Walter Greulach
Atardece, y los tres soles de Orev crean un entramado de sombras yuxtapuestas que se derraman por la meseta sagrada. El gran domo corona la elevación natural. A su alrededor se alinean las torres de los doce ministerios. Hace dos millones setecientos mil años, usaremos siempre la nomenclatura terrestre, que el sexto planeta del sistema tripolar Reltaw es la capital de la Vía Láctea, nonagésima galaxia del primer cuadrante del universo conocido. Allí van a reunirse esta noche los 398 delegados, representando a los veintidós mundos primigenios. El tema prioritario será el calamitoso estado del tercer planeta del sistema AQ 250. En el año 2011 desde el último contacto, la tierra, llamada así por sus habitantes, se consume en guerras fratricidas, la contaminación ha llegado a niveles intolerables y más del setenta por ciento de sus habitantes no cubren ni siquiera sus necesidades básicas.
—La situación es extremadamente delicada —dijo el presidente galáctico y movió la cabeza mirando consternado a su hijo y a su primer asesor.— Como no propongamos ya una medida seductora y viable, no tendremos argumentos para seguir sosteniendo la existencia de este desquiciado mundo.
A.L.Artoj llevaba cuatro mil trescientas temporadas como máximo dirigente de la Vía Láctea y recién comenzaba su tercer mandato. El problema con los terráqueos amenazaba con desestabilizar todo el andamiaje de alianzas que lo había mantenido por tanto tiempo en el poder. Ochenta mil años atrás, siendo delegado científico de su planeta de origen, había sido el artífice de la introducción de los primeros seres racionales en la lejana tierra. La idea inicial era utilizar aquel lugar como laboratorio para experimentar con los entonces revolucionarios descubrimientos de transmutación genética. Los grandes primates que vivían allí, presentaban características ideales para dichos ensayos.
Se desarrollaron dos líneas experimentales, el homo sapiens neanderthalensis y el homo sapiens sapiens. A la larga, ninguno de los dos receptáculos probó ser conveniente en la búsqueda de la perfección genética. Es más, los neanderthal no llegaron siquiera a sobrevivir. Se abandonó el emprendimiento dejando a algunos sapiens pululando por ahí.
—Aquél fue un gran error —comentó A.L con sus interlocutores.— Tendríamos que haber hecho desaparecer todo vestigio de esas pruebas fallidas.
—Como íbamos siquiera a imaginar que en tan pocos años desarrollarían una inteligencia tan competitiva, tan autodestructiva —acotó Arg el asesor.
—Lo dije antes y lo repito —agregó J.C. Artog, el mayor de los primogénitos del presidente— no creo para nada en la tesis del espíritu maligno como inherente a la raza humana. En la tierra hay una cultura riquísima y vasta. Millones de seres bondadosos están dispuestos a todo para mejorar su existencia.
—No creo que lo hayan demostrado hasta ahora, ya no les queda mucho tiempo. Si no convencemos al congreso esta noche, antes de que el primer sol nos brinde luz, el tercer planeta de AQ 250 desaparecerá del mapa galáctico —sentenció el supremo dirigente con hondo pesar.
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Con el correr de los siglos, y al igual que su primer hijo, A.L. desarrolló un profundo aprecio por los insensatos terráqueos.
—Podríamos exterminar a una parte importante de la población, para que los recursos naturales pudiesen distribuirse de mejor manera —propuso Arg mientras miraba la hora con ansiedad.
—El problema estimado consejero no es la cantidad, sino la calidad de los dirigentes. Nada cambiaria. ¿O no, mi querido? —preguntó el veterano político mirando a su hijo con cariño. Imagínense si logran salir de la Vía Láctea. ¡Sería desastroso!
J.C. se tomó unos segundos y respiró profundamente, masticó la alternativa que venía saboreando desde hacía bastante tiempo. Miró a su padre, luego alzó la vista hacia el techo embovedado. Junto sus manos en una especie de rezo y dijo: —Estoy dispuesto a volver papá, ya es tiempo, ¿no?
A.L. no se sorprendió, sabía que su muchacho no había desistido nunca del viejo propósito. Año tras año, en forma indirecta y velada, le volvía a plantear lo del regreso. Por vez primera, el padre no lo cortó tajantemente.
—Últimamente he estado considerando esa posibilidad, creo que has madurado. Las cicatrices morales de tu primera excursión parecen cosa del pasado. No desconozco el impacto síquico que tuvo esa aventura en ti, por eso me he opuesto tantas veces a tu viaje. Aquel final tan abrupto, esa “muerte” que pareció en vano al principio, ese fracaso que tanto te dolió, terminó fundando una de las religiones más poderosas del planeta, no puedo negarlo.
A.L tomó un sorbo de agua y se apoyó en el respaldo del sillón, estaba cansado y le pesaban los ojos. Esa mañana, al despertar, había analizado seriamente la posibilidad del retiro tras el término de su mandato. Quizás no tendría que esperar tanto si esto de la tierra no salía bien. Lo echarían de un patadón.
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—Cuando al regreso, hace más de veinte siglos, te hicieron el test psicofísico, los resultados fueron tan, pero tan negativos, que el congreso decidió por unanimidad no mandar a nadie para aquellos lares. Has asimilado el golpe y te veo en condiciones de intentar salvar a tu adorada obsesión una vez más—dijo el presidente y se levantó para palmear afectuosamente la espalda de su hijo.
—Eso sí, la asamblea, aunque sea tu mismo padre el que se los pida, te dará solo un par de años. Tienen pánico de que esa civilización desarrolle el viaje híper espacial y después sea demasiado tarde para frenarlos. Si tu estrategia no funciona J.C, seremos un cadáver político —puntualizó el asesor en jefe.
A J.C se le habían humedecido los ojos de la emoción, llegó a pensar que nunca tendría una nueva chance para reivindicarse. Tragó profundo y después de dar un par de pasos, abrazó con fuerza a su padre.
º—Gracias, esta vez no voy a defraudarlos.
Mientras retornaba a su casa, comenzó a elaborar los próximos pasos. Estaba seguro que A.L lograría la aprobación de la asamblea. Pese a que ya en el pasado se había llegado a exterminar a alguna raza problemática, la decisión siempre se tomaba como un recurso final. Sería sin duda la última oportunidad de salvar a sus apreciados humanos.
Partiría al amanecer, necesitaba conseguir ropa adecuada y falsificar un poco de dinero terráqueo. Se alegró de que los tiempos hubiesen cambiado, que aquella civilización fuese ahora más desarrollada. Lo que le iba evitar, en gran medida, sufrir los horrores de adaptación de la primera vez. Eso sí, le dolía el tener que despedirse, quien sabe por cuánto tiempo, de Airia, su esposa, y de sus hijos.
Años atrás elaboró el plan que desarrollaría en su segundo descenso. La querida tierra, el lugar donde, pese a todo el sufrimiento que le produjo, había vivido los mejores treinta y tres años de su existencia, lo estaba aguardando. Sin dudas el desafío se presentaba mucho más complicado.
FOTO: Imagen de Arek Socha en Pixabay
Walter Gerardo Greulach

Nació en Jaime Prats, Mendoza, República Argentina.
Se recibió de técnico en propaganda y publicidad y Licenciado en Comunicación social en la Universidad Nacional de Córdoba.
Sus primeras armas en la profesión las hizo como crítico teatral, productor de revistas barriales y conductor de programas de entretenimiento en pequeñas emisoras radiales.
La década de los noventa lo encuentra en Aruba, isla del Reino Holandés, donde colaboró asiduamente a través de artículos con publicaciones locales y extranjeras.
Desde el 98 está radicado en Miami y es columnista en diarios y revistas digitales.
Sus cuentos se pueden encontrar en diversas antologías.
En el 2008 publicó El Guionista de Dios…¿o del Diablo?, su primera obra.
En junio del 2011 sacó un libro de cuentos fantásticos y de ciencia ficción, Awqa Puma, Temporizador.
Durante el 2017 salieron en Amazon: la novela corta Asesino Serial del Año y sus libros de cuentos El Libro de los estados de ánimo y Nueve segundos.
En el 2018 publicó dos selecciones de relatos: El rival de Dios y Perfil triste sobre Bourbon street.
En estos momentos se encuentra trabajando en su primera novela larga, El quijote verde, un triller ecológico.
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