre le tomó de las manos evitando que lo hiciera, mientras movía la cabeza de manera negativa. Por fin el padre, luego de unos minutos y como respirando de manera profunda, dijo.
–Ya, ya es seguro, el aire está limpio, pueden sacarse las máscaras.
Los demás miembros, inseguros, empezaron a quitarse las protecciones faciales. El más pequeño dijo.
–Papá, ¿cuándo pasará todo esto?
–No lo sé hijo, la verdad no lo sé.
La madre respondió.
–No te preocupes Miguel, esto no es más que uno de los ejercicios de seguridad que hay que cumplir, estoy segura que mañana podrás ir al parque a jugar con tus amiguitos, ten paciencia.
Pero una de las hijas aclaró.
–Es inútil que le sigas mintiendo a Miguel mamá, todos sabemos que esto cada vez está empeorando. Antes, al sonar las alarmas todo pasaba pronto, pero últimamente todo esto se ha ido incrementado, ya nada es como antes, parecemos prisioneros en nuestras propias casas.
El padre añadió.
–Vamos hijos, tranquilos, que muy pronto todo volverá a la normalidad, esto no es más que una medida de seguridad. Les puedo asegurar no hay de qué preocuparse y que ahora habrá una solución.
–Solución, ¿solución has dicho padre?, desde que tengo uso de razón, esto ha sucedido de manera periódica y nada jamás ha sido normal –terminó contestando el hijo mayor.
El padre omitió el agrio comentario de Luis, su hijo. Ignorando todo ello, él se acercó hasta la ventana con sigilo. Atisbó con nerviosismo. Los soldados que momentos antes habían pasado, rodeaban una zona en donde habían caído esas extrañas rosas metálicas y que estaban clavadas sobre el piso. Aquellos artefactos, semejantes a grandes labios que se abrían una vez que se clavaban sobre el suelo, expulsaban un gas tóxico que mataba a los habitantes que se hallaban en la zona de influencia. Los soldados, cubiertos con gruesos trajes y máscaras protectoras se esforzaban por arrancar aquellas flores metálicas.
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José, el padre, cerró los ojos, y como viajando hacia un pasado cercano, revivió unas imágenes que le eran claras.
Hace diez años, la ONU había instituido varios protocolos de seguridad luego de la invasión alienígena. La guerra para evitar ser sometidos era cruenta y se habían podido equilibrar fuerzas gracias a las armas de destrucción masiva que poseían los humanos, pero hace dos años, los extraterrestres habían iniciado una nueva estrategia: lanzar desde el cielo unos extraños artefactos que envenenaban el aire. De manera aleatoria esos aparatos eran lanzados a distintas ciudades del planeta. Cuando las alarmas sonaban de manea frenética, todos los habitantes debían protegerse y así evitar ser exterminados. Varias urbes súper pobladas habían sido ya diezmadas con este nuevo método. Pero todo era ya cuestión de supervivencia, se sabía que se estaban desarrollando nuevas armas para tratar de enfrentar la amenaza del exterior. Nadie imaginó jamás que llegar hasta Ganimedes, una de las lunas de Júpiter, fuera el inicio de tan cruenta guerra. Los hombres sólo querían explorarlo y explotar sus ricos recursos naturales; pero ahora se sabe que la raza humana no es la dueña de ningún otro mundo fuera de sus límites naturales.
José volvió de súbito al presente, una densa oscuridad predominaba todo el sector. Unos delgados haces de luz cortaban esa negritud. Eran los militares, que con sus linternas exploraban y evitaban ser descubiertos, tratando de extraer esas flores metálicas para dejar la zona libre de contaminación.
Ester, la madre, encendió la radio. El viejo trasmisor se iluminó, una señal difusa con leves interrupciones empezó a sonar. Movió la perrilla, tratando de sintonizar bien una emisora. Una voz del otro lado habló. La familia se arremolinó junto al aparato electrónico para escuchar.
–…máxima alerta. Así mismo, se nos ha informado que el mando militar ha dispuesto que los ciudadanos que así lo deseen, pueden activar el Protocolo 104, repetimos, el Protocolo 104 puede ser activado a quienes así lo deseen. Lamentamos informar que se tienen datos certeros de que un nuevo ataque por parte de los invasores será fatal y debido a esto, las fuerzas militares han tomado la decisión de…–
La mujer apagó la radio y con los ojos llenos de horror regresó a ver a su familia. José, no pudo evitar que unas lágrimas se le derramaran por sus ojos.
Miguel, el niño curioso preguntó.
–Papá, ¿que eso del Protocolo 104, nunca he escuchado eso?, ¿qué es papá?
Lo abrazó, como tratando de protegerlo. Se sentía impotente y lleno de pesar. La demás familia estaba cabizbaja. La oscuridad reinante rodeaba toda la ciudadela. Miró de nuevo por la ventana, los militares habían abandonado el sitio de manera apresurada, como si hubieran huido. En eso, unas densas luces rojas que venían desde el cielo, empezaron a iluminar la noche. Eran como unos rayos que apuntaban de manera caótica a cualquier lugar, momentos después, unas sirenas empezaron a rugir. Éstas retumbaban, como presagiando algo letal.
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El padre se apresuró en ir hasta el cuarto, sobre una cómoda había una pequeña caja metálica con un pequeño cerrojo, tomó una llave y la abrió. Adentro, había cinco pequeñas cápsulas de cianuro. Las tomó con prestancia y se las llevó a la familia. La madre, trataba en vano a abrazar a sus tres hijos.
–Vamos hijos, esto no será doloroso y les prometo que no sentirán nada.
Luis dijo.
–No papá, yo no ingeriré esa cápsula, prefiero luchar.
La madre acotó.
–¿Luchar, luchar, de qué estás hablando hijo?, ellos vienen a someternos y a esclavizarnos, si es que no a matarnos. Activar el Protocolo 104 es una manera de no caer en sus manos y también de liberarnos.
José terminó diciendo.
–Ya escuchaste la noticia Luis, los que deseen pueden activar el Protocolo 104, de mi parte, no permitiré que esos alienígenas me exterminen como ya lo han hecho con otros humanos o que me esclavicen a mí y mi familia. Además, este nuevo ataque significará que más bombas de destrucción masiva acaben con lo que queda de este pobre mundo.
Los miembros de la familia se reunieron en torno a una mesa en la sala de la casa. Cada uno tenía su cápsula de cianuro en sus manos.
Afuera y muy cerca de ese barrio, las luces y las sirenas no dejaban de resonar con urgencia y desesperación. Una nueva y cruenta invasión había empezado.
FOTO: Imagen de Stefan Keller en Pixabay
Henry Bäx
Ecuador, 1966. Tiene 30 obras publicadas desde el 2007 hasta el 2019 entre las que se destacan: El pergamino perdido, El psíquico, El libro circular; artificios de un asesino, La muerte visita el seminario, Sin aliento y otros relatos de ultratumba, Antiguas mitologías de los siloitas,El doctor pesadilla y otros relatos inquietantes, La cruz de fuego, relatos de misterio y mas espectros, El inventor de sueños: relatos de ciencia ficción, Episodios futuristas, Adan y otros relatos menores, El tren de los fantasmas y la montaña encantada, Hojas de marzo (poemario).
1 thought on “CRONISTAS ÓMICRON: Protocolo 104”
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