Por Dante Vázquez M.
Los bandidos estaban a punto de alcanzarnos. Lawrence azuzó repetidas veces a los negros caballos de la carreta. El camino rocoso nos hizo saltar en más de un ocasión. Lo abracé y puse en el bolsillo de su saco el amuleto para serenarme.
—¡No lo hagas! Pronto llegaremos al Bosque de las Ánimas, ahí los perderemos —dijo agitado—. Quiero volver a comer tarta de manzana contigo.
Salté a la parte de atrás, antes de acariciarle la mejilla. Eran siete hombres los que nos perseguían. El éxito atrae la rapiña. Lawrence había ganado mil monedas de oro, transportando estatuas de sal. Más de lo suficiente para poner una tienda, tener un hogar y ser parte de la ciudad.
Una noche antes de salir de Pueblo Avarix, Lawrence entró sonriendo, a la habitación de la posada donde nos hospedamos. Traía consigo una botella de vino tinto, una caja y una bolsita de cuero café oscuro.
—Lo logramos. Mira —gritó poniendo en la mesa la caja, la botella y la bolsita de cuero oscuro—. En Pueblo Templanz dejaré el negocio de mercader ambulante. Podré tener amigos permanentes e incluso una esposa.
Abrió la bolsita y la botella, después la caja. Las monedas resplandecían con la luz de la vela en medio de la mesa. Un olor a uva y manzana con canela llenó de ansia mis pulmones. Lawrence se sentó en la cama junto a mí.
—Entonces ahí nos separaremos —dije recargándome en su hombro—. Si pones una tienda, tendré que viajar sola o agenciarme otro acompañante.
—No deberías tener problemas al continuar hacia tu destino. Eres muy lista, fuerte y la mitad de lo que ganamos es tuyo— dijo acariciándome las orejas.
—Estoy cansada de viajar sola —le dije apretando su mano—. No puedo obligarte a quedarte conmigo, ¿verdad?
—Te puedo acompañar, hasta que regreses al norte —dijo levantándose para ir a la mesa por la botella de vino y un pedazo de tarta de manzana—. Incluso teniendo el dinero, no podría montar la tienda de inmediato.
—¿De verdad? —pregunté.
—¿Qué ganó mintiéndote? Quita esa cara de lobo asustado —respondió dándome el pedazo de tarta y la botella—. No es propio de una diosa.
—Es que siempre tengo el mismo sueño: despierto y no hay nadie —dije mordiendo renuente el pedazo de tarta—. Sin importar cuanto busque, nunca hay alguien. No quiero volver a despertar sola de nuevo. La soledad es fría —continué, y bebí de la botella.
Lawrence apartó la botella y el pedazo de tarta de mí, me abrazó tan fuerte que los pálpitos de su corazón golpeaban mi pecho y me dio un beso en la frente.
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Tres de los bandidos sacaron unas ballestas. Las flechas cortaban el aire. Una me rasguñó la oreja. Cuando me abalancé sobre ellos, uno de los caballos relinchó. A los bandidos con las ballestas les arranqué de una mordida el cuello. Uno clavó una daga en mi pierna. Tres cayeron de sus caballos y les desgarre el estómago. Volteé para ver a Lawrence. La carreta había volcado. Oscuridad. El último de los bandidos se paró frente a mí, aún sobre su caballo. Corrimos uno contra el otro. Le mordí una pata al caballo. El bandido me rasgó el lomo y dio una voltereta en el aire. De pie tomó firme su espada. Gruñí. Se abalanzó hacia mí en zigzag. De entre la sombras salió Lawrence. Lo golpeó con su cuerpo. El bandido rodó. Lawrence me miró.
—Corre al bosque —gritó encarando al bandido—. Yo tampoco quiero seguir viajando solo.
La hoja de la espada del bandido brilló a la luz de la luna. Lawrence la esquivó dos veces. Cayó de espaldas. Gruñí desesperada y corrí hacia el bandido. Primero le desgarré una de sus piernas y luego uno de sus brazos. De rodillas intentó golpearme cuando le zangoloteé la cabeza. La sangre chorreaba de mis fauces. Estaba agitada, iracunda. Aullé. Lawrence me miraba con los ojos bien abiertos. Me acercaba despacio, jadeando. Había perdido el control.
Lawrence, al tener mi nariz frente a su cara, pronunció mi nombre y levantó su mano con el amuleto.
—Mi hogar está donde tú estés —dijo casi sin aliento—. Enloquecer no es propio de una diosa.
Le quité la espada de su hombro, lo levanté con mi boca y caminé hacia el Bosque de las Ánimas.
Lawrence colocó el letrero de abierto en la tienda. Las personas de Pueblo Templanz sonríen al vernos caminar cada atardecer por las calles. Cuentan que un mercader ambulante y una diosa lobo se conocieron una madrugada bajo el brillo de una luna de encías sangrantes.
Foto: Imagen de Valentin Sabau en Pixabay
Dante Vázquez M.

México (1980). Finalista del XI Certamen Internacional de Poesía Fantástica miNatura 2019; finalista del IX Certamen Internacional de Poesía Fantástica miNatura 2017; finalista del III Premio Internacional de Poesía Jovellanos, El mejor Poema del Mundo, Ediciones Nobel, 2016; primer lugar en el Concurso Cuentos de Mucho Miedo, Mucho Miedo Mx: Todo sobre Horror, 2015; ganó el VI Certamen Internacional de Poesía FantásticamiNatura 2014. Es autor de Apocalipsis hoy, (H)onda Nómada Ediciones, Colección Pase de Abordar, 2013. Cuentos y poemas suyos han sido publicados en distintas antologías y revistas digitales e impresas.
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