Por Antonio Mora Vélez
La astronave Omycrón I, que fue construida para desarrollar una velocidad de hasta doscientos kilómetros por segundo, viajaba a una velocidad cercana a los mil. Era como si una extraña fuerza se hubiera apoderado de la nave y la llevara con su atracción hacia lugares no previstos en el programa de vuelo.
En La Tierra –entretanto- se desencadenaba la mayor tempestad magnética de su historia. Las comunicaciones de radio, el transporte y hasta los generadores de energía se encontraban paralizados. Todo el orbe en estado de emergencia por una causa que no había sido precisada totalmente. Sólo sabíamos que un poderoso campo magnético abrazaba todo el sistema solar a juzgar por las alteraciones ocurridas en los casquetes polares marcianos y en la densa atmósfera venusina, y que nuestra nave aumentaba de velocidad en forma vertiginosa.
Ya habíamos perdido la esperanza de salvar la primera expedición a Ganímedes. Así las cosas, no teníamos otra alterativa distinta a morir desintegrados.
Cuando alcanzamos el límite entre la masa y la energía y todos los tripulantes de la Omycrón vislumbrábamos el fin de nuestras vidas, empezamos a sentir una sensación de ingravidez que superaba el campo gravitatorio artificial de la nave. Y a sentir también una extraña sensación de calor interior que parecía partir de nuestras venas y arterias. Los objetos adquirieron entonces un matiz rojo brillante y un aumento progresivo de volumen, y se hicieron maleables hasta el punto de parecer, junto con las paredes interiores de la nave, una maqueta de plastilina construida por algún escolar de los institutos técnicos. No obstante, con excepción del centro regulador de la velocidad, los demás instrumentos funcionaban normalmente.
Pero lo más excepcional -les cuento- fue el cambio operado en nosotros. Inicialmente sentimos una disminución de la densidad de nuestros cuerpos y un irritante cosquilleo por toda la piel. Después vimos cómo toda el agua se nos escapaba por los poros hasta quedar todos los tripulantes convertidos en curiosos seres vivos con pieles parecidas a la piedra pómez y con ojos que parecían cristales de vitrina en exhibición. Pero seguíamos siendo los mismos personajes que partimos de La Tierra, pensando y trabajando como cualquier astronauta de los muchos que ya surcan los espacios siderales.
Habíamos dejado atrás nuestra galaxia y nos sumergíamos en las profundidades del espacio cósmico atraídos por la misteriosa fuerza. Nuestra trayectoria perpendicular al plano ecuatorial de la Vía Láctea, nos alejaba cada vez más de ella. Por esto, cada segundo que pasaba, la Vía Láctea aparecía ante nosotros más pequeña y más nítida en sus contornos, más impresionante y más hermosa. Eran millones de estrellas apiñadas en torno del exuberante fuego central que nos mostraba toda la majestuosidad de su arquitectura.
Las comunicaciones con La Tierra habían quedado suspendidas y en la distancia no aparecía cuerpo alguno que nos comprobara la naturaleza material de la fuerza que nos controlaba y conducía. Fueron horas de angustia durante las cuales reflexionamos sobre ese optimismo humano que persigue la conquista del cosmos muy a pesar de las contingencias de una materia infinita en el tiempo y en el espacio, y conociendo apenas una pequeña parte de ese todo misterioso que llamamos la esencia de las cosas.
Varios días convencionales después, Víctor –el encargado del láser de profundidad- descubría un oscuro planeta que se interponía en la ruta de nuestra astronave. Este descubrimiento y la entrada en órbita después, hechos separados apenas por horas de las nuestras, y ya estábamos girando en torno del misterioso cuerpo celeste y preparando el módulo de rastreo. Justo en ese instante notamos que no obstante haber reducido la velocidad diez veces, seguíamos siendo los mismos seres translúcidos, corrientes visibles de energía con apariencia corporal, como si todavía viajáramos a la velocidad de las ondas lumínicas.
Aterrizamos y me correspondió en suerte hacer parte del grupo explorador que examinaría las propiedades del planeta negro y que traería a la nave de rastreo muestras de su material. Me acompañaron Yuri y Elmor, vice-comandante y astrofísico de la expedición respectivamente.
Al término de la caminata supimos que en el planeta no había atmósfera, que poseía movimiento de rotación, pero en sentido contrario, que su densidad era pasmosa, que no reflejaba la luz solar como los demás planetas, que tenía una contextura como la del caucho y que su superficie era casi lisa, que en algunos lugares había cráteres y pequeñas montañas, por lo que supusimos que habíamos encontrado un planeta muerto en torno a una estrella extinguida.
Dispusimos entonces, ya en la nave, el análisis químico del suelo y no encontramos huellas de ninguno de los elementos de la tabla periódica. Igual sucedió con el análisis espectral; solo se veía una franja negra cruzada por una línea blanca de poco espesor, como si el misterioso planeta estuviera compuesto por una sustancia que no existía en La Tierra. Pero hubo algo más que nos llamó poderosamente la atención. Contrariamente a lo que pensábamos en un comienzo, el planeta negro no era del todo compacto. Vimos muchos canales interiores que se iluminaban con una luz azul intensa a intervalos de dos o tres segundos. Para ver las líneas de luz tuvimos que asomarnos en el borde de los cráteres ya que desde lo alto y desde nuestra posición sobre la superficie no eran perceptibles.
Quién sabe y nunca lo supimos ¿Qué secretos escondía el interior del planeta eléctrico –que así lo llamé entonces- y nos preguntamos si sus seres vivos no residían en el interior del mismo resguardados por la corteza? ¿Y si no serían seres eléctricos como los “coheticos” de cristal del cuento Segunda expedición al planeta extraño del ruso Vladimir Savckenko? Desgraciadamente no estábamos en condiciones de comprobarlo. Para hacerlo hubiéramos tenido que enfrentarnos a una ráfaga de varios millones de electrón-voltios de la energía que surcaba por su interior. De todos modos, ya sabíamos algo importante: en el planeta había energía transportada por canales y eso era indicio de inteligencia. Faltaba hacer algo para llamar la atención de sus habitantes, si es que ya no sabían de nuestra presencia. Determinamos entonces alterar con nuestro láser el ritmo de las corrientes eléctricas, pero tan pronto estuvimos preparados en el borde de uno de los cráteres, Gori nos informó desde el módulo de rastreo que en el módulo de comando habían detectado otro cuerpo celeste oscuro que se acercaba peligrosamente a una velocidad mayor y en sentido radial.
Previendo la inminencia de la colisión rápidamente despegamos hacia la nave madre, lugar desde el cual pudimos observar, horas después, el encuentro catastrófico de los dos cuerpos. No hubo fragmentos disparados al espacio, no hubo desprendimiento de calor, y nuestra nave quedó intacta como si nada hubiera ocurrido y nuestros ojos impávidos frente a la luz brillante que nacía con el impacto. Observamos atónitos entonces tres cuerpos con el brillo de mil soles que se perdían en el infinito seguidos de sendos haces lumínicos, como si no hubiéramos estado en un planeta sino en el electrón de un átomo y contempláramos por primera vez en vivo la fusión y conversión del positrón y el electrón en quantos de luz.
1971
Foto: Imagen de Yuri_B en Pixabay

Antonio Mora Vélez
Abogado, docente y directivo universitario, poeta, cuentista, novelista, ensayista y gestor cultural. Nació en Barranquilla el 14 de julio de 1942. Es considerado uno de los precursores y un clásico de la ciencia-ficción colombiana, el escritor colombiano del género que más libros de CF ha publicado y que más veces ha sido incluido en antologías internacionales. Ha publicado diez libros de cuentos, cuatro novelas, tres poemarios y dos libros de ensayos. Sus cuentos y poemas figuran en varias antologías nacionales y extranjeras, entre las cuales destacamos: Joyas de la Ciencia Ficción (La Habana, 1989), Antología latinoamericana de Ciencia Ficción (Paris, 2008), Ficción y Realidad (Stuttgart, Alemania, 2015) y Tricentenario (Buenos Aires, Argentina, 2012). Ha obtenido varios premios y distinciones. Su cuento Yusti ganó el concurso internacional de cuento de Cf auspiciado por la Unión Hispanoamericana de Escritores (Lima, 2013). Su poema Los jinetes del recuerdo ganó el concurso internacional de poesía fantástica auspiciado por la revista española Minatura (2015). En agosto de 2014 el Parlamento Nacional de escritores le hizo entrega del Libro de Oro de las Letras colombianas como un reconocimiento a su obra literaria. Reside en la ciudad de Montería, Colombia.
2 thoughts on “CRONISTAS ÓMICRON: Descubrimiento en el planeta eléctrico”
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