Por Ronnys Barrios.
La vieja y oxidada nave espacial llegó dando tumbos a través del tiempo vacío del espacio interestelar, hasta arribar a aquél lejano planeta, donde sus habitantes la acogieron.
Durante mucho tiempo estuvieron indecisos sobre si abrirla o no, aun cuando a simple vista comprendieron que se trataba de un medio de transporte, hueco en su interior, diseñado para que un ser viviente pudiera sobrevivir dentro de él.
Cuando por fin de decidieron, comprobaron, no sin aprehensión, que se hallaban ante un féretro flotante: su único tripulante hacía tiempo que había muerto a considerar por el estado del cuerpo.
Más por nostalgia hacia aquél explorador truncado que por curiosidad científica -ya que su propia tecnología rebasaba con mucho la del desaparecido visitante-, se dedicaron a estudiar la nave. En la pared exterior, bajo la cabina de mando, hallaron escrito, con pintura ajena al resto del artefacto, unos caracteres que tardaron poco en descifrar, gracias a los muchos archivos entre tangibles y electrónicos hallados dentro del mismo aparato: La Española, decía.
Después de muchas disquisiciones, concluyeron que se trataba del nombre de la nave, que presumiblemente había sido escrito allí por su solitario tripulante.
Pero nunca pudieron saber qué significaba. Y ese fue el único secreto que no pudieron arrancarle a la muerte…
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Antes de embarcarse en su viaje sin retorno, Floyd Bowman sintió la imperiosa necesidad de concederle un rasgo humanizante al frío metal de la cápsula espacial, que habría de transportarlo millones de kilómetros al olvido. La primera idea que se le ocurrió fue colocarle un nombre. Así que tomó un tarro de pintura y con una brocha trazó el nombre de La Española, justo debajo de la cabina de mando en la cara exterior del aparato.
Y sonrió ante la alusión.
Pues La Española era el nombre del barco en que navegaba Jim Hawkins hacia la Isla del Tesoro, en la novela del mismo nombre que él, Floyd Bowman, había leído cuando sólo tenía once años de edad…
Foto: Imagen de Peter Lomas en Pixabay
Ronnys Barrios
Cartagena De Indias, Colombia (1979). Desde pequeño me ha interesado la ciencia ficción y la fantasía, primero a través del cine, en películas como Star Wars, El Planeta de los Simios, Terminator o Mad Max, pero también Leyenda, Willow, Conan y El Señor de las Bestias, además de series televisivas tanto animadas como en imagen real. Ya en la adolescencia pude acceder a los clásicos de Julio Verne, a las ficciones pulp de las novelas de bolsillo españolas, y más tarde a la ciencia ficción más elaborada, al terror cósmico y a la fantasía más elaborada. Entre mis muchos intentos de crear mi propio mundo de fantasía y ficción, me he decantado más por el relato corto, ya que me permite condensar más las ideas trabajar en un estilo más preciso en el que cada frase debe ser sopesada y estar en armonía con el conjunto.
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