Por Diego Maenza
La obra de Mike Wilson fluye sin prejuicios a través de diversos registros. Desde la iniciática novela El púgil (drama de ciencia ficción que se ambienta en un país sudamericano asolado por extraterrestres) hasta la experimental y minimalista Ártico, abarcando, desde luego, el monumento llamado Leñador (su magnum opus, hasta la fecha), Wilson construye un universo propio que paradójicamente es destruido en cada nuevo libro, y pese a tener una obra consolidada, alguna vez afirmó que no cree en el llamado proyecto de escritor.
Las novelas breves Zombie y Rockabilly apelan a una condición deshumanizada de los protagonistas y sus estructuras conservan ecos faulknerianos. Como sucede en Mientras agonizo, las voces en Rockabilly se alternan para ir narrando en tiempo real las distintas versiones sobre los acontecimientos de una madrugada insólita. Los protagonistas, tan inusitados como entrañables, otorgan a la obra un halo envolvente e hipnótico. Babyface es un obeso con una deformidad craneal; Suicide Girl, una adolescente a la que se le infla de leche un pecho después del evento (la caída de un objeto no determinado en el jardín de Rockabilly, quien es presentado como un treintañero de aspecto rebelde manipulado por un tatuaje de figura de mujer y que, con pala en mano, cava frenético durante la medianoche); y Bones, una mascota que nos contará la historia desde su particular punto de vista perruno a partir de que su cognición sea iluminada por el arribo del elemento estelar. Destacan además un misterioso grabado con forma de mujer que adherido a la espalda sudorosa del paleador manipula psíquicamente a quienes circunda, una alimaña a la que luego de muerta se le descubre que su naturaleza reptiliana, ya sin cola y sin garras, guarda un símil antropomorfo, y un Rockabilly consumido del que ni siquiera tenemos su perspectiva (en la sección de él, asume la voz un narrador omnisciente en tercera persona) que con inercia remueve la tierra hasta la extenuación al querer descubrir algo más que un meteorito y en cuyo techo ha quedado una pequeña perforación llameante. Desde que tatuaron a Rockabilly, la imagen de la mujer en su dorso desarrolla vida propia hasta llegar a convertirse en un apéndice de nuestro protagonista, y ya no podríamos verlo como un hombre con una marca, sino como una imagen tatuada de mujer a la que se le ha añadido carne. Una influencia que proviene de la entidad desconocida o de la figura grabada en la piel estimula a los vecinos. Aquella fuerza extraterrena no solo modifica el comportamiento de los personajes sino también la anatomía; de esta forma a Suicide Girl se le empieza a inflamar un pecho, que se habilita para dar de lactar a la pequeña lagartija que nunca queda saciada, y a Bones le estallan pensamientos y percepciones humanas. Situaciones singulares en las que todo pareciera desembocar en una conspiración de potencias alienígenas por apoderarse de la humanidad, o más bien en una batalla de dos facciones antagonistas que toman la Tierra como su campo de conflagración.
En la nouvelle Zombie, la historia se desarrolla después de cinco años de haber ocurrido una catástrofe que denominan el Holocausto, en lo que se supone que ha sido un ataque nuclear. El suburbio en que se deslizan jóvenes huérfanos ha sobrevivido al cataclismo debido a que el misil destinado a la zona ha quedado incrustado en el pavimento sin haber detonado. Los sobrevivientes coexisten en hordas ya sea en el suburbio que ha permanecido intacto o en la espesura del bosque, y suelen entregarse al consumo de cristales de metanfetamina. La ciudad capital ha sido arrasada y solo restan kilómetros de tierra oscurecida de ceniza que los supervivientes llaman el pozo, y un mar negro al que es difícil acceder. El artefacto nuclear destaca en apariencia neutralizado y por sus alrededores circundan los desamparados que nos cuentan la historia: James es el muchacho más normal dentro de la trama y actúa con madurez; él inicia la historia y quizá sea el único que la termine. Andrea es una joven apasionada por James y perseguida por el brutal Frosty, que terminará zombificada espiritual y físicamente. Fischer es la primera y única hija del Holocausto, pues luego de las detonaciones padeció un trastorno amnésico y no conserva memoria de su vida anterior al siniestro: para ella el único mundo conocido es el de los escombros. Y nos encontraremos también con el desfigurado Frosty cuyo accionar será determinante (finaliza convertido en el sumo sacerdote de una secta que se tatúa tentáculos en los brazos y que no cree que la humanidad pueda resurgir).
Scout es un cuento largo. Sus héroes son adolescentes extraviados que asumen personalidades de ficción para poder soportar el peso de la existencia. El desarrollo de su trama, solidificada en triángulos de atracción juvenil, plantea la necesidad de los actores de evadirse de un terreno precario forjado por las irracionalidades de los adultos, y así lo entenderán los clanes de insubordinados que desde las sombras empezarán a poblar las calles con una algarabía de rebelión y anarquía.
En estas tres obras, Wilson trabaja sobre un patrón de cuatro narradores, que se alternan para ponernos en evidencia un espejo de angustia; y no obstante, un residuo de esperanza y candidez late en los personajes menos aborrecibles.
En Leñador, voluminosa novela que se erige como una épica de la intimidad, el protagonista procura desprenderse de un pasado en ruinas (quizá hasta cierto punto lo consiga, porque los lectores terminaremos la novela sin conocer los hechos que han marcado su devenir; en este sentido me recuerda al Josef Kronz de Javier Vásconez en El viajero de Praga), no en vano se plantea el subtítulo de la novela como ruinas continentales, que desde esta interpretación (y no la asumo como la única a la que se someta toda la obra de Wilson, pero sí como una exégesis lógica y funcional) lleva implícita los precedentes argumentales de sus anteriores trabajos; en cuanto a trama pertenece al mismo linaje narrativo. Pero hay que destacar una particularidad: Leñador se impone estéticamente al nutrirse de diversos recursos, e incrustar la estructura de los saberes enciclopédicos y las orientaciones de los manuales de instrucciones, y aventaja a sus homólogas sobre todo por la intrepidez formal y por el manejo mesurado del lenguaje, con ninguna palabra o situación sobrante. Es la obra más acabada del conjunto.
Hastiado de la humanidad, el personaje de Leñador busca refugio lejos de ella, y pretende integrarse a la naturaleza con el afán de desaparecer. Después de frecuentarla, ya no busca la naturaleza como hábitat (la trabajó y respetó y no lo satisfizo), su objetivo, en la lógica de una espiritualidad de carácter naturalista es emprender un peregrinaje que lo lleve a ser naturaleza. De ahí que asuma esta empresa como motivación vital, y escape de los últimos vestigios de gregarismo hasta lograr integrarse físicamente con las faldas de un volcán.
Ártico es una construcción whitmaniana que se desarrolla (por absurdo que parezca) como una narración constituida en su mayor parte por párrafos de una sola palabra. Cada vocablo forma un enunciado y cuenta un fragmento de la historia. El personaje de Ártico visita un zoológico abandonado en una ciudad innombrada y divaga o recuerda sobre acontecimientos que existieron o que imagina.
Tanto en Leñador como en Ártico los narradores son hombres solitarios cuyo pasado quieren desterrar de su memoria, cada uno a su manera. El leñador desde el nihilismo que incluso nos excluye a los lectores, al no mostrarnos ni una pizca de su vida pretérita ni de sus pensamientos más personales (nos debemos conformar con sus percepciones inmediatas), y el protagonista de Ártico al estrellarse fríamente contra sus remembranzas, y llegar al extremo de formular una nomenclatura de sus recuerdos o anhelos, una lista de sus hechos trascendentes.
Los personajes de Wilson son perdedores a los que pareciera que ya no les importa echar el último resto de sí, y que sin embargo acometen el acto de vivir con el aliento restante, como la última esperanza de encontrar algo que los libere del intolerable peso que desconocen y que los abruma. Así Rockabilly que cava enajenado en el lugar que ha impactado el meteorito o el ovni, al querer otorgar un sentido a su búsqueda; así el joven James que atraviesa el pozo con el deseo de llegar al mar mientras el desfigurado Frosty detona el misil apocalíptico; así el leñador que se excluye al pretender escapar de las certezas con la intención de hallar algo más profundo o trascendente, algo que lo redima y al mismo tiempo lo aniquile; así el joven Scout que recurre a inventarse una identidad; así el innombrado de Ártico que intenta encontrar el pasado o forjar un porvenir parado sobre unas ruinas.
Quizá todas las obras de Wilson se dibujen sobre el escenario de ese mundo invadido por extraterrestres de El púgil. Quizá sus personajes sean contemporáneos de un mismo mundo, convivan en un mismo tiempo. Que Rockabilly descubra en su patio no un meteorito sino la nave extraterrestre de la raza que empezará a obliterar el orbe. Que Frosty desde su zona privilegiada de nuevo monstruo consume la detonación que acabe con lo último que resta de una humanidad sin sentido. Quizá el niño Scout deba inventarse una identidad al refugiarse en una historieta, del mismo modo que los adolescentes de Zombie y Rockabilly sucumben al influjo del consumo de los cristales de la droga meth, en la búsqueda de un sustituto existencial que les brinde una razón a sus vidas derruidas (y demuestra que la ficción también es una droga y una salvación, una ventana de escape de los males que azotan a la humanidad). Quizá el púgil de su primera novela sea la enigmática y anónima voz de Leñador que confiesa que también peleó en un ring y en una guerra, y que huye hacia los residuos intocados de Canadá y se evade de la oscuridad de su vida pasada y del mundo destrozado. Quizá el protagonista de Ártico sea el símbolo de aquella devastación al descubrirse interactuando consigo en los escombros de un parque: últimos pensamientos humanos en un planeta que ya no tiene salvación.
Mike Wilson, sin pretender construir un proyecto de escritor, ha forjado un mundo propio donde habita una humanidad desolada, donde circulan criaturas despreciadas y despreciables, pero a las que tomaremos un inusual afecto, un territorio que emparenta un ciclo narrativo que podría empezar y diluirse en El púgil, Rockabilly, Zombie, Leñador, Scout y Ártico, un mundo que a pesar de renovarse en cada nueva obra, permanece como la misma tierra obliterada, un planeta jaspeado de manchas dantescas que aunque se muestre en apariencia diferente, bien observado, no diverge del nuestro, y en el que se desploma a diario una baraja de criaturas derrotadas que no es necesario mirar con lupas para comprender que se parecen con exceso a nosotros o que nosotros nos parecemos demasiado a ellas.
Fotos: Zombie / Mike Wilson / Editorial Alfaguara
Leñador / Mike Wilson / Errata naturae
www.wikipedia.org
Diego Maenza
Escritor ecuatoriano. Nace en 1987. Ha publicado el libro de relatos Teoría de la inspiración, que incorpora ribetes distópicos (primer volumen de la denominada Trilogía del arte) y el poemario Bestiario americano, libro que condensa mitos urbanos y leyendas de todo el continente. Es autor de Caricreaturas donde hibrida cuento y poesía, y de la novela Estructura de la plegaria que aborda temas sensibles como la pederastia y el aborto. Durante 2017 dirigió la revista digital de literatura latinoamericana Libro de arena.
Web oficial: www.diegomaenza.com
1 thought on “REPORTE ÓMICRON: El mundo devastado”
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