Teoría Ómicron

Revista de ciencia ficción y fantasía

REPORTE ÓMICRON: Escribiendo en pandemia: Versión siglo XXI

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En Reporte Ómicron: Leonardo Espinoza nos comparte su proceso creativo y colaborativo en el libro «Covid-19 CFCH Antología Sci Fi en tiempos de pandemia».

Por Leonardo Espinoza Benavides

El preludiador

Desde el 3 de abril del presente año, se encuentra disponible el libro COVID-19-CFCh: Antología Sci Fi en tiempos de pandemia para su descarga gratuita, conformado por el prólogo del antropólogo Cristóbal Villegas de la Cuadra, dos poemas y otros veintidós relatos más, todo enmarcado en una ciencia ficción que la crítica ha descrito como un «retrato impresionista» de lo que está aconteciendo hoy en día en el mundo. Ya se han publicado algunas notas en periódicos y entrevistas en revistas, lo cual refleja la sensación de conexión con la temática, sobre todo en estos días donde todo parece desordenado y disperso. Aquí hubo un punto en común: compartir inquietudes y explorar incertidumbres. Para este artículo, sin embargo, para evitar caer en la redundancia, he decido aportar a Teoría Ómicron otra de las perspectivas que tuvo la generación de este objeto literario. Sobre escribir en pandemia. El detalle, sobre lo humano que hay detrás, la vivencia, las anécdotas, los obstáculos y sus triunfos. COVID-19-CFCh es un libro de más de 40.000 palabras que pudo ser publicado formalmente en exactamente una semana y tres días. ¿Cómo se logró? Fue algo así…

El médico

La verdadera extensión de la epopeya fue de dos semanas. El día uno comenzó el momento en que inicié mi cuarentena preventiva; los días anteriores habían sido también bastantes caóticos y confusos, cuando todo se estaba organizando, pero ese hito, el hecho de ahora tener un nombre para estos días, marcó un comienzo firme. Soy médico de profesión y, luego de habérseme asignado los roles en el conflicto sanitario, se me envió de modo preventivo a mi vivienda. Comenzarían los turnos rotativos: coberturas éticas, con bajo personal, alternando de tal modo de permitir un margen de mejoría en caso de infectarnos. Yo sería de una segunda línea: los encargados de descongestionar el sistema para que los de la primera línea (los que están tratando los COVID-19 propiamente tal; en mi caso me dedico a la piel) pudieran dirigir adecuadamente sus esfuerzos. De este modo, tuve catorce días por delante antes de iniciar mi respectivo turno. Los primeros días leí… Pero, de alguna forma, la idea se había gestado.

El escritor

Estaba por ahí dando vueltas. La idea. Sin embargo, estoy acostumbrado a postergar proyectos creativos producto del poco tiempo que el trabajo me permite. Sé lidiar, más o menos, con esas pulsiones. Ahora, eso sí, me había terminado de leer la novela que tomé los días iniciales, y esta idea merodeadora ya no tenía una contención lo suficientemente fuerte y, simplemente, se desbordó. Ya estaba cultivada en mi cabeza y era cosa de sentarse a escribir. Era un cuento de ciencia ficción, el género al que me dedico, y en este caso tenía de tema central la enfermedad causada por este nuevo coronavirus. Me demoré dos días con dedicación prácticamente exclusiva. Y una vez completado, la idea no se detuvo. Era contagiosa. Debía ser más, pensé…

El maniaco

Debo comentar una virtud/defecto que tengo, y que de seguro muchos otros comprenderán (los que pertenecen a esta misma tribu): soy ordenado y riguroso, pero soy un desastre en cuanto a organización. Para graficarlo, baste decir que nunca he podido usar una agenda. No lo tengo del todo claro, las razones, pero mi forma de ser se rehúsa a ese tipo de estructura. En palabras muy sencillas: soy de los que funcionan a partir de maratones, en todo sentido. Todo o nada; adrenalina y presión. Ideas claras, pero encausadas en una revolución irreversible. No lo sé. No hago apología de esto; es solo uno de los muchos estilos que deben existir. Así siempre he sido. Si el impulso sobrepasa cierta barrera, ya no lo detiene nada. Nada. Ni el sueño, ni el hambre, ni…. Bueno, no es para tanto tampoco.

El idealista

Una antología. Eso es lo que debía ser. Cuentos de ciencia ficción, dedicados a la pandemia. ¿Qué más podrían hacer los escritores y escritoras de ciencia ficción en estos tiempos? Si hay algo que la sociedad espera de nosotros (creo) es que les entreguemos todas las desfiguraciones posibles de nuestra realidad, en un abanico de universos plausibles a partir de los cuales poder inspirarse u orientarse en lo tangible del momento. A veces le escribimos a las voces de un futuro perdido. A veces le escribimos a un pasado inalterable. Y, a veces…, nos toca una pandemia en tiempo real. Me parecía… inevitable.

El antologador

¿Cómo juntar las voces que buscaba? Una cosa tenía claro. Una vez terminados mis días de cuarentena preventiva, volvían los días de trabajo. Si comenzaba esto (a estas alturas ya no había vuelta atrás, de todos modos) debía llevarlo a cabo en su plenitud y en un período de tiempo sumamente acotado. Me parecía posible. Bajo ciertos parámetros poco saludables, tal vez; pero soportables y, porqué no, entretenidos. Además del plazo, lo otro claro es que no podía permitirme ningún tipo de burocracia. No podía esperar la respuesta de los autores, no podía esperar la confirmación de una editorial ni el apoyo incondicional a ciegas de cualquier otro organismo. No. Había que hacerlo y verlo en el camino. Por último: ¿cuál es el mayor aliado de la burocracia? El dinero y sus contratos. Este libro sería gratuito, sin notarios de por medio.


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El convocador

Escogí un grupo de escritores con los cuales me sentía con la confianza suficiente para invitarlos a esta locura, bajo reglas locas también. Partiendo por decirles explícita y claramente que esto sería gratuito, que, si alguno se sentía incómodo con eso, o si alguno era excesivamente receloso de sus creaciones y quería patentar cada palabra antes de mostrar su magnus cuentus al mundo, que mejor se restara, que no había obligatoriedad absoluta. Nada personal, para nada; cada uno sabe lo que lo hace hacer lo que hace, o algo así; pero, más allá de los detalles, había un plazo impostergable que cumplir. No todos respondieron: tendrían sus razones. Pero sí los suficientes, tanto escritores del mundo de la literatura fantástica, donde me desenvuelvo en términos literarios, así como escritores del mundo médico, más habituados al realismo y a la crónica. Sumado a todo lo dicho previamente, las condiciones eran solamente dos: generar un manuscrito de ciencia ficción (no fantasía) cuya temática fuera el COVID-19. Y ya estaba.

El editor

¿Y quién sería el editor? Nada de burocracias (o más bien, nada de seguir explotando a conocidos). Sería yo. ¿Con qué mérito o título? Ninguno, realmente. Llevo más de diez años en la ciencia ficción, quizás las zapatillas las tengo, en ese sentido, pero mi formación académica formal siempre ha sido científica. De humanista solo tengo la energía y los libros leídos. En el mejor de los casos puedo catalogarme de «escritor» o de «autor», pero ¿«editor»? Quien esté libre… que lance la primera piedra. Nada que hacer. Aquí vendría este editor empírico. Lo bueno es que las buenas intenciones suelen congregar a las personas indicadas. Al proyecto se sumaron múltiples literatos y profesores de castellano, gente con la cuál yo sabía que podía contar y a quienes podía pedirles ayuda sin sentir la más mínima vergüenza. En lo absoluto. Esa era otra condición intransable que pedí: en esta antología daríamos lo mejor de nosotros, pero lo disfrutaríamos y estaríamos en confianza. Nada de estrés, nada de angustias, nada de trampas. Ante todo, buenas intenciones. Ante todo, cooperación. Comunidad.

El artista

Y partimos. Tuve que insistirles a varios, recordarles que sí se podía armar una historia en poco tiempo y que no hay juez más certero que el tiempo mismo, juicio al cual solo podemos ingresar si nos atrevemos a soltar nuestras ideas. Yo confiaba en ellos, plenamente. Lo digo sinceramente. Jamás se me pasó por la cabeza que podría llegar algo «malo». Por mi parte, lo puliría hasta que yo mismo me sintiera cómodo con mi producto de «editor». Tenía que creérmelo, si no, no funcionaba. Soy de los que creen en la importancia de la dimensión subjetiva del arte: es el receptor final, esa persona en particular en busca de una historia particular, a quien debe dirigirse lo creado. A quien le debe llegar, más bien. Sea el gusto de uno o sea el gusto de millones. El receptor que se nutre nunca pierde validez. A veces, la existencia de tan solo un individuo indicado otorga la trascendencia de aquello que fue creado.

El lector

Me cuesta mucho encontrar (y vuelvo a usar la misma palabra) algo que llegue a considerar como «malo». De verdad. No lo sé. Todo mi abordaje como lector y crítico/ensayista se basa en destacar y en encontrar las reliquias dentro de lo leído. Siempre puedo encontrar algún símbolo o algún signo meritorio; alguna idea, algún atrevimiento nuevo. Lo único esencial es que la historia sea sincera en su concepción. Al fin y al cabo, lo que está ante tu vista es la extensión de un ser humano, es el fragmento de alguien, desde sus entrañas. No es «cualquier cosa». Algo siempre hay y creo que no tiene mucho sentido perder el tiempo analizando lo poco destacable. Es cierto: uno quiere coherencia interna. Pero ¿y si al relato se le puede dar sentido con la estructura que adoptó? También es cierto esto: uno desea un uso pulcro y elegante del castellano. Pero ¿y es acaso tan terrible si no es así? ¿Acaso es insalvable? Nada es insalvable, salvo se desee un molde inflexible. Como lector, así soy y lo disfruto mucho. Mi rol como editor, por ende, era solo pulir.

El escocés

Cuento tras cuento fueron llegando. Arenga tras arenga fui tratando de ayudar a mantener el ritmo. Éramos los escoceses de William Wallace. No buscábamos la conquista de Inglaterra, solo una batalla digna. Comencé con los cuentos y fui pensando ideas para el libro de por sí (¡Ah! El nombre surgió con el maniaco y al maniaco no le iba yo a discutir), el cómo ordenaría los cuentos. Conversé con los autores cuando había elementos que ameritaban discutir. Y, realmente, la mayor edición fue de forma, no de fondo, condiciéndome con el lector. Aquí, en plena Escocia, jugué algunas cartas cruciales, ahora que todos conocían las reglas del combate: solicité, sin presión, buscando voluntarios, ciertas herramientas que nos iban faltando: ilustración de portada, diseño de portada, sello editorial, apoyo institucional. Los pedí personalmente, pero dejando en claro que, de no poderse, no pasaba nada y el proyecto no se detendría. Debía respetarse la premisa del disfrute creativo. Pero funcionó: surgió ilustración, diseño, Sietch Ediciones y el logo flamante de ALCiFF, la Asociación de Literatura de Ciencia Ficción y Fantástica Chilena, en la cual me siento verdaderamente en casa. Ya estaba todo, ¿qué tal?

El chileno

El súper editor de cara pintada mitad azul se olvidó de cómo funcionaban las cosas en Chile. ¿Cuándo se imaginan que llegó el grueso de los manuscritos? Por supuesto, el último día. No los culpo, eh. Solo se me olvidó por un momento. Pero no fue un descuido tan grande. Me acordé, más o menos, dos días antes de que se vendría ese acontecimiento. Entre todo esto ocurriendo, había una voz que insistía en ofrecer su ayuda. Ese personaje en cuestión ya había enviado su relato (o, más bien, ya estaba en sus fases finales) e insistía en ofrecer ayuda. Yo, por mi parte, no quería pedir más cosas apelando a la buena voluntad de la gente solamente. Si alguien tenía que sudar y no dormir, era yo, no los demás. Esa era la idea. Esa era mí idea, al menos, la condición basal: no darles problemas a los demás. Considerando todo eso… Pedí ayuda.

El corrector

¿Alguna vez vieron Napoleon Dynamite? En la escena final, Napoleon aparece cabalgando un caballo blanco, por las praderas, con su cabellera castaña al aire y una vestimenta de héroe medieval. En esta escena yo sería Pedro (Vote for Pedro). El de a caballo: Arturo Sierra. La voz que se ofrecía. El espadachín del castellano, el domador de las cursivas. «¿Seguro?», «Seguro», me dijo, «por algo me estoy ofreciendo, poh». Nos testeamos mutuamente en un duelo amistoso, pero inconsciente. ¿Una coma por aquí? ¿Una coma por allá? ¿Eso dice la RAE? ¿Y el Fundéu? ¿Raya? Sí, raya. Nos entendimos. ¿De seis a doce horas seguidas? No sé esa parte, la verdad. Quiero creer que Arturo descansaba. Pero hubo un día que realmente no paramos. Cuando digo no paramos, es que puedo asegurar que mi cuerpo físico estuvo en contacto con la misma silla y mirando la misma pantalla por lo menos desde la madrugada hasta la otra madrugada. Recuerdo una frase del leal corrector Sierra…. No, no me acuerdo de memoria y tuve que buscarlo en mi Whatsapp, pero encontré la frase: «Ya me bailan las letras en la pantalla». Y cómo no, si era un ir y venir de correcciones y ediciones. ¡Pucha, que la pasamos bien! (Al menos yo). Lo recuerdo con gusto. ¿Hay acaso mejor sensación que la del trabajo bien hecho? Sí, ya, sí sé que las hay, pero me entienden.

El intruso

El plazo original que dispuse era de 7 días. Soy maratónico, pero había que dejar algún margen. Lo cierto es que lo tuvimos listo en ese tiempo. Sin parar, estuvo listo. Sin embargo, al sumarse el apoyo editorial, bien sabrán los conocedores que no es llegar y diagramar y armar una presentación bonita a la vez que profesional. Esos fueron los días siguientes. Napoleon Dynamite volvía a su película respectiva y nos despedimos hasta la próxima. Ahora, diseño. El intruso de este subtítulo soy yo, porque si hay algo que me activa lo obsesivo-compulsivo es ver un «doble-espacio» en las diagramaciones, por lo que iba a revisar ese manuscrito hasta que se me cayeran las córneas. Así fue. ¿Quién tuvo que aguantarme? Pues, nada más ni nada menos que Michel Deb, también conocido entre los amigos de las letras como «El Guarko» (pregúntenle). Michel es ante todo un escritor ya consagrado de ciencia ficción, pero el viento y las murallas ya me habían dicho de su proyecto editorial. Y, en preguntar no se pierde nada, ¿cierto? Le dije, con sutileza, con resguardo que si… si se animaba a tomar el rol de Editorial oficial para esta quimera gratuita. La respuesta ya la saben.

El perdido

Cristóbal Villegas de la Cuadra. Antropólogo. El Muad’dib de los estudios en terreno de la ciencia ficción chilena. Si lo ven por ahí, debe andar cambiando al mundo con sus hallazgos. Seguro se va a reír de esto que escribo. La situación fue la siguiente: el maniaco, ese del principio, ya lo había seleccionado, bajo certeza apodíctica, como la persona perfecta para prologar esta historia, embarcado en los tiempos de cuarentena y el toque de queda. Como falsa profecía complida… Cristóbal, de Santiago, quedó atrapado en Antofagasta… Por el COVID-19. A la distancia nos mantuvimos en contacto: yo le contaba como iban las cosas y el encontraba la iluminación dentro de la desesperación del encierro iluminante. Valga decir que su hashtag del prólogo es aún válido: #QuédateEnCasa. No olvidemos que, de verdad, estamos en una terrible pandemia.

El compañero

Funcionó. El viernes 3 de abril del año 2020, lock-down mediante, lanzamos la antología COVID-19-CFCh. Parece increíble recordarlo. Qué lindo que fue. Fue una locura épica. Hasta los médicos que convoqué no alcanzaban a procesar todo lo que estaba pasando. Ellos venían del realismo, no había que olvidarlo. Lanzado fue: descarga gratuita a su merced. Y entonces recordé la importancia de estas cosas. Los compañeros, esos que uno encuentra en la vida y que comparten una vocación en común, pilares esenciales de la vida en sociedad; de la vida sana en sociedad. Como muchos, antes de la cuarentena seguía la rutina habitual del trabajo que me permite sustentarme (bienaventurados los escritores que viven solo de eso: mi mayor respeto y admiración sincera. ¡Sigan así, manteniendo el escudo vivo! Aunque me imagino que tienen sus propias cruces que cargar). Esas dos semanas, de ser escritores y editores y publicadores sin barreras, movidos solo por un ideal, el de ser en parte quien queremos ser, escritores de ciencia ficción al servicio de todos, para hacer literatura, para crear historias que acompañen, que te acompañen, a ti, a mí, a quien sea; esas dos semanas fueron un compañerismo de ensueños. Esas condiciones difícilmente se podrán repetir: en la vida real, esa que dura más de dos semanas, las cuentas de la luz y el agua llegan y no se pagan solas; los jefes son personas con autoridad real; los días de la semana tienen límites claros, sin muchos espacios para grandes aventuras. Al menos, en general. Pero la vida, de vez en cuando, te regala dos semanas. A veces menos y a veces más. Y si uno tiene suerte, si uno tiene un sueño honesto, si uno se atreve a soñarlo con el otro, dejando de lado los cuchillos que atacan espaldas, entonces… Quién sabe. ¿Lo trascedente? La gota que termina de formar el océano. PD: La medicina también es hermosa, pero esa es historia para otro día.

El filósofo

Fue un recorrido notable. Independiente del resultado, el recorrido es invaluable. Si el libro llegase a ser considerado «malo» (esa palabra, ah), su travesía al menos daría para un guion decente. Habría que agregarle alguna emoción adicional, pero no nos apuremos. La filosofía, eso sí (empírica también; no estudié filosofía en la Universidad. Bueno, sí, tuve un semestre, pero fue con relación a la medicina y la voluntad humana. En fin): suelo robarme el espacio final para dejar algunas de mis ideas centrales (esas bien lateras que quizá nadie lee, pero debo decirlas por coherencia conmigo mismo; si bien, no son mis sentencias finales, solo las del contexto). Tras este micro preámbulo, pues, ocuparé la misma conclusión que ocupé tras un proyecto del año 2015: «Un logro no de uno, sino de nosotros. Y en el nosotros cabemos muchos más. Cuando existe bondad, esfuerzo y compañerismo, nada más que buenos frutos pueden surgir». Sonaba mejor el 2015, lo admito. Mejor hago una nueva: crear historias que invitan a observar la realidad con microscopio y telescopio nos permite llegar a las estrellas de verdad.

Santiago en Toque de Queda.
20 de abril de 2020.

Nota

El libro se puede descargar GRATIS desde este link

Foto: Leonardo Espinoza Benavides

Leonardo Espinoza Benavides

San Fernando, Chile, 1991. Médico cirujano, escritor y cinéfilo. Autor de la novela fix-up de ciencia ficción Más espacio del que soñamos y editor general de la antología COVID-19-CFCh. Miembro del Directorio de la Asociación de Literatura de Ciencia Ficción y Fantástica Chilena (ALCiFF) y antiguo miembro de la Washington Science Fiction Association (WSFA). Expositor de la primera participación chilena en la convención Capclave de Estados Unidos (2015). Ha publicado ficción y no ficción en Editorial Puerto de Escape, Sietch Ediciones, El Sitio de Ciencia Ficción, The WSFA Journal, Revista literaria Letralia, Portal del Instituto Cubano del Libro – Cubaliteraria, Revista Crítica.cl, Dos Disparos Magazine, Publicaciones Universidad Andrés Bello, Fantástica Sin Fronteras, entre otros.

Actualmente reside en Santiago de Chile junto a su esposa, Daniele Nakasawa, y su perrito, Hulky (también conocido como Chulito).

Web: https://leoespinoza.cl


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