Por Guillermo Muñoz
Antes de que todo empezara recuerdo que me era difícil ver el disco naranja salir por el este, yo que al igual que mucha gente me consideraba una persona “de noche”, que no echaba de menos el sol cuando no lo veía, me di cuenta demasiado tarde que lo que mi madre me dijo siempre era verdad, uno nunca sabe lo que tiene hasta que lo ve perdido. Cuando los presidentes del mundo comenzaron a anunciar con esa expresión de triste idiotez que la mitad de la tierra se sumiría en una noche eterna y la otra mitad se abrasaría en un día eterno debido a un caprichoso y lento movimiento de rotación, no me pareció realmente un problema muy grave.
Ahora bien, sabíamos que nuestra tecnología no iba a poder hacer reaccionar las mareas para poder acelerar la tierra, pero también sabíamos que podríamos sobrevivir con lo que ahora teníamos, evitar el frio glacial de la noche y el inclemente sol del absurdo día. Cuando digo sabíamos no me expreso bien, YO sabía, tal vez las personas con más de dos dedos de frente lo sabía, pero la gran mayoría no lo sabía ¿Porqué lo digo? Es fácil, durante la primera semana de la noticia aproximadamente el diez porciento de la población mundial se suicidó y eso fue solo el inicio.
Tal vez las personas que murieron ese primer año eran las personas sabias, cuando la tierra comenzó a colapsar el shock fue imprevisto, muchos que yo conocí como individuos con nervios de acero comenzaron a llorar como niños y a aventarse desde las azoteas de sus trabajos, repito, tal vez ellos fueron los sabios. Yo no me preocupé demasiado, América fue el continente que quedó sumido en la nebulosa noche, siempre hemos sido una raza muy despreocupada, así que fuera de los suicidios en masa, descubrimos que ese temperamento de fiesta podría salvarnos por esas múltiples opciones que una noche eterna nos podía dar.
Error, lo que hacía divertidas nuestras noches no solo era las posibilidades de fiesta, sino que también ayudaba de sobremanera tener un día para despertarse y poder expiar nuestros pecados cometidos la noche anterior y por supuesto, el calor, el bendito y execrable calor. Dentro de nuestras psiques hubo dos posibilidades o dejabas que la noche se apropiara de ti y seguías el camino del suicidio lento y seguro del alcohol, el sexo sin control y las drogas o por otro lado darte cuenta que la existencia del ser humano acababa y buscar la paz de la muerte lo más pronto posible.
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Cuando algo sale mal, lo más seguro es que todo lo que se desprende de esto siga el mismo camino, así fue como los remedios que el gobierno había impuesto para mantener el calor de las calles comenzaron a funcionar al revés, más bien se descontrolaron de una forma que pasada una semana ya era incontrolable. La primera opción fue un sistema de calefacción interno donde había tuberías de gas llevadas hacia calentadores que usaban las cloacas como respiraderos para el vapor caliente, sí claro, por supuesto los primeros días hubo algunos quemados y varios muertos pero en general funcionaron.
La segunda opción viendo que la pérdida de calor era considerable fue utilizar lonas kilométricas que pudieran mantener dentro de la ciudad el calor, acompañadas de luminarias de más de 4000 watts y sostenidas por cables y el mismo vapor de agua que las hacía flotar, la situación comenzó a funcionar. El problema fue que después de cierto tiempo el vapor comenzó a condensarse y a caer en forma de una pequeña llovizna que poco a poco comenzó a carcomer todo el metal y a oxidarlo, todo terminó cuando las luminarias reventaron matando a múltiples personas e incendiando muchas de las lonas causando uno de los incendios más hijos de puta del planeta.
Para mí esto no fue más que una forma de supervivencia nueva y divertida al principio, siempre he procurado ser pragmático y resciliente así que procuré mantenerme vivo y dispuesto a encarar los problemas, la situación fue que mi madre siempre tuvo razón. Pensamos que los invernaderos iban a contener el problema de la comida, pero se nos olvidaba que por más que pudiésemos cultivar, esos cultivos tenían que subsistir a base de químicos, así que en función de la practicidad y economía se decidió que toda comida se iba a manufacturar, a veces extraño las espinacas.
Pero, hay cosas que empezaron a hacer mella en mi, por ejemplo, no me considero un romántico necesariamente, solo un buen día desperté con la incesante necesidad de ver el amanecer, esa idea estuvo rondando mi mente todo el día, cerca de las seis de la tarde comencé a hiperventilarme porque yo sabía que no habría atardecer. Esa noche mi jefe me mandó a descansar por una semana, siendo mi colapso una de las enfermedades más normales de esta época, antes de salir tuve que agendar una cita con la psicóloga de la planta y pasar por una dotación muy gorda de antidepresivos que en estas épocas podrían pasar como los dulces de la Nueva Era.
Opté por obviar la cita y preferí entrar en un ciclo de autodescubrimiento, es decir los primeros dos días me dediqué a consumir una tras otra tres botellas de whiskey (Sintéticas obviamente) mientras escuchaba sin cesar el Dark Side of the Moon de Pink Floyd, cuando desperté con la peor resaca del planeta estaba listo. Listo para consumir un par de pastillas de sucedáneo de marihuana y salir a caminar por las calles de la ciudad. Sin saber cómo, llegué al zócalo de la ciudad y comencé a mirar a las personas que al igual que yo deambulaban, sus rostros grises, sus ropas de colores indefinidos, su caminar completamente maquinal y arriba el cielo negro y ahí fue cuando me di cuenta.
Extraño los colores en su justa proporción cromática, un viejo dicho dice “de noche todos los gatos son pardos” y eso se debe a que la falta de luz natural modifica de una forma extraña los colores y esa tarde caminando por el centro de la ciudad me di cuenta que por mas luz que tuviésemos en esa noche eterna los colores nunca iban a ser de nuevo los mismos. Esta tarde renuncié a la central, dispuse una maleta con poca ropa y muchas fotos que en la oscuridad se han vuelto etéreas de un tiempo pasado no vivido y he partido, nunca he sido alguien que viaja pero esta vez es obligatorio para mantener la poca cordura que me queda, tal vez partir en un barco e ir a Asia, tal vez hacer la fila eterna de esperanza para tomar un avión, sólo no quiero más oscuridad, me he hartado de mis demonios.
Foto: Imagen de PIRO4D en Pixabay
Guillermo Muñoz
(México). No sé desde cuando escribo. Un buen día me senté y escribí una cuartilla que 3 años después se convirtió en mi primer libro “Suicidio Posfechado” que se puede bajar gratis. Ahora terminé el segundo y a mis 34 años ya no sé porqué escribo, tal vez porque me es tan necesario como comer o una buena botella de cerveza, tal vez porque soy un increíble narcisista y necesito atención. Soy sociólogo de profesión y eso tampoco aclara nada ¿quién soy? Solo otro escritor alcohólico y fracasado más en un peldaño arriba de la mediocridad, pero muchos debajo de la genialidad. Algo es cierto, ser mexicano sirve terriblemente para escribir.
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