Teoría Ómicron

Revista de ciencia ficción y fantasía

CRONISTAS ÓMICRON: El juego del sueño

Publicamos el relato ¨El juego del sueño¨

Augusto Patiño Iglesias

656234012; así de claro lo vio en su mente. Al despertar, lo tuvo frente a sus ojos, cual imperecedera imagen. Lo repitió dos veces antes de abandonar el lecho; la cadena de números discurría con facilidad. No siempre le era fácil recordar sus sueños, sin embargo, en esta ocasión resultaba diferente. En aquella elucubración del inconsciente se vio en un restaurante, sola, degustando un plato que le sabía a cielo, pero del cual no recordaba nada; aunque sí le quedaría claro el rostro de un hombre blanco, de cabello corto y rubio; ojos cafés y mirada penetrante, quien se le acercó y entregó un papel que contenía la indeleble secuencia numérica.

Buscó una hoja y escribió el número antes de que la memoria la traicionara. En principio, le pareció tonto hacerlo; se trataba de un simple sueño. “Cosas a las que no se les hace caso”, se dijo; no obstante, tan manifiesta claridad exigía no pasar por alto el detalle. “Por si acaso, qué más da”, pensó, mientras trazaba los números. Seguido, tomó una ducha y se arregló con el mismo esmero de todas las mañanas. Se hizo de un breve desayuno y partió a su oficina. A ese punto, ya el tema del sueño no le era tan relevante; aunque, ya estando en su lugar de trabajo, el asunto sobresaldría lo suficiente, como para hacerse merecedor de ser comentado a Nora, su más cercana amiga, compañera de aventuras y demás interioridades laborales y extra rutinarias.

– Puede ser un número de teléfono real, Breyda.

– ¿En serio lo crees?

– Pues es la cantidad de dígitos exacta, ¿no? – enfatizó Nora, con traviesa pretensión. – Dale, llamemos y vemos, ¿qué hay que perder?

Breyda rompió en carcajadas, le pareció un total absurdo la idea esbozada por su

amiga; es más, suponiendo que el número existiese, se trataría de un contacto desconocido al cual no sabría qué decirle.

– No inventes – alegó, pero no con suficiente firmeza.

– Vamos; llamemos – insistió Nora –; en serio, no hay nada que nos impida hacerlo. Míralo como un juego, de repente recibiste un mensaje en tus sueños.

– Tienes cada cosa – replicó Breyda, que no paraba de reír.

– ¿Y en qué te afecta? – coaccionó Nora, con sutileza.

Las carcajadas transmutaron a una sonrisa amical. Breyda empezaba a ceder.

Movió la cabeza de un lado a otro, seducida por la capacidad que tenía su amiga de sonsacarla ante diversas circunstancias. Recordó una ocasión en la que Nora provocó que dos hombres se les acercaran en un bar-discoteca. Lo sujetos, bien parecidos, por cierto, fueron cautivados por los encantos de ambas, aunque, claramente, las insinuaciones de Nora resultaron ser las más determinantes para que los prospectos masculinos tomaran la decisión de abordarlas y, en consecuencia, disfrutar de una entretenida y placentera noche. Tal cual aquella vez, las sugestiones de Nora se imponían.

– Adelante, haz la llamada – confirió –; pero si nadie contesta a la primera, lo dejamos así, ¿de acuerdo?

– Trato hecho, querida.

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Al primer intento, Nora cortó antes de que tan siquiera escuchar algún pitido. Estalló en carcajadas, no tenía idea de lo que diría, máxime si al otro lado le sorprendía una voz masculina. Al notar el momento de vacilación de su amiga, Breyda le insistió en que mejor no lo hicieran, sin embargo, las ansias consumar aquel juego se le imponían a Nora.

– No inventes, ahí voy de nuevo. Al segundo intento, esperó.

– Si diga.

“Un hombre”, gesticuló Nora, con exacerbación.

– Buenos días. Disculpe señor; mire… Lo que pasa es que…

Hábilmente, Nora proyectó inseguridad, aunque supo adornar su voz con una entonación sagaz, con la clara pretensión de despertar interés en su interlocutor.

– La escucho, señorita – atendió el hombre, con amabilidad.

– Bueno, le diré. Encontré este número apuntado en una vieja libreta y no recuerdo de quién es – apuntó Nora con sutiliza, luego de dudar unos segundos. – Comprendo.

– Me apena un poco esto – continuó ella, al tiempo que miraba a Breyda y le hacía ademanes incitadores –; pero no quería quedarme con la duda.

– No se preocupe – respondió el hombre, con una caballerosidad que ya parecía transitar hacia el galanteo. – Si me dice su nombre, veré si está escondido en algún recoveco de mi memoria.

Nora soltó una risotada y volvió a mirar a su amiga, gesticulando algo como “es un pícaro”.

– Me llamo Breyda – respondió.

Una reacción de sorpresa e inconformidad se manifestó en el rostro de la usurpada. “Pero, ¿por qué?”, le gesticuló. Nora comprendió que a su amiga no le había gustado tal atrevimiento, no obstante, ya el juego llevaba su rumbo.

– Bueno, sinceramente, no recuerdo a ninguna Breyda… Déjame pensar un poco más.

Un silencio de apenas unos breves segundos ocupó espacio.

– Que va, no me suena el nombre – agregó.

– ¿Y usted?, tal vez yo sí recuerde – indagó Nora, con una entonación ahora más sugestiva.

– Mi nombre es Farid.

Nora se contuvo unos segundos y clavó sus ojos, cargados de picardía, sobre el rostro de Breyda.

Dosificó su voz con una ración de sensualidad y continuó.

– Ummm, la verdad, yo tampoco recuerdo, pero tienes un bonito nombre.

– Ah, muchas gracias; tú también tienes un lindo nombre; Nora.

Silencio. La expresión facial de la chica cambió radicalmente. La sonrisa se borró,

los ojos palidecieron y su firme cutis pareció temblar. Breyda percibió tan radical alteración, sin embargo, guardó silencio y enarcó las cejas, confundida. Por su parte Nora, con dicción entrecortada, reaccionó.

– ¿Cómo supo mi nombre?

Farid se tomó algunos segundos, instantes en los que Nora sintió como la piel se le erizaba y una sensación de impotencia le sacudía el estómago.

– Tal vez me decida por ti, Nora. – ¿Qué coño dices?

– Hasta pronto, hermosura.

Y la comunicación se cortó.

Lo que sobrevino fue desconcierto. Nora le hizo saber a Breyda lo que le había sucedido y esta última le ratificó que lo que antes había insistido, que la idea de hacer la llamada no era lo más apropiado. No obstante, ya no había remedio.

En el transcurso del día, Breyda volvió a llamar al número varias veces, pero siempre resultaba en tono ocupado y nunca optó por dejar un mensaje en la contestadora. “Ni loca”, se dijo. Nora, por su lado, cuestionó a su amiga acerca de la posibilidad de que todo hubiese sido una treta muy pesada. Supuso que Breyda se había inventado lo del sueño y lo del número de teléfono para gastarle una mala jugada en componenda con algún conocido; sin embargo, la consistente negativa de su amiga la dejó sin explicación clara para lo sucedido.

Esa tarde, luego de culminada la jornada, Nora, bastante inquieta, aunque tratando de convencerse que todo había sido una simple jugarreta de la suerte; que aquel desconocido sencillamente había escogido un nombre y acertado; tomó un taxi hacia su casa. Claramente la sensación de espanto que le provocaba el hecho de que un desconocido supiera su nombre, le hacía pensar en todo tipo de probabilidades; inclusive esotéricas o sobrenaturales.

“Deja de pensar estupideces y tranquilízate”, se dijo, mientras se dirigía a casa.

Llegó a su apartamento a las siete de la noche y se enfocó en llevar una noche lo más regular posible: algo de ejercicios, una cena liviana, verificar que todo quedara listo para el día siguiente, llamar a su madre, tomar una ducha; ver televisión, chatear hasta tarde y dormir.

Pero, el juego no había terminado.

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Breyda despertó sobresaltada, miró el reloj, eran las 4:30 de la madrugada. Tomó el móvil, que siempre dejaba en la mesa de noche, y llamó a Nora con insistencia. Una, dos, tres, cuatro veces; no obstante, ninguna fue respondida. Se exasperó; su cuerpo, ya sudoroso a causa de la pesadilla que acababa de agobiarle el inconsciente; transpiró con mayor vehemencia. Una sensación de debilidad se le alojó en las articulaciones y un frio errante le recorrió el cuello, espalda y caderas.

– Nora, responde por el amor de Dios – le decía al teléfono.

Al no recibir respuesta, llamó a la policía. Consciente de lo inusual del contexto, expuso a los oficiales el estar segura de que su amiga corría peligro, dado que el día anterior había recibido amenazas de un hombre. No le fue difícil conseguir la debida atención de las autoridades; su tono de voz y la gravedad del supuesto escenario, fueron suficiente razón para que de la estación de policía, enviaran unidades. En seguida, luego de cerrar la llamada, se vistió y salió despavorida.

Unas horas antes, ambas habían conversado por chat. Ya Nora lucía un poco más calmada, por tanto, optaron por dejar de lado el tema de lo sucedido y platicar sobre otros asuntos, entre los que estaba una fiesta en una discoteca que tendría lugar el fin de semana y a la que Nora había sido invitada por un pretendiente que tenía en una oficina del mismo edificio. Su intención era que Breyda le acompañara.

Sin embargo, el discurrir de la existencia humana es tan inconsistente; irremediablemente voluble; se traga los sueños, las expectativas; desvirtúa los planes y los hace trizas. Tal cual se materializaba ahora.

Al umbral del pasillo que conducía al apartamento de Nora, el cordón policial le cerraba el paso a Breyda. Insistió, gritó, pidió por el oficial al mando y exclamó que había sido ella quien alertó a las autoridades. Un hombre de poco menos de 50 años se acercó y, luego de darle las advertencias de rigor, la aproximó a una agente forense que le puso un gorro y unos cobertores de calzados.

Sumida en terror y a paso lento, avanzó de la mano del detective hasta la puerta de la habitación de su amiga. Allí estaba Nora, tendida sobre la cama, medianamente cubierta por una frazada; vestida con un pijama blanco de flores. Su cuerpo lucía escurrido, como si cada músculo le hubiera sido succionado. El rostro y toda la piel visible se notaba demacrada y amoratada. Los ojos estaban abiertos y hundidos, las mejillas chupadas y los cabellos desgreñados. Nora yacía en condiciones inexplicables, sin la más mínima señal de violencia. No había rastros de sangre y la habitación estaba en orden, así como el resto del apartamento.

Breyda rompió en llanto. Los brazos del detective evitaron que se explayara en el suelo. Al tiempo, su mente le bosquejaba ese breve lapso de la angustiosa pesadilla que hacía poco, en su casa, le había obligado a despertar. Allí estaba de nuevo, en el mismo restaurante, degustando una comida que no recordaba, pero que sabía le encantaba. Y justamente, otra vez ese hombre; solo que ahora no le entregaría un papel, sino que se acercaría, inclinándose hasta su oído; hablándole con una entonación suave y misteriosa.

– La impetuosidad de tu amiga te ha salvado, a ella me la llevaré.

Breyda enardeció, gritó súplicas por Nora, ruegos a una fuerza evidentemente desconocida. Ofreció su vida, que era la que en principio había sido elegida. No obstante ya era tarde; el juego se había consumado. Nora, así, lo había aceptado.’

FOTO: Imagen de congerdesign en Pixabay

Augusto Patiño Iglesias

Nacido en la ciudad de Panamá el 23 de julio de 1978, Abdiel Augusto Patiño I. es un profesional polifacético que se ha desempeñado en diferentes campos y que cuenta con un gran compromiso social. Fundó en 2004 la revista digital Expresiones, orientada al periodismo ciudadano de opinión, y que estuvo en Internet hasta 2011. Ha sido coordinador de proyectos de impacto social con financiamiento internacional, incluyendo proyectos de liderazgo juvenil. De profesión estudió Análisis y Programación de Sistemas.

Ha publicado más de un centenar de artículos de opinión, tanto en medios impresos panameños como digitales sobre diferentes temas de impacto social. Actualmente es Coordinados de Planes y Programa del Consejo de la Concertación Nacional para el Desarrollo.

En el campo de las letras, ha escrito cuentos desde los 15 años y terminó su primera novela a los 18 años, la cual está archivada. Como todo autor sin publicar, mantiene varios proyectos en avanzada, así como novelas terminadas, aún sin editar, y colecciones de cuentos. Ha publicado microcuentos y relatos breves en página digitales.

Actualmente vive con su esposa y sus dos hijos, en el distrito de Arraiján, República de Panamá.

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