Teoría Ómicron

Revista de ciencia ficción y fantasía

CRONISTAS ÓMICRON: En la estela del portaaviones espacial

Publicamos el relato «En la estela del portaaviones espacial» de Cuauhtémoc Arista.

Por Cuauhtémoc Arista

Así es desde hace una década: mi casa está dividida en dos áreas por la sombra de la nave WX, que atraca a un kilómetro de altura, en las coordenadas  precisas que en el suelo corresponden al salón privado y resultan idóneas para su misión de vigilancia aeroespacial hemisférica. 

No fue siempre así. Cuando mis padres murieron y me quedé solo en la casa familiar, el portaaviones espacial todavía no se formaba en la mente del capitán Askit ni Alekséiev conseguía que le tomaran en serio sus proyectos avanzados de elusión molecular. Tuvieron que aparecer esas “grietas” en la capa de ozono, descubrirse la oscilación azul dentro de ciertos rayos ultravioleta, cambiar la frecuencia de vibración del carbono… 

Como buen fisiólogo teórico, todo eso me importaba un carajo. Mi generación creció en la Atmósfera 6, retruécano que designa la teoría de Matthews. Según ese físico, ya no pertenecemos a la especie humana. No supimos bien cuándo, surgió en especímenes humanos el gen WX, la última generación antropocéntrica comenzó a escasear en las clínicas de natalidad (clónicas, les decimos) y empezamos a llegar nosotros, con la idea de ser humanos pero con un entorno que lo hizo imposible. 

Y el tipo ofrece datos que demuestran cómo la vida humana dejó de ser viable en el planeta hace más de medio siglo. Pero tenemos sus lenguajes, sus modos de articularlos. Y con parte de esa herencia voy a seguir registrando los hechos.

Un buen día de mi juventud, Marla aceptó quedarse a vivir en mi casa. Poco a poco, con la inocencia de una enredadera, comenzó a borrar de las paredes y de todos los espacios interiores y semiexteriores las cosas de mis padres, los colores con los que crecí, incluso la dirección y la calidad de las luces. Con delicados toques construyó su nueva casa encima de las ruinas de la mía, por así decirlo. Y eso me liberó.  

Cosa de un año después, un mal día de mi juventud, el gobierno de la Coalición Tardoccidental, para defender lo que llama orgullosamente la civilización energética, declaró  a todo el hemisferio zona de riesgo planetario. Esto le dio atribuciones para decretar leyes supranacionales, imponer medidas coercitivas, disponer de los recursos necesarios para garantizar la seguridad.

Por esos días presenté el examen académico requerido para ejercer de fisiólogo en el corporativo DIQQ. En mi tesis utilicé la concentración de poder en la Coalición como premisa lógica para el argumento que hoy figura como nota obligatoria de pie de página en la teoría de Matthews: si no somos humanos, heredamos de ellos rasgos antropomórficos arcaicos como el afán de poder extrabiológico.  Todo desde un enfoque organizacional.

Es decir, el afán de poder está en los genes pero no se corresponde con las cualidades de liderazgo o la superioridad de capacidades corporales como en la naturaleza, sino al revés, con la malicia del débil y la previsión del cobarde, que sólo se siente seguro si tiene un arma en el cuello de aquel a quien le teme. (Si otro pusiera en esos términos mi aportación científica, yo demandaría de inmediato un mentís y una compensación en el Alto Tribunal, pero me complace ponerlo en claro yo mismo.) 

Otro ciclo astronómico pasó. Una mañana, ya el sol no iluminó la mitad del salón privado. Yo lo noté porque, si bien era un día de asueto, la siempre luminosa Marla parecía triste, ensimismada. Me dijo que sólo tenía frío. Entonces volteamos hacia arriba y vimos en el domo la línea que dividía el salón y la mesa por la mitad. Al siguiente día ella no quiso cambiar de lugar. La deleitaba mirar el microsistema selvático bo

bonsái que construyó con tanta dedicación y colocó en el muro que, durante la comida, quedaba a mis espaldas. A mí me bastaba escuchar el agua nutricia e imaginar la lluvia natural como me la describían mis padres. Ante mi insistencia, me pidió una manta para cubrirse el torso. “No es más que una nube demasiado densa, tal vez una de esas grietas de las que hablan en los comunicados oficiales. Ya se moverá”. 

Al tercer día salimos. No se veían nubes en el cielo. Sólo el logo del gobierno de la Coalición Tardoccidental bajo el vientre de la gigantesca nave WX. 

***

Los guardias del Ministerio de Exteriores me franquearon la entrada. Una pequeña pero al parecer importante funcionaria se encargó de conducirme, no sin espiar de reojo si me impresionaba que alguien de su rango (tres comillas alemanas) me escoltara por un pasillo rectilíneo y desnudo, por el que nadie podía perderse ni robar nada. 

–Estimado doctor Sorgskit –me dijo el subdirector Herrod en medio de un abrazo–, ¡cuánto me complace conocer al hijo de mi amigo Sovreinis! Créame que luché por traerlo al ministerio, pero DIQQ es demasiado poderoso. Ya sabe, como escribió usted en su disquisición académica: “…actualmente el arma más sofisticada de la Coalición es el presupuesto coparticipativo, que le otorga poderes invisibles pero infalibles a la hora de conseguir sus objetivos”.

–Eso está fuera de contexto –dije, y sonreí, admirado de que un oficial de inteligencia fuese en verdad inteligente, aun si la había leído mientras la oficial Importante me llevaba ante él–. La verdad es que quise elevar el salario que me ofrecía DIQQ. No pude.     

–Leí con mucha atención su queja por lo que usted llama “la sombra” de nuestro proyecto WX, que no es ningún secreto. Difundimos toda la información al respecto, excepto aquella que podría darle ventaja indebida a las alianzas aleatorias extranjeras.  Usted sabe, y lo cito otra vez: “…aun si asumimos que ya dejamos atrás la etapa humana, un gran poder nos llama a destruirlo, suplantarlo o, más fácil, asumirlo”. 

–Me halaga usted, Herrod. Pero de nuevo está fuera de contexto. Siempre me pregunté por qué envió el ministerio una requisitoria para reclutarme. ¿Qué podría yo aportar en sus misiones globales e interestelares? Para ustedes soy menos útil que un mecánico.

Herrod contestó vagamente. Hablaríamos de cosas más concretas si el presupuesto del siguiente ciclo lo permitía. Sobre mi queja, insistió en que no existía riesgo de salud asociado a la presencia de la nave sobre nuestra casa. Esa noble máquina, equipada para detectar, vigilar y en caso necesario destruir satélites o sondas armadas dentro o fuera de nuestro sistema solar, no emitía radiación, no generaba desechos ni cabía la posibilidad de que sufriera fuga de alguno de sus combustibles. 


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Según Askit, su creador –que yo “debería conocer muy bien”– era casi un monumento a los avances de la civilización energética. Claro, un monumento muy activo. “Lo invito a comprobar esto con un radiómetro casero”, dijo Herrod con un tono desafiante.

–En vista de que mi padre y mi madre murieron por causas laborales…

–A eso me refería. Como le habrá confiado su padre, la casa que usted habita fue levantada en coordenadas estratégicas. Ya lo eran antes del agrietamiento del equilibrio planetario, pero con éste resultan vitales para la defensa de nuestra civilización…

–La civilización energética.

–A la que usted dedica un capítulo…

–¿Cuál es el trato?

–Tiene opciones. Una es desmantelar esa casa y reconstruirla, con todos los costos a cargo del Ministerio de Exteriores, en un lugar más amable y seguramente poblado: tendrán vecinos, amigos… 

–La otra.

–Pueden quedarse ahí, como un reconocimiento a la intachable hoja de servicios de su padre y la inspiración que para todos nosotros fue su madre. Sólo que para justificar administrativamente su permanencia, tendrían que trabajar para nosotros… usted y su brillante pareja, Marla.

–Estoy comprometido con DIQQ.

–No le pedimos que traicione su contrato, ni siquiera que nos informe sobre el corporativo. Mantendremos su colaboración en secreto.

–¿Saben a qué se dedica Marla?

—No lo tome a mal, Sorgskit, pero quizá lo sabemos mejor que usted.  Somos los administradores de todos los proyectos hemisféricos y tenemos mucha curiosidad. En la civilización energética, lo cito de nuevo, la energía intelectual es muy preciada. 

–Me sorprende, capitán. Quién lo diría: el gran guerrero desperdiciándose como reclutador.

–Como usted mismo dijo…

–Ah, no. Una cita más y creeré que estoy hablando solo. Consultaré con Marla.

–Falta otra opción.

-¿Cuál es?

–Que sólo Marla trabaje con nosotros, abiertamente. Esto deja viables las otras opciones sobre la ubicación de la casa.

–La consultaré.

         Semanas después de que le envié mi respuesta a Herrod, me llegó un mensaje nada menos que del capitán Askit. Se despedía de cada uno de los integrantes del batallón Zhukov, los exterminadores que habíamos limpiado de vida mutante la tundra del Kurtai bajo su mando. Su intención no era suicidarse, eso ya lo había experimentado del modo más cruel. Se reintegraría a la naturaleza…

***

Yo en el lado poniente de la casa, mi esposa en el oriente, lo cual tiene una gracia macabra.

Son las coordenadas del edificio y de mi vida. Al principio la gigantesca sombra le pareció benéfica a Marla y durante el día la aprovechaba como una noche artificial, propicia para sus investigaciones sobre los métodos de registro de las tecnologías arcaicas. Así podía regular la luz a su gusto, mantenerla constante –lo que difícilmente se logra con las nubes de humo y las de vapor vagando en manadas justo encima de la nave WX– además del rumor de fondo que ella jura percibir y que utiliza para incrementar su concentración. Pobre, acostumbrada a las aulas y laboratorios de las universidades nórdicas.

Bromeábamos sobre hacer el amor en la brillante estela del portaaviones sideral.

Cuando ella se enfermó, demandé al Ministerio de Exteriores. El Alto Tribunal me dio parcialmente la razón, pero el resultado fue igual que declararnos culpables: nos condenaron a todos a mantener el secreto y a integrarnos en el proyecto secreto del que forma parte la gigantesca nave. 

Al parecer nos utilizan para medir el impacto ambiental de la nave WX, pero formalmente nos pagan para realizar tareas de poca importancia: Marla investiga distintas especies de plantas a nivel molecular y yo evado las preguntas de mis jefes en el DIQQ. Herrod le dio a mi esposa acceso libre a los recursos materiales del ministerio, pero sin duda trata de replicar las investigaciones de Marla en sus propios laboratorios.

Desde entonces, en la intimidad invadida de la casa, nos llamamos con otros nombres: ella es Xandra y yo Katzel. Nos comunicamos mediante el “código eyo”, que consiste en alternar palabras de dos discursos memorables que memorizamos por diversión desde nuestra juventud. A ella le corresponde uno del poeta tribal Maiakovski y a mí uno del colectivo conocido como Nerval. Sólo tenemos que escribir o formar con los dígitos de las manos la cifra correspondiente a la palabra del propio discurso para que el otro comprenda y v vaya formando la frase. La práctica nos hizo muy rápidos. 

Especialmente ella es habilísima con los dedos. Podría montar un espectáculo de prestidigitación.

Hace unos meses la nave WX despegó, no para contener un ataque extraterrestre como la diseñó el megalómano Askit, sino para destruir una serie de satélites zombificados y recuperar sus piezas a fin de limpiarlas de radiaciones basura.  Pero al volver atracó a kilómetro y medio del suelo y dejó sin su tóxica sombra la mitad de los dominios de mi esposa, la bella y terrible Xandra.

Contra lo que esperaba, ella se ve desconfiada. Nos vemos en el muro de acrílico que separa nuestras mitades de la casa, como estipulan las condiciones de trabajo en el proyecto del Ministerio. Acude cubierta con una túnica y con el rostro protegido por un humectante que le oscurece el rostro. Sonríe casi todo el tiempo con una expresión de bondad que siempre me agradó pero ahora me inquieta. 

Hace poco Xandra me pidió que consiguiera en la universidad donde estudió, sin que se enteraran los altos burócratas, un señalador Halux, dos pares de las baterías correspondientes y tres cómplex de cuarzo. 

Después de entregarle el material, le pregunté para qué necesitaba esas chucherías, si tiene todo lo que necesita con sólo pedirlo a Herrod. Como pensé que ella podría dudar de mí, ¿esto significa que dudé a mi ve de ella? Sin embargo, bastó que le preguntara para que me revelara su grandioso plan, que con su sencillez le vuelve a dar un profundo sentido a nuestra vida juntos. 

Al día siguiente me entregó a través del compartimiento de intercambio un amasijo de tallos de plantas aprobadas por los oficiales del Ministerio previo análisis en sus laboratorios. 

–Tíralo a la basura, por favor. Puede contaminar aquí al descomponerse.

Lo dijo para el Ministerio, sin duda. 

En realidad esas plantas provienen del jardín que cultiva en su encierro para sus investigaciones. Los laboratoristas-burócratas aseguran que la “enfermedad” de Xandra, que dio origen a nuestra queja y a la situación actual, no afecta a vegetales ni minerales, sólo animales. 

Al abrir el envoltorio vegetal encontré un aparatito muy bien ensamblado. No sabía que aparte de su belleza y el intelecto que me enamoraron,  las habilidades manuales de Xandra alcanzaran ese altísimo grado. Toda la noche jugamos a nombrar su dispositivo, conscientes de que existen escuchas aleatorias y otro tipo de vigilancias combinadas por parte de personal del Ministerio. Al final, por fatiga, nos quedamos en “quarzitrón”. Folclor puro.

La gracia de este nombre es que Quartzitrón es el proyecto en que Marla trabaja para Herrod y sus uniformados. Xandra y yo tenemos nuestros propios planes.

El quarzitrón, nuestro aparato, utiliza como fuente de energía una mezcla vegetal delicadísima, que al mezclarse con oxhidrol puede fermentarse gradualmente y producir mediante colisiones de micropartículas un calor desporporcionado sin fisión nuclear pero igualmente incontrolable, a no ser que se cuente con el dispositivo básico diseñado por Xandra. 

Si acaso Herrod lograra descifrar nuestras conversaciones y construyera su quartzitrón, se aterraría. Por lo pronto, mientras Marla sirve aplicadamente como sujeto experimental e investigadora de nutrientes vegetales para el Ministerio de Exteriores –donde sospecha que más bien trabajan en armas biológicas–, Xandra aprovecha los intervalos obligatorios de descanso para manufacturar el transmisor que llevará una parte del proceso materia-energía al reactor central del portaaviones espacial. 

Lo que más nos cuesta guardar en secreto son las ansias de verlo arder como un astro sobre nuestra vivienda, seguros de que al caer será más ligero que una flor del desierto.

bonsái que construyó con tanta dedicación y colocó en el muro que, durante la comida, quedaba a mis espaldas. A mí me bastaba escuchar el agua nutricia e imaginar la lluvia natural como me la describían mis padres. Ante mi insistencia, me pidió una manta para cubrirse el torso. “No es más que una nube demasiado densa, tal vez una de esas grietas de las que hablan en los comunicados oficiales. Ya se moverá”. 

Al tercer día salimos. No se veían nubes en el cielo. Sólo el logo del gobierno de la Coalición Tardoccidental bajo el vientre de la gigantesca nave WX. 


Los guardias del Ministerio de Exteriores me franquearon la entrada. Una pequeña pero al parecer importante funcionaria se encargó de conducirme, no sin espiar de reojo si me impresionaba que alguien de su rango (tres comillas alemanas) me escoltara por un pasillo rectilíneo y desnudo, por el que nadie podía perderse ni robar nada. 

–Estimado doctor Sorgskit –me dijo el subdirector Herrod en medio de un abrazo–, ¡cuánto me complace conocer al hijo de mi amigo Sovreinis! Créame que luché por traerlo al ministerio, pero DIQQ es demasiado poderoso. Ya sabe, como escribió usted en su disquisición académica: “…actualmente el arma más sofisticada de la Coalición es el presupuesto coparticipativo, que le otorga poderes invisibles pero infalibles a la hora de conseguir sus objetivos”.

–Eso está fuera de contexto –dije, y sonreí, admirado de que un oficial de inteligencia fuese en verdad inteligente, aun si la había leído mientras la oficial Importante me llevaba ante él–. La verdad es que quise elevar el salario que me ofrecía DIQQ. No pude.     

–Leí con mucha atención su queja por lo que usted llama “la sombra” de nuestro proyecto WX, que no es ningún secreto. Difundimos toda la información al respecto, excepto aquella que podría darle ventaja indebida a las alianzas aleatorias extranjeras.  Usted sabe, y lo cito otra vez: “…aun si asumimos que ya dejamos atrás la etapa humana, un gran poder nos llama a destruirlo, suplantarlo o, más fácil, asumirlo”. 

–Me halaga usted, Herrod. Pero de nuevo está fuera de contexto. Siempre me pregunté por qué envió el ministerio una requisitoria para reclutarme. ¿Qué podría yo aportar en sus misiones globales e interestelares? Para ustedes soy menos útil que un mecánico.

Herrod contestó vagamente. Hablaríamos de cosas más concretas si el presupuesto del siguiente ciclo lo permitía. Sobre mi queja, insistió en que no existía riesgo de salud asociado a la presencia de la nave sobre nuestra casa. Esa noble máquina, equipada para detectar, vigilar y en caso necesario destruir satélites o sondas armadas dentro o fuera de nuestro sistema solar, no emitía radiación, no generaba desechos ni cabía la posibilidad de que sufriera fuga de alguno de sus combustibles. 

Según Askit, su creador –que yo “debería conocer muy bien”– era casi un monumento a los avances de la civilización energética. Claro, un monumento muy activo. “Lo invito a comprobar esto con un radiómetro casero”, dijo Herrod con un tono desafiante.

–En vista de que mi padre y mi madre murieron por causas laborales…

–A eso me refería. Como le habrá confiado su padre, la casa que usted habita fue levantada en coordenadas estratégicas. Ya lo eran antes del agrietamiento del equilibrio planetario, pero con éste resultan vitales para la defensa de nuestra civilización…

–La civilización energética.

–A la que usted dedica un capítulo…

–¿Cuál es el trato?

–Tiene opciones. Una es desmantelar esa casa y reconstruirla, con todos los costos a cargo del Ministerio de Exteriores, en un lugar más amable y seguramente poblado: tendrán vecinos, amigos… 

–La otra.

–Pueden quedarse ahí, como un reconocimiento a la intachable hoja de servicios de su padre y la inspiración que para todos nosotros fue su madre. Sólo que para justificar administrativamente su permanencia, tendrían que trabajar para nosotros… usted y su brillante pareja, Marla.

–Estoy comprometido con DIQQ.

–No le pedimos que traicione su contrato, ni siquiera que nos informe sobre el corporativo. Mantendremos su colaboración en secreto.

–¿Saben a qué se dedica Marla?

—No lo tome a mal, Sorgskit, pero quizá lo sabemos mejor que usted.  Somos los administradores de todos los proyectos hemisféricos y tenemos mucha curiosidad. En la civilización energética, lo cito de nuevo, la energía intelectual es muy preciada. 

–Me sorprende, capitán. Quién lo diría: el gran guerrero desperdiciándose como reclutador.

–Como usted mismo dijo…

–Ah, no. Una cita más y creeré que estoy hablando solo. Consultaré con Marla.

–Falta otra opción.

-¿Cuál es?

–Que sólo Marla trabaje con nosotros, abiertamente. Esto deja viables las otras opciones sobre la ubicación de la casa.

–La consultaré.

         Semanas después de que le envié mi respuesta a Herrod, me llegó un mensaje nada menos que del capitán Askit. Se despedía de cada uno de los integrantes del batallón Zhukov, los exterminadores que habíamos limpiado de vida mutante la tundra del Kurtai bajo su mando. Su intención no era suicidarse, eso ya lo había experimentado del modo más cruel. Se reintegraría a la naturaleza…


Yo en el lado poniente de la casa, mi esposa en el oriente, lo cual tiene una gracia macabra.

Son las coordenadas del edificio y de mi vida. Al principio la gigantesca sombra le pareció benéfica a Marla y durante el día la aprovechaba como una noche artificial, propicia para sus investigaciones sobre los métodos de registro de las tecnologías arcaicas. Así podía regular la luz a su gusto, mantenerla constante –lo que difícilmente se logra con las nubes de humo y las de vapor vagando en manadas justo encima de la nave WX– además del rumor de fondo que ella jura percibir y que utiliza para incrementar su concentración. Pobre, acostumbrada a las aulas y laboratorios de las universidades nórdicas.

Bromeábamos sobre hacer el amor en la brillante estela del portaaviones sideral.

Cuando ella se enfermó, demandé al Ministerio de Exteriores. El Alto Tribunal me dio parcialmente la razón, pero el resultado fue igual que declararnos culpables: nos condenaron a todos a mantener el secreto y a integrarnos en el proyecto secreto del que forma parte la gigantesca nave. 

Al parecer nos utilizan para medir el impacto ambiental de la nave WX, pero formalmente nos pagan para realizar tareas de poca importancia: Marla investiga distintas especies de plantas a nivel molecular y yo evado las preguntas de mis jefes en el DIQQ. Herrod le dio a mi esposa acceso libre a los recursos materiales del ministerio, pero sin duda trata de replicar las investigaciones de Marla en sus propios laboratorios.

Desde entonces, en la intimidad invadida de la casa, nos llamamos con otros nombres: ella es Xandra y yo Katzel. Nos comunicamos mediante el “código eyo”, que consiste en alternar palabras de dos discursos memorables que memorizamos por diversión desde nuestra juventud. A ella le corresponde uno del poeta tribal Maiakovski y a mí uno del colectivo conocido como Nerval. Sólo tenemos que escribir o formar con los dígitos de las manos la cifra correspondiente a la palabra del propio discurso para que el otro comprenda y v vaya formando la frase. La práctica nos hizo muy rápidos. 

Especialmente ella es habilísima con los dedos. Podría montar un espectáculo de prestidigitación.

Hace unos meses la nave WX despegó, no para contener un ataque extraterrestre como la diseñó el megalómano Askit, sino para destruir una serie de satélites zombificados y recuperar sus piezas a fin de limpiarlas de radiaciones basura.  Pero al volver atracó a kilómetro y medio del suelo y dejó sin su tóxica sombra la mitad de los dominios de mi esposa, la bella y terrible Xandra.

Contra lo que esperaba, ella se ve desconfiada. Nos vemos en el muro de acrílico que separa nuestras mitades de la casa, como estipulan las condiciones de trabajo en el proyecto del Ministerio. Acude cubierta con una túnica y con el rostro protegido por un humectante que le oscurece el rostro. Sonríe casi todo el tiempo con una expresión de bondad que siempre me agradó pero ahora me inquieta. 

Hace poco Xandra me pidió que consiguiera en la universidad donde estudió, sin que se enteraran los altos burócratas, un señalador Halux, dos pares de las baterías correspondientes y tres cómplex de cuarzo. 

Después de entregarle el material, le pregunté para qué necesitaba esas chucherías, si tiene todo lo que necesita con sólo pedirlo a Herrod. Como pensé que ella podría dudar de mí, ¿esto significa que dudé a mi ve de ella? Sin embargo, bastó que le preguntara para que me revelara su grandioso plan, que con su sencillez le vuelve a dar un profundo sentido a nuestra vida juntos. 

Al día siguiente me entregó a través del compartimiento de intercambio un amasijo de tallos de plantas aprobadas por los oficiales del Ministerio previo análisis en sus laboratorios. 

–Tíralo a la basura, por favor. Puede contaminar aquí al descomponerse.

Lo dijo para el Ministerio, sin duda. 

En realidad esas plantas provienen del jardín que cultiva en su encierro para sus investigaciones. Los laboratoristas-burócratas aseguran que la “enfermedad” de Xandra, que dio origen a nuestra queja y a la situación actual, no afecta a vegetales ni minerales, sólo animales. 

Al abrir el envoltorio vegetal encontré un aparatito muy bien ensamblado. No sabía que aparte de su belleza y el intelecto que me enamoraron,  las habilidades manuales de Xandra alcanzaran ese altísimo grado. Toda la noche jugamos a nombrar su dispositivo, conscientes de que existen escuchas aleatorias y otro tipo de vigilancias combinadas por parte de personal del Ministerio. Al final, por fatiga, nos quedamos en “quarzitrón”. Folclor puro.

La gracia de este nombre es que Quartzitrón es el proyecto en que Marla trabaja para Herrod y sus uniformados. Xandra y yo tenemos nuestros propios planes.

El quarzitrón, nuestro aparato, utiliza como fuente de energía una mezcla vegetal delicadísima, que al mezclarse con oxhidrol puede fermentarse gradualmente y producir mediante colisiones de micropartículas un calor desporporcionado sin fisión nuclear pero igualmente incontrolable, a no ser que se cuente con el dispositivo básico diseñado por Xandra. 

Si acaso Herrod lograra descifrar nuestras conversaciones y construyera su quartzitrón, se aterraría. Por lo pronto, mientras Marla sirve aplicadamente como sujeto experimental e investigadora de nutrientes vegetales para el Ministerio de Exteriores –donde sospecha que más bien trabajan en armas biológicas–, Xandra aprovecha los intervalos obligatorios de descanso para manufacturar el transmisor que llevará una parte del proceso materia-energía al reactor central del portaaviones espacial. 

Lo que más nos cuesta guardar en secreto son las ansias de verlo arder como un astro sobre nuestra vivienda, seguros de que al caer será más ligero que una flor del desierto.

Ojalá para entonces Herrod siga vivo para revelarle personalmente nuestro secreto. Creo que eso culminaría mi transición a nuestra nueva especie, y embalsamará en el ámbar de la memoria la humanidad de mis queridos padres.

Imagen de labelcarte66 en Pixabay

Cuauhtémoc Arista

Foto de Blanca Villeda

México, 1966. Estudió Letras Hispánicas en la Universidad Nacional Autónoma de México y ha trabajado como corrector, guionista de radio, editor y colaborador en periódicos nacionales y revistas culturales. Es autor de dos poemarios: Huidas a la luz (editorial Factor, 1987) y Abejas en el ámbar (UNAM, 1993), así como cuentos, traducciones de poesía, reseñas y críticas de libros en diversos periódicos y revistas culturales mexicanos, lo mismo que textos para catálogos de pintura y de fotografía.
La mayor parte de su obra publicada consiste en poemas.
En 1993 obtuvo el diploma de finalista en el Premio de Publicidad y Programación Radiofónica del Festival de Nueva York, como escritor en el ramo de Cultura y Artes, y en 1996 le fue otorgada la beca del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes en la rama de poesía.