Teoría Ómicron

Revista de ciencia ficción y fantasía

CRONISTAS ÓMICRON: Génesis

Iván Artalejo nos entrega su relato «Génesis»

Por Iván Artalejo

Cuando el Monstruo Creador despertó de su larga siesta, descendió del cielo y extendió sus largas lenguas radiactivas por todo el mundo. Toda molécula analógica se volvió digital; todos los símbolos y signos lingüísticos se extinguieron, dejando como herederos universales de aquella realidad a los unos y los ceros.

Los millones de organismos que deambulaban libremente, no contaban con la protección adecuada; nunca tuvieron una oportunidad: contrajeron el virus y se derrumbaron ante él. 

El Sacerdote fue el primero en caer: vendió el sistema edificado de creencias a este nuevo mejor postor, y ahora todo mundo sabía que el Monstruo Creador había nacido de una virgen, muerto y resucitado al tercer día. El Científico ya vivía con un pie en esta distopía –o utopía, dependiendo a quién se le preguntase– desde antes de que apareciera el Monstruo Creador, así que simplemente continuó transcribiendo la lógica universal pero ahora en lenguaje binario. El Médico se convirtió en el Brujo-Chamán de los algoritmos, dedicándose ahora a reparar las fallas en los sistemas bípedos digitales. El Masón le daba mantenimiento al hardware que sostenía aquel mundo digital, y el Filósofo se quedó dando vueltas sobre sí mismo, despidiendo una luz intermitente. De esta manera, bajo la influencia del Monstruo Creador y el actuar de estos personajes, la sinergia y la disposición del sistema hicieron que la entropía y la neguentropía se neutralizaran entre sí, lo que lo volvió autosustentable.


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Al séptimo día, cuando el Monstruo Creador terminó de instalar sus bases de datos, de depurar todos los bugs y de dar el último giro de tuerca, reprodujo su creación en .mp4, y vio que era buena. Por lo que decidió descansar y dejar reproduciendo su obra en un loopinfinito.

Una gama de impulsos y sensaciones artificiales dominaban aquel nuevo mundo; una cacofonía de sonidos digitales enarbolaba las raíces de los terabytes de millones y millones de años de existencia: los beepsde las carreteras sobresaturadas de información, los cantos MIDI de los pájaros, el sonido ocasional de reconexión del módem primigenio, o el zumbido de sobrecalentamiento –y la subsecuente extinción– de los organismos virtuales.

Y así transcurrieron algunos eones sin mayor incidente más que algunos errores ocasionales en los comandos audiovisuales, que provocaban que se crashearanlas imágenes y los sonidos. Cuando esto sucedía, el Monstruo Creador descendía del cielo con su manual de instrucciones y su caja de herramientas. Y de algún rincón del universo, una vocecita monocorde le decía: «Ningún Dios, analógico o digital, es perfecto».

Y la vocecita tenía razón, pues el Monstruo Creador pasó por alto un detalle: el Poeta, quien nunca había estado sujeto al mundo, se había mantenido tras una triple prisión durante todo aquel tiempo. La primera, la del olvido y el menosprecio, impuesta por los otros personajes; la segunda, la de su propio idealismo; la tercera, la prisión .exe que se materializó por la influencia del Monstruo Creador.

Sucedió que una noche, el sobrecalentamiento de un bulbo encendió el sensor de materia, este, a su vez, envió señales falsas a la tarjeta madre, lo que provocó una reacción en cadena que desembocó en la descompresión forzosa de la prisión .exe. La última resistencia había sido liberada.

El Poeta, quien es servidor de la noche, y quien siempre anduvo ajeno a las ataduras de la realidad, fue el único que se pudo rebelar. Encendió el fuego real en medio de aquel mundo iluminado por luces LED; tomó sus desechos y con ellos graffiteólos antiguos símbolos y signos lingüísticos en cada soporte del hardwarede aquel mundo dominado por el código binario. 

Al detectar la amenaza, el sistema activó los cortafuegos, y pronto aparecieron los agentes antivirus para neutralizarla. Pero el Poeta los repelió con su revólver de balabras

La lucha se recrudeció, y el mismo Monstruo Creador descendió del cielo para hacerle frente al Poeta. En ese momento, se liberaron otras dos resistencias, y entre chispazos eléctricos, aparecieron el Pintor y el Músico, quienes se unieron a la rebelión.

Unieron sus armas milenarias y golpearon al mismo tiempo: el Poeta hizo arder el fuego de su logos; el Músico aprestó el rayo de su melodía y el trueno de su armonía; y el Pintor materializó la luz y la sombra con sus dedos. El golpe fue devastador, y tres de los seis lóbulos cerebrales del Monstruo Creador fueron mortalmente dañados. Luego, en medio de una explosión de luz multicolor que lo cubrió todo, el Monstruo Creador desapareció.

Los bulbos estallaron ante la sobrecarga eléctrica, las resistencias se fundieron, los sistemas cayeron. El mundo entero era ahora un caos de sinestesia sin pies ni cabeza: los sonidos entraban por los ojos, las imágenes se podían olfatear, y el sabor de las cosas se filtraba por la piel. Sin embargo, los héroes de la rebelión trabajaron junto a los demás personajes –una vez liberados del virus– para devolver cada impulso eléctrico y cada percepción a su sentido correspondiente. 

Cuando hasta el último vestigio del Monstruo Creador fue derribado, los personajes se vieron en la necesidad de elegir un líder que los representara. Las voces aclamaron al Poeta y lo propusieron como el dirigente de este nuevo mundo. Sin embargo, declinó la oferta, ya que esta nueva realidad le parecía tan incoherente como la anterior.

De modo que la regencia del nuevo mundo pasó a manos del Filósofo, quien con su luz –que no era la potente luz LED del Monstruo Creador, ni tampoco la del fuego salvaje del Poeta, sino una luz tenue y tranquilizadora– guio a las criaturas bípedas analógicas en el largo camino fuera de las cavernas.

Pasaron los años, y el nombre del Poeta fue olvidado. De tiempo en tiempo se le puede ver vagando por los caminos, haciendo fogatas con sus poemas; o recluso en la prisión que se creó a sí mismo. El nuevo mundo ya no recuerda aquellos días artificiales en los que reinaba el caos de la lógica. Pero el Poeta recuerda, y espera el día en el que aparezca otro monstruo contra el cual rebelarse, o bien, para crearlo, en caso de que nunca llegase.

Foto: Imagen de Pete Linforth en Pixabay 

Iván Artalejo

Nace el 30 de julio de 1990, en la ciudad de Chihuahua, Chihuahua, México.

Fue un niño introvertido, criado en un ambiente solitario. Ante la ausencia de otros niños con los cuales jugar, acudió a los libros que tenía a la mano para alimentar su imaginación infantil. Crea sus primeras historietas mientras cursa la escuela primaria.

A los 18 años escapa a Estados Unidos donde consigue varios empleos, y luego de un año regresa a su ciudad para estudiar música, francés y, recientemente, psicología clínica. 

En el 2014 publica sus primeros poemas en una antología de poetas locales. Y desde el año 2015, hasta su disolución en 2018, fue miembro del movimiento Poesía Norteña, cuya misión era llevar la poesía a las calles. Ha gestado y participado en múltiples eventos culturales de su ciudad, y su trabajo ha sido publicado en distintos sitios independientes de su país y a nivel internacional. Actualmente trabaja en su primera recopilación de relatos, y traduce obras de autores de distintos países, así como columnas para la revista cultural Operación Marte, de la Ciudad de México. Es además creador de contenido y administrador de las páginas Poesía Ilustrada Iván Artalejo, en Facebook.


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