Lucas Naranjo
Lamderth ha ansiado durante años este momento. Tanto tiempo invertido en el estudio, cantidades ingentes de dinero fundidas en cursos de preparación y horas de sueño perdidas en busca de nuevas oportunidades. Al fin, todos los sacrificios realizados cobran sentido. No puede sentirse más satisfecho consigo mismo.
Desde la infancia, Lamderth ha soñado con conocer el espacio. Cada noche salía al jardín, se subía a lo alto de la caseta del perro e imaginaba que cruzaba los océanos de estrellas del mundo exterior. Ha sido desde siempre su máximo deseo, algo a lo que nunca pensó que podría llegar a materializarse. No solo porque era un privilegio que no todos pueden experimentar, sino porque desde siempre le habían dicho que era un cabezahueca y que nunca llegaría a nada.
Ahora, desde la inmensidad del espacio, desea que sus detractores puedan verlo una última vez.
No obstante, Lamderth no se dirige a ningún mundo desconocido, o a distantes nebulosas cósmicas. Su destino es la luna, a la que aterriza con ayuda de los controles remotos de la base terrestre. Hace décadas que nadie pisa el único satélite de la Tierra, así que se siente único al colocarse encima el traje de astronauta, abrir las compuertas y poner pie en la superficie lunar. Nunca se ha sentido tan liberado, satisfecho consigo mismo y con todos sus sueños. No cree que requiera nada más, tal vez solo volver a la Tierra y decirle a su familia que lo logró. Al fin y al cabo, necesita compartir ese gozo con alguien.
Pero su estancia en el satélite no ha de ser breve, pues tiene planes que seguir a rajatabla. La nave ha aterrizado próxima a la cara oscura de la luna, territorio inexplorado por el ser humano. Aun así, las sondas han identificado grandes canteras con yacimientos de minerales únicos que tal vez puedan ser de ayuda para futuros estudios. El deber de Lamderth consiste en extraer los materiales necesarios de alguna de esas canteras, seleccionar y envasar las mejores muestras y tomar rumbo de vuelta a la Tierra. Le han dicho que se tome su tiempo, pues se avecina una lluvia de asteroides y no es seguro viajar hasta que no amaine, pero promete ser efímera. Volverá a estar con los suyos antes de lo que canta un gallo.
En la cantera, equipado con un taladro especial y un selector antigravitatorio, el astronauta comienza la extracción. Contra todo pronóstico encuentra materiales de origen terrestre, entre ellos hierro, aluminio y bromo. No obstante, como no los necesita, los ignora y continúa con su trabajo. Es así como, tras largo rato de excavación y un buen boquete a sus pies, da con algo único. Se trata de una especie de piedra dorada con un reflejo púrpura, más brillante que el oro, casi dañina a la vista. No sabe qué es, así que se lo lleva consigo tras asegurar el yacimiento para realizar los análisis pertinentes.
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Y estos, como teorizaban sus colegas científicos de la estación espacial, son más reveladores de lo que cualquiera hubiera creído.
—Esto… va a cambiarlo todo —dice Lamderth mientras se lleva las manos a la cabeza. No puede creer lo que los análisis concluyen—. ¿Hola? ¿Base? ¿Me recibe alguien? Aquí Lam, he hecho un descubrimiento singular. El mineral extraído no se parece a nada que haya en la Tierra, pero es un contenedor prácticamente ilimitado de energía limpia. No sé cuánta cantidad más habrá en los yacimientos, pero esto podría cambiar por completo el destino de la humanidad. Terminaría con la contaminación, la producción de residuos nocivos y la explotación mineral. Esto que tengo en las manos va a convertirse en el bien más preciado del universo.
Pero, dado que nadie contesta, Lamderth supone que el mensaje llegará a la base tarde o temprano y retoma sus asuntos. Lo primero en lo que piensa es qué nombre le dará. Ha sido su descubridor al fin y al cabo, así que está en su derecho de hacerlo. ¿Lunarita? ¿Oro lunar? ¿Lamderthita? Nunca ha sido demasiado vanidoso, pero la tercera opción no deja de ser la que más le atrae.
Para completar la misión, Lamderth vuelve a las minas y extrae toda cantidad posible. Tras horas de trabajo consigue seis kilos y medio, suficiente como para satisfacer sus superiores. No son las personas más generosas de la faz de la Tierra, pero está convencido de que, como mínimo, le darán un ascenso.
Ni siquiera sabe qué clase de energía es la que este nuevo material produce. Es similar a la eléctrica, pero al mismo no se compara a nada habido en la Tierra. Tiene cierto magnetismo, y no descarta que pueda tratarse de algún mineral extraterrestre llegado a través de un meteorito. Es bien sabido que la luna, carente de atmósfera gravitatoria, atrae toda clase de cuerpos en movimiento del espacio exterior. Es por eso que todos sus cráteres están pendientes de investigación, aunque ese no es trabajo de Lamderth. De hecho, su deber para con el astro lunar acaba de terminar.
Volviendo a la nave, el astronauta envasa todo el material posible y almacena el resto. La etiqueta con el nombre “Lamderthita” resulta quedar bastante bien, por lo que decide quedarse con ese nombre. No obstante, mientras la estudia con admiración, la señal de la Tierra vuelve a hacerse presente. De los altavoces, una alarmada voz pronuncia:
—Aquí Operaciones-3, ¿me recibes? Sé que estás ahí, Lamderth, así que voy a saltarme todos los códigos de comunicación. Sé que las fechas no corresponden con lo que te hicimos saber, pero ni se te ocurra despegar ahora mismo. La tormenta de meteoros es inminente.
Sorprendido, Lamderth se acerca al micrófono para tratar de contactar con la base. Confía en que la señal no vuelva a fallar.
—Aquí Lam, te recibo —dice titubeando—. Eso de “tormenta de meteoros” es nuevo. ¿No era una simple lluvia?
—Así era hasta hace unos… quince minutos —informa su compañero, que no parece creer lo que dice—. Nadie sabe qué ha ocurrido, pero una cantidad ingente de material extraterrestre se dirige hacia la órbita terrestre. Parece tener algo que ver con un fuerte aumento del magnetismo, cosa que no nos explicamos. Es posible que algunos cuerpos menores impacten contra la superficie terrestre y lunar, así que asegura tu nave y no te muevas de ahí. ¿De acuerdo?
Sin ser consciente de que no puede verlo, Lamderth asiente con la cabeza.
—Ajá —dice—. ¿Y cuánto se supone que durará esa tormenta?
—Los escáneres indican que podría alargarse durante algunas horas, aunque son datos imprecisos. Ante el desconocimiento, lo más seguro es mantenernos prudentes. Dime, Lam, ¿has visto algo raro desde tu posición?
Sin saber a qué se refiere, el astronauta frunce el ceño.
—Bueno, he hecho un descubrimiento increíble. Va a revolucionar la historia de la humanidad tal como la conocemos —pronuncia en un intento de infundir esperanza a su compañero—. Lo he llamado Lamderthita, ¿a que mola? Lo siento, es que me hace mucha ilusión. Estoy deseando que nuestro departamento científico lo estudie.
—Captamos tu informe previo hace horas, ya sabemos de tus logros. Te felicito, aunque aún no es hora de cantar victoria. Dime, Lam, ¿es posible que ese material desconocido posea alguna clase de magnetismo nunca visto?
Estudiando el pedazo que tiene en la palma de la mano, el astronauta arruga su expresión. No quiere creer en lo que está pensando.
—Lo cierto es que sí, tiene una altísima cantidad de magnetismo, pero ¿tanto como para atraer otros cuerpos desde la otra punta del cosmos? No, a menos que sea una…
Pero, ante el desconocimiento, Lamderth cierra el pico. No quiere aventurarse, aunque es posible que su contacto desde la Tierra tenga una sospecha similar.
—No te preocupes, Lam. Quédate dentro de la nave, asegura tu sujeción y mata el tiempo hasta que la tormenta amaine —le dice su compañero para tranquilizarlo, aunque su voz parece indicar algo diferente—. Tengo nuevos cálculos y, si no fallan, esto habrá acabado en menos de hora y media. Todo va a salir…
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Pero, mientras observa con conmoción los altavoces, como si pudiera ver el rostro del hombre que le habla desde otro mundo, Lamderth pierde toda señal. Esto viene acompañado de un descomunal estruendo, cosa que lo estremece por completo. Tras dar un respingo, se dirige hacia la ventana ocular, de donde proviene el rugido, y mira a través.
Lamderth siempre ha oído que el espacio es completamente silencioso, cosa que las leyes físicas aplicadas sobre el vacío corroboran. Sin embargo, tal es la colisión que el universo estalla en un concierto de destrucción absoluta. Sus oídos se llenan con el horror de la devastación mientras su planeta natal es horadado de un tajo preciso, los meteoros atravesándolo de punta a punta. Pronto no dejan más que varios fragmentos a la deriva, descomunales explosiones por doquier e infinita materia despedida al desolado espacio.
Tal es la conmoción del astronauta que ni siquiera se ve capaz de reaccionar. Queda paralizado junto a la ventana, los ojos quietos y la boca abierta. Consciente de que se ha convertido en el último de su especie (y no solo de la suya, sino de todas) en cuestión de un parpadeo, mira hacia arriba sin pestañear. Más cuerpos colosales se dirigen hacia la órbita, en concreto en dirección a la luna. Sin embargo, hay algo raro en ellos. No son simples piedras impulsadas por fuerzas cósmicas, meteoros a la deriva, sino que tienen una estructura simétrica. Nada natural podría adoptar esa forma, concluye Lamderth, solo la obra de una civilización superior, próxima al concepto de los dioses ideados por el hombre.
Y, como ha escuchado, los dioses no suelen ser compasivos.
Con un último pestañeo de decepción, el último humano del cosmos se fija en la Lamderthita que sostiene. Esta refulge más que nunca, parpadeando constantemente mientras los cuerpos celestes se aproximan. Entonces, en un último pensamiento, se acuerda de sus propias palabras: “No, a menos que sea una…”
—Baliza —pronuncia para sí, pero no tiene tiempo de decir nada más.
FOTO: simardfrancois en Pixabay
Lucas Naranjo
Nació en 2002 en Sevilla (España), donde a día de hoy reside. Actualmente se encuentra estudiando Periodismo y Comunicación.
Aficionado desde la infancia a las historias cortas y los cómics, creció escribiendo relatos y demás obras por diversión. Es un apasionado de la fantasía, el terror cósmico y los superhéroes, y cuenta con sendas historias que aún están por ver la luz. Sus referentes son Steven Erikson, Terry Pratchett y Jim Starlin.
A día de hoy ha publicado dos relatos: “Ventajas y desventajas de ser un nigromante” para la antología Orgullo Zombi 2021 y “Ojos celestes” para la revista Tártarus.
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