Por Aldo Muñoz Franco
“Ahora resulta que no sé dónde estoy”
Los rayos del sol pegaron sus ojos, que percibían imágenes borrosas.
Posó sus manos en las hojas que le rosaban la piel, percatándose de sus costuras rasgadas. Se levantó, pero se tambaleó sobre el suelo, pareciendo tropezarse con el aire. Su vista se hizo borrosa de nuevo.
Caminó entre el terreno salvaje, rodeado de charcos, quitando las hojas de encima. Pasó la selva, y al pisar tierra descubrió dónde terminaba, en su frontera encontró un desierto, pero era de noche y la luna no permitía ver más allá. Apenas avanzó otro paso, le entró un profundo dolor de estómago. Acarició su barriga.
– ¿Pero qué…?
Se sentó a lado de un charco de agua, y forzó su estómago para defecar. Lo que salió entre heces brillaba de plata y cromo; era un arma pequeña, parecida a una 9mm, la cual había sido eyectada con un chorro de sangre, en efecto, tuvo que ayudarse a sacársela, y eso le dolía más que su propio estómago. Se sentó a descansar un rato, con sus ojos llorosos; aun no podía pararse derecho.
Pasaron las horas, seguía ardiéndole. Entonces amaneció. Puso el arma a lado del charco para pulirla. También se metió él para limpiarse. Al salir de ese heladísimo aguacero, continuó caminando en camino al desierto.
Pasaron horas de caminata. El sol no se ocultaba, y a punto de darse por vencido en el cansancio y la deshidratación, escuchó gruñidos, pero no de animales, sino de personas. Corrió hacia una escalinata, vio el paisaje panorámicamente, y frente a la contraluz de un sol escondiéndose, avistó muchas de ellas.
–Oigan –gritó, resbalándose costa abajo en el acantilado–. ¡Oigan! ¡Escúchenme, aquí estoy!
Al tocar suelo y correr hasta ellos, se detuvo. Sus pupilas se contrajeron.
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Eran un montón de hombres grandes y fornidos quienes roían los huesudos restos humanos, algunos tenían la piel colgando todavía. Tenían aspecto de gigantes, con pieles ásperas, llenos de vello y vestidos solo con un taparrabos. Había una mujer, escondida detrás de una roca, que les observaba. Fue descubierta por cuatro más de ellos, y procedieron a acercarse; ella estaba asustada. Avistó lo que ellos hicieron con los que ahora son huesos. Tomó una piedra para defenderse. Fue entonces cuando rugió un disparo al cielo.
– ¡¿Qué está pasando aquí?! –Vociferó el hombre con la pistola.
Uno de los grandes corrió hacia él, y reaccionando en el segundo, disparó al frente, cubriéndose con el antebrazo izquierdo. Descubrió su cara, y el ser que cargó contra él yacía en el suelo, más los sesos despilfarrados. Los demás maullaron un alarido de angustia. Corrieron despavoridos.
Anonadado, avistó el resto del panorama.
–Todo aquí está muerto…
Vio a la chica que se estaba escondiendo detrás de la roca.
–Ey, ¡ey!
Corrió hasta ella, quien lo atacó con la roca. Le detuvo el brazo, la forzó al suelo, y le pegó la pistola en su pecho violentamente.
– ¡Escúchame! ¡Mi nombre es Isaac! ¡Ciudad Alfa, nivel dos, en el epicentro del continente! ¡Identificación es 1-4-7! Necesito que me digas en dónde estoy. ¡Háblame! ¡No tienes idea de lo que tuve qué hacer para llegar aquí! –Ella seguía sin responder, le forzó la pistola dentro–. ¡¿Me escuchaste, maldita sea?!
Ella empezó a llorar.
Retiró la pistola de a pulso, y la empujó al suelo para impulsarse él.
– ¡Por favor!
Había pasado una hora, con el atardecer poniéndose. Merodeó el área, entre todos los restos. Encontró un cráneo humano, que pisó por accidente.
–Así que este es tu mundo, ¿uh? Se ve idílico.
La mujer cavernícola no se quería mover: él tenía esa arma extraña que podía acabar su vida de un golpe, e intuyó que no tenía interés en ella, sabría lo que le pasó al resto de las mujeres cuando llegaron los hombres fornidos. Entonces se fijó en esta pieza de cañón, y notó que tenía una franja roja en el costado izquierdo, se paró para apreciarla mejor. Caminó en cuclillas hacia él y la acarició, de reacción movió el arma, aislándola en el proceso.
– ¡¿Qué te pasa?! ¿Estás loca?
Ella, llorando de nuevo, le señaló hacia la roca detrás de la que se escondió, abajo estaba la abertura a una cueva, caminó hacia ella. La siguió entonces, y adentro, pasando lo obscuro y rocoso, llegaron al centro más espacioso, tapizado de pieles como el área común de una sala. Le urgió para mostrarle un montón de dibujos con formas geométricas, con franjas de distintos colores, hechos a mano alzada. Encendió la luz de su pistola.
– ¡Espera, esa es mi nave! ¡Esas son naves de guardia!
Vio la historia completa, cómo los cavernícolas tomaron partes de la nave, y al llegar, fueron atacados por otros, llevándose a las figuras delgadas en sus espaldas. Avistó que uno, en la caravana, portaba un cuadro blanco.
Ella le dio este documento de papel, rayoneado de símbolos con carbón.
“Por cargos de asalto doméstico, asesinato a sueldo, y mantener una vivienda ilegal en la Ciudad Alfa, el gobierno presidencial lo condena a ser enviado a Beta, el segundo continente, en sustitución a su originalmente concedida pena capital.”
Le entró un ataque de nervios, y cayó al suelo.
–Estoy en Beta… ¡Estoy en Beta! ¡En donde mueren los criminales, ahí estoy!
¡Ah, no!
Corrió de la caverna y se largó hasta el horizonte. La cavernícola lo persiguió, balbuceando en señal de alerta, y él se detuvo frente a un paisaje.
–No es cierto… esto es una ilusión holográfica… es una capa de realidad simulada.
Puso primero su mano. Después todo su cuerpo. Atravesó esa falsa capa de realidad. Ella, la cavernícola, lo siguió temerosamente, pero entró también. Cayó de rodillas. Empezó a balbucear, parecía dolor. Empezó a aullar, y después se hincó, arrodillándose. Isaac cayó de rodillas también, al igual que ella, admirando el paisaje de una urbe que tenía el aspecto de las ruinas de la antigua Mesopotamia. Miró atrás. Del otro lado, en el holograma, se veía todo nublado, negro y relampagueante. Miró al frente de nuevo.
–Beta… no está dividida en capas de realidad… es tiempo. Son capas de tiempo…
Entonces admiró panorámicamente, la gran ciudad de Ur.
Foto: Imagen de SplitShire en Pixabay
Aldo Muños Franco
Nací en la ciudad de Saltillo, del estado de Coahuila, México. Hice ahí la primaria superior y secundaria, la preparatoria en la Ciudad de México, y actualmente soy estudiante de Comunicación. Mi pasión por escribir nació a una temprana edad al empezar contando historias que bien disparatadas, para mí eran creaciones de universos distintos en dónde plasmar mensajes, opiniones, ideas y pensamientos. Mi aspiración profesional es completamente creativa, no solo en forma de relatos, cuentos, micro ficciones y novelas, si no también dentro del ámbito de la cinematografía, con la creación de diversos guiones y participando para ser un cineasta más competente. A parte de certámenes ofrecidos por la escuela, donde nunca faltó mir participación, a pesar de presentir una lacra de redacción en mis escritos, siempre estoy atento a entrar en el terreno literario para permitirme recibir opiniones que incentiven a mejorar lo que ya he hecho, y así las historias siguientes puedan ofrecer mucho más. Creo firmemente en el mérito, y siento que ninguno estamos exentos del camino a mejorarnos, por ello siempre se debe estar abierto para recibir estas lecciones, sonará iterativo, pero no seríamos quienes somos sin ellas.
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1 thought on “CRONISTAS ÓMICRON: oblivion”
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