Teoría Ómicron

Revista de ciencia ficción y fantasía

CRONISTAS ÓMICRON: Democracia total

Publicamos el relato "Democracia total" de RS Martínez.

RS. Martínez

Con la propagación de la humanidad por la Vía Láctea, el inmenso acervo cultural desarrollado durante los milenios en los que la Tierra fue el único planeta donde podían ser localizados ejemplares de homo sapiens también alcanzó los confines siderales. Por supuesto, cada nuevo planeta era habitado por un grupo específico de gente que llevaba consigo sus propias costumbres y tradiciones para después ir enriqueciéndola poco a poco a través del intercambio comercial y la convivencia diaria vía ansible con otros mundos humanos que formaban parte de la Federación. Pocos eran los planetas con una visión autárquica y chauvinista, en realidad. La perspectiva del verdadero tamaño de la humanidad en contraste con el infinito cosmos por el que navegaban las naves colonizadoras había surtido un inesperado efecto en el estatus quo; por primera vez desde que bajamos del primer árbol y desarrollamos un código sonoro para comunicar dónde se encontraban los mejores frutos y dónde acechaban los más peligrosos predadores, la especie humana en su conjunto estaba casi totalmente dispuesta a cooperar unos con otros en aras del desarrollo tecnológico, social y la prosperidad de quienes cada día tenían que salir de la cama para enfrentarse al vacío del universo*.

Aún hoy, pues la porción galáctica habitada sigue siendo mínima, cada nuevo grupo de colonos lleva consigo sus propias costumbres y tradiciones, tan diversas e interesantes como las estrellas orbitadas por sus nuevos hogares, y como dichas estrellas, estas prácticas ejercen como foco alrededor del cual la convivencia humana gravita de manera indefinida.

Los antropólogos podrían fácilmente discutir durante horas sobre cuáles son las bases de la cultura humana y por ello no han sido invitados en esta ocasión, de otra forma este texto se volvería interminable y no se pretende que sea el caso.

Sin embargo y sin necesidad de atender ni siquiera el más básico de los cursos disponibles en la facultad de antropología en la Universidad Autónoma de Ciudad Equis, es posible afirmar que uno de los pilares que fomenta no sólo la libertad individual sino el bienestar colectivo de los grupos humanos es la bella democracia.

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Se hace esta afirmación con la libertad proporcionada no sólo por la ya mencionada realidad demócrata de la que actualmente goza la humanidad en prácticamente todos los mundos habitados, sino también desde la mucho más refrescante noción de que no hay ningún antropólogo cerca que arruine mi cerveza con discursos prefabricados y citas de libros de teoría que sólo ellos han leído.

El caso es que la democracia ha sido parte fundamental de las sociedades humanas desde hace miles de años y como era de esperarse, la gran mayoría de los grupos de colonos que han partido de Ciudad Equis a alguno de los mundos habitables la ha llevado consigo, implementándola a la brevedad posible como su propio sistema de gobierno local para posteriormente integrase de forma plena a la Federación de la cual, como probablemente ya lo habrán intuido, Ciudad Equis en la Tierra, funge como capital y sede de gobierno.

De la democracia se pueden decir muchísimas cosas (en esto los antropólogos y los politólogos no sólo están de acuerdo conmigo, también prueban el punto anterior ni bien han terminado de oírlo) pero para efectos de esta narración nos limitaremos a dos de ellas. Primero, que todos o casi todos la aman, la ejercen y la defienden según sea el caso. La segunda es que puede ser mejorada.

Un ejemplo claro que combine las aseveraciones anteriores es la siguiente: durante los años entre la invención de la democracia allá en el mundo antiguo hasta la implementación de la magia y la tecnología multidimensional para comunicarse con el Más Allá, la democracia no sólo era un asunto de los vivos, pues elección tras elección siempre había una significativa participación de nuestros queridos difuntos.

Las discusiones de los xenohistoriadores respecto a la participación del ejercicio democrático por parte de los ya fallecidos diverge en algunas escuelas de pensamiento. La primera indica que en realidad los muertos no votaban, sino que se trataba de un ardid por parte de gobiernos corruptos que ante la inminencia de una derrota en las urnas y con el apremiante deseo de aferrarse al poder sin importar el costo, añadían al padrón electoral aquellos antiguos miembros que ya no se encontraban en el plano terrenal y que además, por alguna razón siempre aceptaban de buena gana las propuestas y el proyecto de nación del partido en el poder haciendo que, naturalmente, votaran por ellos. La anterior hipótesis, propuesta por el académico Óscar Buenaventura, no cuenta con el respaldo de la comunidad xenohistórica actual.

El principal argumento en contra del profesor Buenaventura dicta que una trampa de tal magnitud anularía el propósito mismo de la democracia, volviendo incompatibles la existencia de un sistema democrático sano y el voto ultraterreno. Por supuesto, los xenohistoriadores están más enfocados en documentar las hazañas logradas por la humanidad fuera de la Tierra y no tienen tiempo ni ganas de revisar la aburrida historia terrestre, ahora reducida a un simple cursillo acelerado en los Centros de Formación para preadultos y a diplomados muy específicos en las diversas casas de estudios del Brazo de Orión.

La otra hipótesis que, esta sí, cuenta con gran aceptación dentro de la comunidad académica es la posibilidad de que la humanidad haya tenido desde siempre la facultad de comunicarse con sus muertos y que además dicho enlace haya sido utilizado no sólo para preguntar a los seres queridos cómo se encontraban y dónde se hallaba el testamento de la abuela, también eran convocados para que todos, vivos y muertos, participasen de elecciones locales, estatales y federales, enriqueciendo el proceso democrático.

En algún momento, prosigue esta popular hipótesis, el Más Allá había tenido suficiente de tan mundanas actividades y en conjunto había decidido cerrar -al menos desde su extremo- la comunicación con el mundo de los vivos. No fue hasta mucho después, con la implementación de la tecnología multidimensional y la masificación de las prácticas arcanas, que los vivos pudieron reestablecer el contacto con los muertos para consternación de estos últimos, quienes se encontraban disfrutando de una despreocupada eternidad.

Así, cuando el gobierno de Ciudad Equis ya se había consolidado y utilizaba de manera cotidiana ambos avances, el técnico y el mágico, para todo tipo de labores oficiales, desde el transporte de ciudadanos hasta el monitoreo meteorológico, decidió que el siguiente paso para mantener una verdadera democracia era, ahora sí de manera transparente y multilateral, incluir en el padrón electoral a aquellas personas que ya no se encontraban entre los vivos.

El costo de la logística que permite registrar el voto de los muertos resulta prohibitivo y es cubierta, claro, por los contribuyentes vivos, pero en palabras del gladiador legislativo Job Onda-Partícula, “no hay costo demasiado alto para la democracia, excepto quizá la restricción en la venta de bebidas alcohólicas durante la jornada electoral”.

A pesar de todos los esfuerzos por parte de los vivos, la participación ciudadana de personas muertas siempre ha tendido a cero y de nuevo, existen varias hipótesis. Una de ellas, propuesta por miembros del partido que actualmente ostenta el poder en Ciudad Equis y en consecuencia en el resto de la Federación indica que la iniciativa Democracia total, como fue cursimente bautizada, encarna el espíritu** mismo de la libertad y que si la participación de los muertos en las urnas es bajo se debe probablemente a la inmoral oposición que trabaja todos los días para minar el ejercicio electoral a toda costa.

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Desde el poder, se ha comprobado una y otra vez, razones que excusen la incompetencia, sobran.

La otra hipótesis, mucho más plausible y definitivamente más popular entre la ciudadanía que ha evitado decirle al gobierno que no cree ni en la mitad de los comunicados oficiales por miedo a herir sus sentimientos (es sabido que los miembros del gobierno, desde la cúpula hasta la más anodina burocracia padecen de delirio paranoide y baja autoestima) dicta que en realidad los muertos no votan porque los asuntos terrenales les parecen irrelevantes.

Lo cierto es que da igual, pues muchas veces para que la democracia funcione, aunque sea mínimamente, no es necesario que la gente -viva o muerta- vote, sino que pueda votar, posibilidad que, siendo justos con el gobierno en turno, sí es proporcionada a la ciudadanía, cualquiera que sea el plano dimensional que habite.

Con cada nueva legislatura, la discusión sobre la continuidad del programa democracia total se discute brevemente en el coliseo y una partida presupuestaria siempre termina siendo asignada con ese fin. Por ello y a pesar de su desorbitado costo, democracia total no sólo continua vigente, sino que su alcance crece con cada grupo de colonos que deja Ciudad Equis en búsqueda de un nuevo hogar. Quién lo diría, aun en el espacio y rindiendo honor a una de las más nobles tradiciones democráticas, los muertos también votan.

*Como rezaba el verso de una de las canciones más populares de la época, Tus ojos color miel
**La utilización de lenguaje espiritual también fue idea de alguien dentro del partido que no tiene mucho que hacer y que dedica su tiempo libre a escribir pésima poesía.

FOTO: Wikilmages en Pixabay

RS. Martínez

Escritor mexicano de Ciencia Ficción y Fantasía. Publicó su antología Ahora tenemos vino y otros cuentos (Acento Editores 2020) y está trabajando en su primera novela.

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