Teoría Ómicron

Revista de ciencia ficción y fantasía

CRONISTAS ÓMICRON: El astronauta

Publicamos el relato «El astronauta» de Rodrigo Torres Quezada.

Por Rodrigo Torres Quezada

         Cuando era pequeño le tenía un terror enorme a viajar en avión. Creo que esto se debió a la cultura televisiva que había en mi hogar. Mi padre me hizo ver un capítulo de la serie La dimensión desconocida donde un hombre, en apariencia normal, se volvía loco al ver por la ventanilla del avión donde viajaba, a una criatura con cuerpo de mono. Luego vendría una película donde se hizo un remake de este capítulo y el mono pasó a ser un horrible monstruo parecido a una lagartija mutante. Incluso en Los Simpsons parodiaron esta escena, pero en un bus, haciendo que mi fobia a los aviones se expandiera hacia todo tipo de transportes. Así, mis padres debían llevarme y buscarme al colegio en automóvil. Incluso así sentía una terrible ansiedad, a pesar de encontrarme acompañado por gente cercana a mí. Como la situación se volvió intolerable, mis padres decidieron llevarme con un especialista. Hice meses de terapia. Y creo que funcionó muy bien. ¿Saben por qué? Porque me hice astronauta.

         Antes de despegar hacia el exoplaneta Hesperornis, los periódicos hicieron una biografía de cada uno de los y las tripulantes. En mi historia se colocó como título: Alejandro Ramírez, el astronauta que le tenía fobia a viajar.

          Ahora me explayaré en torno a la misión que se nos encomendó. Sucedió que el año 2017 se descubrió una serie de planetas (que para diferenciarlos de los de nuestro sistema solar, se les bautizó como “exoplanetas”) en una órbita lejana de unos 40 años luz. En aquel tiempo no había muchas esperanzas de poder viajar hacia aquellos terrenos recónditos debido a que la tecnología no estaba tan avanzada como hoy en día. Solo debíamos conformarnos con escuchar los relatos de los científicos que desentrañaban los misterios de dichos exoplanetas nada más que con sus enormes telescopios. Lo demás quedó para la imaginación: sus colores, sus posibles formas de vida animal y vegetal, el tipo de atmósfera que tendrían, etc. Sin embargo, sucedió que diez años después del descubrimiento de aquellos exoplanetas, los científicos lograron encontrar los llamados hotspots del espacio. Estos son una especie de primos hermanos de los agujeros de gusano (por donde se viaja en el tiempo) y los agujeros negros (capaces de absorber galaxias). Los hotspots espaciales permiten a los cohetes, satélites y estaciones espaciales ir de un punto a otro en el universo, salvándonos de las distancias de millones años luz o del problema de almacenamiento de combustible en las naves. Basta que los científicos puedan encontrar un hotspot en el universo, cercano a nuestro sistema solar, calcular su consistencia y dar un estimado de su duración para que se puedan hacer viajes con tripulación a bordo. Y cómo no, los descubridores de los hotspots recibieron el Premio Nobel de las ciencias astronómicas.

         En un principio hubo bastantes accidentes. Muchas sondas enviadas a través de un hotspot espacial hacia los exoplanetas, fueron destruidas por la consistencia densa de estos hotspots. No fue culpa de nadie: pasó que ningún científico sabía en su momento, que hay hotspots que cambian su consistencia. Esto obligó a que se trabajaran nuevas tecnologías tendientes a mejorar el material del cual están hechas las sondas y las naves espaciales. Fue así como se logró enviar a Hesperornis, la primera sonda que llegó hasta uno de los exoplanetas. En honor a la sonda, el exoplaneta también fue llamado Hesperornis (el nombre correspondía a un ave extinta desde hace millones de años en la Tierra. La idea era dar a entender que la sonda unía el pasado terrestre con el futuro exoplanetario, en una “metáfora científica” como le llamaron algunos).

         Astronautas de varios puntos del planeta fueron llamados para realizar arduas semanas de entrenamiento con el motivo de elegir a los más capacitados para poder hacer el primer viaje con humanos hacia Hesperornis. De inmediato me embarqué en la aventura. Aquellos que me conocieron desde niño no daban crédito al hecho de que alguien con fobia a viajar no solo la venciera sino que, de forma increíble, se hiciera astronauta y más encima fuese seleccionado con honores en la tripulación hacia el exoplaneta.

         El día que nuestro cohete despegó, toda la humanidad tenía puestos sus ojos sobre nosotros. Por televisión, Internet o radio, no importa cuáles fuesen los medios, ahí estaba la gente informándose llena de esperanzas acerca de nuestra travesía. Es curioso, pero mientras salíamos de la atmósfera terrestre, yo pensaba en que si bien cuando niño le temía a los aviones, a los buses y a los automóviles, jamás tuve miedo a las naves espaciales. Quizás, al contrario de lo que suele suceder, temía a lo conocido, mientras que lo desconocido se me presentaba como algo más halagüeño.

         A través de la ventanilla del cohete, todos contemplamos lo hermosa y extraña que se veía la Tierra con la distancia. Me pareció que a medida que nos alejábamos de ella, se iba convirtiendo en una mancha espacial. Para no ceder con facilidad ante las ideas nostálgicas o tristes, inventamos diversos juegos que nos mantuvieron entretenidos mientras esperábamos traspasar el hotspot espacial. Uno de estos juegos consistía en tomar un mazo de cartas y lanzarlo dentro de la nave. Producto de la poca gravedad que hay en el espacio, las cartas flotaban. La idea consistía en que cada uno de nosotros debía recopilar todas las cartas de un tipo o pinta. Quizás no resulte tan emocionante, pero piensen que debíamos “nadar” dentro de la nave buscando las cartas. No solo chocábamos entre nosotros sino que también contra los muros de la nave. Hay miembros de la tripulación que han pretendido culpar a estos choques por lo que sucedería después. Sin embargo, estoy lejos de dar crédito a ello: el material de nuestro medio de transporte no era lo suficientemente resistente para enfrentar el hotspot.

         Apenas el capitán nos avisó que estábamos entrando al hotspot, nuestra nave fue víctima de una serie de hechos, en apariencia, sin explicación científica. Por ejemplo, el capitán Oliveiros dice que vio los costados de la nave ensancharse y angostarse como si alguien desde fuera estuviese moldeando una figura con masa. No obstante, los demás no vimos eso. La astronauta Harris escuchó una melodía difícil de describir. Era tan extraña que le pareció que no era parte de nuestro sistema armónico tradicional. Según ella, era el sonido del espacio que al usar como medio de transmisión el material de nuestra nave, se dejaba escuchar de forma lúgubre y misteriosa. El astronauta Gómez también dijo haber escuchado una melodía extraña. Sin embargo, a él le pareció oír voces. “Coros angelicales”, según dijo. En mi caso, escuché repetidos golpes venir desde fuera. Escuché que algo se movía sobre la nave. Era como si hubiese querido entrar. Con esto, de pronto mi antigua fobia a los viajes volvió. Recordé aquel capítulo de la serie La dimensión desconocida y me vino una crisis de pánico. Me acerqué a la ventanilla, pensando en mi desesperación que quizás contemplar el universo me tranquilizaría (¿de verdad se podría sentir paz con un enorme sitio oscuro sin principio ni fin?), pero al hacerlo mi temor aumentó. A través de la ventana pude contemplar un espectáculo tan extraño como alucinante: lo que antes era un oscuro e impenetrable paisaje, invadido de asteroides y rocas flotantes, ahora estaba convertido en un escenario repleto de colores. Pude ver que una especie de aura dorada rodeó nuestra nave. En aquellos momentos de confusión mi mente no podía procesar todo de forma normal; sin embargo, lo primero que especulé fue que la nave había quedado atrapada en el hotspot espacial. Esto hacía que la nave, hecha de material terrestre, no “supiera” bien a qué plano pertenecer. Me explico: al parecer el hotspot era más de lo que creían los científicos. No solo era una entrada hacia otro punto del universo, sino que también era una entrada para ir hacia otras dimensiones, universos o planos. Lo que sucedería a continuación reafirmaría mi hipótesis.

         De pronto, me vino una sensación de mareo unida a un calor sofocante que recorría mi cuerpo de pies a cabeza. Caí al suelo y me arrastré por la nave para ir hacia los mandos y contactarme con la Tierra, pensando en que podrían enviarnos ayuda. Me llamó la atención que la gravedad volvía a ser la misma que en la Tierra. Fue entonces que me desmayé. O eso creo. Al despertar, aparecí en una nave extraña: los astronautas que iban en ella no eran mis compañeros y compañeras de viaje. Además, todo parecía ser de una tecnología mucho más avanzada.

         -¿Algún problema?- me preguntó uno de los tripulantes.

         -¿Quiénes son ustedes?- respondí confundido.


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         Todos los pasajeros de la nave me observaron intrigados.

         -No hay problema- dijo alguien- Puede ser que al pasar por el hotspot haya perdido la memoria. Esperemos que sea algo momentáneo. Así que tranquilo, señor Gutiérrez, todo irá bien.

         -¿Gutiérrez? ¡Mi apellido es Ramírez!

         Los astronautas se dirigieron miradas de tristeza.

         Floté hasta una de las ventanillas de la nave y observé el espacio. Imagínense la sorpresa que me llevé al ver que a unos kilómetros de distancia un planeta era consumido por enormes llamas. Incluso pude escuchar explosiones.

         -¿Qué planeta era ese?

         Ante mi pregunta los tripulantes sonrieron nostálgicos. Uno se acercó hasta mí y puso su mano en mi hombro, como consolándome.

         -Te refrescaré la memoria: nuestra misión es colonizar otros planetas… Como vez, la Tierra ya no es un lugar seguro… Lo siento, sé que dejaste atrás a tu esposa y tus cinco hijos… Pero créeme, ellos estarían orgullosos de ti.

         Le observé con una mueca de sorpresa.

         -¿Qué esposa? ¿Hijos? ¡Yo no tengo hijos!

         Ante toda esa disparatada información, entré en pánico, mi temor a viajar había vuelto. Así que golpeé las paredes de la nave, gritando me dejasen salir. Todos flotaron hasta mí y me agarraron por las extremidades. Yo solo atinaba a gritar. De pronto, volvió hasta mí un terrible mareo y la sensación de sofoco. Entonces, creo, me desmayé.

         Y desperté sentado en una banca, en una hermosa plaza. Una joven chica, de unos veinte años, estaba a mi lado y me acariciaba una mano.

         -Acepto- me dijo- Quiero salir contigo.

         Fruncí el ceño.

         -Perdona. No sé quién eres y además estás muy joven para mí.

         Me miró horrorizada.

         -¿Cuál es tu problema? ¿Me tomas el pelo?

         -Lo siento, de verdad. No te conozco.

         Se levantó, me dio una cachetada y caminó rápido por la acera. Yo hice lo mismo pero hacia el lado contrario. Intenté reconocer algo de aquella ciudad, no obstante fue todo en vano. Me detuve ante el escaparate de una tienda de espejos. Me palpé el cuerpo con asombro: era mucho más joven, de al menos unos veintidós años. Luego me dirigí a un quiosco y compré un periódico. Pagué con unas extrañas monedas triangulares que tenía en el bolsillo. El diario me mostró dos cosas: estaba en un país llamado Maturin y el año era el 3022 D.M.C.

         -Disculpe- le dije al quiosquero- ¿Qué significan las siglas D.M.C.?

El hombre me dirigió una mirada llena de desaprobación.

         -¿Eres un extranjero? ¡Contesta!

        Entonces se llevó un pito a la boca y lo hizo sonar. De inmediato llegaron fuerzas policiales fuertemente armadas y me rodearon.

         -¿De qué plano del macroverso vienes, espía?- preguntó un policía apuntándome con una máquina muy rara. Apretó un botón y mi cabeza fue presa del dolor. Di un grito y volví a sentir sofocación. Una vez más, caí desmayado.

         Al despertar estaba de pie en medio de un sitio húmedo y boscoso. En mis manos tenía un arma y de nuevo estaba dentro de un traje de astronauta. Me pregunté si acaso había vuelto a mi “realidad”. A lo lejos escuché gritos de personas. Supuse eran mis compañeros de la nave. También grité nombrándoles a ver si me contestaban pero solo se escuchó un tenso silencio. Silencio que fue roto por un rugido. Miré hacia el frente: detrás de unos arbustos del porte de una araucaria, apareció un gigantesco reptil. Sin lugar a dudas era un dinosaurio. Le disparé pero mi arma ya estaba descargada por lo que me vi en la obligación de correr y escabullirme entre unas rocas. Desde ahí, observé. Por suerte, la criatura no estaba pendiente de mí. Escarbó en el suelo y sacó de entremedio una presa que había casado. Con terror vi que esta tenía traje de astronauta. Volví a correr y llegué hasta nuestra nave: estaba hecha añicos. La sensación de sofoco me volvió y junto a ella comencé a ver visiones o eso creo que eran. Vi gente que me hablaba a gritos, vi seres que me saludaban desde planetas desconocidos, vi muchas cosas extrañas e inclasificables; entonces, caí al suelo. Al despertar aparecí en un gran salón. Junto a mis colegas astronautas estábamos siendo condecorados.

         -Ustedes quedarán en nuestros libros de historia como los héroes y heroínas que pisaron por primera vez Hesperornis y volvieron sanos y salvos.

Días después de la ceremonia, cada uno de mis colegas contó lo que le había sucedido y qué cosas había visto.

         En lo personal, llevo una vida normal aunque hay veces que siento sofocación y por segundos aparezco en lugares extraños o en épocas pasadas de mi vida. Pero pronto vuelvo a la realidad. Y aunque mi fobia está superada, ya no quiero viajar nunca más en una nave espacial.

         Oh, no… El mareo vuelve… La sensación de calor… Me voy a desmayar… Allá vamos de nuevo.

FOTO: Pixabay

Rodrigo Torres Quezada

Santiago de Chile, 1984. Licenciado en Historia de la Universidad de Chile. Ha publicado los siguientes libros: Antecesor (editorial Librosdementira, 2014), El sello del Pudú (Aguja Literaria, 2016), Nueva Narrativa Nueva (Santiago-Ander, 2018) y Filosofía Disney (Librosdementira, 2018). También ha publicado la trilogía de cuentos Podredumbre con La Maceta Ediciones (2018).