Por Jorge Millán Nieto
Aún recuerdo aquel verano al salir de la secundaria; tenía 15 años y las manifestaciones de la adolescencia estaban en su apogeo. Eran vacaciones, así que la rutina escolar fue reemplazada temporalmente por una cotidianidad regida por el juego, la diversión, los primeros amores y la búsqueda de experiencias fascinantes. Para ese entonces tenía un grupo de amigos con el que guardaba un fuerte vínculo, y nuestro nivel de confianza hacía de los momentos que pasábamos juntos amenos ratos de convivencia que ahora, con el paso del tiempo, resulta grato recordar; una etapa de mi vida que atesoro en la memoria, en particular por cierto lugar místico que descubrimos a las afueras de la ciudad en nuestra búsqueda del encanto veraniego.
El clima que había por aquellos días era el característico de la localidad, pues el calor ocasionado por las altas temperaturas incitaba a los lugareños a recurrir a la playa y a los balnearios para refrescarse, además de la opción menos recurrente y escasa de sitios naturales en las afueras de la ciudad. Con la intención de disfrutar las maravillas de este tipo de espacios, mi grupo de amigos y yo elegimos un lugar sobre el que habíamos escuchado era un paraíso natural, repleto de un verdor único que enamoraba a los visitantes, un encanto orgánico complementado con un estanque de agua cristalina como atractivo principal.
Debido a la libertad que nos brindaban las vacaciones, decidimos realizar la visita un lunes desde temprano y llevar provisiones como refrigerios, bebidas refrescantes, objetos para el divertimento (una pelota de volibol y unos cuantos flotadores), todo con la intención de disfrutar entre amigos el último verano que podríamos hacerlo, pues al finalizar éste iniciaríamos una nueva etapa escolar que complicaría frecuentarnos como solíamos hacer aquellos días.
Esa mañana realizamos la salida a buena hora, a las nueve, teniendo como punto de reunión mi casa por ser la más cercana a nuestro destino, y partimos en el transporte público, que nos dejó en la entrada de terracería ubicada a un costado de la carretera. Desde el abordaje hasta la caminata para llegar a “Paraíso” -nombre con el que era conocida la reserva-, el recorrido estuvo aderezado con bromas, risas y comentarios hilarantes, todo en sintonía con nuestro humor aventurero; incluso no nos importó tener que caminar más de tres kilómetros en un camino repleto de tierra y fragmentos de maleza, pues presentíamos que el trayecto valdría la pena.
Al llegar, de inmediato nos cautivó el paisaje repleto de vegetación y la abundancia de rasgos silvestres debido a la escasa presencia humana, y no dudamos en deleitarnos con los placeres que se nos presentaron. La magia del lugar era pletórica, específicamente la que emanaba el estanque que teníamos a nuestra disposición, el cual, debido a las circunstancias concretas en las que hicimos la visita, podíamos tenerlo para el goce exclusivo sin la intervención otras personas. Sin embargo, hasta ese momento, aún no habíamos dimensionado el misticismo que aquella laguna de agua fría y cristalina almacenaba en su interior; una vibra arcana que, no obstante, se revelaría ante momentos más tarde.Todo empezó cuando decidimos refrescarnos en el estanque, actividad en la que por fin decidieron participar las chicas de la excursión después de habernos visto, en sus palabras, “ir como tontos detrás de un balón”. Con aquel ánimo, nos abalanzamos a las frías aguas que nos aguardaban en estado de reposo, y que contrastaba con nuestra actitud de vivacidad desenfrenada, lo cual probablemente fue la causa de la manifestación de energía sobrenatural. Y es que, entre clavados, chapuzones, balanceos con lianas y luchas acuáticas, alborotamos las aguas de aquella laguna sosegada; nos divertimos a costa de la tranquilidad del ecosistema que nos rodeaba, comportamiento que despertó la fuerza mística que yacía en su interior.
Mientras precipitábamos el oleaje con nuestro ímpetu adolescente, el centro del estanque empezó a burbujear inexplicablemente, generando en nosotros una gran sorpresa y una sensación de incredulidad, por lo que nuestra acción inmediata fue alejarnos lo más posible de aquel centro de ebullición acuática.
En ese momento, la incertidumbre producida por el fenómeno y su esencia sobrenatural nos inquietaba al grado que nadie se atrevía a acercarse para indagar y descifrar lo que ocurría. Sin embargo, superando mi temor ante el misterio y obedeciendo a mi instinto, abruptamente me sumergí en las aguas y nadé hacía abajo en dirección del movimiento burbujeante en lo profundo de la laguna, empujado quizá por mi insaciable curiosidad de adolescente intrépido. Hasta la fecha me sorprende mi atrevimiento de aquel día y lo encuentro un tanto inexplicable, pues, por mucha valentía que hubiera adquirido en aquel instante, aún prevalece en mi mente una extraña sensación ligada al trance vivido debajo del agua.
Lo anterior, querido lector, lo menciono porque cada vez que recuerdo aquella experiencia me invade una extraña sensación, como si algún poder externo se hubiera infiltrado en mi subconsciente y controlado mis movimientos, una especie de trance psico-místico indescriptible que hasta la fecha no logro descifrar. Esto no lo digo como una queja ante lo experimentado, sino agradecido de que esa fuerza extraordinaria tomara el control de mi cuerpo, pues descubrió algo que había reprimido durante mucho tiempo: una faceta temeraria que no se doblegó ante el temor como mi yo convencional habría hecho en tales circunstancias.Incluso, profundizando aún más en aquella sensación y analizando sus efectos, podría asegurar que escuché una voz llamándome desde lo más hondo de la laguna, un ente que desprendía un aura sagrada y que presentía tenía un origen ancestral. Mientras nadaba cada vez más hacía abajo, la valentía que me había impulsado en un principio se convertía en deseo por encontrarme con aquel ser, o contemplar por lo menos algo que me revelara su existencia. Mientras me sumergía, escuchaba a mis amigos gritarme desde la superficie intentando persuadirme de regresar, de no adentrarme hacía lo incógnito que dejaba entrever el suceso, pero yo estaba convencido, voluntariamente o no, de llegar al fondo de aquel estanque y revelar el misterio que yacía en sus profundidades. Al llegar al nivel más profundo del estanque, me invadió un remanso de quietud, sentí como si mis brazos, mis piernas y todo mi cuerpo se hubieran fusionado con el agua y mi pensamiento empezara a fluir en sintonía con ella; sentí el líquido dentro de mi cuerpo sosegarse, suspenderse con el vaivén del flujo acuático, una conexión balsámica con el ecosistema marino.
Sin comprender aún el misticismo de la situación, experimenté un torbellino de sensaciones en el que se combinaron curiosidad, asombro y sosiego cuando se presentó frente a mí el principio de la revelación: en lo más hondo de la laguna, lo que podría decirse el suelo de la misma, parecía haber un enorme espejo que se extendía a lo largo y ancho de la superficie, un terreno que reflejaba lo que abarcaba su extensión y que se movía con la cadencia del flujo acuático. A este nivel de la experiencia, no podría asegurar que lo presenciado fue real o algún tipo de alucinación provocada por la energía extraordinaria que yacía en aquellas profundidades, y su comprobación se vuelve aún más complicada al haber sido yo la única persona que observó el suceso, pero sí puedo sostener que tal evento lo retiene mi memoria con gran nitidez.
Al sumergirme para contemplar aún más de cerca la superficie cristalina, me percaté de un aspecto particular: el supuesto espejo no reflejaba normalmente los movimientos de su contraparte, pues el flujo de la proyección transcurría desfasado y por momentos con alteraciones, como si la vida transcurriera diferente del otro lado de aquel profundo suelo acuoso. Por fin, al ubicarme lo más cerca posible, contemplé que efectivamente no era el mismo escenario el que ofrecía la proyección en comparación con el flujo de realidad del que yo provenía, dos realidades de un mismo espacio contrapuestas, dos dimensiones intentando comunicarse por medio de su divergencia, y yo estaba en el medio como el vínculo para consumar la conexión.
Así, todo lo representado en aquella extensión de aparente reflejo era diferente: la vegetación vetusta, la ausencia de fauna marina, la densidad del agua, todo parecía en un estado de olvido longevo, como si el ecosistema proveniente del cristal fuera el mismo, pero con un desfase de cientos de años, en una frase un ‘limbo acuático’ que me petrificó al instante. No obstante, el asombro no culminó ahí, no, aún había más por revelar en ese recóndito ambiente marino; y es que, como buen espejo, la superficie repetía -aunque a su muy particular modo- todo lo que su vasta extensión abarcaba, por lo que incluso mi propia figura contaba con su emulación del otro lado, una emulación en sintonía con el estado de abandono del lugar.
El ser que se encontraba cruzando aquel umbral era de otro tiempo, un ente decrépito y amorfo, pero que conservaba sus principales rasgos de humanidad, lo cual me hizo conferirle cierto aire de confiabilidad. Debido al plano de realidad en el que se encontraba, ese otro ‘yo’ contaba con total libertad de movimiento y, como comprobaría segundos después, de articulación del lenguaje, lo cual se convirtió en la mayor muestra de conexión entre ambos mundos; el ser clavó su mirada en la mía y me dirigió unas palabras en un español perfectamente comprensible:
-Hola viajero, bienvenido a la unión de dimensiones, a la puerta ancestral que yace bajo el agua.
Tales palabras me dejaron atónito; lo único que me fue posible articular un tembloroso “hola” de regreso para dar inicio al diálogo. En este punto, la incertidumbre en mi mente creció a un grado exponencial, no sabía qué pensar sobre este extraño ente que expedía un aura misteriosa y que, no obstante, percibía de él no tener intención maligna alguna.
–¿Qué es lo que buscas en las profundidades de estas aguas? -prosiguió la interpelación demandante de diálogo, situación que decidí afrontar con la mayor honestidad posible.
–Estoy aquí a causa de mi curiosidad; a partir de aquel burbujeo en la superficie, todo lo que he visto y sentido me ha traído hasta aquí —respondí con la certeza de transmitir íntegramente mis pensamientos, algo que la figura semi-humana pareció percibir con agrado ya que reaccionó con un gesto afable.
A partir de este momento, la conversación transcurrió fluida, amena, en una palabra: natural. Por un lado, la voz frente a mí abría un panorama espiritual repleto de fantasía proveniente del mundo ancestral del otro lado del cristal, y en contraparte, yo indagaba con preguntas ontológicas formuladas quizá por medio del aura onírica que permeaba mi conciencia, único plano sensorial con el que puedo relacionar aquel encuentro de lugar y tiempo insondables.
–¿A qué se debe mi presencia en este lugar?, porque sé que no ha dependido completamente de mí llegar hasta aquí.
–Vaya, empiezas a comprender. Efectivamente, tú presencia en este lugar no ha sido decisión tuya realmente, fuerzas ajenas a ti te han atraído hasta aquí para un fin concreto, una revelación que guiará tu existencia para siempre.
–Lo sabía, sabía que había alguien o algo llamándome desde lo más hondo del estanque, y que mi cuerpo en algún momento empezó a moverse por su cuenta; pero ¿de qué se trata esa revelación que mencionas?
–Eso te toca descubrirlo a ti…
En ese momento, el ente desapareció y todo el ecosistema ancestral que vislumbraba a través del espejo empezó a difuminarse, a desintegrarse como jalado por una especie de fuerza centrífuga de la que, a su vez, pude sentir su poder de atracción unos segundos antes de ser absorbido por ella. La forma que adquirió aquel fenómeno fue muy similar a lo que pasa cuando aparece un ‘agujero negro’; la cavidad en forma circular comenzó a devorar toda forma de vida que había a su alrededor, atravesando incluso la barrera del portal conformada por la superficie cristalina. Con esta dinámica de atracción, la fuerza comenzó a absorber las formas de vida en mi plano de realidad conmigo siendo parte de la inesperada abducción.
De esta forma, sentí como mi cuerpo era desintegrado de su forma original casi a nivel celular y partícula por partícula eran arrastradas hasta el epicentro de la abertura con un poder abrumador; por instantes, mi capacidad de razonamiento desapareció por completo como consecuencia de la descomposición física, por lo que el trance de atravesar aquel portal se mantiene como una gran laguna en mi memoria. Difusamente, recuerdo que, en el plano extrasensorial en que desemboqué, gradualmente desapareció el miedo que me había invadido durante la abducción. Sentía como si el trance me hubiera depurado de todo lo malo que me perseguía, llegando al otro lado con una espiritualidad renovada, sin la toxicidad que me atosigaba de la vida rutinaria. Una vez asimilada esta nueva perspectiva, me percaté que el lugar en el que me encontraba estaba en sintonía con mi flujo mental, pues era un entorno que proyectaba calma y reposo como si de un reflejo de mi pensamiento se tratase.
A partir de este último fragmento de la experiencia, un blanco absoluto invadió mi pensamiento, sumiéndome en un sueño profundo. Sin saber cómo ni por qué, al abrir nuevamente los ojos, me encontraba recostado en una cama de hierba, a un costado del estanque en el que me había sumergido, sin poder determinar el tiempo que había transcurrido durante el periplo místico en lo profundo de aquellas aguas; mis amigos me rodeaban mirándome desde arriba aliviados de que, en sus palabras, “por fin despertara”. Sin embargo, a pesar de lo aletargado que sentía mi cuerpo como si hubiera dormido durante meses, desde ese momento conservo los remanentes purificadores de la odisea sensorial que protagonicé cual Ulises homérico. Al reincorporarme lo sentí, la epifanía me reseteó por completo, y hasta hoy vivo atesorando esta nueva visión.
Foto: Imagen de 95C en Pixabay
Jorge Millán Nieto
Es egresado de la Licenciatura en Lengua y Literatura Hispánicas de la Universidad Veracruzana. Ha publicado los textos Fantasma sin límites, Desdoblamiento onírico (cuento) y El minimalismo como arte narrativo… (ensayo) en las revistas Nudo Gordiano, Monociclo y Espora, respectivamente. Actualmente es jefe de redacción y creador de contenidos de la revista de entretenimiento cultural Burrito Mood, la cual está posicionada como una de las más destacadas en el rubro cultural independiente en la ciudad de Xalapa, Veracruz.
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