Por Gisela Sanhueza Quezada
El viejo piso de madera de la gran casona crujía bajo los pies de la abuela, cuidadora de la última casa del barrio perdido de Temerlung en Estonia.
Ron sabía muy bien de ese ruido cuando jugaba con gato entre los muebles, pero, solo quería jugar hasta quedar exhausto, eso lo hacía olvidar por un instante su plana existencia de animal subyugado bajo la dominación de los humanos, así, esa vida se hacía más grata en compañía de gato su único amigo. Las horas transcurrían eternas, yendo del patio a la cocina, masticando sus galletas, rascando sus costillas. Ron se recostaba frente a la ventana esperando que el tedioso día acabara de una vez para que la noche hiciera su aparición. Durante la tarde atrapaba moscas con su hocico, pero las volátiles huían más rápido de lo que él esperaba.
Una mañana, Ron decidió salir de casa. Arrastró su cuerpo bajo la reja metálica del jardín que rodeaba la casa, lanzó un profundo respiro y se dijo:
―Por fin, nada como estar libre para dar el clásico recorrido por el barrio. Una sacudida breve, caminar y olfatear.
Al llegar a uno de los parques del barrio un grupo de personas reunidas llamó su atención. Para Ron era extraño escuchar el habla de los humanos, a sus oídos perrunos constituía un ruido agudo incomprensible. Puso atención y levantó las orejas con máximo interés. Una mujer cubierta por una larga capa verde levantaba sus brazos hacia el cielo. A un costado y sobre una pequeña mesa: un libro negro. La mujer leía pasajes del libro a los asistentes y estos le daban unas láminas de papel que sacaban de sus ropas o bien le obsequiaban formas redondas y brillantes. Ron no entendía nada, por tanto prefirió seguir su caminata.
Más provechoso era caminar hasta la carnicería y quedarse mirando fijo al carnicero. Este que lo conocía, lo identificó al momento. Ron respondió con su cola, estaba seguro que le daría algún bocado sabroso y así fue, el humano le lanzó una salchicha que Ron atrapó en el aire.
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De regreso a casa, el grupo de personas ya se había disuelto, Ron se detuvo nuevamente frente a la mujer que vestía la capa verde para verla de frente. Esta, se encontraba contando y estirando las láminas de papel, que iba poniendo en un bolso con gran cuidado. El libro seguía sobre la pequeña mesa y el perro se quedó mirándolo.
Ron pensó:
―Cómo me gustaría aprender a leer, así podría entender a los humanos, lo sabría todo, cuando hablan o escriben. Pero no los comprendo, solo son ruidos y marcas incomprensibles para mí.
La mujer quien permanecía concentrada estirando y contando su dinero, pudo leer los pensamientos de Ron, giró y lo quedó mirando:
―Puedes empezar con este libro amigo mío, es un libro especial, puede abrir tu mente y hacer cosas que no te imaginas. Dicho esto telepáticamente, puso el libro muy cerca del perro.
Ron estaba impactado, ladraba, daba saltos y jadeaba de alegría, ¡un ser humano lo había escuchado por primera vez! Esa mujer lo había comprendido y ¡mejor aún, es que Ron la había escuchado desde su mente! Ron se sentía completamente feliz.
La mujer abrió una botella de leche que tenía en un rincón y se la dio a beber en un plato que siempre llevaba con ella a todas partes y le dijo:
―Ven amigo, tu nombre es Ron ¿no es cierto? Ven, bebe y descansa. Acepta por favor este obsequio cariñoso para ti, no tengas miedo. He aquí la mejor leche del mundo.
Ron se acercó a la mujer, sus bellos ojos lo habían conquistado, olfateó con placer, la leche olía deliciosa.
Al momento de beber un mareo lo envolvió como en una nube, luego no recuerda que ocurrió. Cuando despertó, se sintió extraño, miró a su alrededor para entender lo que le estaba sucediendo, la mujer había desaparecido del lugar; Ron estaba solo. Hasta se preguntó si todo aquello había sido un sueño. Llevaba mucho tiempo fuera de casa ya era hora de regresar.
Al ponerse de pie, sus patas delanteras chocaron con algo…era el libro que le había dado la misteriosa mujer. Claramente no había sido un sueño y se quedó mirando aquel extraño libro por un momento. Estaba obligado a tomar una decisión. Así que agarrándolo con su hocico se lo llevó a casa.
Transcurrieron los días más increíbles que Ron jamás imaginó, gracias al libro comprendía las voces de los humanos y podía leer esos extraños signos, las marcas que los humanos ponen por todas partes, en distintos tamaños y colores, esas que llaman letras o palabras, ahora las podía descifrar.
Gracias al libro comprendió que aquella mujer era un ser infinito, superior a los otros humanos comunes y corrientes que existen en todas partes. Él era un perro que había sido tocado por una gran fortuna y ahora estaba listo para disfrutarla.
El libro decía que al final del día se abriría el conocimiento para el que lo leyera, por eso cada noche esperaba que la abuela cuidadora de la gran casa, apagara las luces y durmiera.
Esa noche como tantas otras, Ron esperó que la abuela se fuera a dormir a su habitación. Para estar seguro, se sentó frente a la puerta y miró fijamente el piso iluminado, puso atención en sus patas, estaban mugrientas y le sobresalían unas enormes uñas negras.
―Que patas tan feas tengo ―se dijo―
Justo en ese instante y de improviso la luz del cuarto de la abuela se apagó.
De inmediato, se encaminó hacia la biblioteca de la casa, Ron estaba tan feliz, por fin la abuela se había dormido, había llegado el momento de leer.
Empujó la puerta con su nariz hasta abrirla. En el interior del recinto sin encender luces, con sus ojos adaptados a la oscuridad, se sentó satisfecho en la alfombra mirando de frente a las estanterías, suspiró profundo y se quedó viendo los libros. Por su cabeza flotaban miles de imágenes, recuerdos, voces, close up como chispazos y olores intensos que provenían de esos mismos anaqueles. Todo matizado con el descubrimiento de la lectura nocturna de la biblioteca que tenía ante su gran nariz.
Se acercó a un interruptor y presionó con su pata hasta que la lámpara se encendió. La biblioteca era un lugar espacioso, decorado en rojo y negro, los muros cubiertos de estanterías ofrecían libros desde el suelo hasta el techo. Un sofá burdeos se iluminaba completamente bajo la pantalla de la lámpara que acababa de ser encendida y sobre el sofá descansaba un libro. Ron sacó la lengua y tragó saliva al verlo allí, tal y como lo había dejado la noche anterior.
Miró el reloj de pared, eran las 22:15 p.m. tenía tiempo aún, mientras la abuela durmiera, contaba al menos con unas horas de ventaja.
Se sentó en el sofá, abrió el libro con la nariz y listo, comenzó a leer. Su ojo derecho marrón parecía moverse más velozmente que el izquierdo azul, Ron avanzaba por cada página, ansioso por encontrar lo que buscaba, de pronto escuchó ruidos en el pasillo, era su amigo gato que entraba en la biblioteca atraído por la luz. En el umbral de la puerta se detuvo y alzó los bigotes con una extraña tensión, es que gato no podía creerlo:
― ¿Ron leyendo? ―pensó que era una alucinación―. Como de costumbre y dado que los gatos son friolentos, ingresó a la biblioteca atraído por el calor de la chimenea encendida, entró de puntillas, caminó por la alfombra y se recostó frente al fuego:
―Debo estar soñando ―pensó gato―, los perros no pueden leen, a lo más tratan de imitar a los humanos en sus insólitos inventos y costumbres.
Abriendo su pequeño hocico negro que dejó entrever su lengua, bostezó ampliamente, luego estiró las patas traseras y se quedó dormido.
Ron que en su fuero íntimo tenía aprecio por su amigo gato, lo dejó dormir y continuó con la lectura.
Por fin llegó a la página que buscaba, en la Décima parte del libro decía: Identidades:
Capítulo I Cambios de identidad, Capítulo II Receta para romper hechizos de cambios de identidad, Capítulo III Como transmutar de humano a fantasma, y Capítulo IV Como transmutar de animal a humano.
― ¡Este es el capítulo que me interesa! ―expresó Ron―
Finalmente lo había encontrado, tenía todo pensado desde hacía un par de noches.
El conjuro necesitaba como ingrediente principal pelos de gato negro, al leer esta parte del libro, gato abrió los ojos, movió las orejas en dirección a Ron, se puso de pie, dio una buena estirada y se marchó rumbo a la cocina, era hora de una sabrosa fuente de galletas de pescado, tras eso desapareció. Ron olfateó la alfombra buscando pelos del gato, recogió varios, y se puso manos a la obra.
―Que porquería de programación, ya no saben que inventar, ―refunfuñó la abuela― y con ánimo enérgico buscó el control de la pantalla para apagarlo, pero no lo encontraba entre las mantas de la cama.
―Tendré que levantarme a apagar este aparato farsante ―vociferó con molestia―
La gran casona de la calle Semer estaba completamente en silencio, en el siempre pacífico barrio de Temerlung, hasta que a eso de la medianoche, aún en medio de la oscuridad de una noche invernal de enero se escuchó una potente descarga energética que provenía de la biblioteca.
El estallido retumbó la casona que estaba en un silencio absoluto.
Ante el insospechado ruido, la abuela lanzó un gritó en medio de la oscuridad de su habitación:
― ¡Ron!, ¿Qué hiciste perro estúpido? ¿Qué ruido fue ese? ¡Deja en paz a ese gato!
La abuela había sido vencida por el sueño mientras la pantalla seguía encendida:
―Acá está el control remoto, por fin lo encontré, ¿dónde se había visto algo así?, un perro que lee como los humanos, que estupidez de película; los cineastas ya no saben qué inventar ―gritó más hastiada por la película que por el extraño ruido que provenía desde la biblioteca de la casa.
Dicho esto apagó la pantalla y la abuela se echó a dormir todavía refunfuñando.
En la cocina, gato, que disfrutaba en plácida soledad sus galletas de salmón, levantó los ojos ante el estruendo de la descarga que reventó la puerta de la cocina erizando el pelaje de gato desde sus orejas hasta la cola: un hombre con hocico de perro lo miraba desde 1:75 cm. de altura.
Foto: Imagen de Claudio Bianchi en Pixabay
Gisela Sanhueza Quezada

Chile (1966). Titulada en Historia, Geografía y Educación por la Universidad del Bío-Bío, dedicó quince años a la docencia; luego continuó estudios de arte, filosofía, crítica y patrimonio, para continuar con la gestión cultural, la investigación y los proyectos. Asociada a la Sociedad de Escritores de Chile SECH, ha participado activamente en las actividades de la Asociación de Pintores y Escultores de Chile APECH como curadora independiente: en Santiago, Concepción y Temuco. Escribe y colabora para revista Ophelia de Argentina como historiadora del arte. Ha levantado información de patrimonio material e inmaterial para proyectos específicos como: Inventario de payadores chilenos o el Inventario de arte funerario del cementerio de Chillán, entre otros. Ha sido incorporada en antologías de escritores de Ñuble, invitada a homenajes de escritores en Santiago y Chillán, presentadora de libros en Chillán, Concepción y Santiago, generado conversatorios con escritores en Santiago. Ha presentado ponencias en congresos en Chile y fuera del país en Museología, Patrimonio Educación y Literatura Comparada, entre otras temáticas. Miembro activo de la Asociación de Literatura de Ciencia Ficción y Fantástica Chilena ALCIFF. Gracias a la palabra, el arte y la filosofía, la vida sigue siendo una sorpresa.
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1 thought on “CRONISTAS ÓMICRON: Ron y el libro encantado”
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