Teoría Ómicron

Revista de ciencia ficción y fantasía

CRONISTAS ÓMICRON: La noche final

Publicamos el relato "La noche final"

Soledad Castro

Antes de la ejecución, presento mi testimonio.

No pido piedad, solo que comprendan porque actué como actué; y porque no hice más, porque no pude hacer más. Les voy a contar lo que sucedió esa noche, la noche del 10 de marzo, la noche antes de su desaparición…

Primero, me presento,

Yo soy Roberto, androide de la casa “Mercy”, dedicada al cuidado de personas. Mi maestro me diseñó esperando que fuera su amigo en los últimos años de su vida, y me honra decir que así fue: acompañé a mi amigo en la lucha que enfrentan los hombres en esos días, los días antes del fin.

Han pasado ya diez años tras su muerte, y a pesar de que su recuerdo se diluye; una sentencia extraña permanece desde el día de su partida, una sofocante sensación que no me deja pensar… que me obliga a recordarlo: “tengo miedo, tengo mucho miedo de abandonar este mundo…”

Esa noche, como tantas otras, sentado en el único mueble con vista hacia la ventana que ocupa toda la pared posterior del departamento, leía los ensayos de mis estudiantes de primer año sobre: “La poética robótica y la humanidad”.

—¡Increíble!, no saben ni usar una coma —murmuraba a la par que uno de mis sensores captaba movimiento a las afueras del departamento—. Prometeo llegó temprano hoy — reí entre dientes—. ¡Hoy el “Emanuel hotel” será testigo de una obra dramática! —Las carcajadas resonaron en cada hueco de la habitación —. Pobre desgraciado ¡ah! supongo que los matrimonios no camban a pesar de las centurias… los humanos nunca cambian— suspiré en un arrebato de piedad por esas criaturas tan efímeras como divertidas.

Dejé de leer para concentrarme en los diálogos—: Parece que hoy Victoria está de buen humor—. El desanimo me sobrevino: uno sabía que todo estaba bien cuando los gritos tardaban entre 5 a 10 segundo después de que Prometeo abriera la puerta. Esperé un par de minutos con la certeza de que nunca fallaba el espectáculo, pero no escuché nada más que un golpe seco al otro lado de la pared derecha, tal vez amortiguado por todos los libros que allí (ordenados por importancia) dormían.

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Pensé en todas las posibilidades, y solo la más atroz se quedó rondando por mi cabeza… ¿podría ser? ¿acaso ese hombre podía albergar en él tales pensamientos, o peor aún, sería capaz de llevarlos a cabo? No, no. Ella estaba embarazada. Ellos se amaban. Extendí la mano derecha y la moví hacia la izquierda delante la pantalla azul que reproducía los escritos, esta se minimizó. Me dispuse a investigar, y aunque por norma los robóticos no podíamos usar nuestros sensores para ver hacia los departamentos contiguos, no pude resistirme a realizar tal inspección. Me acerqué entonces hacia la pared cubierta de libros y fijé mis ojos justo en el medio, para poder tener una visión más “oportuna”.

Detrás de la pared solo pude observar lo que hace unas navidades había conocido: la pequeña sala decorada con apenas tres muebles delgados, la mesa todavía con un plato sobre ella. Ni rastro de calor humano, ni de movimiento alguno. Estuve tentado a observar más allá, pero me detuve, la ética de un buen androide me lo impedía. Regresé a mi asiento sin comprender lo que acababa de suceder, traté de barajar alguna otra hipótesis, pero solo me hallaba con la misma duda: ¿quién?

Los robots, por lo menos los más sofisticados, por ende, todos los que aquí podemos habitar, no hacemos ruido; estamos diseñados con un sistema de amortiguadores que enmudece cualquier ruido perceptible para el hombre, y que es apenas audible para solo los robóticos especializados en búsqueda de androides fugitivos (cuya programación y tecnología, es evidente, yo no poseo). Solo podía ser un humano, pero los únicos humanos residentes en este piso son la joven pareja, ¿tal vez un amigo de ellos, o un vecino de los pisos inferiores?

Por otro lado, solo los seres autorizados pueden entrar, e innumerables veces se ha destacado el sistema de seguridad, demostrando ser uno de los más eficientes a pesar de ser una versión beta.

—No tengo que preocuparme —me digo a mí mismo. Suspiro y vuelvo maximizar la pantalla con los ensayos. Mientras comenzaba la lectura de uno de los últimos, alguien golpea mi puerta, se escucha el mismo eco seco que el anterior golpe. Giro mi rostro para mirar la puerta que se yergue a mis espaldas. Yo jamás tengo visitas.

No contesto ante el llamado—. Algo debe estar fallando, debería ir a mi chequeo — Continúo leyendo, pendiente de cualquier sonido extraño que pudiese atisbar. Después de un par de segundos, varios golpes sucesivos en todas direcciones, trato de ponerme en pie, pero mi sistema de equilibrio falla, caigo en el sillón, por micras de segundo observo solo el color azul, y luego… el sonido se detiene. Aturdido, muevo mi cabeza de un lugar a otro, intento poner en marcha los sentidos aumentados pero una voz dentro de mi cabeza repite: “proceso interrumpido, sistemas fallando, amenaza detectada. Corriendo el antivirus de emergencia…reiniciando sistema… reiniciando sistema”

No sentí a que hora mi sistema se apagó, así como los humanos no sienten al caer dormidos, solo recuerdo levantarme a la mañana siguiente y observar intranquilo el ventanal de enfrente. Mi sensor de instinto primitivo se enciende: debo tener cuidado. Me levanto, sopeso el caminar hacia la ventana o hacia la puerta. No encuentro opción razonable alguna. La voz dentro de mi cabeza vuelve a sonar “martes 11 de marzo, fin de las vacaciones, clases a las 8 am…” la escucho recitar todo mi itinerario, y algo dentro de mí se calma: hoy es, por supuesto, un día normal, solo fue una falla en el sistema; solo eso, y nada más.

Alisto mi sombrero, mi bastón y mi abrigo. Abro la puerta, observo las cuatro puertas que junto con la mía conforman las cinco habitaciones sucedidas una de otra en forma de pentágono. Llego al centro y el piso parece cuartearse también en forma de pentágono a mi alrededor. El sistema comienza a bajar y dejo atrás las cinco puertas mientras cinco paredes blancas me rodean. En el transcurso hasta el último piso vienen recuerdos difusos de la noche anterior, tal vez nublados por el fallo del sistema. Me es extraño no encontrar a nadie, pues a esta hora el señor Jhon y su esposa Lila (ancianos residentes desde que el edificio se fundó) suelen salir a pasear.

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Una vez llegado al final, una de las paredes desaparece. Salgo—. ¿Qué tal Fran…? ¿Francisco? —En la recepción solo me recibe uno de los silencios más aterradores de mi existencia. Observo a todos lados tratando de buscar al joven humano —. ¿Será que llegó tarde? —Salgo del edificio y escucho con el más profundo horror ningún sonido perceptible. Nada, ni en la tienda de la esquina, ni el vagabundo que siempre corren por dormir a las afueras del edificio. Ni el aleteo de un ave, ni el susurro de un par de enamorados… Nada.

Camino precipitado por las calles de la ciudad en lugar de tomar el transportador. Me creo en una pesadilla y me repito una y otra vez que debe ser un fallo del sistema, pero mientras más camino, más aquella idea se asienta en mi cabeza. En mi trayecto hacia la universidad, solo observo robóticos con el mismo semblante de incredulidad, parecen tener la misma duda inquietante y se miran como si todos hubiéramos tenido la misma pesadilla de anoche.

Llegado a la universidad. La voz vuelve a sonar: “aviso urgente: todos los alumnos dirigirse al gran salón, los profesores dirigirse al despacho de la directora”

Corro frenético hacia el lugar indicado. A mi lado veo pasar a otros de mi clase, alumnos y profesores. Una colega se me acerca — Roberto, Roberto ¿te enteraste? — Su voz no realiza las inflexiones de siempre, parece estar turbada por alguna emoción extraña. 

—¿De qué? ¿Qué es lo que está pasando?

—No lo sé, ni yo misma lo entiendo. Prefiero que te enteres por la rectora…

Ya dentro del despacho—: Bien, parece que al fin estamos todos reunidos —. La rectora, parada detrás de su escritorio, mira con desdén a todos —. Supongo que ya todos se enteraron…

Diez minutos después, todos nos dirigimos hacia el gran salón. Varios se me acercan… La voz de la rectora interrumpe sus preocupaciones — Voy a evitar los formalismos innecesarios, hoy no es un día de ceremonias, hoy es un día de gran confusión y pérdida. Hoy. Hoy, los humanos han desaparecido — Solo conocíamos esa verdad, solo eso era público… de los golpes, del reinicio… de eso nadie habló, sin embargo, todos habíamos vivido la misma ¿pesadilla?

Eso es todo cuanto puedo asegurar, no hay otra verdad más que esa, y se sabrá si indagan en los archivos de mi memoria, aunque para eso tengan que desmembrarme. Estoy dispuesto a sufrir el fin por la libertad de los míos.

Firma,

Roberto Espejo.

FOTO: Photo by Maximalfocus on Unsplash

Soledad Castro

Nacida un 1996 en Ecuador. Actualmente cursa el octavo semestre de la carrera de Pedagogía de la Lengua y la Literatura en la Universidad Central del Ecuador, y realiza su tesis sobre un análisis del tratamiento narratológico del tema locura, vida y muerte, en dos obras con temática ciencia ficción y fantasía.