Por Marcelo Medone
En medio de la oscuridad, vislumbré el panel de control de la nave, que parpadeaba débilmente. Me acerqué y reinicié todos los sistemas: el puente de mando se iluminó.
Se abrió una puerta e ingresó mi Segundo Oficial, con expresión de confundido. Me miró como queriendo decirme algo pero no emitió sonido. Yo también quise hablarle, pero no pude por alguna extraña razón.
En ese momento comenzaron a dibujarse en el aire bloques de texto englobados en una especie de nube. Sin poder evitarlo, empecé a leerlos en voz alta:
-¡Petersen! ¿Qué está sucediendo?
Petersen, que había pasado de la confusión al miedo, me respondió como un autómata, con la mirada clavada en la nube:
-No lo sé, Capitán. Parece que nos salimos de curso y caímos en una espiral gravitacional que nos desintegró. Ahora nos estamos corporizando nuevamente. Y recuperando funciones…
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De pronto, me encontré con Petersen en la sala de propulsión, en el otro extremo de la nave. De nuevo comenzaron a dibujarse los bloques de texto en el aire. Leí, mecánicamente:
-Creo que una mente superior nos está manejando como marionetas.
Petersen siguió leyendo y me respondió:
-¡Es cierto, Capitán! ¡Todas nuestras palabras están siendo escritas mientras hablamos!
-Hay una única explicación posible: somos personajes prisioneros de una entidad que nos gobierna, que escribe nuestro destino.
-¿Un Dios omnipotente, como decían las antiguas escrituras?
-No, Petersen. Algo menos glorioso. Presumo que estamos en algún tipo de cuento ilustrado, con dibujos de baja resolución. Me temo que estamos atrapados en una historieta.
Por unos instantes, la nube que generaba nuestros diálogos dejó de bajarnos línea. Quizás nuestro autor se había tomado un respiro para pensar cómo seguir con la trama. O quizás solamente había hecho una pausa por algún motivo más trivial. No teníamos tiempo que perder.
Estábamos imposibilitados de hablar, pero por lo menos en mi caso tenía cierta libertad de pensamiento. Le hice unas señas discretas a Petersen para se tranquilizara y siguiera mi ejemplo.
Comencé a tantear los límites de nuestro encierro: por debajo, por arriba y hacia atrás palpé paredes rectas marcadas con líneas de tinta negra. Pero hacia adelante, en el sentido en el que avanzaba nuestra historia, la pared todavía no estaba del todo definida y mostraba un vacío. Haciendo un esfuerzo sobrehumano, me lancé a través de la brecha y aterricé en un espacio en blanco, solamente limitado hacia abajo por una línea recta horizontal. Un instante después, lo vi a Petersen que asomaba su cabeza, con expresión de desconcierto. Le indiqué que saltara y así lo hizo, aterrizando a mi lado con una sonrisa que se me antojó más nerviosa que de felicidad.
Intenté hablarle pero fue en vano: estábamos en un cuadro todavía sin diálogos. Comencé a saltar sobre la línea de tinta de base: apenas se arqueaba, pero no cedía. No teníamos muchas opciones, así que me dirigía al extremo opuesto del que veníamos. Petersen me seguía de cerca.
Luego de recorrer lo que me pareció que era la distancia correspondiente a unos siete cuadros como el último del que nos habíamos escapado, noté que la línea negra del piso se terminaba. Más allá, solamente estaba el abismo. No me animé a saltar: me arrastré hasta el borde y me sostuve con mis manos de la delgada línea, que comenzó a ceder doblándose como si fuera de goma. Petersen perdió el equilibrio y rodó hacia mí, obligándome a soltarme.
Caímos interminablemente por un vacío más aterrador que el del espacio intergaláctico. Luego de lo que se me antojó como kilómetros de altura, aterricé sobre un plano de un material brillante sólido, como de piedra pulida. Petersen hizo lo mismo junto a mí.
Me incorporé sin poder dar crédito a mis ojos: ¡nos habíamos transformado en seres tridimensionales! Sin poder contenerme, exclamé:
-¡Carajo!
Petersen me miró estupefacto y exclamó, a su vez:
-¡Capitán, estamos sanos y salvos! ¡Y podemos hablar libremente!
Retomando mi compostura y haciendo uso de mi entrenamiento militar, comencé a realizar un relevamiento del terreno. Ya no nos encontrábamos en nuestra nave interestelar: estábamos en una especie de taller u oficina, de un tamaño docenas de veces que el de nuestras figuras, con las paredes tapizadas de dibujos en papel con bocetos de nuestras aventuras pasadas y otros con episodios que no recuerdo haber protagonizado. El ambiente estaba iluminado mediante tubos que colgaban en el infinito; no parecía haber ventanas ni luz natural.
Palpé mi cinturón y noté con alivio que todavía tenía mi pistola de láser pulsante. La desenfundé y verifiqué que tuviera carga.
En ese preciso momento apareció en la habitación el ser más horripilante que he visto en mi vida: ni siquiera los Gorgónidos de Perseo Menor me han causado tanto miedo. Era una mole gigantesca peluda, con bigotes y dientes enormes y afilados, que se deslizaba sobre el piso pulido casi sin esfuerzo. Nos miró con unos ojos verdosos con pupilas reptilianas y nos gruñó amenazadoramente. Puse mi pistola en nivel máximo y le disparé una andanada de pulsos láser, apuntándole a su monstruosa boca. La bestia dio un alarido de dolor, giró en redondo y se alejó corriendo a los saltos.
Instantes más tarde, apareció un hombre gigantesco para nuestro tamaño, cargando con la bestia en sus brazos, diciéndole:
-¿Qué te pasó, Michi? ¿Por qué te asustaste?
Nos escondimos con Petersen detrás de una de las patas del tablero sobre el que se apoyaba el dibujo del que habíamos descendido. El hombre dejó a su mascota en el suelo, que nos miraba de reojo con recelo, y se sentó en un taburete junto a la mesa de dibujo.
En ese momento apareció una mujer joven de las mismas proporciones que el hombre, diciendo:
-¿Todo bien, amor?
El hombre giró en su taburete, sonrió y respondió:
-Sí. Micha se asustó por algo: seguro que por alguna cucaracha.
-¿Te falta mucho para terminar?
-No, me falta poco. En realidad, no sé cómo terminar la historia. Se trata de unos viajeros intergalácticos…
-Los de siempre: Murchison y Petersen. Sherlock Holmes y Watson. Batman y Robin. El dúo espacial…
-Sí, los mismos.
-¿Y cuál es tu duda?
-Me atasqué: los hice conscientes de que son personajes dibujados. Introduje un elemento irreal en una historia perfectamente verosímil. Aunque suene raro, ya que les hago creer a los lectores que los viajes intergalácticos a la velocidad de la luz, los alienígenas antropomórficos y la teletransportación son perfectamente posibles.
-¿Cuándo tenés que entregarla?
-El fin de semana.
-Entonces vení un rato conmigo así te despejás. Me hacés unos mimos, me duermo y después escribís tranquilo y contento.
Comenzaron a besarse y salieron de la habitación. Lo miré a Petersen, que estaba paralizado del miedo. Le dije:
-Tenemos que hacer algo pronto, Petersen, antes de que regrese. Acá abajo corremos peligro.
-Sí, la bestia peluda nos quiere almorzar.
-Es un gato, Petersen. Me acabo de dar cuenta. Me costó identificarlo por la perspectiva. Las cosas desde afuera del tablero de dibujo se ven muy diferentes.
-Es verdad, Capitán. Cuesta adaptarse.
-Se parece a la mascota de la suboficial Ripley, la de Alien. ¿Cómo se llamaba?
-Jones. O Jonesy.
-Tiene razón, Petersen. Su cultura general es admirable.
-Es que cuando no estamos en hipersueño y hay poco trabajo leo historietas y veo películas. Hay muchas cargadas en la memoria de la computadora central. Debería verlas.
-Para monstruos, ya tenemos suficiente con este gato.
-Está toda la saga de Alien. Las películas y las historietas. Yo prefiero las historietas. Las películas me dan un poco más de miedo. Parecen que saltaran a la vista, que las criaturas alienígenas nos fueran a atacar. Me gusta más el mundo 2 D que el 3D. Si me da a elegir, me quedo con nuestra vida dibujada.
-¿Cuál es nuestra vida verdadera? ¿A qué mundo pertenecemos, Petersen? Yo ya no sé qué es real. Ni siquiera sé qué somos ahora. O qué éramos hasta hace un rato. ¿Usted está seguro de lo que es?
-¿No nos estaremos poniéndonos demasiado filosóficos, Capitán?
-Nunca es tarde para hacerse estas preguntas. Pero ahora tenemos otras prioridades.
-¿Cuáles?
-Ponernos a salvo de nuestro monstruo de cuatro patas y bigotes. Y buscar algo de comida. Tiene que haber una despensa con provisiones por algún lado.
Luego de una hora, el autor regresó a su mesa de dibujo, dispuesto a terminar con su trabajo. Notó que en el último cuadrito que había dibujado, faltaban las figuras del Capitán Murchison y su Segundo Oficial Petersen. Le pareció raro, pero luego de unos instantes de pensarlo, decidió que no ganaba nada con preocuparse por inconvenientes menores como ese. Así que siguió dibujando como si nada. Ya tenía en su cabeza el fin de la historia: los protagonistas, luego de preguntarse acerca de su papel en la historieta, volvían a su conducta habitual, lejos de cuestionamientos que no los llevan a ningún lado. Viajaban a un planeta desconocido, se enfrentaban a villanos viejos y nuevos. Y salían victoriosos, como siempre.
Dibujó de un tirón las páginas que le quedaban, con sus textos y diálogos inscriptos en prolijos globitos.
Se levantó del banco de dibujo y se preguntó dos cosas:
La primera: dónde estaría su gata Micha, que andaba muy silenciosa. Tenía que darle de comer antes de irse a dormir.
La segunda: si su editor aceptaría que además de la historieta le presentara un cuento sin dibujos, con Murchison y Petersen como protagonistas. Se le había ocurrido un título simple y efectivo: ATRAPADOS.
Foto: Imagen de Peter Lomas en Pixabay
Marcelo Medone
Nació en Buenos Aires, Argentina, en 1961 y creció en Montevideo, Uruguay. Fue periodista en medios gráficos y radio. Es pediatra, tenor en coros, toca el piano, dibuja y pinta. Ha escrito cuentos, microrrelatos, poesía, novelas, canciones, obras de teatro y guiones cinematográficos. Su cuento “Nada Menos que Juan”, premiado en el VI Concurso de Cuento Infantil “Los niños del Mercosur” fue publicado en 2010 en español y portugués por la Editorial Comunicarte de Córdoba, Argentina. Su microrrelato “La última mujer del mundo” fue publicado en 2016 en España por el grupo Diversidad Literaria en la antología “Ellas”. Su microrrelato “La ciudad hambrienta” fue finalista en la convocatoria de la Fundación Agustín Serrate de España y publicado en 2016. Su relato “El pequeño Alan” apareció en el blog “La colina naranja” y recopilado en la antología “Primavera de microrrelatos indignados 2016 – Refugiados” en 2017. Su relato “Sueños de África” fue publicado en 2017 en la antología “Purorrelato IV” de la Fundación Casa África de España. Su cuento “Persiguiendo un sueño” fue publicado en 2019 por Nueve Musas, España, en la antología “Extravagancias” de Sergio Gaut vel Hartman. Actualmente vive en San Fernando, en el Gran Buenos Aires.
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3 thoughts on “CRONISTAS ÓMICRON: Atrapados”
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