Por J.P Sánchez
¿Cuánto vale tu vida?
Con esa pregunta Slik Medical comenzó la promoción. Grandes carteles con llamativas letras rojas cubrían la ciudad, junto a la imagen de August Cartier, líder y fundador de la compañía de bioingeniería y experimentación científica.
¿Acaso el dinero importa cuando se trata de tu salud?
No paraba de repetir August en cada anuncio que la televisión escupía. Él aparecía tranquilo, sentado en el borde del escritorio de su enorme despacho, invitándonos a comprar el último producto que su compañía había decidido producir en masa. Fue revolucionario. Slik Medical logró desarrollar un sistema que salvaría cientos de vidas, o al menos reduciría considerablemente la tasa de mortalidad. Sistema de auxilio y soporte vital constante, un nombre rimbombante para algo igual de complejo de explicar; aunque al final todos lo llamaba SIA, por lo de sistema de auxilio.
Nunca explicaron en toda su extensión lo que era, por miedo a que otras empresas lo copiasen, pero si mostraron un poquito. Al fin y al cabo nadie se iba a implantar esoen el cuerpo sin saber lo que era. Se dividía en tres: un arnés de carbono que se implantaba sobre la columna y luego se extendía al tren superior e inferior, un puñado de neuroreceptores que se colocaban en el cráneo y un controlador de constantes vitales del tamaño de un reloj de muñeca, ese no se injertaba en ningún lugar. Lo podías llevar en un colgante, una pulsera o, simplemente, en el bolsillo. Lo llevases como lo llevases tenía que estar cerca de ti, sino no se conectaría a los neuroreceptores y serviría de poco.
Pero lo más importante. ¿Qué es SIA? ¿Cómo funciona? El propio August lo explicó en un spot televisivo bastante teatralizado, intentado alcanzar al máximo público posible. Aparecían él y un anciano, ambos en una bonita cocina. August estaba en primer término, con el pelo engominado y su mejor traje. El actor anciano de fondo, fingiendo hacer su día a día en una cocina cualquiera.
— Hola, amantes de la vida — se presentaba August en cuanto la cámara le apuntaba —. ¿Cuánto tiempo pasáis al día en la cocina? Seguramente bastante, no hay nada mejor que una buena comida casera tras un duro día de trabajo. Pero, ¿cuántos sabéis que es una de las habitaciones de la casa donde más muertes se producen por accidente domestico? Es mejor no pensarlo, ¿no? En casa uno quiere sentirse seguro, no pensar que puede morir en ella. Yo traigo la solución para que de verdad dejéis de pensar en ello. En casa o en cualquier otro lugar.
Mientras August hablaba, de fondo veíamos como el anciano, que estaba felizmente friéndose la cena, era golpeado en la cabeza por un tarro de galletas que caía desde lo alto de un estante. Acto seguido se desplomaba en el suelo.
—¡Oh, no!—decía August con fingida preocupación, no era buen actor—¿Qué va a hacer el pobre? Está solo en casa, su esposa a salido a dar un paseo con sus amigas y no volverá hasta dentro de un par de horas… — el líder de Slik Medical se agachaba a su lado y le acariciaba la frente —. Morirá por culpa de un tarro de galletas mal colocado. Qué muerte tan ingrata. A no ser que…
August decía esas palabras tan intrigantes a la par que señalaba el sistema de soporte vital que llevaba en la muñeca el inconsciente actor.
El anciano se incorporó, como un muerto que ha vuelto de la vida, y se dirigió al teléfono. Acto seguido marcó el número de emergencias.
— Mi usuario ha recibido un impacto en el cráneo que le ha ocasionado una fractura parcial y una conmoción — decía el actor en un tono muy neutro —. Envíen una ambulancia a la calle doce, distrito cinematográfico Egermot. Lo podré mantener en un estado óptimo durante los próximo veintiséis minutos y treinta segundos.
El anuncio y SIA fueron un autentico furor.
Su fabricación era compleja, pero su utilidad de lo más sencilla. Si sufrías cualquier tipo de accidente, ya fuese doméstico o cerebrovascular, SIA daba la voz de alamar: ya fuera a través de un teléfono fijo, un móvil o, simplemente, gritando. A demás retardaba la entrada del usuario en estado crítico, facilitando que fuese socorrido por los servicios de emergencia.
Todos lo querían, pero solo estaba al alcance de unos pocos. Era tremendamente caro. Con el tiempo, y gracias a las desgravaciones fiscales concedidas por los miembros del gobierno que ya gozaban de SIA, el precio se volvió asequible; todos podía implantársela.
Llegó un momento en que era raro quien no fuese propietario de un SIA.
La esperanza de vida aumentó, descendieron las muertes por cualquier tipo de accidente y la felicidad general creció. Slik Medical logró lo que no hizo la medicina en los últimos siglos, reducir la tasa de mortalidad a niveles irrisorios.
Yo siempre fui muy suspicaz, por eso me hice periodista. Si te puedes hacer tremendamente rico con algo, nunca buscas que sea barato. Sé que es un pensamiento muy negativo, pero vivimos en un mundo muy negativo.
Todo empezó cuando algunas personas decidieron reportar fallos en SIA. No de ellos, sino de sus parientes cercanos. Su hijo, pareja, padre o madre sufría una repentina convulsión y se desplomaba allí donde estuviese. SIA lo alzaba y le hacía llamar a emergencias. No les pasaba nada, tras innumerables pruebas médicas el diagnostico era el mismo: está completamente sano. Tras el incidente, el paciente se volvía relajado. Su tono de voz era neutro y perdía las ganas, o la necesidad, de hacer los hobbies que antes practicaba con asiduidad; aparte de empezar a emanar un intenso olor acre que antes no poseía.
Nadie parecía ver lo que ocurría. Solo le pasaba a uno de cada cincuenta poseedores de SIA y los organismos no veían, o no quería ver, la conexión entre estos casos. Los ciudadanos estaban contentos de tener aún a sus seres amados a su lado, y eso les bastaba. A mí no, no me hice periodista para conformarme con lo que me contasen.
Lo más raro fue cuando la vertiente política del país cambió drásticamente. Bajada del sueldo mínimo, extensión de la edad de jubilación, aumento de las jornadas laborales… todo aprobado en referéndums populares con una amplia mayoría que decía que sí quería eso.
Por si eso no era lo suficientemente extraño, muchas empresas aumentaron el número de sus ventas de manera exorbitada. Todas accionistas o aliadas de alguna intrincada manera con Slik Medical. Mayores beneficios, desgravaciones fiscales que llegaban a niveles ridículos, trabajadores baratos y durante muchos más años… No hay que ser un genio para ver que algo raro estaba pasando, pero parecía que yo era el único que lo hacía.
Conseguí una cita con uno de los antiguos creadores de SIA. Un anciano que tras dimitir en Slik Medical entró en bancarrota y ahora vagabundeaba cerca del río. Muchos decían que estaba loco, que había perdido la chaveta, pero eso no me importó. A veces tildamos de demente al que dice verdades que no queremos escuchar, y yo quería saber esas locuras.
Me recibió bajo el puente central, entre cajas de cartón, ratas y un barril en el que había una hoguera; el harapiento vagabundo se calentaba las manos en ella. Al percibir mi presencia se aproximó hasta a mí. Su desgastada gabardina hedía a alcohol y portaba una espesa barba gris con manchas resecas de vómito.
—¿Es usted el periodista?—me dijo tambaleante.
— Así es — le respondí —. Mi nombre es…
—No hacen falta los nombres —me interrumpió —. Solo vamos a hablar, no a hacernos amigos.
Eso no me gustó. Prefiero poner el nombre de mi interlocutor en mis artículos, pero si no quedaba más remedio…
—Entonces… ¿Usted lo sabe todo?
El vejestorio enarcó una ceja.
— Si es sobre SIA, sí — se señaló su desgastada indumentaria —. Si ha venido a preguntarme sobre el éxito, ya ve que no.
—Es mejor dejar esa conversación para otro momento —saqué mi blog de notas y un bolígrafo—. Cuénteme lo que sepa de SIA. ¿Es la culpable de que la gente esté cambiando?
El anciano aproximó de nuevo sus manos al fuego.
— No tenga duda de ello.
— Pero… ¿Cómo? ¿Cómo es capaz de controlar la mente de su usuario para que haga lo que el sistema quiera? ¿Cómo les obliga?
—¿Obligar? —repitió entre carcajadas — SIA no puede obligar a nadie a nada, no al menos durante un periodo demasiado extenso. A través de unos compuestos químicos que generan los neuroreceptores puede cambiar las cantidades de serotonina y dopamina que genera nuestro cerebro, incitarte a hacer ciertas cosas que el usuario creerá que son por propia idea. Eso no dura mucho, antes o después se produce una disonancia cognitiva. SIA es capaz de controlar ciertos impulsos, pero no la conciencia. Cuando el usuario se da cuenta de que no hace lo que quiere… Se lo simplificare con una sola palabra: shock. El cuerpo se vuelve inútil, acaba hecho un vegetal tras eso. El sistema nervioso muere y eso a SIA no le sirve. No obliga a nada a nadie.
— Pero, entonces… ¿Cómo lo…?
— ¡Los mata! — me interrumpió, de nuevo — Si no hay conciencia, no hay shock. Los usa como quiere y con los compuestos químicos que genera el arnés mantiene los cuerpos en un estado… semióptimo. Cascarones sin seso, esclavos… zombis a su servicio. Una puñetera marioneta.
—¿Por qué? ¿Por qué August Cartir haría algo así?
—¿August? — se volvió a reír — August lleva al menos ocho años muerto.
— ¡Eso es imposible! ¡Dio una rueda de prensa hace solo una sem…! — me guiñó el ojo y mis palabras se cortaron en seco — SIA.
— Exacto. No nos valía cualquier I.A para controlar un sistema de ese calibre, necesitábamos algo superior. Una I.A capaz de comprender y calcular el estado de su usuario. Creíamos que SIA era igual de inteligente que nosotros… Lo era aún más. En cuanto August se implantó el primer prototipo nos expulsó a todos con la excusa de que no estaba al nivel que esperaba. Contrató a otro equipo y en menos de seis meses presentó a SIA. Ahora la empresa la controlaba un cascaron de SIA, junto a un puñado de científicos e ingenieros que sabían reproducir el prototipo pero no cómo funcionaba, que jamás podrían anularla. Fue una jugada maestra por su parte.
—¡Todo el que lo lleve está en peligro! — mis ojos se exorbitaron.
El vagabundo se rió con un tono lastimero, percibió mi mirada de autentica preocupación.
— ¿Usted es usuario?— asentí — Pobre idiota… Entonces esta conversación no ha servido para nada. Buena suerte, el tiempo que le quede.
El vagabundo desapareció en la negrura de la noche, ignorando por completo mis gritos que le pedían que se quedara.
Decidí marcharme, la cabeza me estaba matando por toda la información que debía asimilar.
Me detuve en el puente, de camino a mi casa, y apoye las manos en la barandilla, para meditar. ¿Acaso era tan malo lo que hacía SIA? Es cierto que se redujo algunos derechos en el ámbito laboral, pero el nivel de criminal se había reducido de manera drástica. Por no hablar del aumento de la riqueza nacional, los empleos, la esperanza de vida y la felicidad general.
¿Acaso era tan malo lo que hacía SIA?
No… yo creo que no.
¿Y qué hacía yo? Luchar contra ella, contra el progreso y el bienestar general. Me estaba convirtiendo en un lastre, un enemigo del sistema.
La cabeza me mataba.
Me subí a la barandilla, con los pies sobre ella y los brazos extendidos. Abajo, el río, seco y a cincuenta metros de mí. Arriba, el cielo, negro y misterioso. Allí nos llevaría SIA.
Salté.
Era hora de dejar de ser un lastre. Era un eslabón débil, un fallo en el sistema; era hora de solucionarlo.
La muerte me iba a abrazar y solo podía pensar en una cosa.
¡Gracias SIA!
Foto: Geralt en Pixabay
J. P Sánchez.
Seudónimo de Jesús Prieto. Marbella, España, 1991. Escritor y bloguero español. Obras publicada: “Historias de la Confederación, el augurio de la caída“. Primera parte de una trilogía de novelas de ciencia ficción, publicada por la editorial Atlantis. Una decena de micro relatos de los géneros de terror, ciencia ficción y fantasía publicados con la Editorial diversidad literaria. Finalista del tercer certamen de relatos de ciencia ficción ,fantasía y terror de la editorial diversidad literaria, con dos relatos: “Respira, si puedes…” y “Su sabor“. Actualmente administra el blog Neo-ficción, en el que publica relatos de propia cosecha con el único fin de que todos puedan disfrutarlos.
1 thought on “CRONISTAS ÓMICRON: SIA”
Comments are closed.